Ansatsu Kyoushitsu y sus personajes son propiedad de Yusei Matsui. Salvo de un nuevo personaje que aquí aparece, ella sí es de mi invención.

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ACLARACIONES:

Cursiva- palabras resaltadas.

"Comillas y cursiva"- pensamientos.

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Hola, esta idea es un poco extraña, tanto que llegué a pensar en dividirla y hacer dos fanfics diferentes de cada idea, pero como que mi cabeza no se hacía a la idea de esto. El destino quería que esta historia fuera una sola (?) aunque la verdad es que la prefiero así.

Advertencia: este One-shot tiene contenido lemon o lime, como prefieran llamarlo, así que si eres menor de 15 años o no te gusta este tipo de contenido, NO lo leas. Sal de aquí ya.

Pd. no es continuación de mi otro fic "Tiempo de bebé".

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En la sala de un amplio departamento se encontraba una hermosa mujer rubia que trataba desesperadamente de vestir a su hija, aunque sin muchos resultados.

―¡Shiori, deja de moverte por favor! ―la pequeña, recostada en el sofá, no paraba de reír y patalear mientras sostenía su juguete―, ¡Basta! Suelta eso.

La bebé seguía en su mundo, ensimismada por los colores y sonidos que salían del artefacto que traía entre sus manos, ignorando las órdenes de su ya exasperada madre.

A Irina no le quedó más opción que arrebatarle cruelmente el juguete a su hija, haciendo que esta inevitablemente estallara en llanto.

―¡BUAAAA!

―¡No! Shiori… tranquila ―la rubia puso los ojos en blanco alterándose un poco, pero relajándose casi de inmediato, pues aunque no tenía mucha experiencia no había nada que no pudiera resolver ―Shhh, ya.

La alzó en brazos, meciéndola y dándole unas suaves palmaditas en la espalda para que se tranquilizara. Dio algunas vueltas alrededor de la casa. Luego de un rato Shiori solo soltaba pequeños gemidos de disgusto, pero ya no chillaba como minutos antes. En ese momento, la mirada de la rubia cayó en la persona sentada en el minúsculo comedor. Karasuma Tadaomi mantenía su vista fija en el portátil, concentrado, como siempre, en su trabajo e ignorando lo que sucedía a su alrededor.

"Él siempre tan abstraído del mundo…Ni si quiera se percató del llanto de su hija."

Lo miraba fijamente esperando que las notara y, que notara en esa ocasión su capacidad de calmar a su hija casi de inmediato.

Pero él no volteó; mucho menos dijo algo.

Una gota de sudor apareció en su frente. "Es inútil. Sigue tan indiferente…"

Decidió mejor regresar a terminar de cambiar a Shiori, porque si no se apuraba, se les haría tarde para la reunión y no quería que Bakasuma se enfadara.

Ahora sí: era muchísimo más fácil vestir a una Shiori calmada. La pequeña portaba unas prendas muy monas, que consistían en una blusa rosa de mangas largas, con el dibujo de un gatito al frente, una faldita negra con holanes que le llegaba a la mitad de su muslo, y unas calcetas blancas complementaban su conjunto. Aún no llevaba puestos sus zapatitos, como es costumbre en Japón, y tampoco la había peinado, puesto que eso sería aún más dificultoso.

―Bien, ¡listo! ¿Ves que no era tan complicado obedecer a mamá? Ahora luces como toda una princesa ―le dedicó una sonrisa a su hija, la cual ésta correspondió con una risita. Irina se enterneció, pues Shiori no apartaba sus ojitos azules de los suyos.

Su hija era tan hermosa… lo cual era obvio, siendo ella su madre.

A pesar de ser mitad japonesa, y de poseer cualidades representativas de esa cultura, como los ojos rasgados, los genes extranjeros heredados de ella habían tenido mayor dominio al definir el aspecto físico de Shiori.

Un ejemplo eran sus inusuales ojitos azules, el cabello rubio y ligeramente ondulado, aunque con el paso del tiempo éste se había oscurecido un poco. Estaba segura de que en el futuro su hija destacaría mucho de las otras niñas, tanto en el kínder como en la primaria.

Y qué decir de cuando estuviera en preparatoria y se desarrollara completamente. ¡Traería a todos a sus pies! sería la joven más popular y con la que todos los chicos se morirían por obtener una cita, un beso, o aunque sea una mirada. Dominaría el mundo con su belleza. Ok, tal vez estaba exagerando un poco las cosas, pero así era ella.

La ex asesina continuó observando meticulosamente a su hija, aún sin creerse que esa nena tan inocente y bella hubiera sido de resultado de la unión de ella y Karasuma.

Es decir, ella, Irina Jelavic, quien alguna vez había sido una de las mejores asesinas a sueldo, una seductora, embustera, que tenía las manos manchadas de sangre y que era de todo menos inocente. Pese a que hayan pasado ya seis años desde que dejó de asesinar y ahora avanzara por un camino más honrado, las muertes que cargaba no eran algo que se olvidara fácilmente. Y Karasuma tampoco estaba libre de culpa. Sin embargo, en ese instante, al percibir la candidez que irradiaba su hija… simplemente no podía creerlo.

Hoy, como Irina Karasuma, podía decirse que se sentía en paz. Aunque su trabajo como espía gobierno aún le absorbía demasiado tiempo. La buena noticia es que en ese momento se encontraba con "vacaciones" por maternidad, para poder disfrutar a su pequeña y poder criarla como es debido. No quería que su hija creciera sola sin el cariño de sus padres, mucho menos que llegara a vivir lo que a ella tanto la traumatizó.

Si bien eso estaba tachado de imposible, no podía dejarlo pasar.

Shiori había nacido en un país pacífico, no en uno como el suyo, donde la guerra y muerte eran latentes. Japón era sin duda lo mejor que su padre le ha podido ofrecer a su hija, aunque si también le diera un poco de amor…

Irina suspiró con pesar.

Acarició dulcemente la cabecita de su hija, y ésta soltó un bostezo. De nuevo la tomó en brazos y la arrulló un poco para ver si lograba hacerla dormir.

No es que Karasuma no quisiera a Shiori. La amaba, eso era obvio. Es decir, ¡es su hija! La primera, la única, sangre de su sangre... Pero sus muestras de cariño eran escazas. Que mantuviera cierta distancia con ella, SU mujer, lo podía entender…a fin de cuentas era un hombre japonés conservador, al que no le agradaban para nada las demostraciones de afecto en público; e incluso dentro del trabajo donde su relación era conocida. Vale, eran los típicos choques culturales de las parejas extranjeras, pero, ¿dentro del hogar? ¿Era necesaria tanta frialdad incluso en la intimidad?

Si su mente no le fallaba, la última vez que lo habían hecho fue antes de que Shiori naciera, y todo porque el ginecólogo le había especificado que el deseo sexual elevado era uno de los efectos que causaba el embarazo, y que no había ningún problema al practicarlo durante los primeros meses, incluso la beneficiaria a la hora del parto, por lo que la atención del hombre con ella había sido muy satisfactoria.

Aunque ahora daba igual, eso había sucedido hace ya mucho tiempo* y era consciente de que esos maratones no volverían a pasar al menos hasta que se concibiera otro hijo, e Irina apenas podía ella sola con Shiori.

No es que el ser madre le resultara fastidioso o estorboso, mucho menos en ningún momento deseó no serlo… Ella se encontraba muy feliz en esa época de su vida, pero criar a un hijo sola no es lo más sencillo del mundo. Y decía sola porque no tenía ninguna madre que la aconsejara, un padre que la mimara, o abuela o tía que le ofrecieran su apoyo. Ni siquiera su suegra era capaz de ayudarle.

Además de su esposo, no contaba con ningún familiar en Japón o amistad íntima cercana, salvo los mocosos de la clase E; sin embargo, era consciente de que ellos se encontraban muy ocupados forjando sus vidas como adultos.

Y Karasuma… bueno, él hasta cierto punto era útil, sabía hacer algunas cosas. Al revelarle que estaba embarazada, y como buen ex soldado élite que era, éste corrió a prepararse para asumir su próximo rol.

Pero Irina sabía que no era suficiente. Al mes del nacimiento todo volvió a la normalidad, y él regresó a vivir prácticamente en el Ministerio, aunque debía admitir que, al principio, ella también se había metido de lleno en su propio trabajo. Durante los primeros años, su nuevo papel de espía del gobierno fue su refugio mientras dejaba atrás la vida tan cruenta y vacía que llevaba, como una especie de forma para autoprotegerse. No obstante, después de casarse y mudarse a su actual país, había sentido una especie de depresión. Quizá por deslindarse definitivamente de Lovro y Olga*…no estaba segura. Lo que sí sabía es que, a pesar de todo, se sentía inmensamente feliz por estar con el hombre que amaba.

Valía mucho la pena estar con él, vivir con él y, sobre todo, compartir una vida con él… Una pequeña y frágil vida que ahora dormía entre sus brazos.

―Irina. ―La profunda e imponente voz resonó en la habitación, sacándola abruptamente de sus pensamientos.

Inmediatamente, la rubia se volvió en dirección a donde se encontraba su esposo, chocando con su penetrante mirada azabache que la reprendía severamente, incitándola a que se diera prisa.

―Entiendo, entiendo… ya voy ―contestó en tono desenfadado, experimentando al mismo tiempo una sensación de calor en su bajo vientre― Vigila a Shiori en lo que me doy una ducha.

Karasuma asintió y dedicó una fugaz mirada a donde su hija dormía, para finalmente regresar su vista al computador portátil.

―Que sea rápido. Tenemos poco tiempo.

Irina cerró los ojos, irritándose un poco por su actitud. Suspiró una vez más y se encaminó a la habitación que ambos compartían desde hace ya seis años.

Lo único que se podía escuchar era el golpeteo constante de los dedos contra el teclado. Un sonido seco y rápido. De una manera ágil, Karasuma tecleaba con su vista enfocada en la pantalla.

Parecía no detenerse, sin embargo había efímeros momentos en los que sí lo hacía, solo para asegurarse de que su hija aún durmiera.

La vio removerse en su sitio, y después soltar leves quejidos. Él se quedó quieto, dándole unos segundos para que se volviera a dormir y no tener que interrumpir sus quehaceres. Y al parecer funcionó, porque la niña solo giró su cuerpecito hacia otro lado y continuó durmiendo, Karasuma suspiró, agradecido.

Desde que Shiori había llegado, todo su mundo se transformó, cambió de color. Evidentemente, la vida como padre era mil veces más pesada que una de soltero común y corriente, aunque, desde el principio, ésta jamás había sido normal, empezando por lo que pasó con el pulpo.

Su entorno sufrió cambios drásticos desde ese momento, hasta convertirse en un constante estrés causado por toda la clase E que, al encariñase con su inusual profesor amarillo, le dificultaba en su misión de salvar la tierra.

Aún recordaba las veces que fue llamado por el Ministerio para regañarlo al no lograr ningún progreso significativo, claro que, lo que ellos no sabían era lo que esos chicos conseguían de manera individual.

Pensándolo bien, eso había sido lo único bueno, y se sentía feliz por ellos.

Ahora no importaban las veces que haya sido reprendido, había valido la pena si eso hacía a aquellos chicos mejores personas. El verdadero problema había sido cierta mujer rubia que desde que su primer plan resultara fallido, no había parado de acosarlo.

Irina Jelavic era una fémina muy hermosa, lo admitió desde el primer momento que la conoció. También, muy capacitada a la hora de asesinar y habilidosa en materia de infiltración y seducción; habilidades que trató de usar con él, pero que no le funcionó.

Al haber sido miembro élite del ejército, recibió entrenamiento especial para no caer en ese tipo de engaños. Él no cayó tan fácil con su belleza ni en sus trucos… no tan pronto. Al final, la muy maldita lo había conseguido. No sabía qué rayos, pero ahora estaban juntos.

El hombre soltó otro suspiro, ahora de cansancio, al recordar esa historia y cómo había sido su boda.* Y qué decir del embarazo.

Aunque no había cambiado mucho, Irina sí que lo había hecho, pero no de la manera que él se hubiera esperado, y la verdad estaba sumamente sorprendido. Seguía siendo una pervertida, sí, y en momentos se pasaba de descarada pero, al final, era una buena madre.

Irina no se daba cuenta, pero él siempre la analizaba en silencio. La observaba cuando ésta se distraía pensando en quién sabe qué cosa, y con Shiori entre sus brazos, arrullándola. La imagen que daban su esposa y su hija era muy tranquilizadora, le daba paz y lo hacía sentirse satisfecho. Nunca se lo había dicho, pero él era feliz con la vida que tenía.

Ella se esfuerza en ser buena esposa, cuidaba de su hija lo mejor que podía, le presta atención y pasa tiempo con ella; se esmera en su trabajo y no había tardado en acoplarse a la cultura japonesa. Algo que Karasuma siempre le agradecería.

De repente dejó de teclear, para fijar su vista en un reloj de pared: las 4:18 pm.

Ya habían pasado 20 minutos desde que Irina entró a la ducha. Debería de haber salido ya, e incluso estar lista, pero no había rastro de ella, de hecho, todo el departamento estaba en completo silencio, y eso era inusual considerando lo escandalosa que podía llegar a ser esa mujer.

Karasuma agudizó el oído y le pareció escuchar un leve sonido, apenas era audible, pero estaba seguro que se trababa de la regadera.

―¿Cuánto más piensa tardar?

Se levantó del comedor, cerró su laptop y se dirigió al espacioso corral para bebé instalado frente al sofá, donde su hija mayormente jugaba. Se cercioró de que ésta continuara durmiendo, y como buen padre primerizo-paranoico, que respirara.

Shiori ya no era un bebé, bueno sí lo era. Pero ya no un recién nacido que cualquier cosa la podría dañar. Pero eso no le importó y de todas formas colocó peluches y almohadas a su alrededor, por si acaso. Acarició delicadamente su carita cuidando de no despertarla, y fue a ver qué entretenía tanto a Irina.

―Nos estamos quedando sin tiempo, ¿qué diablos la demora tanto?

Karasuma no se imaginaba por nada del mundo lo que se encontraría.

Al llegar a la habitación, lo primero que notó fue la puerta completamente abierta, ingresó encontrando la cama perfectamente tendida, sin ropa sobre ella, armarios cerrados, y sin rastro de Irina o de que se estuviese arreglando.

Volteó a su izquierda, topándose con la puerta entornada del baño. "Por eso se escuchaba hasta el comedor."

Ahora que estaba cerca, podía escuchar más claramente el agua que caía de la regadera. Por lo cual, era obvio que la mujer aún se encontraba dentro. Karasuma frunció el ceño, se tocó la sien y soltó otro suspiro frustrado. "Esta mujer, le dije claramente que…"

El regaño mental del hombre paró, haciendo que levantara la cabeza de golpe. Creyó casi por un segundo haber escuchado un lamento. "¿Sería Shiori?" pensó.

"Es demasiado pronto como para que haya despertado". Giró la vista al pasillo, que bien se podía ver desde dentro del cuarto, pero no percibió nada más, y, a decir verdad, de haber sido la bebé, no serían lamentos, sino berridos descontrolados.

Guardó la calma y decidió que lo mejor sería apresurar a su esposa. Se estaba tardando, a este paso serían los últimos, y él no quería eso.

Se encaminó al baño lentamente, no sabía por qué lo hacía de ese modo. La puerta se encontraba a menos de un metro y su cuerpo se decidía por dar pasos pausados.

Cualquiera que lo viera en esa situación, pensaría que la estaba espiando.

Quitó esos pensamientos de su mente y con su mano tomó el pomo de la puerta. La abrió despacio. Sus ojos buscaron la figura de la mujer entre el vapor caliente que abarrotaba el lugar.

De pie ahí, bajo de la regadera estaba Irina. El largo cabello rubio cubría su espalda y caía a ambos lados de su cara. La mujer, ligeramente inclinada, reposaba su mano en la parte más baja de su vientre, acariciándose cuidadosamente.

Karasuma quedó perplejo ante esto, apretando su agarre en la puerta, la cual no había logrado abrir por completo. No supo por qué, pero lo único que atinó a hacer fue a salir de inmediato; no supo cómo, pero lo hizo sin causar ningún ruido.

¿Qué había sido eso? "Ella estaba…"

No se necesitaba ser un genio para comprender que su joven esposa se estaba dando amor a sí misma.

Dicho de otra manera, se estaba masturbando.

La idea le resultaba impactante. Es decir, verla ahí, con su cuerpo totalmente desnudo y húmedo, su piel pálida que parecía de porcelana, sus rizos rubios ahora lacios debido al agua…

"No pienses más en eso."

¿Qué tenía esto de malo si encajaba perfectamente con la personalidad de Irina? Pues… Nunca la había visto hacerlo.

Bien, debía serenarse, tenían una hija así que el cuerpo de la mujer no le era ajeno. Pero ¿ahora qué? Él solo iba con la misión de sacarla de ese baño, pero terminó como un perrito asustado. Bueno, no exactamente. Pero no encontraba otra forma de calificarlo si había huido.

Parado de espaldas a la puerta, decidió que lo mejor sería dejarla. Que hiciera lo que quisiera, ya le reclamaría más al rato.

Quiso dar un paso, pero sintió algo estorboso y duro entorpeciéndolo. Con miedo bajó la mirada, y se dio cuenta de que tenía un gran bulto entre sus piernas.

―¿Pero qué demonios…? ―soltó de la impresión, pero sin elevar el tono de su voz.

Eso no se lo esperaba, pero a su amigo le había gustado el mini espectáculo y ahora estaba despierto, y aparentemente esperando recibir más.

¿Cómo rayos era posible que solo mirarla unos segundos bastara para provocarle semejante erección? "Mierda."

Karasuma se golpeó la frente, un poco enfadado por lo que estaba sintiendo. Analizando la situación, pensó que el remedio más fácil era darse un duchazo de agua helada, pero Irina ahora ocupaba el baño. Podría ir a la cocina, llenar un vaso y empapar solo su parte baja, el problema es que ésta también mojaría el piso, y él no tenía tiempo para limpiar ni para cambiarse de ropa.

Otra cosa que podría hacer es esperar, sin embargo, sabía que sería doloroso. Muy doloroso. Su última opción era acabar el trabajo manualmente, pero lo consideraba algo muy bajo y sucio; además de que no tenía dónde. (Shiori en la sala, Irina en la ducha pudiendo salir en cualquier momento, en la cocina no… solo quedaba el cuarto de su hija y definitivamente no acabaría ahí.)

―Mhp.

¿Por qué lo hacía? ¿No pudo escoger un momento más oportuno? ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué no espero a la noche cuando todos dormían y él así no se diera cuenta?

Karasuma seguía de pie frente a la puerta entreabierta, no sabía qué hacer ante esa "incómoda" situación, que no debería de resultar tan complicada. (Por el amor de dios ¡eran marido y mujer!)

Aunque debía admitir que había pasado mucho tiempo.

Mucho tiempo desde la última vez que habían estado juntos y su cuerpo ya se lo exigía. Quizá eso era lo que sentía Irina, y por eso tenía que conseguir placer por su cuenta.

"Han pasado dos años" recordó. Sí, bastante tiempo… pero necesitaban descansar. Su trabajo les exigía demasiado, además de que tenían una niña que mantener, entre otras necesidades materiales. Además, para Irina el sexo solo era una diversión, podría pasarse día entero en la cama, ¡hacerlo hasta diez veces al día sin parar! No quería darle el gusto a esa mujer pecaminosa.

―¡K-Karasuma! ―abrió los ojos de golpe al escuchar su nombre en un gemido, parecía que lo llamaba. En un impulso, volvió a entreabrir la puerta del baño.

Ahora ella estaba recargada contra la pared, dejando al descubierto su glorioso cuerpo desnudo.

Irina frotaba su intimidad de arriba abajo, con el dedo de en medio ponía más presión, y de vez en cuando trazaba círculos. También mordía sus labios con fuerza, evitando soltar fuertes gemidos, pero evidentemente esto no era suficiente, ya que uno que otro escapaba de su boca.

El hombre parecía hipnotizado por la belleza exótica de su mujer, tanto que solo permanecía quieto en su sitio, sin expresar palabra. Los ojos de Karasuma seguían cada movimiento hecho por ella. Se tensó especialmente cuando la mano libre de Irina ascendió por su vientre dirigiéndose hasta su pecho, comenzando a tocarlo, masajearlo y presionarlo.

Sus ojos se oscurecieron en deseo. ¿Debía seguir reprimiéndose a sí mismo? Es decir, él a pesar de todo era hombre, con sus bajos instintos latentes que no podía negar.

Él, por más trabajo, responsabilidades y distracciones, por más intentos de hacerse el frío e indiferente para aparentar que el sexo no le interesaba… No pudo contenerse más

Sigilosamente se introdujo en la ducha sin que Irina se percatara, camuflado por el vapor que aún inundaba el ambiente, mientras que en el proceso se deshacía de sus ropas.

La mujer seguía tan entretenida en lo suyo, que no se dio cuenta del invitado que ahora la acompañaba.

―Ahh…Ka-karasum-ma― gemía entre dientes, a punto de llegar a su clímax.

El susodicho se colocó detrás de ella, a milímetros de su piel. La abrazó por la espalda, aspirando el fragante aroma que desprendía, y ésta dio un respingo.

―Soy yo. ―susurró en su oreja.

―¿Karasuma?

La boca masculina buscó el níveo cuello de ella, dándole un húmedo beso que la hizo agitarse de placer.

Irina creyendo que estaba alucinando, ya que lo creía enfadado con ella, jaló con una mano los cabellos de Karasuma, a lo cual éste gruñó en respuesta, confirmando que era real.

―¿Q-qu-é, haces-s? Ah, Karasuma…― apenas pudo preguntar, cuando sintió los fuertes brazos de su marido tomarla de la cintura, una mano fue dirigida hacia abajo, y la otra siguió un sinuoso camino hasta sus senos.

―Shhh. ―dijo, estrujando un redondo pecho y volviendo besar su cuello.

Los expertos dedos del hombre se hundieron en su intimidad, haciéndola retorcerse de la emoción, y casi cayendo por culpa del placer, lo que fue impedido por el cuerpo de Karasuma, que la recargó contra sí.

Irina llevó su mano sobre la que Karasuma tenía en su pecho izquierdo, y lo presionó para que la acariciara, mientras echaba sus caderas hacía atrás y con la otra buscaba apoyo en la pared.

El hombre gruñó de satisfacción cuando sintió el empuje de la mujer. Bajó su mano a la cadera femenina y la acarició posesivamente, acercándola más al bulto erecto que ansiaba salir, pues no había alcanzado a sacarse los boxers. Aun así, comenzó a frotarse contra el trasero de Irina, le apretaba los pechos y pellizcaba sus rosados pezones. Con su boca seguía recorriendo su cuello, dejando marcas rojas en él.

Esto a Irina la volvía loca.

―Ahhh, K-karasuma! ¡Más! Hmmmm ―gemía de gusto. Como su marido mantenía un firme agarre sobre ella, apoyó las dos manos en la pared y lo miró sobre el hombro.

―Anda. Hazlo, soy tuya. ―murmuró, mientras se relamía los labios y lo miraba con deseo.

La tenía a su merced.

―Irina…―gimió Karasuma, y por fin se deshizo de su última prenda―, di mi nombre...

Su miembro por fin vio la luz, y empezó a apegarlo más hacía ella, acomodándose entre sus piernas.

―Ka-¡Karasuma! Por favor…

―No. ―el pelinegro frotó su miembro contra la intimidad de ella, sin penetrarla, pues tenía pensado hacerla sufrir un poco.

―Hmmmp―ella protestó ante el acto, chocando su resbaladizo cuerpo contra el de su marido. Él la sujetó de las caderas, manteniéndola quieta, lo que excitó más a la rubia.

―Di mi nombre. ―bramó sensualmente, frunciendo el entrecejo.

―Ta-¡Tadaomi! Por favor…hazlo.

Él ante eso no la hizo esperar más y se introdujo en ella.

Irina se estremeció al sentir el duro miembro en su interior y soltó un grito de puro deleite cuando Karasuma empezó a moverse.

Primero lo hizo lentamente, cerró los ojos al sentir cómo era aprisionado por las cálidas paredes de su mujer, sin duda era de las mejores sensaciones que había experimentado en toda su vida. Después de un tiempo, el pelinegro comenzó a aumentar el ritmo.

―¡Ahhh…ah ah haaaa… más! mmm―resonaban los gemidos entremezclados dentro de la habitación. A estas alturas, a Karasuma le daba igual si era escuchado o no por algún vecino.

Golpeaba rítmicamente sus caderas contra las de Irina, con las manos recorría su espalda, acariciando su cremosa piel… hasta llegar a su trasero, mientras seguí incrementando el ritmo, haciéndolos enloquecer de pasión.

―Hmmm…¡Ta…da…omi ¡más rápido! ―Irina también empujaba sus caderas, acompasando el ritmo.

De pronto, él se detuvo. Salió de ella.

―¿Qué…qué pasa?―preguntó respirando agitadamente.

Karasuma la tomó en brazos y le dio la vuelta. Ahora estaban frente a frente. Azul contra negro. La mujer se estremeció, pues nunca había recibido una mirada así de intensa de parte de su esposo, parecía totalmente perdido y entregado a la lujuria.

No le molestaba, a decir verdad, lucía más sensual que antes…

"No sé qué rayos le ocurrió pero… me encanta." Pensó Irina, pues parecía hambriento.

De repente la agarró del trasero, alzándola y penetrándola profundamente. La apoyó contra la fría pared del baño, a lo que Irina soltó un fuerte gruñido, cuando se sintió nuevamente poseída por su esposo.

Irina rodeó con sus largas piernas la cintura de Karasuma, que comenzó a hundir su cara en los prominentes senos de ella, besándolos y deleitándose con su sabor salado debido al sudor. Los lamía con vehemencia, mientras entraba y salía de ella. Mordió un delicado pezón, haciendo que la rubia gimiera más fuerte, él también gruñó, sentía que estaba llegando al clímax.

Ella también abrazó a su esposo por el cuello, atrayéndolo más y jalando sus oscuros cabellos. Él trazó un camino desde su pecho hasta su boca, dándole un apasionado beso.

Ante esa acción, ambos aumentaron más el ritmo, hasta que con una última estocada, Karasuma terminó dentro de ella, alcanzando juntos la cima del éxtasis. Sintieron cómo una corriente eléctrica recorría sus cuerpos, dándoles tranquilidad.

Él salió de ella, y se dejaron caer dentro de la bañera.

―Oye…Karasuma…―dijo Irina, cuando sus respiraciones empezaron a regularizarse.

―¿Mmm? ―siseó, distraído.

―¿Estuvo bien?, me refiero a que… ahora sí llegaremos tarde.

¿Lo estaba? Empezó a cuestionarse, y pensó que tal vez se había contradicho a sí mismo al hacer lo que habían hecho… en fin, ya era tarde para arrepentirse. Dirigió su vista a Irina, que permanecía recargada contra la tina de baño, empapada, su pecho aún subía y bajaba rápidamente, dándole un aire muy apetecible. Nunca había notado lo bella que era, hasta que se casó con ella y descubrió cada una de sus facetas. En su rostro se dibujó una diminuta sonrisa.

La mujer se descolocó ante ese acto, sintiendo sus piernas temblar nuevamente, como cuando estaba entre sus brazos. En serio ¿qué habrá hecho querer a Karasuma entrar al baño y tener relaciones con ella?¿Y su hija? ¿Seguiría dormida? ¿O la habrían despertado con tantos gemidos descontrolados?

El hombre desapareció la distancia entre ellos, y atrapó sus labios en otro beso apasionado. Esto tomó por sorpresa a la rubia, nublando así sus pensamientos y casi excitándola de nuevo; pero sabía que tenían que parar. Ya habían perdido bastante tiempo por su culpa.

—Qué importa. —dijo como si nada cuando se separaron.

―¿No estás enojado?

Él quedó pensativo un momento. ¿La verdad? No, en ese momento estaba mejor que nunca. Después de cerrar el grifo, salió de la bañera, dándole una privilegiada vista de su perfecta anatomía a su esposa, que se sonrojó. Agarró una toalla, envolviéndose en ella para secarse.

―¿Por qué habría de estarlo? ―le contestó al filo de la puerta. Entró a la habitación como si nada y comenzó a buscar su ropa. Ella lo siguió corriendo.

—¡Pero…! —Irina encontró su bata y se la puso, pero Karasuma la acorraló cuando quiso salir, colocando un dedo sobre sus labios.

―Shh. Ya te dije que no importa—susurró. Su cara volvía a tener esa expresión ceñuda que congelaba a Irina—. Regresa a la ducha y límpiate.

Él le dio un casto beso y cerró la puerta tras de sí. ¿Limpiarse? ¿a qué se refería? Oh… se percató del líquido blanco que aún escurría de entre sus piernas, además de su abundante cabello mojado. "¡Estoy manchando todo el suelo!" se ruborizó y mejor hizo lo que le ordenaban.

A pesar de toda la locura vivida hace un momento, Irina aún pensaba que todo había sido un sueño. Pero no, no estaba soñando. Se recargó en la pared del baño y, con ademán pervertido, sonrió.

No entendía por qué, pero presentía que las cosas serían un poco diferentes.

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ACLARACIONES FINALES.

Palabras con asteriscos (*)

*Shiori tiene 1 año y 6 meses aproximadamente, así que imaginen el tiempo que Irina ha estado sufriendo xD

*Lovro y Olga. Si bien ellos poseen una relación laboral, siento que Irina, al ya no ser asesina y vivir en Japón, podría llegar a extrañarlos. Y con lo sentimental que es… por eso decidí añadirlos en ese diálogo.

*Solo diré que también tengo un fanfic preparado sobre eso. Espérenlo.(?)

NOTA de la autora.

De verdad que tuve muchos problemas con este fanfic, y más para darle coherencia. Les explicaré un poco: en un principio tenía la idea de un lemon con Irina y Karasuma en la ducha, pero para que no quedara como un Plot? What plot? (¿Trama? ¿Cuál trama?) empecé a replantearme varias cosas, y fue cuando se me ocurrió una trama y lo de ambos pasando tiempo con su hija. Aunque quedó un tanto diferente, porque como ya leyeron, primero solo está Irina con la bebé, y después viene la parte de los pensamientos de Karasuma. Hubo momentos en los que creí que la historia carecía de sentido, por haberla escrito en intervalos muy alejados, entiéndase: comencé la historia en marzo, la dejé tres meses hasta la parte donde Irina dice que se va a duchar; y hace más de un mes reanudé en la parte de Karasuma (una tormenta eléctrica me dejó sin internet xD) y por último el lemon, sin embargo ya no tardé tanto. Después la volví a dejar "reposar" por casi tres semanas, porque el final no me terminaba de convencer. Hoy me animé y la volví a editar y este fue el resultado. ¿Qué tal?

Deben saber que no soy experta escribiendo este tipo de contenido, así que perdónenme si no era lo que esperaban. (?) Otra cosa que quería decir es que en ese tiempo, en marzo o incluso antes, tenía otra visión del KaraIri, (la verdad los empecé a Shippear cuando ella se le declaró en la cena xD) como no había terminado el manga, ni había leído fanfics, mi perspectiva ha cambiado y ahora veo de manera diferente su relación. También me disculparán si quedó OoC.

Sin más qué decir, ¡hasta luego! :D