22/Jul/14 Un amable recordatorio: Hago comisiones (en mi perfil encontrarán un link con más información).
Notas: La pareja principal es KisaIta y esto es ligeramente AU (con un gran toque de OoC, mucho me temo). Además, hay un pequeñísimo y diminuto guiño para NekoAra; espero que si pasa por aquí lo vea.
Advertencias generales: Son variadas e incógnitas. Si se deciden a leer, háganlo con una mente abierta.
Disclaimer: Naruto le pertenece al señor Kishimoto; "Inventario" pertenece al señor Benedetti; y el mundo entero le pertenece al señor. *cantando* He's got the whole world in his hands, he's got the whole world in his hands…
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El gran prólogo
Por: Galdor Ciryatan
— PARTE I —
Sólo quedan dos
Uno a uno todos se fueron. Ahora sólo quedaban ellos dos.
Mikoto y Fugaku se habían ido, la presencia de Shisui se extinguió, Teraki y Uruchi ya no estaban, Yakumi se contaba entre los ausentes... A excepción de Sasuke e Itachi, todo el clan Uchiha estaba muerto. Algunos casos se manejaban como desapariciones, pero Itachi tenía la seguridad de que estaban muertos. Los desaparecidos y extraviados a veces vuelven. Los muertos jamás retornan, que era exactamente lo que sucedía ahí.
El gran y antiguo clan de Konoha empezó a diezmar sus números cosa de un año atrás. Las muertes en las misiones comenzaron a ocurrir esporádicamente, algún viejo que moría de una enfermedad, un par de jóvenes que parecían haber huido juntos... De inicio nadie notó algo raro. Era común que en el mundo shinobi la gente muriera, los viejos suelen caer ante las enfermedades (no importando de qué clan sean), los jóvenes huyen de casa.
Para cuando se dieron cuenta de los números, la situación ya estaba bastante avanzada, no lo suficiente para que cayeran en ciega desesperación, pero de todas formas no pudieron hacer nada para cambiar las cosas.
Los últimos en morir habían sido Mikoto y Fugaku. Una misión dejó a Itachi y a Sasuke como huérfanos.
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Y esperar la muerte
Itachi estaba sentado ante la ventana. Acunaba en sus brazos a su hermano pequeño, que por ese entonces tenía ocho años. Afuera estaba oscuro, no había luna que intentara iluminar las lágrimas secas de Sasuke, que se reflejara en los ríos vivos de Itachi.
Qué haría ahora, se preguntaba la comadreja. Sus padres estaban muertos, el clan entero se había ido. Sasuke lloraba todos los días la pérdida de sus padres, él le acompañaba con sus lágrimas silenciosas en noches como ésa. Ante todo, él lloraba por Mikoto y Fugaku, pero había otras cosas que le hacían saltar las lágrimas.
Itachi tenía el agudo intelecto capaz de desmenuzar lo que había ocurrido con los demás Uchiha. Alguien intentaba aniquilar el clan...y lo estaba logrando. Ni siquiera Shisui pudo escapar a ese injusto destino; meses atrás había desaparecido en cumplimiento de una misión.
Si todos se habían marchitado, el curso lógico dictaba que también irían tras ellos dos. A Itachi a veces le daban ganas de sentarse a esperar la muerte. Sin embargo, miraba a su hermano, tan pequeño y ajeno a las preocupaciones adultas (como si un muchacho de diecisiete años pudiera considerarse un hombre adulto), lo miraba en su sueño cansado, con las lágrimas secas aferradas a sus mejillas, y al contemplarlo así le daban ganas de seguir viviendo.
Algunos meses pasaron. La muerte no se presentó ante ellos.
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Por conservar el estatus
Lo que sí se presentó ante ellos fueron deudas y acreedores, compromisos y pendientes. Ya que Sasuke era demasiado pequeño para hacerse cargo de esas cosas, todo recayó en los hombros de Itachi.
Morir no era asunto barato, ni siquiera en una aldea shinobi donde ese negocio está bien desarrollado; que se muera todo un clan y ser la cabeza de la familia es todavía más caro. Fugaku, sabiéndose a cargo de los Uchiha, había tomado la responsabilidad de todos los funerales y pagos correspondientes, se había echado al hombro búsquedas extra para los miembros perdidos, había apoyado a las viudas y a los huérfanos mientras estos duraron.
Como consecuencia de los esfuerzos desesperados de su padre por mantener un sentido de unidad y de dirección, Itachi estaba ahogado en deudas. El Hokage había sido bastante benevolente y condonado parte de éstas, pero ni siquiera con ello y con toda la caridad de Konoha Itachi podría respirar tranquilo. Aquellos no eran tiempos de caridad, ultimadamente.
Él y Sasuke iban a perder la casa, el hogar donde habían vivido toda su vida, crecido, reído, llorado. Si el mayor regresara a hacer misiones, tal vez tendrían una forma de subsistir, pero se negaba a marcharse. Las misiones le permitirían conservar la casa y pagar poco a poco las deudas, pero implicarían alejarse de Sasuke, descuidarlo. ¿Qué tal si se marchaba en el peligroso oficio de shinobi y regresaba a casa para descubrir que Sasuke había muerto de alguna forma rebuscada y misteriosa? ¿Qué tal si él mismo moría durante la misión?
A la comadreja nunca le había gustado ser shinobi. No le importaba la paga ni la gloria. Y ahora odiaba la decisión que se le presentaba: regresar al trabajo de shinobi y conservar el estatus al que ambos estaban acostumbrados o, bien, quedarse junto a Sasuke y vivir una vida miserable que poco a poco los carcomería.
Itachi había decidido que no quería esperar sentado a que la muerte llegara por ellos, quería que ambos vivieran y que el clan continuara hasta donde pudiera mantenerlo (su padre hubiera deseado eso), además quería hacerlo con la frente levantada, con toda la dignidad de un Uchiha, no andar por ahí arrastrándose y mendigando la caridad de un mundo turbulento. Sasuke no se merecía eso.
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El comerciante de pescado
Ése era el trato ideal, casi no tenía puntos flacos.
El hombre, llamado Hoshigaki Kisame, era un comerciante de pescado de Kirigakure que deseaba establecerse en Konoha, pero, como las cosas no estaban tan tranquilas en el mundo de las aldeas ninja, necesitaba más que sus buenas intenciones y su noble disposición, necesitaba de algún tipo de enlace que le diera el derecho a convertirse en residente de Konoha. A resumidas cuentas: requería de un matrimonio.
Itachi había escuchado de este hombre casi por casualidad y de inicio no le concedió mucha atención (tenía otras preocupaciones más apremiantes, como hacer que Sasuke saliera de la cama cada mañana para ir a la Academia). Conforme pasó el tiempo y su situación fue pintando del gris al negro, Itachi investigó sobre el comerciante de pescado. Era un shinobi de Kiri retirado, tenía veintiocho años, decían que era poco agradable a la vista y que su motivo principal para querer salir de Kiri era huir de la furia de una ex-amante llamada Terumi Mei. Decían que la fidelidad no era el punto fuerte de Kisame.
¿Quién desearía casare con un hombre así?
Uchiha Itachi decidió que él sería el afortunado ganador.
Tal vez Kisame no tuviera la reputación más limpia ni perteneciera a algún reconocido clan, sin embargo, era sabido que poseía un tacto inigualable para los negocios. Así las cosas, Kisame les daría el sustento económico que necesitaban e Itachi podría encargarse de Sasuke, no tendría que salir a hacer misiones con tal de ganarse el pan y el techo, podrían conservar la casa del clan y el estatus.
Por otro lado, esa alianza matrimonial sería beneficiosa para las aldeas. Kiri y Konoha estrecharían lazos. En aquellos tiempos turbulentos, aquello podía representar el modesto cimiento de una futura relación de paz. Itachi tenía la esperanza de que el mañana fuese un tiempo más agradable para que los niños crecieran y si él pudiera contribuir a eso, lo haría. Era por Sasuke.
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La boda
Kisame llegaría a Konoha el día de la boda. Idealmente, el novio debería estar ahí desde antes; idealmente, el otro novio debería de conocerlo y amarlo. Era sólo que las cosas resultaban distintas en este caso. Se trataba de un matrimonio lleno de intereses ajenos al amor; era sobre cuestiones económicas, de estatus y de relaciones exteriores.
Kisame llegó cinco minutos antes de su boda y, terminada la ceremonia, se marchó a arreglar asuntos de negocios. Los pescados no se venden solos. De hecho, la boda pareció ser sólo un paso obligatorio, sufrido, para entrar a Konoha. Daba la impresión de que su verdadero interés estaba en atender su naciente comercio.
Así pues, Itachi conoció a su esposo unos minutos antes casarse, se comprometió a serle fiel y estar a su lado por el resto de su vida y firmó un mundano papelito donde decía que estaban unidos por las leyes de dios y de los hombres. Las deudas de Itachi ahora eran tan propias como de Kisame.
No hubo celebración informal y la formal había resultado de por sí bastante gris. Era un día descolorido en la vida de Itachi.
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Dos shinobi sin ganas de serlo
De lo poco que convivieron Itachi y Kisame en su primer encuentro, dos cosas saltaron a la vista (y no fue porque se tratara de cuestiones obvias, sino porque ambos poseían agudas cualidades de observación).
Primero, Itachi se dio cuenta de que Kisame estaba ahí por el negocio del pescado y, segundo, el tiburón de Kiri vio que la razón para vivir de Itachi era Sasuke. Todo lo demás era incidental o tolerable.
A Itachi jamás le interesó casarse específicamente con Hoshigaki Kisame. Él todo lo que quería era un soporte económico que le permitiera hacerse cargo de Sasuke en casa, que le evitara el martirio de salir de la aldea por las misiones y dejar a su pequeño hermano solo. Casi cualquier comerciante de sueldo holgado hubiera rellenado las exigencias de Itachi. Tal vez alguno de los otros clanes importantes de Konoha hubiera podido ocupar el puesto de Hoshigaki, sin embargo, Fugaku se habría retorcido en su tumba si una línea de los Uchiha de mezclaba con los Hyuga o (dios no lo quisiera) los Inuzuka, por mencionar sólo dos ejemplos. No, Itachi había tenido que buscar a alguien externo; su padre no hubiera consentido que se uniera con algún clan pseudo-importante de Konoha. Alguien de fuera era más tolerable. Y de todas formas, no era como si los Yamanaka y los Nara se murieran por hacer alianza con los Uchiha. En fechas anteriores, el clan del Sharingan había estado contaminado por muy feos rumores (sin mencionar la tendencia de sus miembros a morir o desaparecer).
De igual manera, Kisame no había deseado casare precisamente con Uchiha Itachi. Fue una coincidencia.
La noche de la boda, después de que Kisame puso por primera vez un pie en la casa del clan Uchiha, las cartas se pusieron sobre la mesa. Estaban boca arriba.
Itachi se encontraba acunando a Sasuke en la sala y explicándole por última vez que las cosas iban a cambiar un poco. Le advirtió que no tocara la pecera que Kisame había traído desde Kiri y le dijo que ya no podría dormir con él porque ahora era una Persona Casada y los matrimonios que se respetan duermen siempre juntos.
—Igual que papá y mamá, ¿entiendes? —le dijo Itachi—. Si tienes una pesadilla iré a verte, pero quiero que seas valiente.
Antes solían dormir juntos, pero con el nuevo estado civil de la comadreja, las cosas cambiarían. Aunque, él no se percibía demasiado diferente. ¿Cómo se siente estar casado? El hombre que llevaba el título de su esposo no regresaba todavía a casa y eran casi las nueve.
Más tarde, Sasuke se durmió en sus brazos y él se levantó del sofá para ir a dejarlo en su cama. Fue entonces cuando Kisame llegó. El hombre azul de Kiri atravesó la puerta de lo que ahora sería su hogar y miró a la comadreja. Había un tenue olor a pescado en el aire e Itachi no supo qué sería mejor: que su marido llegara a casa oliendo a pescado, que regresara oliendo a otra persona o que no regresara en absoluto.
Uchiha no pronunció palabra.
—No tuvimos mucho tiempo de conversar esta tarde —habló Kisame.
Uchiha se mantuvo impasible y con su silencio lo invitó a continuar. ¿No es lo que hacen los esposos que se respetan, ser todo oídos?
Hoshigaki puso las cartas a la vista. Ya habían tenido tiempo de observarse y habían interactuado antes por medio de cartas y mensajes.
—Yo sé que lo que te importa es el niño... —dijo Kisame.
Sasuke, el niño se llama Sasuke.
—...y yo estoy aquí por mi negocio. Tenemos un trato y espero que ambos lo respetemos.
Uchiha esperó por alguna otra declaración que nunca llegó. El hombre estaba caminando con cautela. La joven comadreja se encargó de acelerar las cosas.
—No le vas a tocar un solo cabello a Sasuke —le advirtió en voz baja. Su tono era muy mesurado pues no quería despertar a la criatura que cargaba entre sus brazos, sin embargo, sus ojos poseían una seriedad mortal— y yo no voy a inmiscuirme en tu venta de pescado.
Mariscos, lo que yo vendo son mariscos.
La situación podría haber sido completamente distinta si ambos hubiesen seguido el camino del shinobi. Tal vez se habrían encontrado en un día lluvioso, en terreno anónimo, y habrían peleado con jutsu y kunai en lugar de con la palabra. Sin embargo, eran un par de shinobi sin muchas ganas de serlo. Uno quería cuidar de su hermano, el otro tenía el corazón en los negocios. Así pues, se encontraban en esta situación particular y Kisame creía que lo mejor era aprovecharla. De hecho así se lo expresó a Itachi.
—No me gusta hacer negocios sufridos —dijo el tiburón—. Estamos en esto juntos y creo que puede ser un ganar-ganar, ¿no lo crees así?
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Primera noche con un extraño
Aquél era el mejor trato que haría en toda su vida. Sin considerar la oportunidad de entrar a Konoha, Uchiha Itachi era una joya en sí mismo. Por medio de las cartas que se escribieron Kisame pudo entrever su capacidad intelectual y su cultura, las cuales poseían un atractivo propio. Y cuando llegó a su boda entendió que el encanto de la comadreja estaba también en las capas exteriores. A resumidas cuentas: era guapo. No había más que decir al respecto.
—
Esa noche, Itachi se fue a la habitación y retomó la lectura de un libro sobre historia. Estaba sentado en la cama, había una almohada entre su espalda y el respaldo, la lámpara del buró se encontraba encendida. Kisame estaba bañándose, quitándose el olor a pescado de su negocio. Sasuke se encontraba arropado y dormido.
Hoshigaki salió del baño y, tras de sí, dejó la luz de éste encendida; llevaba una yukata suelta. Itachi supuso que era hora de dormir, que era suficiente lectura por un día y que con la luz del baño era suficiente para Kisame. Supuso y erró.
La comadreja dejó el libro sobre el buró y se dispuso a apagar la lámpara de noche, sin embargo, el tiburón de Kiri se lo impidió en dos palabras.
—Déjala encendida.
Itachi comprendió.
No era como si esto resultara sorpresivo. El más joven lo había tomado en cuenta, no era ningún cándido desprevenido. Dejó la luz encendida y cruzó las manos sobre el regazo. Comprendía que esto era parte de la vida de casados. Se negaba a quejarse o a fingir desconcierto. Sólo se atrevió a tener una pequeña y nimia condición ya que los exámenes de sangre de Kisame (los que eran supuestamente prenupciales) apenas estaban analizándose.
—En el botiquín del baño hay condones —habló la comadreja.
—Lo sé —le respondió Kisame y le mostró que en su mano llevaba un par de ellos.
Bueno, con eso ya no quedaba lugar a dudas, se dijo Itachi. Lo que iba a pasar ahí era más que obvio. Se quitó la ropa sin mucho decoro o pudor y esperó sentado en el borde de la cama. Supuso que podría tolerarlo siempre y cuando el hombre-escualo no tuviera dos penes a la moda de sus parientes marinos... ¿Oh, a quien engañaba? Toleraría todo lo que ocurriera, por Sasuke aguantaría gustoso un par de infiernos.
Lo que ahí sucedió no fue la romántica consumación carnal de una unión entre dos personas, no fue el sexo apasionado y satisfactorio de las novelas rosas, no fue ni remotamente placentero para ninguno de ellos.
Kisame se quitó la yukata y subió a la cama. En verdad pensaba sacar el máximo provecho de este matrimonio convenenciero (y el sexo era un aspecto muy apremiante, por cierto, sobre todo con aquella criatura callada y bella). Se preguntaba si Itachi guardaría, debajo de aquella pantalla estoica e inalcanzable, gemidos y gritos de placer.
Lo besó en la boca y encontró poca respuesta y resistencia. Le pasó una mano por el cabello negro y no hubo queja. Lo arrastró al centro de la cama y encontró que sus instrucciones calladas eran obedecidas de inmediato.
El joven estaba algo aletargado, en momentos parecía casi indispuesto, pero jamás pronunció palabra y Kisame atribuyó su estado al nerviosismo, al pudor o al cansancio del día. La boda había sido más que tediosa.
Lo puso a cuatro patas y, de nuevo, encontró una ambigua invitación a continuar. Cuando le acarició los muslos y los glúteos, más aún cuando llevó su lengua hasta la entrada del joven, escuchó un sonido saliendo de sus labios, tal vez el preludio de un gemido. Alentado por ello, Kisame continuó besando y lamiendo. Puso sus manos, grandes y callosas, en los glúteos de Itachi y los masajeó.
Un espasmo casi imperceptible recorrió a la comadreja. ¿Estremecimientos de placer?
Hoshigaki llevó una mano entre las piernas del otro y lo descubrió blando. Otro espasmo y otro sonido delator. Kisame se dio cuenta de que algo andaba mal.
Itachi se mordió el labio y trató de regresar las lágrimas a sus ojos, les ordenó que se secaran y las ingratas desobedecieron. Se había prometido a sí mismo que no lloraría (aquello no podía estar tan mal), sin embargo, algo se resquebrajó dentro de él al estar ahí. No era que Kisame fuese brusco, feo o mal amante, no tenía nada que ver con él. La cuestión estaba en Itachi.
Uchiha se había sentido humillado, degradado, al entregarle su cuerpo a ese casi desconocido. Recordó que hacía esto por Sasuke, pensó que su padre estaría orgulloso por su sacrificio, pero esas ideas sólo lo perturbaron más. ¿Quien pensaba en su hermano y en su padre durante el sexo? Oh, pero no quería pensar en ese hombre alto que tenía tras de sí, tampoco en su propia y desdichada situación. ¿Qué tanto difería de una prostituta? Estaba haciendo esto por dinero. ¿Por qué había caído tan bajo?
Para cuando se dio cuenta, las lágrimas ya estaban en sus ojos y los espasmos en su pecho.
Kisame le hizo darse vuelta, lo puso boca arriba. Ante ello, el miembro flácido de Itachi quedó apoyado contra su muslo; su antebrazo fue a cubrirle los ojos anegados.
Estaba llorando. El joven estaba llorando, maldita sea. Kisame masculló alguna queja. Al escucharlo, Uchiha apretó los labios en una delgada línea; ¿estaría muy molesto con él?
—Lo siento —murmuró la comadreja. Si al menos no lo hubiera obligado a darse vuelta, si estuviera de espaldas tal vez podría tolerarlo. No quería que le viera la cara en ese momento…
—Nii-san —dijo Sasuke al tiempo que tocaba a la puerta.
El mayor masculló alguna otra cosa incomprensible y le dio un golpe al colchón. Itachi se preguntó si ese golpe no tendría intenciones de haber sido para él; no es como si se hubiera quejado, de todas formas, creía que no tenía ningún derecho a levantar la voz en todo ese asunto.
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Sasuke había tratado de ser valiente tal como le prometió a Itachi. Sin embargo, la pesadilla y la sensación de soledad pudieron más que la voluntad de un niño de nueve años.
Caminó por el pasillo con lágrimas en los ojos, llegó hasta la puerta y tocó. Esperó que tal vez su hermano lo regañara. Lo que sucedió fue bien distinto. Se sorprendió al ver que Itachi abría la puerta y él mismo estaba llorando.
—¿Nii-san?
—Está bien, Sasuke. Ya está todo bien.
El mayor se acomodó el hombro de la yukata. Alzó a su hermano en brazos y lo llevó a su habitación. Ahí durmió con él la mayor parte de la noche.
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De madrugada, Kisame escuchó que Itachi volvía. Con voz soñolienta le preguntó:
—¿Qué le sucedió al niño?
—Una pesadilla —respondió al tiempo que se metía en la cama.
—Oh.
Hoshigaki no preguntó el motivo de las pesadillas. El chiquillo había perdido la mayor parte de su familia, su hermano acababa de casarse y había un desconocido de piel azul viviendo bajo su mismo techo. Tenía suficientes razones para tener pesadillas.
—No volverá a ocurrir —prometió Itachi.
Sin embargo, volvió a ocurrir.
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El hombre que se ahoga
"El hombre que se ahoga intenta agarrarse incluso de una paja", decía el dicho (o al menos un dicho que Hoshigaki había escuchado). En su segundo día de casado, se dio cuenta de que Itachi era el hombre ahogado y Sasuke, la paja.
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Por la mañana Itachi se levantó, preparó el desayuno y alistó a Sasuke para después mandarlo a la Academia.
Kisame se sentó a la mesa y miró al joven Uchiha lavar los platos.
—¿Quieres hablar sobre lo de anoche? —le dijo el tiburón.
—Todo está bien —respondió Itachi con voz serena, lo cual equivalía a decir que nada había ocurrido, lo cual era una gran mentira, lo cual significaba que la comadreja estaba en franca negación.
Kisame bufó. De cualquier forma no tenía demasiado tiempo para indagar. El negocio esperaba y él no lo decepcionaría llegando tarde.
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Esa noche ocurrió algo parecido a la anterior, sólo que ahora Itachi controló soberbiamente las lágrimas.
Kisame regresó de noche y oliendo ligeramente a pescado, se duchó e intentó retomar lo que Sasuke interrumpió el día de ayer. Para no decepcionar, Sasuke hizo gala de ser inoportuno otra vez.
El tiburón de Kiri estaba besando el cuello de un amante renuente, tratando de meterlo en el juego y descubriendo que era más difícil de lo que parecía, cuando el menor de los Uchiha tocó a la puerta.
Sasuke se disculpó con voz gangosa por tener pesadillas, trató infructuosamente de solapar algunos sollozos y llamó a su hermano mayor mientras tocaba la puerta. En esta ocasión, Itachi ni siquiera se molestó en disculparse con Kisame; se levantó con prisa de la cama y se enredó en una yukata. El joven prácticamente corrió para salir del cuarto.
Hoshigaki se quedó ahí, con medio cuerpo cubierto por la sábana y rascándose la cabeza. Ahora resultaba obvio que la renuencia de Itachi no tenía que ver con simples nervios primaverales. Además, el acto de ir a consolar a Sasuke y arroparlo por segunda vez en la noche le servía tanto al pequeño como al mayor. Obviamente para Sasuke representaba consuelo y afecto; para Itachi, era el escape perfecto de su penosa situación en la cama. No era la comadreja quien rescataba y cuidaba al pequeño, era Sasuke el que aliviaba las penas de su hermano mayor.
¿Pero por cuánto tiempo esa brizna de paja podría mantener a flote a ese hombre que se ahogaba? No era posible que, por el resto de los días, semanas o meses que durara su matrimonio, Itachi huyera al cuarto de Sasuke y regresara a su propia cama ya de madrugada.
"¿Por qué se ahoga en mí?" se preguntó Kisame. ¿Lo consideraría demasiado feo? ¿Tendría alguna aversión hacia el sexo? ¿Preferiría a las mujeres?
El tiburón azul se propuso transmutar. De abismal océano pasaría a ser espejo de agua. O tal vez sólo bastaría con que el hombre que se ahogaba aprendiera a nadar.
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Lecciones de natación
Por ocio, por alguna semilla de amor o por conveniencia, Kisame se propuso echarse un clavado en aquel Uchiha de aspecto melancólico.
Las semanas pasaron y ya no volvió a tocarlo en la cama —Itachi no pareció muy agraviado por ello, dicho sea de paso—, donde sí hurgó y lo que sí tocó, palpó y acarició fueron los relieves cotidianos de la comadreja.
Un día lo llevó a comer dango, cosa que el joven hizo sin mucho disfrute visible. Preparó el desayuno o la comida en varias ocasiones, demostró sus talentos de cocinero preparándoles mariscos. Por las mañanas se despedía de Itachi con un beso en la mejilla (tal como hacen los esposos). Comenzó a llamar a Sasuke por su nombre en lugar de referirse a él como "el niño" e incluso lo dejó alimentar a sus peces. Se interesó por escuchar lo que los Uchiha desearan contarle sobre su clan. Le recogió el cabello a Itachi de la forma más cariñosa que pudo, aunque después de ello él se lo recomponía. Procuraba llegar a casa a la misma hora de siempre.
Durante todo ese proceso (que a veces parecía insensato y exageradamente largo) Itachi se mantenía impasible. Kisame pudo apreciar que era una persona estoica y, las más de las veces, inexpresiva. Sus galanteos no eran apreciados en sí mismos, tampoco los gestos de los que se valía para expresarlos. Itachi sólo mostraba emoción cuando estaba con Sasuke, quien, cabe mencionar, seguía reclamando la presencia nocturna de su hermano de cuando en cuando.
Era como si el mayor de los Uchiha solo viviera para su hermanito. Kisame sabía que el crío era importante, pero aquello era exagerado. Fuera de lo que concernía a Sasuke, Itachi parecía muerto.
Un buen día, Kisame lo llevó a comer dango y hablaron por un buen rato, no sólo conversaron en la forma corta y reseca de siempre.
—¿No te gusta que salgamos a comer de vez en cuando? —le preguntó Kisame.
Uchiha estaba consumiendo su dango de forma metódica, casi por compromiso. Sabía a dónde se dirigiría esta conversación. Él nunca agradecía con demasiado ánimo las atenciones de Kisame, así que tal vez el hombre quería algo de gratitud. Itachi le dio lo que quería de forma gustosa; le dijo que agradecía las salidas a comer, aunque de ninguna forma esperaba que antepusiera eso al negocio. Él comprendía si no tenía tiempo para salir siempre.
Kisame soltó un bufido en forma de risa, no con un tono burlón, sino una mezcla de sorpresa y genuina diversión.
—¿Dónde aprendiste a ser tan estoico y políticamente correcto? —le dijo Kisame con una sonrisa animada. En lugar de estoico iba a decir rígido, pero le pareció menos brusco de la otra manera. Veía a Itachi y creía que estaba contemplando un monumento a los buenos modales.
Uchiha abrió la boca e iba a soltar algún discurso bien pensado, alguna pantalla de humo que los distrajera a ambos del meollo del asunto. Kisame no lo dejó. El tiburón de Kiri agitó una mano y lo interrumpió.
—Dime la verdad. Estamos casados, ¿o no? Al menos por esta vez dime la verdad —insistió el mayor—. ¿Quién te enseñó a ser tan mesurado y correcto?
A sufrir lo que te ocurre de la forma más callada posible.
Itachi había aprendido que la mejor repuesta, la más aceptable, era sufrir en silencio lo que ocurría en su vida. Tragarse las lágrimas y callarse las alegrías. Era la respuesta acertada que aprendió desde muy niño y a sus diecinueve (casi veinte) años continuaba usándola.
Itachi miró en los ojos de Kisame. Comprendió que no estaba dispuesto a tragarse alguna respuesta prefabricada y temió que quisiera colarse tras el telón, que quisiera ir más allá de su fachada. Cielo santo, tal vez en realidad le interesaba la respuesta a su pregunta.
Él había creído que todos aquellos galanteos estaban encaminados a formar una apariencia de esposos enamorados, por eso se prestó a sus juegos con actitud dócil. Sin embargo, comenzaba a pensar que las cosas eran más profundas.
Suspiró.
—Mi padre era un hombre muy estricto —dijo Itachi.
¿Por qué le respondió? ¿Por qué entró en el juego? Pues porque nunca antes alguna persona se había molestado en preguntarle aquello. Nadie le preguntaba por qué era educado y correcto, por qué era tan inteligente y conocedor. La gente sólo lo alababa desde lejos o lo felicitaba desde prudente distancia. Nadie antes había intentado meterse dentro de él y observar su mundo desde dentro. A veces era un mundo bastante feo, si la verdad ha de ser dicha.
—¿Y tu madre? ¿También era estricta? —preguntó Kisame.
Oh, cielo bendito, ahora estaba preguntándole sobre Mikoto y dedicándole una atención infinita. El hombre apoyaba el mentón en una mano y lo miraba casi sin parpadear.
Y él respondió.
—No, mamá era muy dulce. Siempre tenía una palabra cálida o un gesto de amor. Consentía mucho a Sasuke, incluso había veces en que papá se enfadaba con ella por ser así. —Se le escapó una sonrisa melancólica al recordar los viejos tiempo y se dio cuenta de que esas cosas no se las había confiado casi a nadie (o al menos a nadie vivo).
Por un rato conversaron de su familia.
Al final, Kisame se rascó la línea de la mandíbula y dijo:
—Qué curioso. Te tratas a ti mismo de la forma estricta que los trataba tu padre, pero con Sasuke eres sólo amor. ¿Y dónde está el amor para ti, Itachi-kun?
Uchiha evaluó aquella pregunta. ¿Era un sarcasmo o una broma? ¿Continuaban ahí las genuinas intenciones de conocer la respuesta?
Kisame le dio un trago a su bebida y esperó, atento, una contestación.
Itachi elevó una ceja. Dijo:
—¿Es eso lo que pretendes con todas estas atenciones? ¿Darme el amor que según tú me hace falta? —En su tono iba filtrado un ápice de sarcasmo, pero se lo permitió ya que estaban hablando con la verdad.
Kisame soltó una risilla antes de replicar.
—No exactamente. Tal vez me estás malinterpretado.
No pretendía darle todo el amor que le hacía falta. Pretendía enseñarlo a amarse a sí mismo. Kisame era mil veces más autocomplaciente que Itachi y lo había notado de inmediato, en ocasiones incluso le parecía doloroso el semblante melancólico de la comadreja. Hacerlo sonreír y disfrutar un poco de la vida se habían convertido en sus retos personales.
—
Sintiendo el frío del agua
—Ya que estamos en esto y estamos hablando con la verdad, quiero que me digas dos cosas, Kisame. Honestamente... ¿Haces esto sólo para que me acueste contigo de buena gana?
—En parte —le contestó el mayor luego de terminar su última pieza de dango.
Su conversación era un murmullo quedo en el local medio vacío.
Uchiha cerró los ojos y asintió. Entonces sí quería acostarse con él. ¿Podría tomárselo como un cumplido, una alabanza a su atractivo físico? ¿O como la degradación de su persona en un objeto de placer?
Itachi le recordó que la noche de su boda, él se había molestado cuando Sasuke tocó a la puerta del cuarto, sin embargo, Kisame replicó que la molestia no había sido hacia el niño o hacia Itachi. Se había enfadado porque la comadreja no estaba ni remotamente excitada y casi había percibido que lo estaba forzando.
Lo segundo que Itachi deseó saber (honestidad y todo incluido) llevaba nombre de mujer.
—Terumi Mei.
—¿Qué hay con ella?
—He escuchado que le fuiste infiel.
¿Qué caso tendría dejarse enamorar por un hombre que gustaba de poner los cuernos?
Kisame puso una expresión de enfado en el rostro.
—¿Infiel? A la gente le gusta decir que eso fue lo que sucedió, pero te aseguro que Mei y yo rompimos por otra razón.
—¿Cuál?
—Un día le comenté la posibilidad de marcharme de Kiri, hacer negocio en otro lado, y ella no se lo tomó muy bien.
—
Metiendo los pies al agua
Y resultó que sí se dejó enamorar por un tiburón.
Con el transcurso del tiempo, Itachi empezó a ver con distintos ojos los gestos de Kisame. Sasuke ya no era la única luz en su mundo. El tiburón de Kiri le proveía de otros colores vivos y, más aún, le invitaba a descubrir los propios.
No se trataba de que Kisame volcara toda su atención y energía en el joven Uchiha, nada de eso. Eran sólo pequeños y pasajeros gestos cotidianos. Además, Kisame le mostró el lado relajado y amable de la vida. Dedicaba buena parte del día a su negocio, pero jamás se olvidaba de sí mismo.
En lugar de cerrar tratos en el local, en ocasiones invitaba a los proveedores a comer a casa; Itachi veía cómo conversaba con ellos y tenía la idea de que en verdad disfrutaba de esas interacciones. A veces alimentaba sus peces y se sentaba un rato a observarlos, simplemente a observarlos; Itachi lo miraba estar en silencio y sospechaba que así se veía el rostro de la paz y la tranquilidad. Además, el tiburón le compraba (de vez en cuando) dulces a Sasuke y los comía con él; era notorio que no le gustaban los niños, pero al menos hacía algo para llevarse bien con ese crío que vivía bajo su mismo techo. Kisame sonreía y se reía, también de enfadaba y se ponía serio, pero Uchiha sospechaba que la parte alegre de su día a día era genuina.
Comenzaba a sospechar que todo aquello era genuino.
—
—Me marcho —le dijo el tiburón y le dio el beso en la mejilla que cada mañana plantaba ahí con la esperanza de que germinara.
Itachi prestó el rostro a aquel gesto, sólo que el ángulo de ese día estaba trastocado y, en lugar de recibir el beso en la mejilla, lo sintió en la comisura de los labios. Ambos se quedaron ahí un segundo más de lo planeado, sintiendo la piel cálida del otro, pensando que ambos habían movido las cabezas en el último instante. Itachi se retiró un ápice y volvió a detenerse, Kisame le dio alcance y le puso otro beso en el borde de la boca. La comadreja se saboreó.
Ese día, Itachi salió de casa. Se compró un libro que años atrás su padre había despreciado por considerarlo trivial y se puso a leer a la sombra de un árbol. El cadáver de Fugaku no se levantó de su tumba para ir a reprenderlo y, sorprendentemente, él no se sintió culpable por la adquisición de ese libro.
Era una compilación de poemas.
Encontró un gusto extraño en leerlo, una sensación de goce que era a la vez añeja y nueva. ¿Cuándo había sido la última vez que hizo algo para sí mismo? Siempre tomaba decisiones pensando en lo que hubieran querido sus padres, en los intereses de Sasuke, en la aldea e incluso en Kisame.
Hoshigaki era distinto. Él tomaba decisiones para su negocio y sus clientes, pero también sabía darse gusto a sí mismo. Era extraño. El negocio de los mariscos no parecía robarle la vida ni mortificarlo. Lucía como si amara lo que hacía. ¿O tal vez hacía lo que amaba?
Itachi fue shinobi por mucho tiempo e incluso perteneció a ANBU, acataba órdenes y seguía indicaciones, pero nada de ello disfrutó. Por un tiempo, el único goce que tuvo su vida fue cuidar a Sasuke, pero incluso ése era un manjar amargo, lleno de melancolía.
¿Qué era lo que él amaba hacer?
Llegó a cuestionarse su amor por su hermano y sus deseos de ser su guardián, lo cual lo llenó de intensa culpa. Por un tiempo Itachi no encontró la repuesta a la pregunta.
¿Que disfrutaba de su vida?
—
Muy lento
Se encontraban a punto de irse a dormir. Itachi estaba terminando de leer (por segunda vez) el libro de poemas que había comprado.
"Ustedes cuando aman
exigen bienestar
una cama de cedro
y un colchón especial
nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual".
Lo cerró y lo puso en el buró de al lado.
—Solía pintar —dijo la comadreja.
—¿Uh? —Kisame se metió en la cama y lo miró con una ceja alzada.
—La otra vez me preguntaste qué disfrutaba hacer. Lo he pensado y hoy recordé: antes solía pintar.
Kisame sonrió. Si a él le hubieran preguntado qué le gustaba hacer, habría producido una decena de respuestas al instante; Itachi se había tardado semanas en darle una.
—¿Todavía conservas alguna pintura? — le preguntó el tiburón.
—No. Las tiré todas —se lamentó.
"Y mi más grande obra está muerta" se dijo a sí mismo, aunque no debería estar pensando en ello, sobre todo cuando se encontraba en la cama junto a Kisame.
Soltó un suspiró quedo.
—Te traeré pinturas de Kiri, sólo dime de qué tipo necesitas... Suéltate el cabello —habló el mayor y se acercó más a él.
Itachi asintió, sin embargo, ya no estaba pensando tanto en pinturas y lienzos. Cuando Kisame le pedía que se desatara el cabello y él accedía, había consecuencias serias. Placenteramente serias, para ser exactos.
El mayor le besó el cuello y le pasó los dedos por el cabello suelto.
—Ah... Y esto. Esto es otra cosa que disfruto hacer — agregó Itachi con un gemido quedo.
Hoshigaki se inclinó sobre la parte media de su cuerpo y retiró las telas que le estorbaban el paso. Lo besó y lo acarició.
En días anteriores, el tiburón y la comadreja habían escrito un código personal.
En la primera ocasión aquello había sido bastante atropellado: después de algunos besos que el mismo Itachi inició, Kisame le había desatado el cabello y se permitió el descaro de masajearle la entrepierna al otro. Itachi había respondido. Se ruborizó y balbuceó alguna incoherencia, pero su miembro se puso rígido. Temió que Kisame deseara tomarlo, cosa que no ocurrió. El tiburón de Kiri se limitó a acariciarlo y a besarlo hasta que Itachi, desesperado y caliente, metió la mano bajo su propia ropa y se dio alivio.
La segunda vez Kisame le había dicho "quiero desatarte el cabello", sólo que su tono y su mirada sugerían intenciones por completo distintas. Itachi se negó en redondo. En la tercera ocasión accedió y la mano que le dio alivio, en medio de besos y suspiros, fue de color azul.
La cuarta ocasión fue provocada por Itachi. Se encontraban solos en casa y era de mañana. La comadreja traía una yukata de color azul oscuro. Kisame estaba sentado en el sofá leyendo el periódico. Entonces, Uchiha se había sentado sobre sus piernas sin previo aviso, dándole la espalda y llenando el aire de dudas. "¿Me sueltas el cabello?" había preguntado antes de abrirse la yukata. Kisame le besó el hombro y lo masturbó lentamente.
El tiburón de Kiri nunca pedía nada para él, jamás exigía que le regresara el favor y, si Itachi lo intentaba por compromiso, le decía que lo dejara así, que era como un regalo y no tenía por qué pagarlo.
"Aprende a recibir, Itachi-kun. Hay tiempo para dar y también para recibir" le decía.
Toda la vida de Itachi era dar, dar, dar. Sacrificio, honor, esfuerzo. Recibir gratuitamente no estaba en su repertorio y siempre le parecía difícil. Le quedaba la sensación de deber, de estar siendo injusto, ingrato.
Así pues, al día de hoy contaban con ese código inequívoco y de frecuente uso. Dicho sea de paso, Uchiha estaba tomándole el gusto a eso de soltarse el cabello.
Kisame se relamió los labios y besó la punta rosada de un glande hinchado.
—Dime cómo te gusta —habló el mayor antes de besarlo otra vez. Solía hacerle esa pregunta con bastante frecuencia y no sólo en la cama.
¿Cómo quieres que prepare esto? ¿Cómo quieres que haga esto otro?
En un inicio, Uchiha se había sentido confundido con esas preguntas. A veces no sabía cómo responderlas y es que no sabía cómo le gustaban las cosas. Siempre supo lo que tenía que hacer o lo que hubiera querido el clan, pero, ¿lo que deseaba él?
A la fecha, había descubierto muchas cosas sobre sí mismo que antes no comprendía. Incluso aunque Kisame no se lo preguntara, él se cuestionaba sobre la forma de hacer lo que hacía. ¿Lo prefería de tal o cual manera? ¿O en verdad le daba igual? Experimentaba y tomaba decisiones y caminos que antes ni siquiera vislumbraba. Estaba conociéndose. Ahora sabía cómo le gustaba, entre otras cosas, el sexo oral.
—Lento —musitó. Muy lento al principio, con los labios azules de Kisame chupándole el glande y sus manos acariciándole el abdomen.
—
Notas regadas por la casa
A la mañana siguiente, Kisame salió de la aldea por cuestiones de negocios. Regresaría en dos semanas y le traería a Itachi sus pinturas (tal como prometió).
La comadreja buscó el listón rojo de su cabello y no lo encontró. La noche anterior debió haberse perdido en esa dimensión extraña a donde van las cosas desaparecidas. Abrió el cajón donde guardaba los listones y encontró una nota; era de Kisame. Decía que, regadas por la casa, hallaría otras notas similares a ésa. Sasuke le había ayudado a escribir algunas y él las había escondido en diferentes lugares.
Sasuke se despidió de él y se marchó a la Academia. Ya no lo llevaba, él podía irse solo y ninguno de los dos se moriría por ello (aunque a ambos les costó tiempo y esfuerzo darse cuenta de eso). Sasuke había crecido.
La primera nota que Itachi encontró en la casa estaba escrita con la letra de Sasuke. Entró a su habitación para componer la cama (porque siempre acomodaba mal la almohada) y encontró allí la nota. Dicho sea de paso, la almohada estaba impecable.
En la nota, Sasuke le agradecía por haberlo cuidado de las pesadillas y por haberle dado los shuriken de papel para defenderse; le devolvía estos y le decía que ya no los necesitaba. También le agradecía por componer su almohada cada día, aunque tampoco necesitaba que siguiera haciéndolo.
La segunda nota estaba en la alacena, junto al té favorito de Itachi. Era también de Sasuke y decía simplemente "recuerda que te quiero". Kisame escribió otro "recuerda que te quiero" y lo encontró pegado en una botella de champú; también había un "recuerda quererte", un "¿cómo te gusta esto?" y un "recuerda lo que amas".
Itachi se compró otro libro de poemas y lo disfruto aún más que el primero.
—
Un lienzo azul
El tiburón de Kiri regresó una tarde y no encontró al joven con el que se casó tiempo atrás, halló a una criatura distinta y sonriente. La capa de melancolía que ahogaba a Itachi se estaba descascarando, debajo de ella había un joven cariñoso, atento y despreocupado. El temor de morir por alguna conspiración o de estar malditos hasta la médula casi se desvanecía por completo.
Los hermanos Uchiha se hallaban en el jardín plantando tomates. Tenían tierra hasta en la cara y estaban riéndose.
Itachi lo recibió con un abrazo y un beso; a las pinturas, con un gesto ilusionado. Tenía mil ideas sobre lo que podría hacer con ellas.
—¿Son del tipo que querías? —le preguntó Kisame cuando se encontraban solos.
El menor sonrió. Estaba inspeccionando las pinturas, viendo los colores, probándolas sobre su piel. Eran óleos espesos y brillantes, de una textura que invitaba a ensuciarse las manos con ellos. Tomó un tono rojizo, puso una gota en la punta de su dedo y le marcó un corazón en el dorso de la mano a Kisame.
—Gracias por las notas —dijo Itachi.
—De nada. Sasuke me ayudó. —Sonriendo, miró el corazón en su mano y por un segundo alcanzó a desear que no le causara alguna reacción alérgica en la piel; Itachi tenía ese mismo deseo.
—
Lo primero que Uchiha pintó fue la aldea, retratos apresurados de lugares que le gustaban, líneas gruesas que esbozaban un parque o una calle, manchas sencillas que representaban rostros o ropa.
El tiempo pasó. Los pinceles se lavaron decenas de veces, nuevos lienzos fueron comprados.
La comadreja pintó lugares que no conocía o que sólo imaginaba, esbozó las caras de extraños que jamás conocería.
El tiempo continuaba avanzando. Pintaba casi cada día y los cuadros se acumulaban.
En una ocasión esbozó una comadreja, la siguiente semana se dedicó a llenarla de color. Cada pelo era una línea nítida tocada por la luz y los ojos eran tan vivos que parecían mirar fuera del cuadro.
El verano llegó. Los tomates del jardín estaban creciendo y las pinturas se le acabaron a Itachi. Tuvo que comprar más.
—Son muy buenos. ¿Alguna vez has pensado en venderlos? —dijo Kisame mientras observaba la pintura de un cerezo.
Itachi se encogió de hombros. Pintaba por el placer de hacerlo. Tal vez podría hacer negocio con su talento, pero el hombre de las ventas era Kisame. A él no le interesaba demasiado.
—¿Para qué te casaste conmigo? —bromeó el tiburón—. Tú mismo habrías podido liquidar todas tus deudas. La gente pagaría millones por una Itachi.
Oh, pero sólo había un Itachi y estaba a su lado. Lo demás serían réplicas.
Uchiha se rió y pensó que tal vez tuviera razón. Sin embargo, sospechaba que, de haber pintado para subsistir luego de la muerte de sus padres, lo habría hecho sin sentir placer. Sus cuadros habrían sido melancólicos y en cada pincelada él se habría reprochado por hacer esta actividad artística que le gustaba, en lugar de sudar sangre para sacar a su hermano adelante. Porque, así eran las cosas, ¿no? Uno tiene que sufrir. ¿Cómo era posible que saliera del agujero de su situación económica pintando plácidamente? Si no había sufrimiento no había ganancia, o al menos eso le habían enseñado, hasta que llegó Kisame y le mostró que a veces se puede ganar sin sufrir.
—
—Quiero pintarte —declaró la comadreja y le tomó de la muñeca.
Kisame elevó una ceja y luego sonrió, halagado. Itachi nunca había retratado a nadie que conociera, ni siquiera a Sasuke, el niño de su adoración.
—Cuando quieras —respondió el tiburón con un gesto de autosuficiencia.
—Entonces que sea ahora.
—¿Uh? ¿Ahora?
Era de noche y él había estado a punto de entrar a ducharse. Casi no había estado en la bodega del negocio ese día y no tenía el olor a pescado que caracterizaba el lugar, pero era costumbre suya bañarse antes de entrar a la cama.
—Ahora —insistió Itachi y se quitó el listón del cabello—. Quiero pintarte, pero no de la forma que piensas. Quiero pintar sobre ti.
Hoshigaki ya no estuvo muy seguro de qué rumbo tenía aquello. Sin embargo, se dejó llevar por el capricho de su cónyuge y descubrió que podían llegar a lugares insospechados.
Itachi encendió la luz y sacó sus pinturas. Le dijo que se sentara en un banco y se desnudara el torso; su voz no contenía el tímido tono del "acepto" con el cual se casaron, sino los tintes del capitán ANBU que fue algún día. Por supuesto, a Kisame le gustaba más ese tono mandón. Era la misma voz con la que le decía "más lento", "más rápido", "abajo", "ahhh, así".
Con el paso del tiempo se habían graduado a los orales mutuos a otras categorías del placer en pareja. Un faje rápido y desesperado durante la mañana era bien recibido, la mano de Kisame metiéndose bajo unos pantalones que no eran suyos, las rodillas de Itachi golpeando el suelo de la cocina y su boca escupiendo el líquido blanco en un vaso, masajes que se desviaban de lo convencional, largas duchas juntos, besos exploratorios en público, manos entrelazadas, nalgadas, sesenta y nueves, gemidos, tirones de pelo, dedos que buscaban entrada...
Esa noche, la comadreja pintó un koi en la espalda ancha de Kisame. Su piel azulada era un fondo perfecto, las líneas de Itachi era precisas y de primera intención. El koi era enorme y cada una de sus escamas estaba marcada. Kisame sintió las pinceladas en su piel, se maravilló por los roces húmedos que lo coloreaban, por la paciencia infinita de Itachi y el ritmo suave en el que trabajaba. Le hubiera gustado ver al pez y a Uchiha mientras lo producía, pero ser el lienzo vivo de aquella obra tenía un encanto diferente. Observar a Itachi pintar era encantador e hipnótico; sentirlo sobre la piel era avasallador.
Cuando la comadreja empezó a usar los dedos y no sólo los pinceles, la piel de Kisame se erizó. Cuando lo escuchó quitándose algo de ropa a sus espaldas, deseó deshacerse de toda la que él traía puesta. Cuando pronunció en un murmullo "date vuelta, Kisame", temió que su autocontrol le fallara.
Uchiha también tenía el torso desnudo. Se arrodilló ante el mayor, entre sus piernas abiertas, y comenzó a escribirle un haiku en el pecho. Los caracteres eran alargados y se iban acercando al borde de su pantalón. La mano de Itachi perdió algo de su usual estabilidad.
Antes de que el haiku estuviese terminado, Kisame tomó la muñeca del otro y lo jaló. Lo obligó a sentarse en su muslo y lo abrazó por la cintura, atrayéndolo, besó su boca bien dispuesta y llevó una mano entre sus piernas. Itachi estaba duro.
—No sabía que pintar te ponía así —dijo Kisame muy cerca de su boca. Tenía una sonrisa de tiburón y sobre esa mueca fiera Itachi jadeó.
El joven se removió en aquellos brazos fuertes, aunque no para soltarse, sino para aumentar el contacto. Manchó la cara de Kisame con sus dedos llenos de pintura e incluso lo abrazó, emborronando con ello el koi.
Entre besos, Hoshigaki le preguntó qué quería hacer. ¿Qué deleite carnal podría satisfacerlo en ese momento? Él tenía preferencia por los orales y, ya que las manos del otro tenían pintura, tal vez sería mejor usar las bocas. De inicio, Itachi le dio la razón.
Uchiha se puso de pie y, luego de descartar lo que le quedaba de ropa y de pudor, acercó el vientre a la boca del tiburón. Éste besó y descendió. Las rodillas del joven temblaron.
Momentos más tarde, un actor que no les era por completo extraño apareció en escena. Itachi tomó la botella de lubricante del cajón y se la dio al hombre sentado, quien la cogió y después continuó con el juego como hasta ese momento, sólo que con una pequeña diferencia. Un dedo azul y cubierto de lubricante fue a masajear la entrada de Itachi, quien se separaba los glúteos con sus propias manos y al mismo tiempo sufría las atenciones que lo atacaban por delante.
Kisame continuó chupando el miembro endurecido de Itachi y venció la resistencia de aquel esfínter estrecho.
—Más —musitó Itachi
Kisame, en al acto, agregó más lubricante y otro dedo.
Ésta no era práctica nueva entre ellos. Uchiha había descubierto cuán placentero era tener la boca del tiburón en torno a su miembro y sus dedos largos acariciándole la próstata.
—Otro más.
Ahí iba el tercer dedo.
Kisame también se había prestado a ese juego en algunas ocasiones. La primera vez le mostró cómo hacerlo y no había encontrado mejor modelo que él mismo. Sentir la entrada de Kisame luchando contra sus dedos había llenado a Itachi de un extraño placer; escuchar al tiburón gemir y verlo retorcerse lo había enloquecido de lujuria.
—Uno más —rogó la comadreja. Sería el cuarto dedo, pero Itachi solía pedir solamente dos o tres.
Kisame dejó su pene por la paz y miró hacia arriba.
—¿Quieres el cuarto?
Ofendido ante la falta de contacto, el miembro rígido de Itachi buscó el rostro del otro, se restregó contra su mandíbula fuerte y fue a acariciar su oreja.
Itachi movió la cadera en busca del anhelado contacto, agarró el cabello corto de Kisame y quiso persuadirlo de que su mejor opción en el mundo era continuar chupando.
—Sí, sí. Otro más... Prepárame bien — dijo Itachi con voz sedosa.
Hoshigaki intuyó que, efectivamente, su mejor opción era chupar ahora, agregar el cuarto dedo y (tal vez) recibir una recompensa cuantiosa más tarde.
—Has cambiado mucho desde que te conocí —lo torturó el tiburón hablando sobre su miembro, moviendo los labios sobre su glande.
Itachi suspiró. Estuvo a punto de quejarse, de repetir la petición, de ordenarle en un gruñido, sin embargo, las palabras se atoraron en su garganta cuando sintió los cuatros dedos de Kisame presionar su entrada y su boca abrazar su sexo. Ya no supo si echar las caderas hacia adelante, rumbo a la boca cálida que lo recibía sin remilgos, o hacia atrás, rumbo a los dedos que lo penetraban. Por momentos se quedó quieto y con las rodillas temblando, literalmente recorridas por una vibración placentera.
Un año de casados, un año de sus vidas juntos. Sonaba a poco, sobre todo para un hombre de tres décadas como Kisame, sin embargo, un mundo entero se había movido durante esos insignificantes meses. No el mundo shinobi (que no había cambiado demasiado desde la casi extinción del clan Uchiha), tampoco el pequeño mundo privado en el que se movían el par de tórtolos casados, sino el mundo interno de cada uno. Itachi se había movido, su interior turbio se había vuelto más confuso en un inicio y luego se había asentado; ahora podía ver algo de claridad en él. También Kisame había experimentado cambios, aunque estos no eran notorios para el resto de la gente y, en apariencia, continuaba siendo el mismo.
El tiburón azul de Kiri se desabrochó los pantalones. Tomó las caderas de Itachi, lo hizo darse vuelta y lo sentó sobre sus piernas. El joven que en la noche de su boda lloró y se sintió humillado, esta vez gimió y se dejó penetrar. El niño pequeño que aquel lejano día tocara a la puerta empujado por sus pesadillas nocturnas, se encontraba dormido y sin miedos en el pecho. El hombre azul que un año atrás mascullara una queja y golpeara el colchón…gruñó otra maldición y quiso golpear a alguien en ese momento.
—Maldita sea —masculló Kisame apretando los dientes. Le iba a partir la cara a alguien y en esta ocasión no tenía nada que ver con la indisposición de su amante o con la interrupción de un niño lacrimoso, sino con el ANBU que aterrizó sus suelas calladas junto a la ventana.
—Itachi-san —dijo el ANBU desde el exterior.
—
El cuervo que regresa al nido
La comadreja sintió de inmediato la presencia del ANBU al igual que Kisame —sus habilidades de shinobi no estaban tan empolvadas—. Él no profirió maldiciones en voz baja o alta, sólo se mordió el labio y sintió una flor de frustración reventarle en el pecho. Estaba empalado por el miembro duro de Kisame y alguien, al otro lado de la ventana, le llamaba por su nombre. Si se atrevía a responderle, ¿le saldría algo por la garganta? ¿Silencio o un gemido delator?
—Itachi-san —la voz del ANBU era mesurada, baja, pero con una dicción tan clara que hacía difícil malinterpretar los sonidos.
Estaba buscando a la comadreja.
Kisame tuvo el impulso de abrazar con fuerza al joven, besarlo sonoramente e ignorar al ANBU, pero ésa era una opción riesgosa. Además, no tomaba en cuenta los deseos de Itachi. ¿Él también querría llenar los oídos del ANBU con sus actividades nocturnas?
Resultó que no.
—¿Qué sucede? —preguntó Itachi controlando su voz, lo cual hizo de forma impecable.
Se preguntaba qué querría un ANBU con él y a esa hora. Ya no tenía trato con ANBU, los había dejado mucho tiempo atrás y ellos aparentaron olvidarse de él.
—Shisui-san ha regresado —espetó el hombre de la máscara—. Está en el hospital.
La sombra de muerte, de preocupación, que solía cubrir a Itachi, regresó.
—
Uchiha Shisui había desaparecido en cumplimiento de una misión al igual que otros de su clan. Se realizó un funeral simbólico —no tenían el cuerpo— y la porción restante del clan le lloró igual que haría cualquier familia que es desmembrada lentamente. Itachi no lloró más que la mayoría, pero sí le dolió de forma indescriptible. De manera similar a otros desaparecidos en combate, Shisui jamás volvió y la gente dejó de esperar su retorno.
Oh, pero Shisui siempre había tenido algo especial, una cualidad distinta que lo había separado del resto y que lo había acercado a Itachi, quien era otra joya extraña entre el montón de piedras. Shisui se había negado a morir y a continuar desaparecido. A diferencia de los otros miembros del clan, él sobrevivió y regresó a casa en contra de todas las predicciones.
En el hospital, los médicos le echaron una mirada fugaz y curiosa a la comadreja —llevaba el cabello desarreglado y tenía pintura en la piel—, luego le dijeron que su primo estaba en condición crítica. Le explicaron de la forma más amable posible cuál era el estado de Shisui. No hay manera agradable de describir una condición crítica, dicho sea de paso.
Quién sabe cómo, Shisui se las arregló para llegar a la aldea con varios huesos rotos, heridas de profundidad que no estaban bien sanadas y un par de ojos que casi no veían. No sabían lo que le había ocurrido. Llegó tambaleándose a Konoha. Cuando trataron de hablar con él, lo único que pudieron sacarle fueron preguntas necias. ¿Dónde están los demás? ¿Y su familia? ¿Itachi está bien? Alguien le dijo que la comadreja y Sasuke se hallaban perfectamente y entonces se desvaneció; en ese momento fue la imagen de un hombre que ha cargado el mundo en su espalda y de pronto lo suelta.
Los médicos no sabían si sus ojos estaban bien. Los huesos rotos y las viejas heridas mal tratadas podían atenderlos, pero su cuerpo estaba exhausto, como si le hubieran exprimido la vida y sólo dejado unas gotas dentro. Creían que podría recuperarse, pero el proceso sería largo y tortuoso. Le recomendaron a Itachi no albergar esperanzas demasiado altas aunque (y esto era algo que todos los médicos decían) harían su mayor esfuerzo, pero el resto dependía de Shisui.
—No te mueras. No me dejes otra vez —le rogó Itachi al joven inconsciente y cubierto de vendas.
El regreso de Shisui a Konoha no fue una lluvia de bendiciones, más bien se trató de una tormenta de calamidades. Itachi tenía mil cosas en la cabeza, insensateces, miedos, planes, lamentaciones.
Continuará…
Pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por ti, querido lector, que te consentiste o hiciste algo que te gustara?
