Lust
CAPÍTULO 1
"Nostalgia"
"El incesto es la práctica de relaciones sexuales entre individuos muy próximos por consanguinidad."
Un año había pasado desde la última gran guerra Shinobi. La paz finalmente se había logrado luego de un año de guerra. Las aldeas se habían levantado de nuevo. Reconstruidas y pacíficas, tal como eran antes del infierno vivido en aquella terrible guerra que cobró miles de vidas y acabó con aldeas enteras. Las aldeas convivían en paz y armonía, o por lo menos eso se intentaba. La aldea de la Hoja se convirtió en un lugar pacífico y era gobernada por el Cuarto Hokage, Minato Namikaze, esposo de Kushina Namikaze y padre de Naruto Namikaze y Sakura Namikaze, familia mundialmente reconocida y respetada por jugar un papel muy importante en la guerra desatada por Madara Uchiha. Todo parecía ser perfecto en esta nueva era de paz, en especial para Minato y su distinguida familia.
"Parecía ser perfecto"
—N-no… cariño… no está bien. —suplicaba la agitada mujer. Intentando liberarse de los opresores brazos de su captor.
—No me importa. —replicó el excitado chico, quien la abrazaba con fuerza sacudiendo su erección entre las firmes nalgas de su rehén.
—No podemos… No debemos… —suplicaba ella entre gemidos de rendición.
—No me importa —gruñía el joven, que se pegaba cada vez más a ella.
El viento se encontraba calmo, las aves cantaban una sinfonía natural que daba vida al mundo que les rodeaba y que era hermosa a los oídos de cualquier hombre.
En las faldas de una montaña, se encontraba una arboleda, formada de enormes pinos, que, con sus ramas, fragmentaban los rayos del sol, formando hiladas de luz que descansaban en el suelo verdoso y en los troncos de los árboles. Escondida entre el espeso bosque, yacía una misteriosa cueva, la cual, era la entra de una extensa edificación subterránea, oscura y lúgubre, que guardaba oscuros secretos en su interior, y habitada por personas con intenciones siniestras.
En una de las grandes habitaciones de aquella guarida, se encontraban durmiendo en una cama, dos personas jovenes de diferentes sexos, una sábana blanca cubría de los pies hasta la cintura de sus cuerpos desnudos. Uno de ellos. Un hombre adolescente de un cabello largo color azabache y una piel blanca que cubría los músculos de su entrenado cuerpo, despertó de su sueño, repentinamente, algo lo había despertado. Quitó la sabana que lo cubría y prendiendo una lampara de noche, que descansa sobre una mesa junto a la cama, el pelinegro se sentó, colocando sus pies sobre un amplio tatami, colocado bajo la cama, el cual, a su vez, reposaba sobre un piso de madera. Estuvo en silencio por un momento. Su acompañante, una joven de una alborotada melena roja y piel clara, también despertó. Girando hacia su izquierda, pudo ver la espalda tonificada del azabache que estaba sentado en la cama. La chica bostezó brevemente y se acercó a él.
—¿Qué pasa Sasuke? —preguntó la pelirroja. — ¿No puedes dormir?
—Ya amaneció —dijo Sasuke
—Quédate conmigo un poco más —dijo ella abrazándolo por detrás y besando su cuello.
El azabache se paró de la cama rechazando a su compañera. La pelirroja solo pudo ver con deseo el trasero del pelinegro que corría una puerta de madera y se introducía al vestidor.
—Anoche estuviste asombroso —Exclamó la chica sonriente desde la cama.
El dormitorio permaneció en silencio por un momento.
—¿Me estás escuchando Sasuke? —Proclamó molesta la pelirroja.
—Karin… —dijo la voz de Sasuke desde el vestidor.
—¿Si Sasuke? —Preguntó Karin con un gesto esperanzador.
—No fastidies.
Karin suspiró fuertemente dejando caer su cabeza en la cama. —Tan frio como siempre —. dijo en voz baja.
Sasuke finalmente salió del vestidor. Tenía puesta una remera negra sin mangas y de cuello algo, la cual iba abierta en el torso, dejando su pecho y abdomen marcados. Vestía un pantalón tallado de color negro y sobre este, una Hakama Azul marino que caía hasta sus rodillas, y unas sandalias negras y altas. Se dirigió al otro extremo del dormitorio y tomó su espada que reposaba en un estante, junto a otras.
—¿A dónde vas? —preguntó Karin.
—Será mejor que te vistas.
—¿Por qué Sasuke?
—Tenemos visitas.
En otro lugar de la guarida, cruzando un extenso salón, se encontraba una enorme puerta y ahí, estaba un grupo de ninjas organizándose para irrumpir en la siguiente habitación. Uno de los ninjas, un hombre de gafas oscuras, que vestía con un largo cazadora con capucha estilo militar de color verde oliva. Recibía en sus manos a un escarabajo, que había salido por debajo de aquella puerta.
—Es Orochimaru —dijo.
—¿Estás seguro? —le preguntó su líder. Un hombre de cabello plateado, que portaba una máscara que cubría su rostro desde su mandíbula, hasta su nariz.
—Mis insectos no se equivocan. —replicó el encapuchado.
—Bien.
El enmascarado alzó su mano he hizo varias señales a los demás, 4 de ellos acataron la señal y comenzaron a colocar Papel Bomba en la puerta, mientras que los otros se protegían, se alejaban del radio de explosión y buscaban protección detrás de las columnas del salón. Estando ya todo listo, el peliplata levantó su pulgar a un ninja que se encontraba a unos metros de él, esté hizo un sello de manos y activando los explosivos, hizo volar la enorme puerta. Los ninjas se desplegaron rápidamente por la puerta, siendo El Líder, el primero en entrar a la habitación. Una habitación espaciosa y apenas iluminada, la cual perecía ser un laboratorio, debido a los frascos rotos y mesas tiradas por la explosión.
—¡No se mueva! —vociferó uno de los Cazadores Especiales ANBU, a una figura humana en la parte más profunda y oscura del laboratorio, que estaba de espaldas frente a lo que parecía ser un cadáver, sobre una mesa.
—Cuánto tiempo sin verte —Dijo la figura misteriosa, volteando y dejando ver su rostro. —, Kakashi.
—Lo mismo digo… —replicó el peliplata —Orochimaru.
Piel pálida, como la de un muerto. Melena oscura que cubría parte de su rostro. intimidantes ojos ámbar, con pupilas semejantes a las de una serpiente y una blanca sonrisa diabólica. Portaba una Yukata blanca, que caía hasta sus muslos y un pantalón negro, que llegaba hasta sus rodillas. Esa era la demoniaca personificación que los ninjas tenían ante sus ojos.
Kakashi notó como los demás se esforzaban por mantener la calma, por aparentar no tener miedo, he incluso él, que ya lo había enfrentado en ocasiones anteriores, no podía evitar sentir un escalofrió en todo su cuerpo, ante la mirada penetrante de aquellos ojos amarillos.
—Qué infortunio, justo me sorprenden en medio de una operación. —pronunció Orochimaru volteándose hacia el cuerpo detrás de él.
—¡Aléjate del cuerpo! —Exclamó Kakashi, desenvainando una de sus Katanas que portaba en la espalda.
—Supongo que no dejarán que conserve el cuerpo. —dijo, tapando el cadáver con una manta. —Es una lástima, hubiera sido un excelente contenedor.
—¡No te muevas!
—Qué mala suerte, no todos los días puedes optar por un Hyuga como contenedor.
El lugar quedó en silenció luego de que Orochimaru articuló esas palabras. A Kakashi se le heló la piel tan solo de pensar quien era el que estaba en aquella mesa.
—Eres un maldito —dijo con enojo, uno de los ninjas que estaban detrás de Kakashi, un joven de cabello largo, color oscuro, el cual llevaba recogido en una coleta.
—Tranquilízate Shikamaru —le dijo El encapuchado con gafas, quien intentaba reprimir sus emociones.
Orochimaru tomó un frasco de cristal, que estaba junto al cuerpo, lleno de líquido y con lo que parecían ser un par de ojos en su interior, y lo alzó frente a los Shinobis —Solo me llevaré esto —dijo.
Kakashi, no lo dudo y blandiendo su Katana se lanzó hacía él, seguido de otro ninja. Orochimaru, al ver el ataque que se le aproximaba trato de contrarrestarlo, pero se vio inmovilizado por unas sombras en forma de manos que le sujetaban todo el cuerpo, y antes de que siquiera pudiera pensar en cómo escapar de aquel Jutsu, Los dos Shinobis ya había enterrado las hojas de sus espadas en los hombros del hombre. La sangre comenzó a brotar de sus hombros partidos, sus ropas comenzaron a teñirse de un rojo intenso, mientras que Orochimaru, soltaba ahogados gemidos de agonía, a medida que perdía la razón, y aquellos profundos ojos de serpiente se apagaban lentamente.
Cuando finalmente dejó de moverse y emitir sonido alguno, los dos ninjas sacaron sus espadas de las grietas que habían hecho en los hombros de aquel hombre, haciendo que más sangre se desparramara del cuerpo. El enmascarado tomó el frasco de cristal que aún sostenía Orochimaru en sus pálidas manos y lo observó de cerca.
—No hay duda —dijo, mientras envainaba su espada —, son ojos Byakugan.
Shikamaru deshizo su Jutsu de Sombras, haciendo que el cuerpo de Orochimaru callera al suelo como un saco de arena. Suspiró un breve momento y luego se acercó a la mesa en donde estaba el otro cuerpo cubierto. Se quedó viéndolo por un momento. «¿será él?» se preguntaba en su cabeza. La idea de que el cadáver cubierto fuera su antiguo compañero desaparecido le aterraba. Tomó aire por un instante y de un tirón, descubrió el cuerpo sin vida. Todos estaban espantados ante aquella imagen. Sus miedos se habían hecho realidad.
El cadáver de un hombre de cabello negro y largo. En su frente se visualizaba el característico Sello Maldito de la Rama Principal Hyuga y en donde deberían estar los ojos, solo quedaban las cuencas vacías. Pero lo más repulsivo de todo, era el estómago, totalmente abierto, por lo cual se podían ver sus órganos revueltos adentro.
—Neji —Susurró Shikamaru con dolor. —, lo siento.
—Todo este tiempo, —Pronunció Kakashi con un aire de tristeza. —lo tuvo él.
—No merecía ser profanado de esta forma. —dijo Shikamaru.
—Tápalo, Shikamaru, tampoco merece que lo miremos en ese estado.
Shikamaru obedeció las ordenes de su líder y volvió a poner la manta sobre su difunto compañero.
—Necesito qué sellen esto —Exclamó Kakashi, alzando el frasco en sus manos.
Uno de los Ninjas se acercó y tomó el frasco. Acto seguido, sacó un pergamino, y extendiéndolo en el suelo, colocó el frasco sobre él y lo selló. —Listó —dijo, levantándose del suelo.
—Bien. Ahora, debemos rev…
Kakashi fue interrumpido por un fuerte chillido, seguido de un desgarrador grito que provenían detrás de todo el escuadrón.
Todos quedaron atónitos al ver a uno de sus compañeros ser atravesado por un destello de luz eléctrica. Los demás se colocaron en posición de ataque automáticamente. Pero lo que sucedió después, absolutamente nadie se lo esperaba. Todos se espantaron cuando el ninja que había sellado el frasco, se vio atacado brutalmente por la cabeza de Orochimaru, que, ahora se veía convertida en una horrenda serpiente blanca. Shikamaru ni siquiera se molestó en esperar la orden de Kakashi. Sacó tres Shuriken y las lanzó hacia la serpiente, que evadió con facilidad el ataque y azotando con su cola a los demás, se abrió paso para escapar por la misma puerta que habían derribado.
Kakashi, se lanzó a socorrer a la víctima que yacía tendido en el suelo, pero era demasiado tarde. La cara desfigurada y el cuerpo inmóvil le decían al peliplata que el hombre había muerto.
Nuevamente la vista de todo el escuadrón fue dirigida hacia el destello de luz, pero en lugar de eso, se encontraron a su principal Objetivo, Sasuke Uchiha, atravesando con su mano el pecho de aquel ninja, y qué, como si se trata de un saco de basura, sacó su mano de su pecho y lo aventó unos metros hacia adelante.
Shikamaru lanzó sus sombras de inmediato. Sasuke retrocedió al instante. Las sombras lo perseguían, pero este las evadía a medida que retrocedía, hasta llegar al centro del Salón anterior. Los ninjas se desplegaron al instante en aquel gran salón. Sasuke tenía a más de veinte Shinobis delante de él, siendo Shikamaru el que estaba al frente.
—Se llevó el pergamino —dijo Kakashi revisando el cadáver.
—¿Está seguro Kakashi-sensei? —preguntó el encapuchado.
—Sí, Shino.
—¿Qué haremos?
—Por el momento, encarguémonos de Sasuke.
Los dos Ninjas de la Hoja salieron del laboratorio posicionándose junto a Shikamaru.
—Sasuke —Exclamó Kakashi —Tengo ordenes de llevarte a la Aldea de la Hoja, vivo o muerto,
—¿y qué? —respondió el Uchiha con tono burlesco. —¿Me pedirás que me entregue sin mostrar resistencia?
—Nos evitarías muchos problemas, pero, sé que no lo harás, así qué…
Sasuke advirtió que una gran cantidad de insectos volaban a su alrededor, apenas se dio cuenta, cuándo los insectos lo atacaron. Él Uchiha al verse acorralado, se iluminó en rayos eléctricos que calcinaron a todos los incestos. Pero un segundo ataque le fue lanzado, un relámpago en forma de Halcón lo impacto. Un estruendo inundó aquella enorme habitación. Y una nube de polvo y humo segó por un instante a todos.
—¿Le dieron? —preguntó un miembro del escuadrón.
Cuando el polvo comenzó a disiparse, pudieron advertir a una formación fantasmagórica que rodeaba al Uchiha.
—Muy ingenioso. —dijo Shino.
—Ese maldito —Exclamó otro Shinobi
—Shikamaru —Llamó el peliplata —¿lo tienes?
—Lo tengo —respondió.
Al desaparecerse el polvo por completo, se pudo ver a un Sasuke cubierto por el espectro de una casa torácica azulada. Él Uchiha estaba jadeando ásperamente debido a la herida que portaba en el pecho y, además, se hallaba prisionero de la sombra de Shikamaru.
—M-Malditos — dijo con voz tosca.
A las afueras de la Pacifica aldea de la hoja. En la ladera de una de las montañas más altas del lugar, escondida entre los enormes y verdosos árboles, yacía una enorme mansión de estilo tradicional, con retoques contemporáneos, que se combinaban perfectamente con las ornamentaciones antiguas, logrando una arquitectura única, Los grandes ventanales que abarcaban del piso hasta techo, proyectaban desde afuera, los árboles, flores y cespet, pertenecientes a los y extendidos jardines que rodeaban casi todo el complejo. El porche de la entrada principal, conectaba a un pequeño puente, que atravesaba una pequeña laguna, ubicada entre la casa y el jardín frontal, jardín en el que se hallaba sembrando semillas de magnolia, tranquilamente, un hombre de avanzada edad, con un malhumorado y barbudo rostro, el cual protegía del sol con una Kasa.
—¡Abuelo! —Llamó un niño a pocos metros de él.
—¿Qué sucede Inari? —preguntó volteándose.
—Mira —dijo el infante, señalando un camino que se introducía por el bosque.
Al dirigir su vista hacia donde señalaba su nieto, pudo advertir a dos personas que se acercaban lentamente desde la lejanía, que poseían características muy peculiares pero que él anciano reconoció a la perfección. Uno parecía ir cabalgando una especie de cuadrúpedo blanco, y el otro, parecía que caminaba sobre sus manos.
—Son los amigos de Naruto —dijo el pequeño. —¿Cierto?
—Si —replicó desairado el anciano. —son ellos.
Cuando los sujetos finalmente llegaron al jardín, el que caminaba sobre sus manos dio tres piruetas perfectas, para finalmente caer sobre sus pies frente al señor, saludándolo sonrientemente con una reverencia.
—¡Buenas tardes Señor Tazuna! —Exclamó enérgico, un chico de grandes cejas y cabello negro estilo hongo, que portaba un extraño traje verde sin mangas de una sola pieza, dejando desnudos, sus ejemplares brazos.
—Buenas tardes hijo —replicó anciano.
—¡Hola señor Tazuna! —Exclamó el otro chico, seguido de un ladrido a modo de saludo del enorme Kuvasz blanco en el que iba sentado. El dueño se trataba de un joven de cabello ondulado castaño peinado hacía atrás. Las pupilas en forma de aguja y las dos marcas en sus mejillas en forma de colmillo, le daba un aspecto felino y una mirada casi seductora, mientras que su piel morena, los pronunciados colmillos de su sonrisa y sus gruesas patillas que se desvanecían poco a poco en una débil barba adolescente le proporcionaban un aire de rebeldía a sus facciones. Portaba tan solo una holgada remera gris de tirantes y unos pantalones cortos de color negro. —¿Está Naruto en casa? —Preguntó, bajándose del perro.
—Si —respondió secamente.
—¡Lee! —vociferó Inari, abalanzándose contra el cejudo con una patada. Lee bloqueó fácilmente el ataque, sujetando el pequeño pie de Inari con su mano derecha.
—¿Qué te pasa niño? —sentenció. —¡¿Eso es todo el poder de tu Juventud?!
Inari lanzo un grito de guerra y zafándose del agarre de Lee se colocó en la posición de combate que su oponente le había enseñado.
—Se ve que has estado entrenando mucho. —dijo el castaño.
—Hola Kiba. —replicó el pequeño, sin apartar la vista de su oponente.
La pelea comenzó, el pequeño se veía convertido en una ráfaga de golpes y Lee los evadía con mucha facilidad a medida retrocedía, alegándose cada vez más de las dos únicas personas que tenían como espectadores.
—¡Cuidado con mis flores! —vociferó el viejo Tazuna.
—Es un chico muy enérgico ¿verdad? —dijo Kiba mientras observaba con diversión el pequeño combate.
—Lo sé. Dice que quiere ser un héroe como Naruto y ser tan fuerte cómo Lee.
—Es entusiasta cómo Lee y obstinado cómo el necio de Naruto. Seguro lo logrará.
—Por cierto. Naruto seguramente estará en la Sala de Entrenamiento. —dijo Tazuna dándose la vuelta y continuando su labor —Esta es la hora en la que entrena con su hermana.
—Entonces iremos ahí primero—dijo Kiba —vamos Akamaru. ¡Lee! ¿vienes?
—¡Los alcanzo después! —respondió Lee, siendo abatido al instante por una patada del pequeño Inari.
En un espacioso y extenso balcón, ubicado en la parte trasera del tercer y último nivel de la mansión, sentadas sobre dos cojines negros al lado de una mesa, se encontraban dos figuras femeninas de bellas facciones, conversando plácidamente. La primera, una dulce jovencita de mirada curiosa. Cabellos largos y castaños y piel clara. Portaba una Yukata de color negro la cual, por el hecho de estar arrodillada, le llegaba hasta las rodillas, con una ancha faja blanca que cubría su cintura y parte de su abdomen.
Escuchaba cautelosamente las palabras de su emisora, una mujer adulta, caracterizada especialmente por su larga melena carmesí que enmarcaba su bello rostro diamantado teñido de color crema. vestía una corta Yukata jade con encaje, cuyo cuello era tan bajo y abierto que dejaba ver la línea que se encontraba entre sus proporcionados senos, por la flexión de sus rodillas, la falda del vestido dejaba ver más de la mitad de sus largos y tonificados muslos marfileños. Sobre este atuendo, la mujer también vestía un largo Haori abierto, color verde esmeralda con estampado de flores doradas, cuyo manto descansaba sobre los listones de Teka que componían la planta del balcón.
—Kushina-san ¿Y murió?
—Por suerte no, pero pasó casi un mes en el hospital debido a las fracturas.
—¿Qué pasó con Tsume-san?
—Se salió con la suya nuevamente, Amenazó al hombre con matarlo si decía algo.
—Se lo merecía por pervertido.
—No estoy segura Ayame, creo que se le pasó la mano.
—Tsume-san siempre ha sido muy temperamental ¿cierto?
—así es, desde que la conocí en la academia, siempre ha tenido un carácter fuerte y un gran temperamento, aunque, a decir verdad, yo no era muy diferente a ella.
— ¿Usted también era temperamental? —preguntó Ayame con curiosidad.
—Sí. Antes de conocerla, yo era una niña muy tímida. No fue hasta que ella me salvó de otras niñas que nos hicimos amigas. Aprendí de ella a ser fuerte y a no dejarme de nadie. Nos metíamos en problemas juntas y lo solucionábamos juntas, reíamos juntas, llorábamos juntas y nos enfadábamos juntas.
Ayame rio sutilmente ante las palabras de Kushina, su voz y su forma de expresarse eran tan relajantes como conmovedores, las oraciones que salían de sus pronunciados labios tenidos de un apagado color carnoso eran escuchadas palabra a palabra, por la joven castaña, quien observa atentamente las facciones del bello rostro de la mujer. Cejas altas arqueadas y pobladas, pintadas del mismo carmesí de su melena, le darían una expresión jovial, de no ser por el azul marino de sus apagados ojos, que le otorgaban a su profunda y penetrante mirada, una melancolía particular. Nariz pequeña y respingada. Pómulos marcados que la decoraba. Labios pronunciados y con el arco superior muy marcado, pintados naturalmente de un color carne exquisito dando una apariencia sensual, pero que transmitían un aire de tristeza por sus comisuras caídas. Si, Ayame no podía dejar de ver y escuchar a aquella cautivadora mujer, observaba con atención como los profundos azules de la carmesí observaban con nostalgia una pantalla invisible que le mostraban aquellas aventuras que vivió en los días de su radiante juventud y que ella narraba con su relajante voz. Mientras la escuchaba, Ayame se preguntaba si ella sería tan hermosa como aquella mujer de expresión casi meditabunda.
—Ayame—Irrumpió una voz femenina desde la puerta de cristal.
—¡Shizune-san! —chilló la castaña, al ver a la pelinegra frente a ellas.
—¡Por fin te encuentro! —exclamó con alivio Shizune. Una mujer en la cúspide de su juventud, con el cabello corto y lacio hasta el cuello. Piel blanca y bellos ojos oscuros. Portaba un kimono negro de mangas anchas y estampado de flores blancas en toda la parte derecha del torso y parte derecha de la falda, la cual descendía hasta sus rodillas, adicional a eso portaba un Haneri y una faja, ambas de color lila, que hacían un juego perfecto con su vestimenta.
—Te he estado buscando por todas partes jovencita.
—Yo le pedí que se quedara —declaró Kushina. —quería que me acompañara en el almuerzo.
—Tendrá que perdonarme Lady Kushina pero-
—Recuerda que no debes ser tan formal conmigo.
—Lo siento, es la costumbre. Pero enserio necesito a Ayame. Tenemos invitados.
—¿Invitados? —preguntó con curiosidad la Carmesí.
—Los amigos del Joven Naruto están aquí, parece que traen noticias para él.
—Ya veo.
—¡Vamos niña! —protestó la pelinegra. Ayame se levantó rápidamente.
—¡Gracias por el Almuerzo Lady Kushina! —vociferó la castaña mientras atravesaba la habitación matrimonial. Kushina solo le regaló una leve sonrisa.
Al otro lado de la Mansión, se hallaba una galería rectangular de columnas cilíndricas de seis metros de alto con molduras tradicionales, la galería era rodeada por un amplio corredor de piso de Teka que conectaba con el Enwaga exterior, el cual pasaba junto al extenso y bello jardín, entregando una maravillosa vista desde la Sala, misma que se hallaba en medio de aquella espaciosa galería y un espacio de un metro bajo el nivel del corredor que la rodeaba. El complejo era rodeado de diferentes habitaciones, a excepción del costado con vista a un hermoso jardín, que, en conjunto con los rayos del sol, formaban un hermosa vista de toda la sala. Sin dudas esa sala podría transmitir paz y tranquilidad, de no ser por los estruendosos sonidos, producto de los choques de pies y puños pertenecientes a las figuras que entrenaban en el centro del lugar.
La primera, una jovencita de cabello rosa, el cual llevaba recogido en una coleta, dejando ver claramente su bello rostro acorazonado de color crema, en especial, sus grandes y fulminantes, pero a la ves tiernos ojos color esmeralda. De Nariz pequeña y respingada, pómulos marcados como su madre. Labios delgados de los lados, pero voluminosos en el centro, coloreados con un natural carmesí. Vestía una camiseta holgada de color claro y un short corto de entrenamiento de color celeste con franjas blancas a los lados, que dejaba ver casi por completo sus deslumbrantes piernas torneadas. La pelirrosa dio una fuerte zancada con su pierna izquierda, para luego, con su pierna derecha lanzar una pata a la cara de su contrincante, el cual bloqueó el golpe. Este chico, un joven de piel crema. Cara de diamante. grandes ojos de un profundo color azul marino llenos de vida, el joven evidentemente había heredado cada una de las facciones del rostro de su madre, lo cual lo hacían un chico hermoso, Pero también había heredado los mechones dorados de su padre, así como su anatomía. Haciendo un joven alto, pero lo que más resaltaba de su rostro, eran unas particulares marcas en sus mejías, mismas que le daban una apariencia felina y sensual, lo que lo hacía irresistible ante los ojos de las mujeres. portaba una camiseta holgada de color naranja y una pantaloneta de entrenamiento completamente negra. Su cuerpo estaba perfectamente entrenado, desde sus pantorrillas torneadas, hasta sus impresionantes brazos tonificados.
El combate continuaba, la peli rosa lanzaba poderosos golpes al rubio que, con esfuerzo, los bloqueaba o los esquivaba, en uno de tantos ataques, finalmente la peli rosa logró proporcionarle una patada en el pecho a su oponente, este cayó de espaldas contra la madera del suelo. La chica se abalanzó sobre él, pero este se levantó de un salto, esquivando al instante el golpe que traía con ella y proporcionándole una pata en el estómago, haciendo que cayera de la misma forma que él.
—No dejes que la irá te domine Sakura. —dijo el joven Rubio. Mientras se acercaba a ella.
—Eso intento. —refunfuñó la pelirosa en el suelo, mientras sobaba su estómago.
—Intenta más, —replicó el rubio con cierto tono de burla— no creas que no me he dado cuenta que aun utilizas algo de tu fuerza sobrehumana para atacarme.
—Lo siento Naruto —dijo la joven poniéndose de pie— pero es difícil no enojarme contigo.
—Debes mantener la cabeza fría hermanita. Controla tus emociones.
—Si quieres que lo haga, entonces sé más gentil.
—¿Más gentil? En un combate real, no esperes que tu enemigo sea gentil contigo, Papá lo es porque te consiente mucho.
—Pero este no es un combate real, tonto.
—Si no lo es entonces ¿por qué usas tu fuerza sobrehumana?
—¡Tengo quince tarado! y tu diecisiete, además ¡Soy mujer!
—¿Eso que tiene que ver? Si no controlas tu fuerza, me matarás y te quedarás sin compañero de entrenamiento.
—Si no quieres que eso pase entonces ¡Sé más gentil!... Papá lo era.
—Eso es porque te consiente demasiado.
—¿Celoso?
—¿De qué? Si ahora no se preocupa ni por ti.
—¡Sabes que no es cierto, tiene mucho trabajo!
—Mamá dice lo mismo, pero tanto tú como ella saben que él ya nos ha olvidado.
—¡Deja de decir estupideces!
—¡y tu deja de comportarte cómo una niña!
—¡Idiota! —vociferó Sakura abalanzándose con puño cerrado sobre su hermano. Naruto bloqueó el ataque con sus dos brazos, sin embargo, la enorme fuerza de la pelirrosa lo empujó, haciendo que se deslizara casi un metro.
—¡Controla tus emociones! —exclamó Naruto sonriente, preparándose para el siguiente ataque de su pequeña hermana. Sakura lanzaba patadas y puñetazos que eran evadidas hábilmente por su hermano, lo cual la hacía enfurecer— ¡Mantén la cabeza fría!
—¡Callate! —exclamo la Ojijade, quien intentaba darle. Naruto le asesto un golpe en la pantorrilla haciendo que Sakura cayera al suelo de una manera muy divertida.
—¿Ves lo que pasa cuándo la ira te domina? —Dijo el rubio aguantando la risa. Sakura se levantó vertiginosamente continuando la pelea. Naruto mantenía una sonrisa al tiempo que escapaba de los veloces golpes de su hermana, lo cual la irritaba mucho. En uno de tantos ataques, Sakura finalmente logró acertarle una fuerte patada en la entrepierna. Una risilla triunfante se escapó de sus labios al ver a su hermano cubriéndose la ingle con su mano y gimiendo de dolor. Pero su pisca de felicidad le fue arrebatada por un puñetazo que le impacto en las costillas, dejándola sin aire.
—¡Hay! Lo siento ¿Te doli… —La frase burlona del rubio fue rota por un puño que le impacto en el rostro, lo que lo hizo retroceder bruscamente. Sakura se lanzó nuevamente sobre él, al mismo tiempo que este se ponía en guardia— ¡Naruto! —Llamó una voz desde el otro extremo de la habitación, Naruto al intentar visualizar al dueño de dicha voz fue abatido por una fuerte patada que impactó en su pecho haciéndolo rebotar por el piso varios metros, hasta que una columna finalmente lo detuvo. El chico dejo escapar un ahogado gemido mientras intentaba recuperar el aliento. Al abrir sus Azules ojos, pudo advertir la burlona sonrisa de su mejor amigo Kiba quien estaba parado frente a su cabeza y a la par de su otro amigo Rock-lee.
—¿Sabes? A veces me pregunto si realmente eres el segundo más fuerte de la Aldea —dijo Kiba sarcástico.
—También me alegra verte Kiba —Replicó Naruto levantándose lentamente.
—¡Mi Sakura es cada vez más fuerte! —Exclamó Lee eufórico. La sonrisa triunfante de la pequeña peligrosa cambió a una sonrisa nerviosa.
—¡Demonios Lee! —dijo Kiba con aire de molestia— con esas palabras hasta a mí me asustas. Sakura dejó escapar una risilla ante las palabras del Inuzuka.
—¡Lo siento Sakura! —exclamó Lee con un gesto avergonzado— No era mi intención incomodarte.
—N-No hay problema Lee
—¿Por qué están aquí? —interrumpió el rubio.
Kiba y lee ser vieron seriamente a los ojos por un momento— Kakashi-sensei ha vuelto —Dijo Lee. El rostro de los hermanos comenzó a reflejar asombro. Sakura caminó hasta donde estaban los chicos.
—¿Tan pronto? —preguntó Naruto.
—Parece que las cosas se complicaron estando allá —replicó el castaño—. Solo un tercio sobrevivió. —¿Y Shikamaru? ¿Y Shino? — Ellos están bien, no te preocupes Naruto, sobrevivieron junto a 8 cazadores especiales ANBU.
—¿Dónde están? —Preguntó Sakura temerosa.
—Están siendo sanados en el Hospital Central —respondió Lee.
—Debemos ir a verlos —dijo Naruto.
—Si —afirmó Sakura.
—Los esperaremos hasta que estén listo para salir —dijo Kiba.
—Bien —dijo Naruto. Él y Sakura emprendieron la marcha hacia sus respectivas habitaciones. Kiba y Lee observaron cómo los hermanos se alejaban por un espacioso pasillo.
En el Centro de la Aldea escondida entre las Hojas, se encontraba el Palacio del Hokage, un imponente complejo de cuatro plantas, con un bello y único estilo arquitectónico qué, al igual que la Mansión Namikase, era el producto de la excelente unión de la arquitectura tradicional y la contemporánea. Al palacio lo rodeaba un enorme jardín, con árboles, estatuas, monumentos, senderos, puente, riachuelos y fuentes distribuidos cuidadosamente con el fin de adornar los alrededores de aquella obra arquitectónica. En el interior del Palacio, se estaba llevando a cabo la Cumbre de los Cinco, en los que eran participes los Cinco Kages. La reunión tenía lugar en una espaciosa habitación redonda sin ventanas y de cielo muy alto. Periodistas tomaban nota desde sus butacas mientras que los camarógrafos iluminaban de cuando en cuando la habitación con los destellos de sus cámaras, todos estaban atentos a las palabras de los cinco personajes sentados en las cinco elegantes y altas cillas que estaban ordenadas de manera concéntrica a la habitación y las cuales eran acompañadas de las sillas de los concejeros.
—Concerniente a los lamentables sucesos ocurridos en el pueblo de Tonika y las investigaciones hechas por la Aldea de las Hojas en colaboración con la Aldea de la Arena —amonestaba un bello hombre adulto de largos cabellos dorados los cuales cubría con un blanco sombrero cuadrado con la inscripción de "Hokage"— , Concluimos que, tanto el genocidio como la incineración total de la aldea fue el resultado de un despiadado acto terrorista efectuado por un enemigo aún desconocido.
—¿Terrorismo? —preguntó escéptico un pequeño anciano de canoso bigote largo, nariz ancha y cabeza calva que cubría con un sombrero parecido al del Hokage.
—Así es Lord Tsuchikage—respondió el Hokage.
—¿La destrucción de Tonika no había sido producto de un conflicto entre aldeas pequeñas? —interrumpió una grave voz al otro lado de la Sala.
—Lord Raikage —interrumpió una segunda voz, esta vez femenina— masacrar y quemar a toda una aldea no es un acto de guerra.
Varios murmullos invadieron por un momento la enorme sala. El Reikage, un hombre maduro con mirada malhumorada, piel morena y cabellera dorada un tanto canosa, Lanzó una mirada inquisidora a la fémina al otro extremo de la sala, una mujer adulta, reconocida por poseer una gran belleza y aún más por su sensual forma de ser y sus atributos físicos, de piel blanca y mirada coqueta la cual escondía brevemente con los mechones bermejos de su hermosa melena, la Mizukage respondió a la pesada expresión del Raikage con una sonrisa inocente.
—Lady Mizukage tiene razón —Interrumpió la voz calmada de un Joven Pelirrojo de piel blanca y ojos turquesa con los parpados ennegrecidos—. Hombres, mujeres, niños, ancianos, caballos y ganado, todos fueron asesinados y luego quemados junto con todas sus pertenecías. ni siquiera los peores atentados que se han registrado han sido de carácter tan… extraño.
—¿Extraño cómo? —preguntó la Mizukage.
—Envie un convoy a Mongako, la aldea a donde huyeron los pocos sobrevivientes de Tonika, muchos de ellos aún se encontraban en shock, otros, sufrieron daños psicológicos permanentes, pero los que aun podían pronunciar palabra relataban cosas… extraordinarias. —al terminar de hablar el pelirrojo miró con seriedad al Hokage. Los murmullos se apoderaron del salón nuevamente, al tiempo que los destellos de las cámaras le daban más iluminación al lugar.
—¿Cuáles eran sus testim… —Lo importante ahora es detener a estos individuos —protestó el Hokage— , antes de que vuelvan a actuar.
—Creo que todos estamos de acuerdo en eso Lord Hokage —dijo la Mizukage— pero ¿Cómo planea hacer eso?
—Lord Kazekage y yo hemos ideado un plan el cual quisiéramos discutir con cada uno de ustedes en una sesión privada.
La Mizukage sonrió ante las firmes palabras del Hokage, no solo era un hombre muy guapo, sino también decidido, eso siempre le había atraído de él. La pelirroja hizó un ademán de aceptación con su cabeza decorado con la típica sensualidad de la mujer, el cuál fue respondido de igual manera por el apuesto rubio. Este cruce de fugaces miradas no pasó desapercibido por la Embajadora de la Aldea oculta de las Nubes y esposa del Raikage, quien veía con recelo a la bella pelirroja.
En el hospital de Konoha, conectado al suero y al monitor multiparamétrico, Kakashi, sin camisa y vendado de un brazo reposaba sentado sobre la cama que estaba a cierta distancia de los grandes ventanales con vista hacia los bellos jardines en los que se paseaban los visitantes y algunos pacientes en sillas de ruedas, leía la última versión del ICHA ICHA tácticas. El relajante silencio que únicamente era interrumpido por el paulatino sonido del monitor daba un ambiente de perfecta tranquilidad en la que Kakashi se podía sumergir en la literatura erótica de aquel libro. Convirtiéndose en el protagonista del relato más placentero que había leído, creaba en su cabeza las escenas que describían las morbosas líneas de cada página, se sumergía en su propia creación, haciéndole el amor a cada virtuosa fémina que componía el elenco del escrito pero, de cuando en cuando, remplazándolas por un único personaje que le causaba gran morbo hacer suyo, una jovencita de gran hermosura, de adolescentes facciones gráciles, con delicada piel marfileña recubriendo su pequeño cuerpo pudoroso. Esa era la fémina que encantaba haber suya, de la forma en la que el libro le indicaba, a veces haciéndole el amor con toda su ternura y gentileza, suave y lento para no dañar su frágil anatomía, besando y lamiendo lentamente entre los labios vaginales de su amada y provocándole involuntarios gemidos en la cópula. a veces duro y salvaje, tomándola de sus finos cabellos y embistiéndola desde atrás con brusquedad, disfrutando los desgarradores gemidos de la pequeña perdidos entre el placer y el dolor, tomándola fuertemente de su cabecita e introduciéndole su erección hasta lo más profundo de su garganta y llegando al más sabroso orgasmo dentro su boca, al tiempo que aquellos inocentes ojos cristalizados por las lágrimas lo observan con desconcierto y temor mientras que la crema del cetro varonil se desborda por la comisura de sus labios. Si, aquella pequeña había sido suya tantas veces en su imaginación, lo habían hecho de tantas formas, en tantas posiciones, de las más comunes hasta las más deliciosas, esas que en la vida real los llevaría al borde de la locura. Sin duda aquella novela podía convertirlo en todo un sátiro, lo cual le asustaba en los momentos en los que reflexionaba en ello, pero que a la vez disfrutaba, por ser el único e íntimo medio por el cual podía hacerle el amor a aquel fruto prohibido.
—¡Kakashi-sensei! —exclamó Naruto irrumpiendo en la habitación junto con su hermana y sacando a Kakashi de su mundo onírico— Ni estando herido deja de leer esas novelas.
—Y tampoco se quita la máscara —agregó Sakura
—Qué tal Naruto, Sakura —saludó Kakashi con una sonrisa invisible y serrando el libro.
—¿Cómo se encuentra Sensei? —preguntó Sakura viendo preocupada a Kakashi
—He tenido días mejores —respondió Kakashi
—Al menos su ironía sigue intacta —dijo Naruto— ¿Cómo están Shino y Shikamaru?
—No mejor que yo, Shikamaru está muy débil debido a varias heridas y el execito uso de Chakra. Shino está igual
—Nos preocupamos mucho por ustedes —Interrumpió Sakura—. Yo… creí lo peor
—¿Y esas flores? —preguntó curioso el Rubio advirtiendo los dos floreros que rosaban sobre una mesita al lado de la cama
—¡Ah! Ino me obsequió las Anemonas. Las Camelias son de Hinata
Naruto sintió una leve presión en su pecho al escuchar el nombre de la última chica. Sakura bajó la mirada al escuchar las palabras de su maestro. Había ido tan deprisa que se le olvidó por completo comprar algo para llevarle.
—Kurenai también vino a verme, y me trajo esto —dijo Kakashi sosteniendo con su mano uno platos con pequeñas sobras de comida—, es muy buena cocinera.
—¡Bien! Los dejo —exclamó Naruto, sorprendiendo a su maestro y produciéndole rubor a su hermanita— Supongo que ustedes dos tienen mucho de que hablar. Iré a ver a Shino y Shikamaru —decía mientras se dirigía a la puerta— Kakashi-sensei.
—¿Sí? Naruto.
—Me alegra saber que está bien.
—A mí también me alegra—dijo el Peliplata sacándole una sonrisa al Rubio—. Gracias por tu visita Naruto
—Espero se recupere pronto. Nos vemos —dijo cerrando al salir.
La habitación quedó en silencio luego de que la puerta se hubo cerrado, la incomodidad de la situación era acentuada por el tenue sonido exterior que apenas si lograba atravesar los grandes ventanales de la habitación, y los monitores que antes eran sinónimo de paz y tranquilidad, ahora daban inquietud a la circunstancia. La pequeña Sakura fingía observar los bellos jardines del hospital, evitando la incesante mirada de su maestro. Finalmente decidió ponerle fin a aquella mirada enfrentándola, sin embargo, al ver que aquellos oscuros ojos no se inmutaban regaló al peliplata una tímida sonrisa.
—Siéntate Sakura —dijo Kakashi plácidamente, cómo si aquel momento de incomodidad nunca existió.
Sakura obedeció a su maestro tomando una silla cercana y sentándose al lado de la cama. Estaba vez fue Kakashi el que desvió su mirada, dirigiéndola hacia los ventanales. Sakura aprovechó este momento para observarlo, advirtió la venda en todo su brazo derecho, pero más aún, se distrajo contemplando su torso desnudo, entrenado y marcado, lo cual le traía recuerdo que en ocasiones deseaba jamás haber vivido. Pero una cosa era segura, no podía dejar de ver aquel cuerpo fuerte y varonil que reposaba tranquilamente frente a ella, por más que lo intentaba sus ojos no podían quitarle la mirada de encima al escultural cuerpo de Kakashi.
—Saber de la misión ¿cierto? —dijo Kakashi volteando a ver y sacando a la Oji-jade de su trance
—Bueno… y-yo… —No te preocupes —interrumpió Kakashi tomando de la mano a Sakura y haciendo que esta se ruborizara—, después de todo se los prometí
—Lo sé Sensei. Es solo que no quiero que piense que vine a verlo por eso
—Se que no es así —dijo el peliplata acariciando la mano de su alumna y viéndola directamente a los ojos. Sakura no aguantó la profunda mirada de su maestro y bajó su mirada con sus mejillas bastante ruborizadas, cosa que Kakakshi no pasó por alto.
—Kiba dijo que muchos murieron ¿Es cierto eso?
—Si, fue una masacre, algo que espero olvidar algún día —Sakura advirtió como los negros ojos de Kakashi veía a la nada mientras habla, cómo si aquellos recuerdos reencarnaran frente al nuevamente. Fue entonces cuando lo entendió.
—No tiene por qué contármelo ahora Kakashi-sensei —dijo Sakura con una compasiva sonrisa en su rostro, cosa que sorprendió a Kakashi— . Por ahora, concéntrense en recuperarse.
El peliplata reflejó una leve alegría en sus ojos. Los inocentes ojos de su alumna por primera vez, desde aquel fatal error, lo veían sin pudor. Eso lo hacía feliz, nuevamente la mirada de sus ojos le era correspondida.
—Gracias por las flores Hinata —expresó Shino desde la cama.
—Es lo menos que podía hacer por ti Shino —replicó Hinata sentada a su lado, regalándole una cautivadora sonrisa a su amigo.
Hinata, una bella muchacha de piel perlina y cabello negro como la turmalina cortado a la altura de sus hombros. Grandes ojos color perla y delgados labios rosa. De esbelta figura y senos voluptuosos que cabría con un Kimono corto tenido de color hueso con collar plateado y debajo un Haneri lila. Mangas holgadas con puños del mismo color que el collar, al igual que las orillas de la falda.
—Debo admitir que me sorprendiste Hinata —declaró Kiba recostado en el ventanal frente a la cama— . No creí que te tomaras la molestia de venir.
—Shino es mi amigo —dijo Hinata, tomando la débil mano de su excompañero al tiempo que dirigía su vista hacia Kiba—, al igual que tú
—No recuerdo la última vez que estuvimos juntos los tres —dijo Shino nostálgico
—Yo tampoco —afirmó Hinata
—Todo cambió desde la guerra —dijo Kiba observando los jardines—, todos cambiamos.
La habitación quedó en un incómodo silencio por unos instantes. Kiba observaba a unos niños que jugaban por los jardines, Shino veía al techo y Hinata al suelo.
—Chicos —irrumpió una voz desde la puerta. Los tres personajes en la habitación dirigieron sus ojos hacia el emisor de dicha voz, encontrándose con nada más y nada menos que con Naruto Namikaze. Los ojos de Hinata se abrieron en gran manera al ver al Rubio entrar a la habitación, y este a su vez no podía dejar de verla a medida que se acercaba. El corazón de ambos se aceleró, Kiba y Shino dejaron de existir por un momento y los sonidos más mínimos desaparecieron, solo eran ellos dos contemplándose después de mucho tiempo sin verse. No obstante, Hinata fue la primera en salir de la hipnosis, desviando su mirada abruptamente y con desdén. Una expresión de tristeza se dibujó en el rostro de Naruto al ver la indiferencia con la que Hinata lo había ignorado.
—¡Finalmente llegas! —proclamó Kiba librando a su mejor amigo y a su amiga de aquel poco agradable momento— Shino ya estaba triste creyendo que no lo visitarías
—¡¿Qué tonterías dices?! —negó Shino molesto.
—No estés triste Shino —dijo Naruto divertido mientras se acercaba a su amigo herido—, ya estoy aquí.
—¿Tú también Naruto? —reclamó Shino rendido.
—Creo que es hora de irme —dijo Hinata levantándose de su silla
—Quédate Hinata —le instó Naruto—. Yo… no estaré mucho tiempo
—Debo irme —sentenció Hinata—. La reunión del consejo comenzará pronto. Adios Shino. Espero te recuperes pronto. Si puedo te visitaré mañana.
—Gracias Hinata… y cuídate.
—Nos vemos Kiba —dijo regalándole una sonrisa al castaño, para luego ver al rubio, quien hizo un gesto esperanzador— Adiós Naruto
—Adios —respondió Naruto dolido por la indiferencia con la que Hinata se despidió.
Al cerrarse la puerta. La habitación fue nuevamente invadida por el silencio, aunque esta vez fue muy breve.
—A cambiado mucho —dijo Shino observando la puerta— ¿no creen?
—Si —afirmó Naruto a un triste —En un instante pasó de ser una niña tímida a convertirse en toda una mujer—dijo Kiba sorprendiendo a sus dos amigos.
—A pasado por muchas cosas —expresó Shino. Naruto solo guardó silencio.
—Despreciada por su clan desde pequeña. Sin talento aparente. Estuvo cerca de morir dos veces, y luego… su padre asesinado antes sus ojos por el desgraciado de Sasuke Uchiha —Naruto sintió dolor en su ser, al escuchar a Kiba hablar de esa forma—. Pero mírala ahora. Tan fuerte como cualquiera de nosotros y líder del Clan Hyūga.
—Parece que le gusta tu cabello —dijo la bella mujer sentada frente a la cama donde reposa Shikamaru, quien cargaba en sus brazos a una pequeña niña bebe, la cual jugueteaba con los largos mechones sueltos de la cabellera del chico.
—Eso parece —contestó Shikamaru sin apartar la mirada de la dulce niña— ¡No! Espera no te comas mi pelo
—Es muy traviesa ¿no crees? —dijo la madre entre risas
—Lo es —replicó Shikamaru regalándole una sonrisa a la niña
—Kurenai-sensei… —Sabes que no tienes que tratarme así
—Lo sé… pero… Mirai… me recuerda mucho a Azuma-sensei
—Si… a mí también. Creo que por eso es que la amo tanto, ella es mi tesoro más preciado
—En aquel momento… —Shikamaru acarició el rostro de la niña— Cuándo estuve cerca de morir, pensé en mi madre, en mi padre… y en ustedes.
—P… Pa… Papá —pronunció la niña mientras jugueteaba con el cabello de Shikamaru, este quedó helado por un momento, viendo fijamente a los ojos atentos de la pequeña Mirai. Por un breve lapso de tiempo Shikamaru contempló en los ojos de la niña aquel acto traidor que había cometido, ese acto depravado que a veces le perseguía por las noches y no lo dejaba capturar el sueño
—¿Pasa algo? —preguntó preocupada la madre de la criatura
—L-Lo siento —respondió Shikamaru volviendo a la realidad—, es solo que… me duele la cabeza
—Entiendo... bueno… creo que… será mejor que me vaya para que puedas descansar
Kurenai tomó a su hija de los brazos de Shikamaru y se dirigió a la puerta en donde se detuvo por un momento —Espero te gusté lo que te preparé
—Seguro está delicioso —respondió el azabache sonriente
—vendré a verte mañana. espero te recuperes pronto
—Yo también lo espero
Kurenai rio ante las últimas palabras de Shikamaru. Abrió la puerta y se dispuso a salir, pero afuera se topó con unos penetrantes ojos Turquesa. Kurenia se inmutó ante la intensa mirada de la joven, un poco más alta, frente a ella. Expresión seria, casi inquisidora, pero de innegable belleza. Cabello bañado en oro, recogido en 4 coletas rebeldes, dándole rudeza a su presentación, a pesar de eso, el gesto de la rubia era no muy diferente a la de Kurenai, la cual solo bajó la mirada, abrazó fuertemente a su hija y prosiguió presurosa su camino por el pasillo que la llevará a la salida. Mientras tanto, la chica, solo observó por un momento y con cierto desdén el rumbo de la madre, antes de entra a la habitación.
Adentro, se encontró con un consternado Shikamaru, quien observó atentamente cada movimiento de la rubia, observó cuándo se acercó a la cama, cuándo tomó la silla que antes estuvo ocupada por Kurenai y sentó en ella, no muy cerca pero tampoco muy lejos de él. El silenció dominó la habitación por unos segundos, ninguno de los dos hablo por ese lapsó de tiempo, simplemente se veían a los ojos, él desconcertado y misterioso, ella seria y un tanto indiferente. Quizás esperaban a que uno de los dos abriera la conversación, o simplemente les era difícil comunicarse.
—Te ves terrible —declaró la rubia rompiendo el silencio. Shikamaru rio en lo bajo.
—Me siento terrible —fue su respuesta—. No sabía que estuvieras en la aldea
—Llegamos ayer en la tarde. Es por la Cumbre Anual de los Kages
—Claro… olvidé que se llevaría a cabo en la aldea
—¿Cómo estás?
—Bueno… tú ya lo dijiste ¿no?
—Si… una pregunta estúpida
—Me sorprendiste Temari. No creí que… —¿Viniera a verte?... No, no lo iba a hacer, pero me enteré de que te habían ingresado aquí, por eso vine
—Aun así, gracias —Shikamaru vio a Temari por un momento, sin qué esta se rindiera ante la mirada del pelinegro. A pesar de la frialdad tallada permanentemente en el rostro de Shikamaru, este ahora la miraba con una aurora de agradecimiento, casi sumisa.
—¿Tendrás secuelas o daños permanente?
—No, por suerte. Pero Lady Tsunade me dijo que posiblemente tendría mareos y malestar por unas semanas.
—Es es una buena noticia
—Si
—¿Tu madre ya lo sabe? —Fue la primera en saberlo. Estaba esperando en la recepción cuándo me ingresaron. La hubieras visto, hizo todo un drama
—Es lo normal, eres su hijo, aunque me sorprende no verla aquí
—Estuvo aquí hasta que le dijeron que saliera porque me harían unos exámenes, dijo que volvería más tarde —Shikamaru volteó de nuevo hacia los ventanales, el silencio se apoderó de la habitación. Temari también observó por un tiempo los jardines
—Y tú… ¿Cómo has estado?
—Bien… algo cansada
—La diplomacia siempre me pareció aburrida y tediosa
—Lo es… Es un fastidio —declaró Temari con aire divertido, a lo que Shikamaru correspondió con una pequeña risilla, no obstante, luego de unos segundos la expresión introspectiva volvió a su rostro, cosa que Temari advirtió inmediatamente.
—¿Está todo bien? —preguntó preocupada
—Si —replicó él a secas, evitando la mirada de Temari
—¿Seguro?
—Si
—Si hay algo de lo que quieras hablar, puedes decírmelo
—No hay nada de que hablar —dijo Shikamaru con desdén, frase que impactó en el pecho de Temari.
—Escuche que la mayoría de los hombres murieron —dijo Temari— ¿Qué fue lo que ocurrió?
—Eso es confidencial —replicó Shikamaru volteando hacia los ventanales
—¡¿Confidencial?! La noticia se está esparciendo por toda la aldea
—Aun así, no puedo decirte —exclamó Shikamaru volteando a ver a Temari
—¿No confías en mí? —No es eso, lo sabes
—Entonces dímelo —¡¿Viniste a verme o a interrogarme?! —Temari arrogó una mirada inquisidora al azabache, este solo la veía con cierta molesta, los labios de Temari suplicaban por vociferar muchas cosas, pero las palabras en su boca eran reprimidas por el sentimiento de compasión hacia Shikamaru, seguramente se encontraba fastidiado por todo lo que había pasado, o al menos de eso se quería convencer ella. Pero eso no la detuvo a soltar unas cuantas palabras. —No sé por qué me sigo preocupando por ti —dijo poniéndose de pie—. Fue un error haber venido.
Shikamaru solo observó sin mediar palabras, cómo una molesta Temari cruzaba la puerta. No intentó convencerla de quedarse, tampoco intentó disculparse, quiso hacerlo, pero si aquello implicarba que ella lo siguiera interrogando, entonces había tomado la decisión correcta, aunque eso significara alejarla más de su lado.
Más tarde, los Kages, a excepción del Hokage, se hallaban reunidos en la Sala Norte del Palacio, un amplio espació con hermosas vistas hacia los jardines por medio de los altos ventanales, que eran atravesados por el naranja del ocaso, el cual contrastaba los colores de los sofás, mesas y demás muebles. La sala constaba de tres juegos diferentes de Sala, los cuales estaban ubicados en diferentes lugares de la planta, posicionados entre los distingos juegos de mesa, siendo el juego con sofás más lardos, donde se encontraban platicando los Kages y su subordinada, a excepción del Kazekage y sus hermanos, quienes estaban tomando algo en la barra.
—Sirveme más Kankuro —dijo Temari extendiendo con su mano el vaso vacío
—¿Qué soy? ¿un maldito tabernero? —refunfuñó su hermano quien estaba al otro lado de la barra
—Ni siquiera me estás sirviendo licor —replicó Temari— es solo un maldito batido
—Claro —dijo Kankuro tomando de mala gana el vaso y preparando otro batido
—Dime que te pasa —dijo la voz tranquila de Gaara a su hermana
—No pasa nada
—Es Shikamaru ¿cierto?
Temari suspiró —si —respondió rendida
—¿Te hizo algo?
—No en realidad
—¿Entonces?
—Es solo que… bueno, es un idiota —Aquí tienes tu maldito batido —interrumpió Kankuro con voz cansada y colocando el vaso frente a Temari
—gracias —respondió Temari tomando el vaso y viéndolo fijamente
—¿Le preguntaste algo acerca de lo que ocurrió? —preguntó Kankuro
—Si, pero no me dijo nada
—Espero que aclaren las cosas rápido. Mucha gente ya a comenzando a hablar
—¿A qué te refieres Kankuro? —preguntó Gaara
—Ya saben, primero; la masacre en Tonika, y luego esto
—¿Estás insinuando que fueron los responsables? —cuestionó Temari molesta
—Yo no. —respondió Kankuro encogiendo se de hombros—. Las personas. Lo digo porque me preocupa, y debería preocuparles a ustedes también
—Es cierto —dijo Gaara— después de todo, nosotros colaboramos con La Hoja en la investigación
—Los demás Kages pueden usar eso para ultrajarnos —opinó Temari
—Hablaré con el Hokage —dijo Gaara— el me dirá la verdad. No permitiré que se deshonre el nombre de nuestra aldea, ni tampoco el de nuestros aliados.
Temari tomó la mano de Gaara y frotándola con las suyas, le regaló una dulce sonrisa a su hermano menor. Gaara le devolvió el gesto, aunque su permanente expresión apática prevalecía en dicho gesto, la verdad es que, desde la última guerra, su sonrisa se había vuelto más sincera.
Kankuro quitó rápidamente su mirada de aquella escena. A pesar de haber aceptado y apoyado la decisión de ambos, aún tenía mucho por digerir.
—A día de hoy no comprendo cómo es que ese pequeñajo pudo convertirse en Kazekage —dijo con desprecio el Tsuchikage mientras veía la barra a lo lejos y tomaba un trago de licor
—El calor del desierto a afectado el cerebro de los aldeanos —dijo el Raikage, recostado en el sofá con las manos detrás de la nuca y piernas estiradas sobre la mesa que estaba en el centro
—¿El calor? —preguntó escéptica la bella Mizukage— No lo creo Lord Raikage. Todos hemos visitado la Aldea de la Arena, y todos podemos dar testimonio de que, aunque extraño, el ambiente de la Aldea es muy agradable
Varios de los guardias y consejeros sentados en los sofás contuvieron su risa, incluyendo a los del Raikage. Este solo vio con desprecio la Carmesí, quien le regaló otra mirada inocente.
—Eso no responde mi pregunta —interrumpió el viejo Tsuchikage—. Mírenlo, es tan solo un mocoso
—En su defensa —dijo la pelirroja— Es muy maduro para su corta edad, y muy atractivo
—Parece que le atrae mucho —dijo el Raikage burlonamente— no sabía que le gustaban los niños
—Los niños no —respondió la Carmesí— me gustan los hombres con cerebro. Pero si hay alguien que me atrae, ese es Minato Namikaze
La esposa del Raikage. Una hermosa mujer de piel marfileña y facciones finas. Ojos azules como el mar. Hermoso cabello ensangrentado, el cual estaba recogido en dos moños, con flequillo en la frente. Conocida por ser la Embajadora de su aldea y por ser considerada, junto con su hermana, de las mujeres más hermosas de todas. Había estado muy callada durante toda la reunión, no obstante, las últimas palabras de la Mizukage le habían causado mucha molestia y celos, cosa que no pasó desapercibida por la Carmesí.
—Por desgracia para muchas de nosotras —prosiguió la Mizukage, viendo a la molesta Embajadora y fingiendo tristeza—, él ya es un hombre casado
La mujer no pudo resistir más aquellas burlas e indirectas, quizás porque lo que la Mizukage le trataba de decir, era cierto, y que se mofara de su secreto, le hacía hervir la sangre
—Tendrán que disculparme Lores —dijo la embajadora poniéndose de pie— pero me retiro
—¿Tan pronto? —le preguntó sonriente la Mizukage, cosa que la enfadó aún más— Si apenas estamos comenzando
—Lady Mizukage tiene razón —dijo el viejo Tsuchikage— tenemos mucho de que hablar y aún queda mucho licor por beber.
—Quédate Mito —agregó secamente su esposo, el Raikage
—Necesito aire fresco
—Está anocheciendo. Que te acompañe un guardaespaldas
—Puedo cuidarme sola. Gracias —dijo Mito con molesta antes de atravesar el enorme salón y abandonarlo.
—¡Qué Mujer! —rio el Tsuchikage
—A veces no la entiendo —comentó resignado el Raikage
—Lo mismo me pasaba con mi difunta esposa. Jamás la comprendí al cien por ciento. Las mujeres son todo un misterio
—Y eso mismo es lo que nos hace irresistibles —interrumpió la Mizukage— Es por eso que muchos hombres, por más que se esfuercen, jamás logran olvida a ciertas mujeres. Porque nunca lograron abrirlas, simplemente rascaron la superficie y al final, solo saborearon una pequeña parte del manjar
—Bueno… —replicó el Tsuchikage— Déjeme decirle que, durante mis ochenta años de vida, he conocido a muchas mujeres que… bueno, no se complican tanto la vida.
Dicha frase incomodó mucho a Kurotsuchi, quien era nieta del anciano y estaba sentada a su lado, junto con su amigo y guardaespaldas del Tsuchikage, Akatsuchi.
—Quizás en el aspecto carnal —replicó la Mizukage— Pero yo hablo de los sentimientos
—Los mismos sentimientos que les causan dolor —dijo el Raikage— Es otra razón por la que ustedes las mujeres son tan reservadas. Son de corazón frágil, y cuándo finalmente se abren, lo entregan todo, y tiene la mala virtud de ser… demasiado fieles
—Aun no me decido si es una virtud, o un defecto, pero sin duda nos hace muy vulnerables.
—He conocido muchas mujeres que han sido fácilmente engañadas —Interrumpió el Tsuchikage— ¿Qué responde usted a eso? —Yo creo que —interrumpió el Raikage—, las mujeres difíciles, nacen de ese tipo de engaños
—Eso es muy interesante —dijo la Carmesí—. Sin embargo, creo que esa también es otra cosa que nos diferencia de los hombres
—¿y qué es? —preguntó el Tsuchikage con desdén.
—Qué nosotras aprendemos. Aprendemos de los engaños y decepción, por lo tanto, somos más difíciles de conquistar y de engañar.
—Eso es ofensivo —comentó resentido el anciano
—Pero es la verdad. El gran defecto de los hombres es que pueden llegar a ser muy abiertos, lo cual, a su vez, los hace manipulables. Una mujer con experiencia, no necesita más de una hora de conversación para saber todo acerca de un hombre, un par de insinuaciones para calentarlos, y eso se debe a que tienen la mala costumbre de ser repetitivos y predecibles. Repiten las mismas técnicas de cortejo, no se preocupan por estudiar a su chica y son muy superficiales. Por todo esto, un hombre puede pasar días cortejando a una mujer sin posibilidad de éxito, mientras que nosotras solo necesitamos una sesión de sexo para tenerlos a nuestros pies.
El salón quedó en silencio por varios segundos, lo único que se escuchaba eran las lejanas voces de los tres hermanos que platicaban en la barra y los débiles sonidos del exterior. El Tsuchikga pensaba en lo mal que los había dejado, nuevamente, la Carmesí, frente a sus subordinados, sin dudas era una mujer sin reparo al hablar y para su desgracia, demasiado honesta.
El Raikage quedó perdido en sus pensamientos. Sin darse cuenta, las elocuentes palabras de la Mizukage, le habían quedado grabadas en la memoria.
La conversación prosiguió luego de un breve momento, esta vez, tocando temas de me menor peso, para aliviar la tensión e incomodidad que se había formado e incluyendo también, la opinión de los subordinados. Los diálogos se tornaron cada vez más relajados y alegres, incluso los de la coqueta Mizukage, quién con su gran sarcasmo y sentido del humor fue el centro de atención de la reunión. A pesar de eso, el licor fue surtiendo efecto en cada uno de los presentes, afectando tanto su habla, como sus argumentos, a excepción de la Carmesí, a quien no le gustaba embriagarse y se retiró cuándo, tanto el Reikage, cómo el Tsuchikage, ya no podían articular una oración coherente.
En la noche. Naruto, Sakura y Madre, se hallaban cenando en una elegante y espaciosa mesa de madera, con asientos para muchas personas. Ubicada, paralelamente, al lado de los altos ventanales con vista hacia el amplio y elegante jardín, iluminado únicamente por la blanca luz de la luna y la luz que escapaba del gran comedor, jardín que rodeaba una pequeña laguna de agua cristalina y fondo de rocas, en el centro de esta, surgía un alto Sauce, cuyas ramas se extendían hasta los extremos de la laguna y qué, de cuando en cuando, dejaba caer sus hojas sobre el agua.
La incompleta familia comía sus alimentos exquisitamente preparados por Teuchi, el padre de Ayame. Estando Kushina en un extremo, y los hermanos en ambos costados junto a ella. Algo que les gustaba a los Namikaze, pero que a la vez odiaban, era lo silenciosa que podía ser la mansión, en especial por las noches, cuándo los criados y demás sirvientes, concluían la mayoría de sus labores. Y en ese preciso instante, aquella mudez se les hacía agobiante. Cada uno concentrado, o fingiendo estar concentrado en su cena. Kushina por su parte, de cuando en cuando levantaba su mirada para ver si sus dos hijos se alimentaban debidamente, e involuntariamente, o eso quería pensar, sus marinos ojos se dirigían hacía su hijo varón, a quién en varias ocasiones, desde que comenzó la cena, había sorprendido mirándola. Incluso viéndole el pecho. Cosa que le provocaba sensaciones que solo podía describir cómo incomodas. Posiblemente esas miradas por parte de su hijo eran culpa suya, después de todo a la Carmesí le incomodaba vestir con más de dos prendas. A menudo solía estar con Yukatas y Kimonos cortos, debido a su afición por lo tradicional, mismo que regularmente llevaba muy abiertos del pecho por cuestiones de temperatura corporal, dejando un poco a la vista el espacio entre sus pechos, algo que siempre le valía reclamos por parte de su hija, tomando en cuenta el hecho de que no usaba, o más bien detestaba usar sostén. Cualquier vestidura que Kushina usaba, siempre debía ser ligera, y hacia uso del Haori solo cuándo la ocasión o el clima lo ameritaba, y por su gusto por lo holgado. Kushina volvió a sorprender a Naruto lanzando fugaces miradas a su pecho y sin percatarse de que había sido descubierto. Los ostentosos e impúdicos senos de su madre, le habían anulado todo sentido de discreción. No hacía poco desde que sus sentimientos hacia su ella habían iniciado un proceso de mutación, afectando también la percepción que tenía de ella. Eso le aterraba en sobremanera ¡¿Cómo podía ver a su madre de esa forma?! ¡¿Cuál podría ser la estúpida razón por la que el natural rechazo sexual entre parientes se había anulado en él? El claro recuerdo en su cabeza, de un sueño lascivo, que involucraba a su sagrada progenitora, solo empeoraba las cosas. Años atrás, jamás hubiera visto a la mujer que le dio la vida, con ojos que no fueron los de un hijo, mucho menos se hubiera a atrevido a verle los senos de manera tan prolongada, de hecho, cuando por error, su mirada se cruzaba con ellos, inmediatamente quitaba su vista con rechazo. Ya la había visto desnuda antes. A veces, entrando sin avisar a su recamara y sorprendiéndola vistiéndose, y otras, siendo ella la que se mostraba desnuda a él sin pudor alguno. Al recordar aquellas imágenes, sentía vergüenza y malestar en su alma. No obstante, ahora, estás se habían quedado grabadas en su mente, saliendo a relucir con frecuencia, y a pesar de que la vergüenza y el asco por si mismo lo invadían al instante, el lado retorcido y degenerado de su ser, que había nacido de forma desconocida, lo impulsaba a recordar y contemplar la desnudes de su madre.
Naruto continuaba lanzando pequeños vistazos al busto de Kushina, por más asqueroso que se sintiera, no podía dejar de verlo, tenía que verlo. De la nada, una manó grácil, se interpuso entre él y la vista que contemplaba, mano que unió un poco más, el cuello del Kimono. Naruto levantó automáticamente su mirada. Una ráfaga ardiente sacudió su cara, al ver una sonrisa dibujada en el rostro de su madre, quién fingía estar concentrada en su plato. Quedó paralizado. Bajo la mirada inmediatamente, sin saber a dónde ver. Su madre lo había descubierto ¿Qué estaría pensando de él? ¿Qué significaba la sonrisa en sus labios?
—Gracias por la comida —dijo Sakura, levantándose con pesadez
—Sakura querida. No terminaste tu plato —dijo su madre
—No tenía apetito —replicó indiferente—. Voy a dormir. Hasta mañana
—Duerme bien —respondió Kushina, al tiempo que Sakura ingresaba al pasillo
Luego de que la figura de Sakura se hubo desvanecido por completo, tiempo en el que madre e hijo no se dirigieron palabra, Kushina se dispuso a encarar a su hijo.
—¿Qué le sucede? —preguntó
—No lo sé —respondió el Rubio después de engullir un trozo de carne y sin levantar la cabeza
—¿No lo sabes?
—No me ha querido decir
—Y a ti… ¿Qué te sucede?
Naruto paró la labor de sus dientes por un instante, luego, masticó rápidamente y tragó.
—¿A qué… te refieres?
—Tú también estás raro
—¿Raro?
—Si. Lo sé porque… ni siquiera me diriges la mirada
Naruto volteó a ver a su madre casi instintivamente, como si el recordatorio fuese una orden, y el no obedecerla, desatara su ira. Era eran los ojos sumisos de un hijo contra los preocupados ojos de una madre. Kushina tomó la tersa mano de su hijo que estaba más cercana a la de ella, acto que lo sobresaltó, haciendo que el corazón del chico bombera con fuerza.
—Es por lo de Kakashi —preguntó la Carmesí— ¿Cierto?
El corazón del rubio paró su frenesí ante las palabras de la mujer. No obstante, los latidos aun no regresaban a su ritmo normal. Evidentemente su madre no quería tocar el tema ¡Fue un idiota al creer que ella fuera capaz de humillarlo de esa forma!
—¿Cómo te enteraste? —preguntó Naruto intranquilo
—Noticias como esas, se propagan rápidamente
—Es cierto
—¿Cómo están ellos?
—Verás… Kakashi está débil, pero se repondrá pronto. Shino y Shikamaru estarán recibiendo tratamiento especial, para acelerar su recuperación
—Ya veo… Espero, sanen pronto
—Yo también
—Ya entiendo tu preocupación. Al fin y al cabo, son tus amigos, y tu maestro
Esta última oración quedó sin respuesta. Naruto quitó la mirada de su madre, observando el jardín con cierta tristeza
—Cariño —dijo Kushina, llamando nuevamente la atención de su hijo— ¿Hay algo que quieras decirme?
Los pechos de Kushina regresaron a la mente de Naruto ¿Sería posible que después de todo, ella decidiera afrontar el tema? ¡No! Imposible. Su madre no podía ser tan cruel
—No —respondió temerosamente Naruto
—¿Seguro? —volvió a preguntar su madre
—Si —dijo Naruto con cierta firmesa
Ante aquella respuesta, la Carmesí tomó su poca y bebió de ella lo poco que quedaba, dejando solo un sorbo.
—Estoy llena —fueron sus joviales palabras, al tiempo que dejaba su asiento. Se acercó a Naruto, el cual casi por instinto se alejó levemente. Inclinándose y tomando la cabeza de su hijo con ambas manos, depositó un tierno beso en su frente acariciando sus dorados cabellos. Naruto se ruborizó de sobremanera, al tener frente a sus ojos, y tan de cerca, los grandes senos de su madre. Cerró sus ojos con fuerza, el beso y aquella libidinosa vista, eran demasiado para él. El tiempo se había hecho más lento, al menos en su mente. Cuando aquel acto maternal, si es qué así se le podía llamar, finalmente llegó a su fin, Kushina observó a su hijo, muy de cerca, por unos instantes, acariciando sus, ahora rosadas mejillas, con ambas manos. —Termina tu carne hijo —fue lo único que le dijo, luego se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el pasillo— Hasta mañana. Duerme bien. Te amo —concluyó antes de desvanecerse en la oscuridad.
Las últimas palabras dichas por la Carmesí, rebotaron por varios segundos en la mente de Naruto ¡¿Qué demonios había pasado?! ¿Qué fue todo aquello? Naruto alejó el plato, coloco ambos brazos sobre la mesa y sosteniendo su frente con ambas manos comenzó a intentar calmarse. Tantos besos, tantas carisias, tantas miradas viernes, pero nunca había despertado en las tantas emociones, aquella muestra de afecto maternal, había sido diferente, no sabía qué, pero lo sabía. La forma de besarlo, la forma en que lo vio, la forma en la que la que sus largos y finos dedos acariciaban sus mejillas, todo aquello, tubo algo. Naruto entró en gran angustia cuándo bajó su mano hasta su regazo, sintiendo lo que su madre había despertado en su cuerpo.
El reloj marcaba las diez de la noche. Había sido un largo día, también cansado, y a Lord Hokage, aun le quedaban varias horas de papeleo. Era otra noche de trabajo, otra noche de desvelo, otra noche sin sus hijos, otra noche sin esposa. Una de esas noches que ya eran parte de su rutina, pero a las que después de tantos años, aun no se acostumbraba. Solo, en su oficina, invadida por un permanente silencio qué, cuando en cuando, era interrumpido por el cando de un grillo cercano, o el sonido lejano producido por los pasos de trabajadores que se quedaban haciendo horas extras. Cuando su vista y manos se cansaban, y sus oídos se hallaban agobiados por el insoportable silencio, giraba su silla hacia los ventanales que tenía a sus espaldas, y desde ahí, contemplaba los extensos jardines, apenas iluminados por la tenue luz de los faroles. Otras veces, observa en la lejanía, la luz de las ventanas en la garita de entra y las distintas torres centinelas que componían e iluminaban el muro perimetral. Se preguntaba qué era de aquello hombres qué, al igual que él, pasaban la noche en vela ¿Qué hacían o pensaban, para matar el aburrimiento? ¿Tenían familia? Y si fuera así ¿La extrañarían tanto cómo el a la suya? ¿Qué tanto odiaban su trabajo? ¿Se rendirían en algún momento? Lo mismo se preguntaba con los que patrullaban por los jardines con sus linternas, qué desde su silla, se veían como pequeñas luciérnagas. También, cuando ere más de media noche, solía ver más allá del muro, a los distintos lugares que aún permanecían abiertos, preguntándose, qué tipo de actividades se llevaban a cabo a esas horas de la madrugada. Esas eran las pequeñas distracciones qué el Hokage se podía dar el lujo de tener en esas frías noches, desde su espaciosa y desolada oficina.
El Hokage continuaba sellando y firmando distintos papeles en medio del insufrible silencio. De repente, la puerta corrediza doble, se abrió. El hombre dirigió su vista hacia la puerta, advirtiendo a la figura femenina qué, entró y se sentó frente a él. Ante dicha acción, el Rubió solo volvió su vista hacia los papeles que llenaba con su pluma, sin prestarle mayor importancia a la mujer del otro lado del escritorio.
—¿Tú también me ignoraras? —le reclamó la fémina
—¿Qué quieres Mito? —preguntó pesadamente el Hokage sin apartar la vista de su labor
—Un poco de compañía —replicó Mito con tono pesado
—¿Y tu esposo el Raikage?
—Seguramente ebrio en algún lugar, fornicando con alguna de sus secretarias
—¿A eso viniste? ¿A contarme tus problemas matrimoniales?
—No, Minato. Vine a verte
—¿Para qué?
—¿Qué no puedo ver a mi cuñado?
—Cuándo estoy ocupado… no
—Deberías descansar un poco
—Y tu deberías estar en la cama
—¿Al lado de un ebrio infiel? No gracias
—Entonces, has algo al respecto
—¿Cómo qué? ¿Divorciarme?
—No es una mala idea
—Vine aquí para hablar, no para que me reprendas
—Entonces, deja de quejarte
—Está bien, lo haré ¡Podrías dejar, por un momento, esos malditos documentos!
Minato levantó su vista hacia el rostro de la Carmesí, el cual estaba a punto de quebrarse. Luego de verla por unos segundos, deposito su pluma sobre el frasco de tinta y apartó las hojas en las que escribía, Se recostó sobre su silla, observando a su cuñada. Mito podía ser arrogante, prepotente y una manipuladora, pero el simple hecho de ser la gemela de su amada Kushina, lo hacía débil ante sus caprichos. Mito no poseía aquella maravillosa expresión melancólica de su hermana, mucho menos la profundidad y templanza de los ojos de Kushina, en su lugar, sus ojos desbordaban vanidad y lascivia, siendo dueña de una expresión indiferente y calculadora. Quizás lo único en aquella gemela se asemejaban, en cuando a comportamiento se refiere, era en sus refinados modos de expresarse. Pese a todo esto, el parecido físico eran tantán descarado qué, verla sonreír era ver sonreír a su esposa, verla enojada era ver enojada a su esposa, y en ese preciso momento, ver sus quebrantados ojos era como ver su a amaba mujer al borde de la desesperación, algo que Minato no estaba dispuesto a permitir.
—¿Por qué estás aquí, Mito? —preguntó Minato seriamente
—Ya te lo dije Minato —replicó Mito—, quería verte. Saber cómo estás —Pues estoy muy ocupado, como puedes ver
—Lo sé… Pero no me refiero a eso
—Explícate entonces
—Quiero saber si estás bien. Estás tan solo en esta oficina. Te desvelas casi a diario, me preocupo por ti, Minato
—¿Te preocupas por mí? Deberías preocuparte por tu matrimonio
—Sabes que eso no me importa
—Si. Dudo que haya algo que te importe, además del dinero
—Me importas tú
—Después de todos los problemas que me has ocasionado, me cuesta creer en lo que dices
—Siempre te has mostrado escéptico sobre mis sentimientos por ti
—Eso es por qué tú te lo has ganado
—¿Qué puedo hacer para remediar eso? —preguntó Mito denotando interés
—Ni siquiera lo pienses —sentenció el Hokage
—¿Pensar qué Minato? —volvió a preguntar la Carmesí, levantándose de su silla con una sonrisa
—Se a dónde quieres llegar —dijo Minato evadiendo la mirada de Mito—. No va a funcionar
—Nunca ha funcionado, querido —replicó Mito de forma seductora, sentándose sobre la mesa— ¿Qué te preocupa ahora?
Minato comenzó a preocuparse, temía a que esta vez, si funcionara. Veía para todos lados, intentando distraer su mirada con algo, cualquier cosa que no fuera el firme trasero de su cuñada presionado contra la superficie de la mesa.
—Será… Será mejor que te vayas —dijo débilmente
—¿Estás seguro que quieres eso? —preguntó la Carmesí
—Si. Vete
—¿Por quieres que me vaya?
—Esto no es correcto. Estás casado. Yo estoy casado
—Pero si no estamos haciendo nada malo, Lord Hokage
—Aun no
—¿Aun no? ¿A qué te refieres con "Aun no"?
—¡Olvida lo que dije ¿quieres?! —exclamó Minato, levantándose de su silla y parándose frente al ventanal, de espaldas a la mujer, quien hizo una mueca al verse rechazada por el rubio.
—Ya entiendo —dijo ella, reincorporándose y caminando hacia donde estaba él— No pasara nada esta noche, a menos de que tú lo permitas
—Eso no es lo que quise decir —replicó Minato, viendo hacia los jardines
—Pero lo dijiste —fue la respuesta de Mito, al tiempo que rodeaba la cintura de Lord Hokage con sus brazos
—No hagas esto —suplicó Minato
—¿Hacer qué? —preguntó la Carmesí, denotando ignorancia, y acurrucándose en su espalda— Solo te estoy abrazando, no hay nada de malo en eso ¿o sí?
—Hablo enserio Mito —exclamó Minato, estando cada vez más al borde del abismo, gracias a las lascivas carisias de su cuñada.
—Olvidémonos de todo por un momento —propuso Mito con lujuria, agarrando el prominente abultamiento en el pantalón de su cuñado. —¡Es suficiente! —prorrumpió Minato, zafándose bruscamente del agarre de Mito, quien quedó consternada ante aquella actitud violenta.
—Vete —continuó el Hokage— Ahora —sin siquiera verla a los ojos.
El sufrimiento y el despecho se vieron dibujados en las finas facciones de la mujer, quien sin pronunciar palabra abandonó la habitación, dejando tras de sí un fuerte portazo.
Cuando la habitación volvió a quedar en estado desértico, Minato se dejó caer en su silla, tomó papeles y pluma, y se propuso a continuar con sus responsabilidades. Por desgracia, su mente y su cuerpo estaban demasiado aturdidos cómo para escribir algo con sentido. Era evidente qué, aquella escena lo iba a acompañar por el resto de la noche.
Unos pocos minutos habían pasado desde que la Embajadora de la Nube hubiese dejado el despacho de Lord Hokage. Caminando por los pasillos que la llevarían a su dormitorio y con la única compañía del sonido provocado por el caminar de sus tacones, Mito secaba las lágrimas de sus mejillas y parpados, esforzándose por cesar su llanto. Minato nunca la había tratado de esa forma, ni siquiera cuándo lograba sacarlo de sus casillas. Su esposo, ¿Por qué había actuado de esa manera? ¿Acaso era una señal de que definitivamente lo había perdido, o fue tan solo un acto desesperado para no caer en la tentación? Quizás aquello, solo fue un pequeño precio a pagar para finalmente estar con él, Minato Namikaze, su primer y único amor, el hombre que le fue robado. No obstante, aquello no le impedía estar furiosa con él. Había recibido peores tratos por parte de su marido incluso en sus peores borracheras, pero ninguno de esos insultos la habían lastimado tanto. Solo el hecho de que fuese su amado Minato, el que lo había hecho, le causan gran dolor, pero también gran rencor ¿Cómo se había atrevido a menospreciarla de esa forma tan burda? Después de lo que había pasado entre ellos, después de tanto buenos tratos, tantas insinuaciones, tantas suplicas, tantos afecto y amor, después tantos esfuerzos gastados solo para estar unos momentos con él ¿Esto era lo que ganaba? ¡No! El Lord Hokage, Minato Namikaze pagaría por aquella ofensa, no sabía cómo, pero lo haría.
Luego de que la Carmesí hubo secado su última lagrima, en la lejanilla de aquel desolado pacillo, advirtió a una figura femenina, caminando en dirección contraria a la de ella. A medida que esta se acercaba, Mito comenzó a reconocerla. Se trataba de Samui, una de las guardias de su esposo y poseedora de prominentes pechos, de los cuales se habla mucho. De melena dorada, que había sido cortada, simétricamente, hasta su barbilla, con flequillo recto, que terminaba arriba de sus cejas, enmarcando perfectamente su bello rostro, cabello que parecía estar acomodándose, junto con su Kimono.
Cuando sus caminos finalmente se cruzaron, la Kunoichi dejó su arreglo personal para regalarle una reverencia a su embajadora, la cual solo pasó de largo sin dirigirle la mirada.
—Samui —Llamó Mito, deteniéndose a secas
—¿Si mi Lady? —dijo la Kunoichi volviéndose
—¿Ya llegó mi esposo nuestra habitación?
—Si, mi Lady —respondió Samui con su típica expresión seria—, yo misma lo escolte.
—Imagino que estaba tan ebrio, que no podía caminar por si mismo
—No, mi Lady —difirió Samui—. De hecho, podía caminar perfectamente
—¡Oh! ya veo —pronunció Mito denotando sorpresa—. Entonces… ¿por qué hueles a alcohol?
Los ojos de la Kunoichi se abrieron ligeramente, al escuchar esa pregunta
—¿Estuviste bebiendo? —continuó la Carmesí
—No, mi Lady —No mientas. Sabes perfectamente qué, como guardaespaldas de Lord Raikage, jamás debes encontrarte en estado de ebriedad
—Lo sé perfectamente, mi La… —¿Estuviste bebiendo?
—No, mi Lady
Luego de aquella firme respuesta por parte de la Kunoichi, ambas mujeres se vieron mutuamente, si pronunciar palabras, sin rendirse ante la mirada de la otra. Mito sonrió inocentemente ante los ojos serios de Samui.
—¿Se divirtieron? —preguntó la Carmesí, poniendo nerviosa a la Kunoichi
—¿Disculpe? —replicó Samui, intentando mantener la calma.
—¿Eres sorda niña? Pregunto; sí se divirtieron.
—Lo siento mi Lady, pero no sé de qué me habla.
—Mentira. Sabes perfectamente de lo que hablo.
—Mi Lady, no entiendo lo que me…
Una violenta bofetada impacto el rostro de Samui, volteándolo bruscamente, y haciéndola retroceder un paso. La Kunoichi se reincorporó rápidamente, aterrada y despeinada, cubriendo su mejilla con la palma de su mano.
—Sabes muy bien de lo que hablo, zorra —sentenció Mito—, y aun así, te atreves a mentirme.
Samui intentaba calmar sus latidos y respiración, al tiempo que también intentaba controlar su ira.
—Déjame ver tu mejilla —ordenó Mito, a lo qué la Kunoichi obedeció de mala gana y sin quitarle la mirada de encima.
—Mira nada más lo roja que se ha puesto —sé mofó Mito—. Tienes una piel muy delicada, para ser una Konoichi.
Hubo un momento de silencio, Mito dejó de sonreír y lanzó una mirada inquisidora a Samui.
—¿Crees que soy estúpida? —continuó— ¿Crees que soy tan ingenua para no saber lo que hacen?
—No mi Lad…
Otro bofetón sacudió el rostro de Samui. Mito la tomó violentamente del cabello y la obligó a encararla muy de cerca. El rostro de Samui se había llenado de irá, misma que intentaba controlar.
—¿Qué pasa niña? —continuó Mito— ¿No te gusta lo que te estoy haciendo? Apuesto a que, si fuera él, lo estarías disfrutando ¿no? Después de todo, eso es lo que más le gusta, y de seguro a ti te encanta ¿verdad? Que te tome violentamente del cabello, cómo lo hago ahora, mientras te penetra. Que te pegue en las nalgas, hasta dejártelas del mismo color que tu mejilla ¿No es así, Perra? —decía Mito, observando la mirada encolerizada e impotente de Samui— Apuesto que su pene se pierde entre esas ubres que tienes por senos, después de todo ese es su fetiche ¿no? ¿Cuántas veces habrá acabado en tu pecho? Ya imagino tu ridícula cara cuándo lo hace.
La respiración de Samui era cada vez más fuerte, la impotencia del momento, el poder hacer nada para defenderse, toda aquella cólera reprimida provocó que sus ojos se rindieran ante las lágrimas. lo que era aún más humillante, puesto que eso provocó una satisfactoria sonrisa en su agresora.
—¿En serio creíste que me engañabas? ¿Qué nunca me daría cuenta que te acuestas con esposo? —continuó Mito, agarrando cada vez más fuerte la cabellera de su víctima— La única razón por la que aun conservas tu puesto, es por qué yo hacía lo he querido ¿Me entiendes? —dijo, acercando su rostro al de Samui— Recuerda eso la próxima es que tengas su pene en tu boca.
Finalmente, Samui se vio liberada del agarre de la Carmesí, quien, sin agregar comentario alguno, continuó su camino, dejando a la Kunoichi al borde del llanto, en medio del desolado pasillo. No entendía por que había humillado de esa forma a Samui, desde hace mucho sabía con quiénes se acostaba su esposo, cosa que lo importaba un comino, su amor por había quedado en el olvido desde hace mucho tiempo ¿Cuál era la razón entonces? ¿Acaso había descargado en la Konoichi su ira provocada por el rechazo de Minato? ¿Fue un acto celos posesivos? ¿O quizás fue el deseo de haber saber a aquella mujerzuela lo insignificante que era? Fuera cual fuera el motiva de aquella acción, una cosa era segura. Ahora se sentía mejor.
Cuando finalmente llegó a su habitación, encontró a su marido tendido en la cama, completamente dormido y apestando a alcohol. Observó por un tiempo, en la oscuridad, el cuerpo inerte de su esposo. Luego, ingresó a al vestidor, en donde se despojó de sus prendas, en medio del silencio, recordando a Minato, a la chica, a la puta de Mei Terumi. Vestida solamente con un vestido lila, de tirantes, el cual caía hasta la mitad de sus muslos, y tomando un libro, se metió a la cama y cubrió su regazo con las sabanas. Vio por unos instantes al borracho que estaba a su lado derecho, después volteo a hacia su izquierda, para contemplar los extensos jardines del palacio, iluminados por la luna, tiempo después, abrió el libro en la página en donde se había quedado la noche anterior y comenzó su lectura.
No había pasado mucho tiempo desde que dio inició a su lectura nocturna, acompañada únicamente por su lampara de noche, no obstante, sus pensamientos no la dejaban sumergirse en la fascinante historia de la novela. Cerró el libro, dirigiendo su vista hacia enfrente, encontrándose con el espacioso y extenso balcón en el que había mantenido una placida conversación con la curiosa Ayame por la tarde. Sonrió ante aquel recuerdo. Al ver más allá, contempló las lejanas luces, que escapaban por las ventanas de los edificios de la Aldea. contempló la Luna por un momento, tan hermosa como siempre. Observó su cama, encontrándose sola, como casi todas las noches. A su mente regresó lo ocurrido en la cena, en especial, la imagen de su hijo, la Carmesí cerró los ojos, y en la oscuridad recordó aquellos deseosos ojos marinos contemplando sus senos. Al abrir los ojos, dejó escapar un leve suspiro ¿Qué había sido aquella mirada? ¿Qué significaba? Se preguntaba mientras recorría con sus dedos el escote de su vestido de dormir. Bajo su vista hasta sus senos, los examino por un momento. Siempre había estado orgullosa de ellos, a la altura y proporción adecuada, grandes, pero no desbordantes, separados a una distancia correcta, y levantados naturalmente. No había hombre de se resistiera a verlos. A excepción de su hijo, o por lo menos hasta el momento de esa extraña cena. ¿Con que ojos la veía su hijo ahora como para verle los pechos de esa manera? Una involuntaria sonrisa se dibujó en su rostro, e inmediatamente su pecho se llenó de angustia, ¡¿qué diablos estaba pensando?! Mas bien ¿Qué estaba sintiendo?
Continuará…
