Capítulo 1 Ayudando Extraños
Llevaba horas caminando de un lado para el otro, por todo el desordenado apartamento de su hermano. Se estaba desesperando y más cada vez que veía los cuerpos de sus hermanas y su madre. Si seguía ahí, se volvería loca. Decidida a no pasar un minuto más allí tomó sus cosas y salió del apartamento; recorrió varias calles, tomando lo que le podría ser útil. Escapando de los caminantes, mordedores o como quiera que los vimos los llamaran.
Días, desde que dejó el apartamento, habían pasado. Estaba completamente sola. No sabía bien cómo pero se libraba fácil de esas cosas, tal vez porque parecía uno de ellos, quien sabe. Por el día andaba lejos de la ciudad y en la noche dormía en lugares seguros, que ella misma limpiaba –matando caminantes- y los acondicionaba para su estancia. Nunca permanecía en un mismo lugar por más de un día, ya había aprendido la lección.
Se alejaba a las afueras de la ciudad, usando una bicicleta como medio de transporte, decidió quedarse por allí. Tenía que empezar de nuevo, buscar un nuevo grupo. Alejarse de Atlanta era lo mejor que podía hacer. Intentó irse pero no podía ir muy lejos sabiendo que dejaba su hogar atrás. Así que esperó. Días más tarde, vio como la ciudad de Atlanta era bombardeada. Su corazón se rompió en mil pedazos al pensar que su hermano podría estar allí, vivo. Había decidido en el último momento no unirse a la gente de la carretera y permanecer, estúpidamente, con la esperanza de encontrar a su hermano. Se estaba aburriendo de la soledad. Iba armada con una pistola que le había quitado a un caminante, tenía aun un cartucho sin usar y unas seis balas le restaban a la pistola. Además, llevaba un revólver, y bastante munición. Llevaba un walkie-talkie un par de botellas de agua y muchas barras energéticas. Todo estaba en una mochila que se cruzaba por su pecho, y en otra mochila más grande –que cargaba en la espalda- llevaba cambios de ropa y una sábana, sus lentes y un libro.
Los días habían pasado y sus esperanzas se habían reducido considerablemente, hasta que escuchó un caballo relinchar. Pudo ver claramente la escena, el hombre caía del caballo, los caminantes se acercaban a ellos, el hombre era salvado por la gracia de Dios, ya que esas cosas devoraban el caballo. El hombre se escondía un tanque que había. Luego había un disparo, caminantes rodeándolo. Estaba perdido. Pero al parecer no era así, salió corriendo y entró a un callejón. Mikaela supuso que se había encontrado con alguien. Trató de comunicarse con el radio, pero solo había estática.
Desde el edificio donde se encontraba vio a un hombre en la azotea, disparando a los caminantes con un rifle. Estaba loco, llamaba la atención de esas cosas. Después de que lloviera brevemente, vio como el sheriff y un chico, al que no pudo ver bien, llevaban una camioneta, luego la alarma de un carro, la verdad, todo pasó muy rápido. Y ella seguía allí.
La noche calló.
Ela, despertó de un brinco al escuchar gritos rabiosos de alguien. Asustada subió a la azotea. Y ahí estaba un hombre gritando bajo sol. Quería ayudarlo pero no podía. No sabía cómo. Gritos de dolor. Se puso muy nerviosa, no sabía qué hacer. Minutos después, Mikaela, decidió darse la vuelta, tal vez podía encontrar a alguien y ayudarlo o algo por el estilo. Los caminantes lo hacían todo más difícil. Para su sorpresa, solo encontró a un hombre sangrando en la calle. Al parecer estaba perdiendo la fuerza. Estaba débil, quemado del sol y sin una mano. Contemplando su revólver. ¿Se iba a suicidar?, se preguntó.
- ¡Por Dios! –Exclamó llevándose las manos a la boca.- ¿Qué te pasó? –le preguntó al hombre que se agarraba la… bueno, el muñón. Se inclinó a su lado.
- Estúpida mujer, no ves que… -murmuró algo que Ela no entendió. Debía estar muy débil.
- ¿Qué hago? ¿Qué hago? –Se preguntaba a sí misma.- Hay que… cauterizar eso. –exclamó más bien para sí misma, poniendo en alto su dedo índice, como cuando se te ocurre una gran idea.- ¡Oye, tú…! –Le dio pequeñas palmadas en las mejillas al hombre.- No te muevas de aquí, ya vuelvo. ¡Ah, y no te duermas!
- ¡Estúpida… ya cautericé! –la chica lo miró confundida. Era cierto, tonta, no se había fijado. Se veía muy deshidratado.
- Bien… -se mordió las uñas nerviosa.- ¡Vamos! Levántate. –ayudándolo a levantarse, el hombre era muy grande y estaba mareado, se le haría difícil. - ¿Puedes andar?
- ¡Carajo! –dijo viendo atrás. –Ahí vienen esos malditos bastardos. –refiriéndose a los caminantes. Caminaron un poco –o más bien trotaron, ya que el hombre no podía correr- y doblando la esquina, un poco alejado a la entrada a la ciudad, en las vías, había una camioneta. Un camión de carga más bien, de alguna compañía de construcción o de carga.- ¡Ahí! –Señaló con la cabeza.- Ese es nuestro boleto de salida… -estaba a punto de desmayarse.
- Ok, ok… solo un poco más, no te desmayes aun… -el hombre gritaba insultos, tanto a la chica como a los caminantes.- O me dejas de insultar o te hecho a esas cosas. –Sentenció mirando al hombre seriamente. Subieron. - Tal vez debería dejarte morir… -lo miró de reojo, encendiendo el motor.
- Bien, bien… -fue lo único que dijo recargándose en el asiento, se veía muy mal. Honestamente Mikaela pensaba que moriría.
- Soy Mikaela. –le dijo sin apartar la vista de la carretera. –Para mi familia y amigos cercanos, Ela.
- Merle, Merle Dixon. –pronunció entre quejidos. Ela, le dio un vistazo rápido, ese hombre parecía ser delincuente, pero al mismo tiempo parecía llevar una coraza.
- Bien Merle, me he propuesto salvarte, ¿ok? –Él solo la miró raro.- ¿Cómo fue que llegaste a esta situación? –trataba de mantenerlo despierto.
- Un maldito sheriff, me dejó esposado en el techo del edificio… muñeca.
- Sí, los vi salir… -asintió lentamente.
- Y un bastardo negro botó la llave de las esposas por el desagüe. Apropósito. –aseguró gritando molesto.
- Así de bien te portaste con ellos. –Dijo sarcástica, el hombre la fulminó con la mirada.- Vamos, Merle, ambos sabemos que no debes ser un santo. –juzgó la joven.
- ¡Cállate zorra! ¡Tú no me conoces! –la chica detuvo la camioneta y miró seriamente al hombre.
- Bájate. –ordenó sin mirarlo. Merle la miró boquiabierto.- Y cuando lo hagas voy a tocar la bocina muy fuerte para atraer a los caminantes y que te coman. –volteo a verlo.
- No tienes que hacerlo… –le costó pronunciar, tal vez por el orgullo o tal vez por la debilidad. No podía deshacerse de ella, aun no tenía fuerzas. Se libró de aquellos caminantes solo por la adrenalina que corría por su cuerpo.
- ¡Maldición! Salvé tu maldito trasero ¿y así lo agradeces? –Golpeó el volante. Pensó en otra cosa para calmar su enfado.- Necesitas vendas, antibióticos y sobre todo… necesitas comer. Te ves fatal.
- ¡Gracias muñeca! –dijo burlonamente, con debilidad en su voz. Ella simplemente lo ignoró.
- Ahí hay una farmacia, tal vez… no hayan muchos caminantes. –miró la calle y la farmacia, sujetándose al volante. – Ni se te ocurra irte sin mí. –le advirtió al hombre.
- Bien muñeca. – soltó con tono pícaro. A Mikaela le faltaba mucho por conocer a ese tal Merle Dixon. Y sabía que le esperaban muchos dolores de cabeza con ese hombre.
Bajó de la camioneta silenciosamente, armada con una pistola y un tubo metálico, que encontró tirado. Se acercó mirando por las ventanas, se veía despejado, entró sigilosamente, el cristal de la puerta estaba roto, posiblemente, por saqueadores. Encontró una mochila que le servía justamente para lo que buscaba. La sacó del paquete, estaba nueva. La abrió y saco esos molesto papelitos que siempre traen adentro. Recorrió toda la farmacia en busca de medicinas, vendas, agua y cosas de comer. Revisó el mostrador y sonrió victoriosamente, había encontrado un arma. Si había un arma, había munición, dedujo. Así que entró a la oficina. Revisó las gavetas y sí, ahí estaba la caja. Un olor fuerte acaparó su sentido de olfato mientras unos ruidos asquerosos inundaban sus oídos. Al darse la vuelta, vio a un caminante que se acercaba, anteriormente farmacéutico, y posiblemente, el dueño del lugar. Le daba asco, estaba peor que los que había visto antes, se tapó la boca intentando ahuyentar sus enormes ganas de vomitar por el fuerte olor. No era el momento. Levantó el tubo como si fuera un bate de béisbol y lo golpeó hasta que vio su cráneo destrozado. Al verlo tirado, inmóvil, decidió revisarlo. Tenía más balas encima, dentro de su bata. Lo miró unos segundos y comenzó a vomitar. Cuando comenzó a hacer práctica en el hospital, había visto cosas asquerosas pero ninguna como esta. El olor, su aspecto putrefacto, su ropa hecha un desastre, en fin todo, le provocaba nauseas. Se apuró a salir de allí con su nueva mochila llena de cosas. Y su ropa salpicada de sangre.
Antes de volver se aseguró de buscar algo más.
- ¿Sigues vivo? –preguntó asomándose por la ventana donde estaba Merle, con los ojos cerrados, que los abrió cuando la escuchó, pegándole tremendo susto.
- ¡Coño! Si no me muero por desangrarme o porque un bastardo de esos me muerda, me muero por un susto por culpa tuya. –se veía un poco mejor.
- Lo siento. –se disculpó mientras daba la vuelta y entraba a la camioneta.- Te quejas mucho. –La fulminó con la mirada.- Te traje antibióticos. –le pasó dos capsulas y le dio una botella de agua. El hombre las aceptó y las ingirió.- Bien, ahora dame tu muñón. –sacó las vendas y gasas, algodones, alcohol y comenzó a limpiar. Untó antibiótico y vendó.- Traje bastantes vendas. Hay que oxigenar la herida para que no se infecte y mueras. –le dijo quitándole la botella de agua y dándole un sorbo, sosteniéndole la mirada, al principio le vio con mala cara y luego solo asintió. –Hay que hacer algo con tus quemaduras. –viendo la frente y hombros de Merle.
- ¿Eras enfermera, doctora o algo así? –decidió preguntar. Mientras Ela, con un algodón ponía un poco de crema humectante sobre las quemaduras.
- Faltaba poco para que me graduara de enfermera. Hacía cinco meses que había empezado las prácticas en un asilo de ancianos. Y en un hospital. –Ela sonrió al recordar a los ancianos con los que se la pasaba casi todo el día.
- Que bien… -miró a cualquier otro lado, para luego encontrarse con la mirada expectante de la chica.- ¡Te imagino con el uniforme! –Hablando con un hombre como Merle, no es difícil imaginar lo que pasaba por su pervertida mente.- Hace dieciséis meses había salido de la maldita cárcel. –ella lo miró seria por algunos segundos y luego soltó una carcajada, él la miró confundido. –También tengo experiencia militar. –agregó.
- ¿Por estar en una cárcel militar? –él se encogió de hombros. - Y terminaste esposado, en un tejado, sólo. Rodeado por caminantes. Y todo por no saber comportarte. –soltó otra carcajada. Él solo gruñó.
Mikaela insistió en que él debía cambiarse la camiseta al menos y mantener inmovilizado el brazo hasta el próximo cambio de vendaje. Atando unos pañuelos de colores llamativos rodeó el cuello de Merle para que mantuviera su brazo inmóvil, pegado al pecho.
La noche había caído y el silencio los acompañaba. Mikaela le había contado que anterior mente había estado en un grupo y por diferencia de opiniones se había separado de ellos.
- Quiero volver al campamento… -soltó Merle, que descansaba en su asiento, rodando la cabeza para mirarla.
- ¿A vengarte de esa gente o…? –levantó una ceja.
- No. Quiero ir por mi hermano. –Tensó la mandíbula.- Ni siquiera sabe que ese maldito policía me dejó en el tejado. Ni siquiera se molestaron en buscarme, en regresar por mí.
- ¿Cómo lo sabes? No te quedaste a esperarlos.
- Bueno preciosa, no me iba a quedar esperando a que me comieran los bastardos. –ironizó.
- Cierto, pero haberte cortado la mano… -apretó los labio, le daba pena ese hombre, a pesar de todo.
- ¿Qué querías que hiciera?
- No te juzgo Merle, cualquier persona con miedo lo hubiese hecho…
- ¿Me estas llamando miedoso? –se enfadó. Acomodándose en su asiento.
- No Merle, creo que fuiste muy valiente. Y el valor viene del miedo. Apuesto que solo pensabas en volver con tu hermano, ¿verdad? Tu miedo a morir solo en la azotea… y no volver a ver a… -pausó para que Merle dijese el nombre de su hermano.
- Daryl, se llama Daryl.
- Bueno pues, y no volver a ver a Daryl, fue lo que te hizo valiente, tomaste la decisión de cortar tu mano.
- Debemos ir al campamento… -frunció el ceño. –También debo ir por mi moto.
- Claro, mañana en la mañana. Y… no les hagas nada. Debe haber otra forma de solucionar todo esto con el sheriff y el grupo… ¿no?
- No lo creo niñita. –se acomodó en su asiento dándole la espalda, dando por terminada su conversación.
- Merle… -dijo en voz baja mientras con su dedo índice tocaba el hombro del mayor de los Dixon.
- ¿Qué quieres ahora?
- Voy al baño. –agarró su mochila, donde llevaba las armas y sacó una linterna, ya que estaba oscuro.
- ¿Quieres que te lleve o qué? –la chica solo bufó y rodó los ojos mientras salía del camión.
La joven de cabellera castaña salió en dirección a los árboles, pero sin alejarse del camión.
- ¿Cómo te sientes? –preguntó al entrar, echando el asiento del piloto hasta atrás para poder acomodarse, y dormir.
- Estaría mejor si te callaras. –rodó los ojos. Hacía rato intentaba dormir y ella seguía hablando.
- Claro, claro… -dijo extrañamente feliz.
- ¿Estás drogada o algo así? –ella volteó a verlo ofendida.
- Claro que no…
- Oye, yo sé de drogas y tú estás drogada. –enfatizó la palabra 'tú' y luego soltó una risilla, con un poco de dolor.
- Cuando salí a hacer mis necesidades… -Merle hizo un ruido raro, se burlaba de ella por su fina forma de hablar.- Encontré unos hongos. –Merle levantó una ceja.
- ¿Te quedan? –Mikaela rió, tomó su mochila y sacó una pequeña bolsita de plástico que dejaba ver claramente los hongos. – El maldito sheriff tiró mis cosas por el tejado. –gruñó molesto. La chica le pasó los hongos.
- No te los acabes. –Quitó el paño que Merle tenía en la frente y lo mojó.- Espero que no te mueras y te conviertas. –él solo gruñó mordiendo un hongo.
- ¿Cómo es que…? –quiso saber el hombre sobre su nuevo descubrimiento.
- En la escuela uno aprende cosas… más de lo que ensenan los maestros… ¿no? –el hombre soltó una carcajada incrédula.
- No pareces esa clase de chica.
- No lo soy. –aseguró. – Ellos hacían sus cosas yo no. Sé que hongos afectan y cuáles no. Estos no lo hacen. –dijo con media sonrisa. Merle frunció el ceño. – Solo son hongos. –se encogió de hombros. – Tal vez los primeros que comimos sí. –dijo finalmente para luego cerrar los ojos.
- Cojones. –rió Merle para luego imitarla.
Quizás media semana había pasado desde que Mikaela y Merle se habían juntado en ese viaje por su nuevo futuro. Ciertamente no habían podido ir hacia el campamento donde Merle se encontraba pues los caminantes los empujaban en sentido contrario.
Una mañana, Ela despertó porque un hombre, de lentes y cabello rojizo, tocó con sus nudillos la ventana donde estaba Mikaela. Haciéndola dar un brinco.
- Lo siento, no quise asustarte. –Dijo apenado.- Soy Milton Mamet, estoy con unos hombres y bueno, buscamos sobrevivientes. –la muchacha asintió dudosa, miró a Merle que roncaba. Había dormido toda la noche por primera vez desde que iban juntos.
- Nosotros lo somos. –Sonrió.- Soy Mikaela, Mikaela Dixon. –Bajó de la camioneta y le ofreció la mano al hombre que la estrechó con una sonrisa. Lucía amable. - Y no te preocupes por asustarme, en estos días, cualquier ruidito asusta.
- ¡Milton! –Llamó un hombre alto, bien parecido, de ojos azules, parecía una buena persona.- ¿Qué tienes ahí? –sonrió a la chica.
- Se llama Mikaela. –dijo nervioso.
- ¿Estás bien? –preguntó amablemente.
- Sí, gracias… esto… tengo un herido. –Los hombres la miraron preocupados.- No está mordido, es solo que se quedó… atrapado y se tuvo que cortar la mano. Necesita ayuda. Medicamentos y eso. –El hombre alto asintió.- Además, esta quemado del sol. –agregó.
- Llámalo. –escudriñó a la inofensiva joven. - Vendrán con nosotros. –la chica sonrió ampliamente, mientras ese hombre observaba su alrededor.
Ella había ayudado a un extraño y ahora un extraño los ayudaba a ellos.
- ¡Merle! –Lo movió por los hombros, él solo se giró.- ¡Idiota, levanta! Tenemos ayuda… iremos con un grupo. –Él solo gruñó.- Podemos curarte mejor la herida y después buscar a Daryl. –Entonces abrió los ojos ante la mención del nombre de su hermano.- Muévete. Y si te preguntan… eres mi padre. –le dijo al oído.
