Temática: Internet.

Título: Páginas interesantes.

Personajes principales: Lani, Thoma, Ray, Don, Nat, Norman.

Personajes secundarios: Carol, Emma, Anna, Gilda, Isabella.

Pairings: Mención de Norman x Emma.

Línea de tiempo: Semi-AU. Fuera del mundo demoníaco; cinco años después del arco actual (lo que quiere decir que Norman, Emma y Ray tienen 18, Don y Gilda 17, Nat y Anna 16 y Thoma y Lani 13)

Advertencias: Disclaimer Yakusoku no Neverland/The Promised Neverland; los personajes no me pertenecen, créditos a Kaiu Shirai y Posuka Demizu. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. Semi-AU [Universo Alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas y nada románticas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.

Clasificación: T

Categoría: Comedia, Amistad.

Total de palabras: 2820

Notas: alguien tenía que escribirlo ╮(╯▽╰)╭


Lani y Thoma ríen de manera pícara, lanzándose entre sí miradas de complicidad. A sus próximos catorce años siguen manteniendo su carácter tan infantil de siempre, así que a los demás niños de la casa no les parece realmente extraño el verlos así de raros esa tarde.

—Esto definitivamente deberá funcionar... —murmura Thoma, sujetando el teléfono entre sus manos y tocando un par de teclas en la pantalla táctil.

—Sí, pero asegúrate de que sea anónimo... —reitera Lani, levantando un dedo de manera seria. Luego de unos segundos, ambos vuelven a reírse mientras observan el celular entre sus manos.

Casi pareciera que se asoman colas y alas de demonios en el par de jovencitos.

—Bien, ahora sólo tenemos que reunirlos. —Alega el azabache, y su compadre asiente de manera decidida. Así, ambos salen corriendo en busca de las próximas víctimas de sus travesuras.

—¡Don! —Gritan ambos chiquillos al ver pasar a su hermano mayor por un pasillo. El moreno enseguida se detiene, y junto a Carol en sus hombros, observan a Thoma y Lani con curiosidad—. ¡Norman quiere verte en diez minutos en su oficina!

La expresión del chico se vuelve sumamente nerviosa, y parece sudar bastante de pronto.

«¿Será que ya notó que rompí su taza con la inscripción de El Hitler #1?» se pregunta en el interior, deseando con todas sus fuerzas que no se trate de eso. Pero por las caras divertidas de los niños, sabe que podría ser probable que solo se trate de esa cosa, y que Norman lo sabía.

Estaba muerto.

—¡E-entendido! —balbucea el moreno, dándose vuelta rápidamente con Carol, y corriendo lejos.

El par se ríe con diversión pintada de manera malvada.

. . .

—¡Hey, Ray! —llama Thoma desde el marco de la cocina.

El aludido deja de revolver la olla llena de comida, y le mira, esperando a que le dé una buena razón para obligarlo a detenerse de su querida labor.

—¡Norman quiere hablar contigo de algo! ¡Quiere que vayas a su oficina en cinco minutos!

—¿Ah? —Hace una mueca de enojo, y una venita parece resaltar en su frente. Enseguida apunta con la cuchara al niño—. ¿Y por qué no viene él aquí si es que quiere hablar? —inquiere, molesto, poniendo una mano en su cintura.

Isabella, quien cocina a su lado, se ríe con la imagen de su hijo actuando como una madre amargada.

—¡Dice que es algo importante! —insiste Thoma, fingiendo interés y emoción.

Ray baja la cuchara y suspira largamente.

«De seguro es para lloriquear otro rato porque Emma sigue viéndolo como un hermano» gruñe en su interior, un tanto harto de esa idea. Ya era la quinta vez en la semana que debía ser el hombro donde llorase el desesperado y solitario albino, y eso que apenas era martes.

—¡Entendido, Thoma! ¡Dile que allá estaré!

El niño asiente una y otra vez, y luego sale corriendo de allí.

—Sólo no te lleves el delantal. —Recuerda la mujer con diversión, y enseguida Ray observa la prenda que trae encima.

Sí, el delantal rosa con dibujos de conejitos que tanto ama usar para cocinar.

Sus orejas se vuelven rojas, y, tratando de conservar su dignidad masculina, sigue revolviendo la sopa mientras se niega a ver a la mujer.

—Sólo lo uso porque es muy útil. Tiene bolsillos para guardar los condimentos.

Isabella sólo se ríe de las mentiras de su niño.

. . .

—¡Nat, Norman necesita verte en la sala en cinco minutos!

El pelirrojo suspira largamente, y deja de tocar el piano. Se acomoda el cabello y da media vuelta, observando a Lani con una sonrisa animada.

—Por favor, dime que no quiere que le enseñe a tocar otra pieza de Beethoven sólo para impresionar a Emma.

Lani se carcajea sin vergüenza, pero niega repetidas veces.

—¡Es algo más! Así que no tardes.

Nat no tiene de otra que sonreír en rendición, y terminar asintiendo.

En el fondo sabe que solo podría ser eso.

. . .

—¡Ah! ¿Norman también te llamó? —pregunta Don, apuntando a Ray mientras que con la otra mano sostiene a Carol.

—¿Cómo que también? —inquiere el azabache, enarcando una ceja. Su amigo ríe nervioso y se rasca la nuca, sin saber cómo contestar a eso.

—¿Qué hacen aquí ustedes? ¿También fueron llamados por Norman? —interroga de repente Nat, apareciendo entre ambos jóvenes.

Todos se miran entre sí, confundidos con la situación en la que están, ya que tienen en cuenta que Norman no es alguien que llama a todos de la nada, y menos si ese "todos" sólo se trate de los chicos más grandes de la casa.

Pero ahora tenían más curiosidad todavía.

—¿Entramos ya? —sugiere Ray, apuntando a la gran puerta de madera, la entrada a la oficina de Norman, donde estaba mayormente prohibido pasar sin consentimiento del dueño.

Los tres terminan encogiéndose de hombros, y es Nat quien da el primer paso.

—Norman, ¿acaso nos llamaste a to-?

No había absolutamente nadie dentro de la habitación.

—¿Eh?

—¿Y Norman?

—Agh. ¿Para esto me sacan de la cocina? ¿Saben qué? Ya me harté. Se quedan sin postre hoy.

—¡¿Qué?! ¡Pero si yo no hice nada! ¡Carol tampoco!

—Cállate, Don. Carol sí tendrá postre.

—¿Y por qué solamente Carol?

Y en tanto ellos dos empiezan una discusión sobre la injusticia de no comer postre y la inocencia de Carol, Nat se adentra más en el cuarto, observando todo y tratando de encontrar pistas acerca del engaño y la razón de por qué los necesitaría a los tres allí, pero sólo halla la computadora encendida una vez se acerca lo suficiente al escritorio.

Y al darse cuenta de la página de Internet en la que está, sus ojos se abren desmesuradamente. Su cubre la boca, mostrando una expresión de lo más sorprendida.

—Chi-chicos... —los llama de manera temblorosa, y ellos detienen su discusión para mirarle, notando enseguida su extraño estado—. ¿N-no quieren ver esto?

Don y Ray se miran entre sí por un segundo, indecisos, y luego van corriendo enfrente la computadora al igual que su compañero pelirrojo. Enseguida el moreno le cubre los ojos a Carol mientras una expresión de horror cruza por sus facciones, y en cuanto a Ray, pues él abre la boca en completo silencio.

—¿Qué demonios...? —Murmura el azabache, sin poder creérselo realmente. Rápidamente extiende su mano al mouse del portátil y se dirige a la otra pestaña del navegador—. Norman... él...

—¿Qué están haciendo aquí?

Todos quitan la vista del ordenador para pasarla en el albino, quien, parado en el marco de la puerta, les dirige una mirada de muerte a todos los intrusos dentro del cuarto. A lo que ellos tiemblan al sentirse sin escapatoria y directo a una muerte segura.

O, bueno, no tanto en realidad. Después de todo, ya no estaban en el mundo de los demonios.

Igual, Norman era muy aterrador cuando se lo proponía.

¿Deberían empezar a correr por sus vidas?

Pero Ray tiene una mejor idea, así que, poniendo un rostro tan serio y molesto como el que suele usar Isabella para regañar a los niños, agarra el portátil y lo da vuelta, enseñándoselo al albino, quien en un parpadeo cambia su expresión iracunda por una de sorpresa mezclada con miedo.

—Norman —lo nombra, casi con voz de ultratumba—, ¿podrías explicarnos por qué estás tratando de comprar trajes de baño con estampados de jirafas?

Se forma un largo silencio.

Norman desvía la vista hacia cualquier lado, mientras tiembla un poquito. Don y Nat están curiosos de su respuesta. Ray espera, no tan pacientemente. Y Carol... bueno, ella solo mira de aquí para allá sin entender qué le pasa a los chicos.

—P-pues... —tartamudea el albino, empezando a jugar con sus manos—... era un... ¿regalo para Emma? A ella le gustan las-

—Norman —lo interrumpe su (no) tan fiel amigo—, estos son trajes de baño masculinos, no me trates de idiota.

El aludido ahora tiene la cara tan roja como un tomate maduro, y sin ser consciente, empieza a balbucear cosas sin sentido y que en realidad no se entienden para nada. El moreno y el pelirrojo dentro de la oficina quieren reírse, pero de la pena por su siempre tan calmado Norman que en ese instante parecía llegar a tener una crisis nerviosa en cualquier segundo.

Entonces, cuando todos notan que sería imposible sacarle la información al pobre albino, Ray decide suspirar con resignación y volver a dar vuelta la computadora, para empezar a cerrar las pestañas de compras una por una, bajo las estupefactas miradas de Nat y Don.

Carol sólo observa en silencio el pajarito que vuela cerca de la ventana que hay atrás de ellos.

—¿Ray? ¡Ray, espera! —El Hitler Albino (apodo cariñoso de parte de Lani y Thoma) enseguida se da cuenta de lo que está haciendo su amigo, y trata de detenerlo, pero para cuando ya lo ha apartado del aparato, no encuentra nada—. ¡¿Qué hiciste?!

—Cancelé todas tus compras. —Declara en modo neutral.

—¡¿Por qué hiciste eso?! —grita, un poco fuera de sí.

—Ibas a espantar a Emma si comprabas algo como eso. —Explica, todavía en modo neutro, cual robot sin sentimientos.

A veces Norman piensa que Ray de verdad es eso: un maldito robot sin sentimientos humanos.

Aunque al final siempre terminaba teniendo razón. Por lo que sólo le queda suspirar, cansino, y resignarse a su destino sin su nuevo traje de baño de jirafas especialmente adquirido para llegar a atraer a Emma cuando fueran a la playa.

—No era necesaria tanta maldad.

—Bueno... Ya que estamos, ¿para qué nos llamaste, Norman? —inquiere finalmente Nat, quien se acomoda en el único asiento tras la mesa, y se cruza de brazos, mostrando una pose muy genial.

Pero el nombrado muestra una expresión de confusión.

—¿Llamarlos? Yo no llamé a nadie. —Aclara, mirándolos a todos, curioso.

—Pero si Lani y Thoma nos lo dijeron. —Trata de explicar el cocinero de la casa.

—Yo no hablé hoy con Lani ni Thoma.

Los cuatro varones se miran entre sí un par de segundos, esperando quizás que alguno tenga una idea real de lo que estaba sucediendo, o que soltara toda la broma. Pero nadie tenía nada que ver así que solo eran un cuarteto de idiotas con una niña en medio que no debería estar con tan malas influencias.

—Es otra broma pesada de esos dos... —masculla Ray, sobándose el puente de la nariz para controlar sus ganas de ir a incendiar a alguien con el aceite de la cocina.

De repente un sonido de pajarito suena de la computadora, y llama la atención de todos ellos, en especial la de Carol, quien animada nota una lucecita parpadear en la pantalla del ordenador.

—¡Pajarito! —exclama, entusiasmada, y trata de alcanzarlo lo más rápido posible, pensando que podría escaparse. Por suerte Don la detiene antes de que se lance sobre la mesa y eche todo, pero no evita que su mano llegue a tocar unos botones del portátil.

Y uno de ellos abre lo que, en realidad, era un nuevo correo.

Quedan estáticos cuando se abre a toda velocidad (gracias a la bendita gran señal del Wi-Fi dentro de la oficina) la ventana que muestra lo que hay dentro.

Cri.

Cri.

Cri.

Cuatro segundos y medio.

En cuatro segundos y medio Don ya ha agarrado a Carol, cubierto sus ojos y tapado sus oídos, para que no viese ni escuchase el vídeo que había empezado a reproducirse instantáneamente.

Norman, Ray y Nat están paralizados viendo la pantalla, y uno más rojo que el otro. Nadie reacciona, ni con el pasar de más segundos. Las imágenes son tan impactantes que han, quizás, sobrecalentado los cerebros de los jovencitos.

—¡Apaguen eso! —Grita entonces el moreno, quien ha sido el único que mantiene la compostura por el simple hecho de que tiene una niña pequeña entre sus brazos—. ¡APAGUEN ESO AHORA MISMO!

—¡Y-y-ya voy! —Afirma Norman, en un hilo de voz muy suave y ridícula. Enseguida y con las manos temblorosas trata de cerrar la pestaña, pero no logra siquiera mover correctamente el mouse—. ¡N-n-no puedo! ¡M-m-mis manos n-n-no r-r-responden!

—¡Yo lo hago! —Se interpone Nat, pero falla patéticamente al quedarse paralizado antes de siquiera tocar las teclas para apagar todo. Al final, se aleja, sujetándose la cara y sin poder dejar de mirar el vídeo—. ¡No puedo hacerlo! ¡NO SÉ QUÉ HACER!

—¡ALGUIEN HAGA ALGO AHORA! —ordena Don, furioso, tratando por todos los medios no dejar que la niña pelirroja vea las imágenes del vídeo que sigue reproduciéndose desde hace más de treinta segundos.

Las imágenes y los gritos se vuelven cada vez más intensos.

Así que Ray, quien siempre piensa con la cabeza fría, agarra el portátil completo y lo tira por una ventana. Y cuando todos oyen la caída del aparato, se dejan caer rendidos al suelo.

El azabache sonríe, satisfecho de su acto.

—No fue tan difícil.

—No... —Murmura Norman, quien está boca arriba sobre la alfombra mientras trata de blanquear su mente de todo eso tan intenso que ha visto en tan poco tiempo—. Sólo tiraste mi computadora por la ventana.

—Puedes comprar otra, esa ya tenía un virus, uno muy feo y asqueroso. —Comenta Don, un poco enojado todavía. La pequeña entre sus brazos le mira un poco molesta por el hecho de que le haya obligado a cerrar sus ojos tanto tiempo.

Nadie habla de Nat, quien está debajo de la mesa, llorando por la pérdida de su pureza visual.

Mientras tanto, entre los pasillos, un par de jóvenes ríen a carcajadas en tanto corren para alejarse lo más posible de la habitación donde se encuentran los mayores.

—¡Eso ha sido genial! ¡Hay que hacerlo otra vez! —Exclama Thoma, doblando una esquina con agilidad el igual que su compañero, y esquivando a los niños que pasan cerca.

—¡Sí! ¡Pero esta vez, con Emma y Gilda!

—¡Excelente idea!

Al final, entre tanta charla, ninguno nota el pie que se asoma por el pasillo y con el que al final tropiezan. Ambos terminan cayendo de cara sobre el suelo de madera.

Y cuando con dificultad levantan la vista se encuentran con su hermana pelirroja, mostrando una expresión severa como nunca antes. Atrás de ella, Gilda y Anna también se encuentran con caras un tanto enfadadas, pero no tanto como la mayor, que pareciera querer ahorcarlos de una con sus propias manos.

—Jajaja... Hola, Emma, Gilda, Anna. —Saludan ambos chicos al mismo tiempo, moviendo una mano de manera tonta.

—¿Qué hicieron esta vez? —Es Emma la primera en hablar, yendo directo al punto. Los niños quedan estáticos al encontrarse descubiertos—. Escuchamos los gritos de Norman, Ray, Don y Nat desde la planta baja. Díganme exactamente qué fue lo que hicieron para que gritaran de esa manera los cuatro al mismo tiempo.

El rubio mira a su amigo, y éste también le observa, buscando y trazando entre ellos las palabras correctas que soltar para no morir a manos de la joven con antena.

—Pues les enseñamos...

—Unas cuantas páginas interesantes.

Asienten a la vez, sonriendo ya con seguridad.

Las tres muchachas quedan confundidas con esa declaración.

—¿Páginas interesantes? —repite Gilda en tanto se acomoda las gafas.

—Sí, y lo que oyeron fueron gritos de emoción de lo mucho que les gustó.

—Eso, eso.

Ellas entonces no saben qué decir, y ellos no están mintiendo del todo, al parecer.

—¿De qué clase de páginas interesantes hablan?

Los dos diablillos se miran entre sí, y sus muecas dulces se vuelven sospechosas. Enseguida sacan sus teléfonos para pasarles a las chicas.

—Véanlos ustedes mismas.

Lo siguiente del día es Anna llorando en un rincón, Gilda rezando por toda una tarde y Emma metiendo una y otra vez su cabeza en agua en un intento de limpiarla de pensamientos impuros.

Thoma y Lani al final resultaron castigados por Isabella.

Y por Norman, y Ray, y Don...

Nat no, él seguía llorando debajo de la mesa.


¿fin?