Allí estaba yo, sentada en mi pupitre de la clase de latín de la señorita Morgan, mirando por la ventana y pensando en mis cosas. No es que su clase no me interesara, es solo que ella me caía fatal y no estaba de humor. Casi nunca lo estaba, pero lo cierto es que ya sabía lo que nos estaba enseñando. Desde pequeña me han tratado como la chica sabelotodo y huérfana del internado.

Cuando tenía cinco años mi padre me dejó en la guardería por la mañana y se fue a pescar con sus amigos en alta mar. Me prometió que me traería un delfín si pescaba uno y lo guardaríamos en la bañera para que no se muriese. Pero desgraciadamente hubo una terrible tormenta y desaparecieron por el mar. Ocho años más tarde me encuentro en un internado en el valle noreste de Helena, Montana. ¿Quién me paga los estudios? No lo sé. El director DeVillain tampoco sabe nada, dice que lo pagan por el banco y que extrañamente nunca dieron ningún nombre, aún así él aceptaba que me quedara (claro, como lo pagaban...).

El ruido de una regla de madera contra la pizarra captó mi atención.

"Señorita Wise" me llamó la Sra. Morgan. Ésa vieja cincuentona nunca me dejaba en paz. "¿Por qué está mirando por la ventana en lugar de prestar atención? ¿Acaso esos verdes prados son más interesantes que mi asignatura? Te gustaría correr por ahí, ¿no? Pues si no prestas atención darás vueltas por los campos hasta que sea hora de irte a dormir y sin cena."

Menuda bruja. Me tenía una manía insoportable y yo se la tenía a ella.

Intenté centrarme en la pizarra y no en la expresión fúnebre que llevaba puesta en la cara. Su pelo gris estaba siempre recogido en un moño, sus ojos verde-serpiente estaban inyectados de veneno y vestía una chaqueta de tweed marrón claro a conjunto con su falda.

"Ahora que he captado su atención, pequeña bestia inmunda, debo contaros a todos una gran noticia" dijo con parsimonia. "Como todos sabréis, mañana empieza la semana unida, y un conocido de vuestro director vendrá con un grupo de estudiantes neoyorkinos de visita durante toda la semana, así podréis conocer gente nueva."

Todos empezaron a hablar entusiasmados entre ellos. Me parecía una buena idea, la verdad. Conocer a gente del 'mundo exterior' podría ser divertido. No había estado en ningún otro sitio que no fuera California o Montana, y aún no había visto los dos estados enteros. De vez en cuando íbamos de excursión con el internado pero nunca salimos de los límites del estado de Montana. Demasiado peligroso si voy con ellos. Verás, a veces me suceden cosas muy, pero que muy extrañas. Aunque no vaya de excursión siguen pasando; una vez visitamos los establos del primo de nuestro profesor de álgebra y aunque todos siguen diciendo que eran caballos, yo solo vi criaturas medio águilas por delante y medio caballos por detrás, con unas alas enormes y emplumadas, cómo esos hipogrifos de la mitología antigua.

"Señorita Morgan" dijo Kasandra alzando la voz para que no se ahogara entre las voces entusiasmadas de los otros. "¿Habrá chicos?"

Kasandra Santos, hija del famoso actor español Esteban Santos. Es la diva de la clase y lo tiene todo; dinero, un pelo rubio que caía alisado perfectamente por su espalda, unos ojos azules como el cielo y, por si fuera poco, un cuerpo estupendo. Nunca engordaba, comiese lo que comiese, no le salían granos y su piel estaba perfectamente hidratada. Acababa de romper con su decimoquinto novio, Evan Prysler. ¿Cómo, a los trece, se puede estar tan interesada en chicos?

"Va a tener que descubrirlo cuando lleguen, señorita Santos." Le dedicó una sonrisa y nos dijo que la clase ya había terminado.

No podía entenderlo, ¿por qué Kasandra le caía tan bien? Sólo se preocupaba por la belleza y las relaciones, suspendía y era egocéntrica. Seguro que su padre debía sobornar a la Enana Morgana.

Un chico pasó corriendo por mi lado y con su mochila tiró el marco de fotos que había colgado en la columna que separaba las dos ventanas. Como era de esperar la Enana Morgana me echó la culpa y me hizo quedar media hora más borrando libros de ejercicios.

Los dedos me dolían de tanto borrar y ya no se me ocurría ninguna rima estúpida de la Sra. Morgan para tararear. Habían pasado sólo veinte minutos y solo había borrado cuatro cuadernos y medio. Jordi Pujolas, un buen amigo del internado, entró por la puerta y se recostó contra la pared.

"Aquí estabas..." murmuró. "Te he estado buscando por todas partes y como supuse, estas castigada."

"Aún no ha pasado media hora. Vas a tener que esperarte diez minutos más."

"Venga, ¿vas enserio? ¿harás lo que una profesora malévola te ha dicho?"

"Son las normas" respondí.

"Y las normas fueron creadas para desobedecerlas" agregó felizmente. "Vente, Dave quiere comerse tres bolsas de gusanitos de gominola seguidas. No podemos perdérnoslo. Hazlo por éste pobre campesino catalán..."

Me miró suplicante con los mofletes hinchados, los morros hacia fuera y las manos entrelazadas como si estuviera rezando. ¿Quién puede resistirse a ésa mirada de corderito? Sonreí y dejé los cuadernos sobre la mesa junto a las sobras de la goma de borrar.

El resto del día fue genial. Dave se comió las tres bolsas de gusanitos y yo gané diez pavos. Lo más divertido fue que cuando le entraron ganas de vomitar se equivocó de puerta y entró en la habitación de Kasandra. Durante la cena Kasandra estuvo lanzando miradas furibundas a Dave y soportando las burlas de otros estudiantes.

Al dormirme tuve una pesadilla.

Una chica estaba corriendo en medio de un bosque a oscuras. Pero no la perseguían. Ella corría detrás de nada o nadie y sujetaba una espada preciosa. Los dos relucían con luces de diferentes colores; rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta, y vuelta a empezar. Ella tenía aspecto de no haber parado de correr durante todo el día. Aparentaba unos veinticuatro y llevaba un vestido muy colorido y unas sandalias estilo gladiador, sus ojos eran un arco iris y aunque parecía muy joven, su mirada era muy antigua. Su espada era igual de elegante que ella; la empuñadura era de colores distintos; azul turquesa, fucsia, violeta, verde, naranja... y tenía una cinta de cuero marrón alrededor para sujetarla con más destreza.
Las raíces de los árboles se desenterraban por sí mismas y se interponían en su camino. La chica tropezó y cayó al suelo. Las raíces la envolvieron y la asfixiaban. Ella gritaba y forcejeaba con todas sus fuerzas pero la tierra se la tragó, literalmente. La zona donde había caído quedo desierta salvo por la espada.

Desperté con una gota de sudor frío resbalando por mi cuello. Parecía tan real...