Capítulo 1

El rey del imperio del agua

Tras las murallas de hielo duro y resistente se alzaba una gran ciudad bajo el nombre de Akabani. A simple vista era un lugar bello y paradisíaco donde cualquiera querría vivir para tener una vida confortable y normal llena de felicidad. El sitio adecuado para una familia.

Sin embargo, hacía ya años que sus habitantes no eran capaces de reconocer dicha felicidad, aquella por la que sus antepasados habían luchado y construido unas barreras tan gruesas que ni el mismísimo sol podía derretir. Fue concretamente en el momento en el que el rey de Akabani había decidido, muy egoístamente, que el poder estaba por encima del bienestar de los habitantes. Esto sucedió cuando el primer rey de la ciudad recién forjada no tuvo más remedio que dejar todo en manos de su único hijo; Uma

Uma nunca había demostrado demasiado interés en sus lecciones diarias, aquellas que le prepararían para ser un buen rey, para guiar a su pueblo a la prosperidad. Sin embargo, todo aquello poco le importaba y sus intenciones fueron bien claras cuando sus padres murieron y tuvo todo en sus manos. Una responsabilidad demasiado grande para un joven de apenas veinticinco años que solo se preocupaba de sí mismo.

Ya era libre para hacer lo que quisiera y ni siquiera el mejor consejero o el consejo de los sabios de la tribu del agua podían hacer nada para detener sus decisiones. Era consciente de la situación en la que se encontraba su pueblo, sabía a la perfección las desgracias que se cernían sobre cada habitante, la pobreza, el malestar, la hambruna y las enfermedades. Pero estaba completamente seguro de que todo aquello solo era algo que debía sacrificar para después ser recompensado con algo mucho mejor. Por eso mismo siempre defendía que el sufrimiento de unos pocos estaba justificado si así podían lograr muchas más riquezas en el futuro.

Se había tomado la molestia de calcular minuciosamente hasta qué punto sufrían sus habitantes y realmente las cifras no le alarmaban. Solo los de la clase social más baja se quejaban de sus penurias pero en realidad no llegaban ni al treinta por ciento de la población. El resto nunca se habían quejado, y sinceramente poco le importaba cuando pensaba en todos los nuevos territorios a los que podría expandirse ahora que ya tenía todas sus tropas preparadas. Así eran las cosas. La nación del fuego había extendido su imperio recientemente conquistando una gran ciudad de la nación de la tierra y ellos no iban a ser menos. Ambos imperios; el de la tribu del agua del sur y el de la nación de fuego había firmado una tregua hasta haber reducido por completo a la nación de la tierra, después de aquello no sabrían qué pasaría pero hasta entonces ambos tratarían de conseguir tantos territorios como les fuera posible sin ponerse en el camino del otro.

Uma conciliaba el sueño sin pesares, su vida estaba llena de lujos que podía permitirse tantas veces como quisiera. Tenía mujeres, sirvientes, soldados, manjares, espectáculos y cualquier otra cosa que se le pasara por la cabeza y lo mejor de todo es que nadie podía arrebatárselo. Los pobres inconformistas si ya de por si no eran suficientes, entre ellos solo unos pocos tenían las agallas, la fuerza y la valentía suficiente como para acercarse al castillo a quejarse. El resto de habitantes lo respetaban y podía comprobarlo él mismo. Los nobles y adinerados apreciaban demasiado sus caprichos como para diferenciar entre lo que era justo para el pueblo y no. Estaba claro que ninguno quería desprenderse de sus acomodadas y lujosas vidas, lo que le daba mucha más ventaja. Prácticamente era intocable, al menos por su gente.

Además los pocos rebeldes que conservaban sus controles del elemento agua estaban en prisión por tratar de acercarse a él con malas intenciones. Aquello había servido de razón suficiente para prohibir el uso de cualquier control del agua dentro de todas las ciudades y pueblos que formaban el imperio. Estaba completamente seguro de que se había deshecho de todos los maestros y maestras del agua, y los pocos que pudieran quedar sueltos temían tanto perder sus vidas que nunca serían capaces de salir de las sombras y mucho menos de revelarse contra él. Le gustaba saber que él era el único capaz y a quien se le permitía valerse de su control del liquido transparente del que estaban rodeados y con el que estaban construidos todos los edificios.

Akabani era una ciudad muy especial y no solo por ser aquella en la que el rey vivía, sino por su cercanía con la tierra. Era un lugar que había sido construido básicamente sobre hielo artificial creado por un montón de maestros del agua hacía ya muchos años y que seguía manteniéndose de pie por mucho que pasara el tiempo. A la izquierda del castillo se extendía el resto del imperio hacia el polo sur. A su derecha, en cambio, se veía un frondoso bosque no muy lejos y algunos pueblos más que desde no hacía mucho formaban parte de la nación del agua.

Uma salió al amplio balcón tomando una gran bocanada de aire que amenazaba con irritar su garganta pero que era tan fresco que le hacía sentir enérgico. Ante él tenía una imagen preciosa de edificios que parecían de cristal, todos ellos pertenecientes a la clase alta, y más alejadas casas sencillas o iglús que también formaban parte de las vistas. Otro nuevo día acababa de empezar y estaba impaciente, tarde o temprano llegaría el momento en el que varias de sus sirvientas entrarían por la puerta y comenzarían a vestirlo para que bajara a desayunar. Después, se tomaría su tiempo escuchando las últimas noticias de sus mejores consejeros y finalmente llevaría a cabo todos los preparativos para la reunión tan importante y decisiva que tendría al día siguiente.

Una joven muchacha se movía hábilmente entre la multitud haciendo que su vestido de tela celeste se alzara al vuelo. Llevaba un abrigo grueso de piel, el mismo que utilizaba siempre que salía a la calle. Todas las mañanas el mercadillo adornaba los caminos principales de la zona baja de Akabani, muy cerca de donde ella y su madre vivían.

Corría casi con desesperación al tiempo que trataba de recogerse correctamente el pelo en una trenza, era algo que su trabajo le exigía y no podía cometer ningún error. A pesar de su apuro por llegar cuanto antes a su destino su rostro no mostraba preocupación, en realidad todo aquello no le importaba, solo era parte de su supervivencia y una obligación con la que debía cumplir.

Tardó cerca de quince minutos corriendo cuesta arriba hasta el palacio principal del rey. Estaba decorado con columnas asombrosamente gigantes que lo mantenían en pie. Siempre le había fascinado su hermosura, el trabajo que los antepasados de su pueblo habían construido con sus propias manos. Era algo digno de admirar y que ella, personalmente, apreciaba desde lo más hondo de su ser. Un sentimiento totalmente contradictorio al que sentía por aquella sabandija que se aprovechaba de su pueblo, aquel hombre al que todos llamaban "rey".

Cruzó las grandes puertas de hielo con relieves que brillaban bajo la luz del sol, los guardias que encontraba allí cada mañana la saludaron como de costumbre antes de que entrara y subiera unas escaleras laterales. Se recordaba siempre a si misma que no debía subir por las principales, aquellas eran solo de uso privado para la realeza y todas sus visitas de gran importancia. Le parecía una estupidez, cada uno de los caminos escalonados llevaban al mismo lugar, solo que las que usaba el personal del castillo eran más recatadas.

Cuando se encontraba en el piso de arriba pasó un largo pasillo girando dos veces a la izquierda y entrando sin llamar a un cuarto que tenía la puerta de madera. Dentro, varias jóvenes parecieron aliviadas de verla.

-¡Katara! Menos mal que ya estás aquí. Ya es la hora, hoy también llegas tarde y sabes que no le gusta esperar- dijo la que parecía la más mayor de todas arqueando sus cejas. Se llamaba Kairi y siempre se portaba muy bien con ella, la trataba como a una hermana pequeña.

-Lo siento, he tenido problemas con…- trató de disculparse pero la otra joven la interrumpió con tono seca.

-Ahórrate las excusas. Sean cuales sean tus razones tienes que tener en cuenta que tus actos nos perjudican a todas, así que intenta que no vuelva a suceder. Katara la miró unos segundos para apartar la vista justo después. Sagara solía ser muy dura con ella, algo que no pegaba con su dulce rostro angelical y su corta edad, si mal no recordaba debía tener quince años, solo uno más que ella.

-Ya lo sé, no volverá a pasar.- contestó ella acabando de vestirse con los uniformes que tenían que llevar cuando trabajaran allí: Las tres vestían unos vestidos largos azules hasta los tobillos, eran gruesos y calentitos, sobre ellos tenían un delantal blanco y todas debían llevar el pelo recogido.

-Bueno, si ya estás lista será mejor que vayamos cuanto antes a los aposentos del rey- propuso Kairi preocupada. Las tres salieron en fila una detrás de otra y caminaban de forma correcta, ni demasiado rápido ni demasiado despacio. Katara recordaba cada uno de los rincones del palacio a causa de todas las veces que había deambulado por allí. No llevaba más de tres meses trabajando como sirvienta personal del rey y aún así su mente recordaba cada pasillo y cada cuarto con claridad.

Kairi tocó la puerta un par de veces esperando oír la respuesta del rey permitiéndoles entrar. Al escuchar su voz abrió la puerta inclinando la cabeza levemente y dando los buenos días al rey, seguida por Sagara que repitió sus palabras en un tono más bajo. Katara simplemente se mantuvo callada como de costumbre.

Uma se paseó con una gran sonrisa por la alfombra situada en el centro de la habitación esperando a que Kairi, que se había acercado al armario para sacar su ropa, volviera hasta él y comenzara a vestirlo. Mientras tanto Katara y Sagara se habían colocado una a cada extremo de la enorme cama para volver a hacerla y acto seguido recogerían y limpiarían la habitación.

Una vez que Kairi encontró la ropa que buscaba se acerco con ella hasta el rey pidiendo la ayuda de Sagara, entre las dos lo acabarían antes, sin embargo el rey las detuvo con un solo movimiento de su mano izquierda y se dispuso a hablar.

-Esperad- las dos se quedaron quietas, Katara, sin embargo, estaba inversa en sus propios pensamientos y no fue demasiado consciente de lo que había pasado así que simplemente siguió con lo suyo sin detenerse. –tú no, quiero que lo haga ella.- señaló a Katara, la cual se dio cuenta de que algo no iba muy bien tras unos cuantos segundos de silencio. Cuando escuchó que Kairi la llamaba levantó la cabeza hacia ella alarmada.

-Katara, ven a ayudarme- le repitió con suavidad pero con prisa. El rey observaba divertido su reacción, sabía que estaba perpleja ante su orden ya que normalmente no tenía preferencias a la hora de que realizaran sus tareas como sirvientas. Se acercó de inmediato para tomar el lugar de Sagara y vestir al rey.

-No, ella sola. Tu puedes seguir recogiendo el cuarto con la otra.- nunca las llamaba por sus nombres, quizás ni siquiera se había tomado la molestia de aprendérselos pero le bastaba con decir tres o cuatro palabras y señalarlas. Katara miró a Kairi sorprendida e incluso algo asustada, aquella mañana el rey se estaba comportando de forma inusual y la ponía realmente nerviosa. Hizo lo dicho lo más rápido que pudo para poder librarse de aquella situación cuanto antes y volver con el resto a seguir limpiando su habitación.

-Ya está, señor- le dijo con un tono casi inaudible pero Uma le entendió a la primera. Katara no levantó la vista, no quería siquiera dedicarle una mirada a aquel hombre que tanto sufrimiento había provocado al pueblo y a su familia. Bastante duro era tener que trabajar para él a pesar de todo el odio que sentía.

-Muy bien- se observó en el espejo dando un par de vueltas sobre sí mismo y dando el visto bueno a las prendas que habían escogido para él. Entonces sujetó con una mano la barbilla de Katara alzando su cabeza y obligándola a que lo mirara a los ojos directamente. –buen trabajo. -ella solo aguantó la mirada unos segundos hasta que se obligó a si misma a desviarla. A Uma le encantaba esa expresión en ella, veía la impotencia y la frustración juntas, todo su resentimiento acumulado. Sabía que aquella chiquilla lo odiaba con toda su alma y por eso le encantaba y al mismo tiempo le intrigaba.

Esa era la razón por la que aquel año había elegido a Katara entre las jóvenes de la ciudad. Cada año elegía tres sirvientas y acostumbraba a llamar a aquellas que ya lo habían servido con anterioridad como Kairi pero las otras dos veteranas se habían ido a vivir a uno de los pueblos más alejados del imperio y debía escoger a dos nuevas candidatas. Muchas se apuntaban voluntariamente, sin embargo, él prefería revisar los documentos del pueblo y escoger él mismo a las que fueran aptas para el trabajo. Cuando las reunió muchas le llamaron la atención, la mayoría por lo jóvenes que eran y también por su belleza, como era el caso de Sagara. Pero en Katara vio algo más; resentimiento, ira, sufrimiento y odio.

-Ahora bajaré a desayunar, espero que acabéis con esto cuanto antes y que paséis a limpiar el resto de habitaciones de invitados, ya os habrán informado de la visita tan importante que tendremos mañana- les recordó antes de irse de la habitación dejándolas con sus tareas.

-¿Visita?- preguntó Katara queriendo olvidar lo ocurrido segundos antes, sus dos compañeras tampoco hicieron ninguna mención de ello.

-Si, ¿no lo recuerdas? Nos lo dijo ayer el ministro, vendrán los representantes de otra de las naciones para charlar sobre posibles alianzas con nuestro imperio- le contó Kairi.

-No me suena haber oído eso- confesó mientras barría el suelo, ya casi habían terminado de limpiarlo todo.

-Eso se debe a tu falta de dedicación, deberías tomarte más en serio lo que haces- le soltó Sagara sin cambiar de expresión. Katara estuvo a punto de responderle cuando otra sirvienta abrió la puerta y las reclamó para que bajaran al salón del desayuno.

-Katara, quédate y termina lo que falta, Sagara y yo bajaremos ya para ocuparnos del salón, te esperamos allí.- ella asintió continuando con sus tareas.

Esperó unos cuantos segundos para asegurarse de que no volvían y cuando supo que tenía vía libre buscó en el fondo del armario del rey, sabía que ahí tenía una vasija de cristal repleta de pequeños cristales y joyas que valían su peso en oro. Había tantas que dudaba que se hubiera molestado en contarlos todos, además sabía con seguridad que no le dirían nada por llevarse alguno, ya lo había hecho anteriormente y ni siquiera había tenido problemas a la hora de venderlos. Eso sí, con cuidado de que no llegara a oídos de nadie relacionado con el rey. Su vista se detuvo en algunas de las joyas que estaban en poder del rey. Sujetó con delicadeza un collar con un círculo bañado en plata y símbolos de olas grabados en él, era el collar de su madre. Cada vez que lo veía una tristeza inmensa se adueñaba de ella pero no le era posible hacerse con él aún, ya llegaría el momento adecuado. Cogió un par de cristales y se los escondió en un pequeño bolsillo interior del vestido, acto seguido no esperó más y bajó al salón donde el resto de sirvientas limpiaban y adornaban todo con cuidado al tiempo que el rey desayunaba.

-Recordad que debe quedar todo impecable- dijo el consejero del rey. Katara acababa de incorporarse al grupo que fregaba el suelo, aquel día se le estaba haciendo más pesado de lo normal y apenas habían empezado.

Se pasaron toda la tarde decorando y limpiando cada habitación del enorme palacio con tan solo un descanso de una hora para que pudiera almorzar. Ya había anochecido y cuando dieron las ocho de la tarde llegó la hora de que las sirvientas reales marcharan a casa hasta el día siguiente. Katara cerró la puerta del cuarto en el que se había puesto de nuevo su ropa, sus dos compañeras que la esperaban. En ese preciso momento oyó como Syrveo la llamaba a sus espaldas. Se giró de inmediato e intentó asimilar cada palabra que salía por su boca. A pesar de que el bigote fino y oscuro captaba toda su atención no pudo evitar sorprenderse con lo que le estaba diciendo.

-El rey requiere de tu presencia. Ven conmigo- su corazón comenzó a latir con muchísima fuerza. No entendía la razón que podía tener para llamarla a ella en concreto pero desde aquella mañana estaba bastante raro con ella, como si le interesara en especial y eso no le gustaba nada.

Les dirigió una mirada temerosa a sus compañeras quienes también parecían asombradas. Kairi mostró un rostro preocupado mientras que Sagara se daba la vuelta llevándose a Kairi consigo.

Katara siguió en silencio tras el señor del bigote con el que pocas veces había cruzado palabras desde que estaba allí. Cuando se detuvo en la puerta que ella bien conocía la saludó educadamente y se marchó. La puerta que cada mañana veía parecía distinta a causa de la oscuridad, casi no se veían los diversos grabados y la manilla de cristal. Sentía que el corazón se le saldría del pecho pero hizo un esfuerzo por controlar su pulso y tras tocar entró en los aposentos.

Ante ella Uma estaba sentado en la mesita de cristal grueso situada a la esquina de la habitación con algunos papeles y documentos sobre ella. Levantó la vista cuando su invitada llegó, mantenía una calma realmente inquietante. Katara cerró la puerta tras ella.

-Adelante. Toma asiento.- le ofreció él sin parar de escribir sobre uno de aquellos papeles con una pluma y tinta negra. Ella se acercó despacio y con manos temblorosas separó la silla para acto seguido sentarse. Estuvo un buen rato callada esperando a que el rey terminara de hacer lo que sea que estuviera haciendo y le dijera cual era el motivo de su llamada. –Bien, ya he terminado- dijo en voz alta, aunque ella seguía con la mirada fija en la mesa.

-Supongo que te estarás preguntando cuáles son mis razones para llamarte a estas horas, justo cuando estás a punto de irte a casa como cada día, ¿verdad?- Uma dio unos pocos pasos ante ella. El hecho de que alargara tanto lo que tuviera que decirle no le daba buena espina, quería irse de allí cuanto antes.

-Sí, señor- contestó bajito. Él cuando escuchó su contestación prosiguió entrelazando sus manos tras él y caminando nuevamente de un lado a otro.

-Verás, no sé si recordarás a los maestros del agua- Katara se puso tensa pero cuando se dio cuenta de que la estaba observando atentamente asintió con la cabeza. –esos maestros y maestras hace tiempo creyeron que era buena idea tratar de desafiarme y es por eso que obtuvieron su merecido. La gente de este pueblo tan hermoso debe saber cuál es su lugar sino las cosas no seguirían su curso correcto, ¿no crees?- Katara se mantuvo callada, no podía afirmarlo pero su silencio también demostraba que en realidad no apoyaba esa idea. Uma sonrió y prosiguió a colocarse tras ella. –Querida Katara- se sobresaltó cuando colocó ambas manos sobre sus hombros, aquella conversación no podía llevar a nada bueno. –con esto quiero decir que no debes subestimarme.

No acababa de entender a qué se refería exactamente. No le preocupaba que el rey supiera el odio que sentía hacia él, ni que la despidiera porque al fin de cuentas había sido él quien la había elegido, pero había algo más escondido en sus palabras llenas de maldad y misterio.

-No entiendo qué quiere decir… señor- se atrevió a contestar. Entonces dejó de clavarle las uñas en los hombros y se acercó hasta un baúl de madera que estaba situado cerca del armario. Katara escuchó como lo abría y sacaba algo de él pero no se giró en ningún momento.

Fue entonces cuando ante ella dejó caer varias piezas pequeñas y bellas que cualquiera querría tener y que ella conocía bastante bien. Eran los pequeños cristalitos que desde hacía un tiempo se había estado llevando para obtener dinero a cambio de ellos. Estaban mezclados con diferentes joyas de tonos azulados. La sangre se le heló al verlos caer en la mesa y sus manos comenzaron a sudar.

-¿Sigues sin saber a qué me refiero?- acercó su rostro peligrosamente al de ella para observar con cuidado sus ojos azules en los que podía ver reflejadas las pequeñas joyas brillantes. Bajó la cabeza asustada esperando a que dijera algo. -¿De verdad crees que no me daría cuenta? Eres una ilusa como todos aquellos maestros.- le indicó que se levantara y agarró fuertemente uno de los cristales, Katara podía sentir su tono amenazante, le ponía la piel de gallina. –Es prácticamente imposible que pase algo en Akabani sin que yo me entere tarde o temprano. Sin embargo, esta vez seré benévolo contigo y te dejaré llevarte todos los cristales que quieras. ¡Vamos! No te cortes, es la oportunidad de tu vida –le dirigió una mirada divertida y engreída pero no dejó de insistir hasta que Katara cogió uno con su mano derecha. -¿Ves? ¡No ha pasado nada! Ahora te irás a tu casa y espero que por tu propio bien y por el de tu madre no vuelvas a hacer nada parecido. ¿Entendido?- Katara asintió automáticamente.

Se dirigió a la puerta pero el rey le soltó nuevas palabras antes de que se marchara.

-Mañana espero que seáis más puntuales. ¡Ah! Se me olvidaba… ya hablaremos de cómo me pagarás todos los cristales que te has llevado hasta ahora. –Katara se quedó petrificada, podía notar la mirada penetrante de Uma atravesándola por completo, casi podía adivinar a donde llevaban sus palabras. Sin embargo, no quiso saber nada más y se fue de la habitación lo más rápido que pudo.

Bajó las calles solitarias y medio sumidas en la oscuridad a paso ligero, los pequeños farolillos situados en lo alto de finas columnas apenas alumbraban. Le costaba respirar a causa del frío y no podía evitar que sus ojos derramaran lágrimas sin parar. La garganta le dolía por reprimir el llanto y las terribles ganas de sollozar. Hacía tiempo que no vivía una situación en la que sintiera miedo, concretamente unos diez años.

Abrió la puerta de su casa encontrándose todo tal y como lo había dejado por la mañana. Tenían tres habitaciones pero ahora que solo vivía con su madre no les hacía falta nada más. Sacó comida que había preparado el día anterior y la colocó en un cuenco sobre la mesa, justo al lado puso un pequeño botecillo de cristal oscuro con un líquido verdoso en su interior; la medicina de su madre.

Había utilizado el dinero de esos cristales para comprar la comida de toda una semana y medicinas por adelantado para aguantar hasta el día en que le pagaran por su trabajo. No se sentía orgullosa de llevarse cosas que no eran suyas pero tampoco pertenecían al rey y realmente necesitaba aquél dinero urgentemente. Su madre, Kya, debía tomar cada día la medicina sin falta. Ya hacía años que había caído presa de una de las varias enfermedades que rondaban entre la clase baja y que eran producidas por las condiciones en las que vivían.

Kya apareció silenciosamente por la puerta de la habitación en la que dormían y le dio un pequeño abrazo a su hija sobresaltándola. Katara se limpió rápidamente con un movimiento de manos los restos de agua que habían dejado las lágrimas en su cara, lo último que quería era ver a su madre preocupada. Sabía que ella se sentía culpable por dejar todo en manos de su pequeña hija y aunque en los últimos días habían notado una mejoría pocas veces era capaz de sostenerse en pie por sí sola.

-¡Mamá! Siéntate ahí por favor, ya sabes que no debes levantarte tu sola. Es peligroso.- su madre le dedicó una dulce sonrisa e hizo lo dicho para no causarle más problemas a Katara. Esperó a que ella también colocara su cena en la mesa y comenzaron a comer juntas.

-¿Qué tal te ha ido el día?- Kya la observaba atentamente, después de todo pasaba muchas horas metida en casa y casi nunca iba nadie a visitarla. Adoraba estar con su hija y desde que la habían escogido para servir al rey solo podía mantener conversaciones con ella cuando volvía de trabajar.

-Muy bien, hoy hemos preparado todo para una visita muy importante que tendrá el rey mañana- la madre se sorprendió. Katara trató de simular un tono de voz alegre y dejó de lado la conversación había tenido con el rey.

-Oh, vaya. Parece una buena noticia- soltó contenta. Acto seguido acercó su mano al botecillo y trató de cogerlo pero sus temblores provocaron que se le cayera derramando unas pocas gotas hasta que Katara lograra reaccionar para sujetarlo.

-¡Mamá! ¿Estás bien?- Kya le dedicó otra sonrisa quitándole importancia.

-No te preocupes. Estaba un poco distraída, solo es eso.

Katara negó con la cabeza y aguantó como pudo las ganas de volver a llorar, aunque una vez más su cuerpo le traicionó y se dejó abrazar por su madre.

-Katara… hija. Se lo mucho que estás sufriendo por mi culpa y por todo lo que tienes que hacer. Siento mucho que tengas que hacerte tu cargo de todo sola, eres una hija estupenda, fuerte y valiente.- ella negó secándose.

-No es verdad, mamá. Si lo fuera sería capaz de cambiar muchas cosas y también de mejorar nuestra situación y la de todos aquellos que están como nosotros. –acercó el bote a los labios de su madre y le ayudó a tomarse la medicina.

-Hija, todo se solucionará, cada cosa lleva su tiempo. La fuerza más poderosa reside en el fondo de nuestros corazones, recuerda siempre eso.- Kya le dio otro abrazo a su pequeña y después con su ayuda volvió a la cama para descansar.

Katara se quedó unos instantes inmersa en sus pensamientos, recordando cómo sus vidas habían cambiado tanto desde la sustitución del rey. Primero su padre y después su hermano, le hubiera gustado haber hecho algo para evitar todo aquello pero era pequeña y débil. Sin embargo, había crecido y era capaz de sacar a su madre y a ella misma adelante. Había llegado el momento que tanto había esperado y temido al mismo tiempo. Era hora de marcharse de Akabani y del imperio del agua.

Pero antes tenía que recuperar algo que le pertenecía.

¡Buenaaaas! Este es mi primer fic relacionado con el fantástico mundo de Avatar: La leyenda de Aang. Aunque tenía varias ideas al final me he decantado por la de esta historia. Creo que no hace falta decir que Avatar: La leyenda de Aang no me pertenece y que hago esto por diversión y para que quienes compartan esta afición conmigo también puedan disfrutar.

Espero que os haya gustado. De momento estoy bastante motivada para seguir escribiendo y estoy segura de que el segundo capítulo no tardará en aparecer. De todas formas agradecería muchísimo los comentarios con vuestra opinión y que me dijerais que cosas os han gustado o cuales debería mejorar.

Muchas gracias por dedicarme un poquito de vuestro tiempo. ¡Un saludo! ;)))