Experimento T

En un cuarto se encontraba un pequeño niño de cabellera rubia, escondido tras un mueble de gran tamaño color blanco al igual que el color de las paredes y cobijas de la cama en la gran habitación, en la cual no se podía distinguir la puerta, una escasa luz era la única que producía el suficiente resplandor, pero no lo necesario para aquel pequeño rubio.

- Sal - dijo una voz proveniente de un parlante pegando a una esquina de la gran habitación.

El pequeño cuerpo joven salió de su escondite dejando ver un cuerpo sumamente delgado pero sin tocar los huesos, su piel era pálida y a simple vista suave y delicada, tenía unos ojos raramente grandes de color verde esmeralda enmarcadas por unas delgadas cejas rubias como su pelo, su cara demostraba unas finas expresiones tan angelicales que mantenía a uno mirando por horas y nunca aburrirse, pero esos finos rasgos se deterioraron al ver la cámara que perturbaba su privacidad, en su rostro se podía ver temor y sus ojos amenazaban con derramar un mar de lágrimas, en sus mejillas levemente rojas.

- aaagh! - es lo único que puedo escapar de esos pequeños y carnosos labios que poseía el menor.

- los doctores ya viene, compórtate -la voz soltaba las palabras con cierto tono cansado y enojado, una mescla que causaba pequeños espasmos al menor.

- n-no por favor – las palabras salían en pequeños susurros que a duras penas se pudo escuchar, el menor se notaba asustado, su temor lo llevó a cometer un impulso, haciéndole meter debajo de la cama, buscando un poco de protección.

- calla no seas patético ya has las cosas más fáciles, ok?-

- n-no – mientras el pequeño hablaba se pudo escuchar el seguro de la puerta abrirse, el cuerpo del rubio se tensó – no ngh n-no más – sus palabras fueron en vano, pues los hombres ya entraron en su cuarto y con ellos acompañándolo un olor a cloroformo, algo que al pequeño nunca le agrado.

En la habitación se podía ver a tres hombres vestidos con largas batas blancas y un tapa bocas azules, en sus manos se podía ver una cuerda muy usada y sucia con manchas rojizas, tal vez la sangre de sus antiguos intentos de liberarse de aquella tortura, que atormentaba sus sueños convirtiéndolos en pesadillas. El pequeño solo pudo cerrar los ojos antes de ser agarrado de los tobillos sin ningún cuidado para arrástralo a la fuerza, al ser expuesto, sintió como un ardor se prolongaba en sus muñecas y pies por causa de las fuertes ataduras que producía esa asquerosa cuerda. El rubio ya no pudo contenerse más y exploto en llanto sus verdes ojos ahora rojos por las lágrimas, miraban aquella cámara que lo vigilaba día y noche sin descanso, trasmitía su dolor y odio así aquella que sea la persona encargada de todo eso, de toda su tortura, de todas sus pesadillas y desvelos, de toda su amargura, pero sobre todo, toda su soledad, si, soledad eso es lo que más lastimaba a aquel rubio, estar solo en aquella habitación, siendo vigilado como un bicho raro o algo parecido, toda su ira estaba solo dedicada a aquella persona que lo metió aquí, los doctores, los sicólogos, ninguno era tan odiado como el… Craig Tucker.

Fin.