Hola, damas y caballeros que han decidido darle una oportunidad a este fic! Os presento mi nueva idea y, a la vez, mi primer long-fic en el fandom de Kagerou Days~ Algunos ya me habrán oído hablar de este fic, pero para los que no... Bueno, sólo pediros que seáis buenos conmigo. Acepto toda crítica que queráis hacerme, tanto para bien como para mal. Sólo espero que os guste y os divierta, eso ya sería un logro para mí!

Avisos: OCs, puede que OoC, AU (mundo medieval, brujos y criaturas mágicas). ¿Qué más podría decir? Bueno, que este es sólo el prólogo y es más corto que lo que serán el resto de los caps.

Disclaimer: Los personajes de Kagerou Days no me pertenecen, son hijos de Papi Jin y Mamis Shidu y Wannyanpu :33 Yo sólo soy una mera fan a la que sólo le pertenecen tres (futuros) personajes: Sora, Dan y Mei.


Prólogo

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Otra vez.

Cada vez hay más, puedo notarlo. Este mes ya han acabado con cinco y éste es el sexto, el cual tendrá el mismo final que los anteriores. Y estoy seguro de que acabarán con más dentro de muy poco, no hace falta ser un genio para saberlo. Nunca acabarían con todos.

Como las veces anteriores, la plaza del pueblo se había llenado para la ocasión. Todos los pueblerinos se reunían para celebrar la gran hazaña realizada con un enorme banquete que contenía todo lo que el pueblo se podía permitir, que no solía ser mucho. Los heroicos cazadores brindaban con el vino de la taberna y narraban con lujo de detalles y exageraciones varias como había transcurrido la caza, encandilando las mentes de los niños que los escuchaban, soñando con realizar ellos mismos tal logro en un futuro, cuando fueran mayores.

Y en el centro de la plaza, la muchedumbre se reunía alrededor de la enorme jaula de hierro que retenía a la bestia.

Un lobo. Y, a la vez, un humano.

A mí, al contrario que al resto de los niños, no me atraía especialmente aquellas celebraciones. Es más, me parecían una acción digna de salvajes, así que siempre procuraba mantenerme a una distancia prudente de la plaza esos días. Una distancia que solía ser la puerta de mi propia casa, de la cual no pasaba a no ser que fuera obligado. No llegaba a comprender el atractivo que le veía mi hermana pequeña a la idea de apedrear a alguien hasta la muerte, aunque ese alguien no fuera del todo humano.

Negué lentamente sabiendo que no lo entendería por más que lo intentara y giré sobre mis talones para volver a casa. Subí las escaleras de piedras que daba a las casas más altas del barrio y entré a mi hogar en silencio, cosa de lo que mamá siempre se quejaba.

¡Se dice 'Ya estoy en casa' cuando regresamos, Shintaro! – me advirtió mamá desde la cocina.

Ya estoy en casa... – dije sin ninguna clase de emoción, sólo para darle el gusto.

Me acerqué a la cocina y me senté en la mesa que había frente al fuego donde se preparaba, dentro de una gran olla, una buena sopa de verduras y con suerte carne de pollo. Había lo suficiente para cuatro personas. No recuerdo quien era la cuarta persona.

Mamá, de pie frente a la olla, se giró para mostrarme esa dulce sonrisa que brillaba siempre que se dirigía a uno de sus hijos.

Bienvenido, hijo mío. Momo está en la plaza, ¿verdad? – afirmó acercándose a mí y sentándose a mi lado. Me acarició tiernamente la cabeza, como si fuera un cachorrillo desvalido que miraba sus pies como si fueran lo más interesante del mundo – Con Kenjiro y su hijita, Ayano, viendo al lobo...

Asentí lentamente.

Están terminando de afilar las armas de tortura – expliqué encogiéndome de hombros –. Pronto lo matarán y será sólo uno de los tantos lobos que se han cazado en la ciudad. Prefiero no estar allí cuando eso pase.

Comprendo...

Durante unos minutos, ambos nos mantuvimos en silencio. Mamá seguía acariciándome tiernamente y yo cerré los ojos para poder disfrutar mejor del suave contacto que tanto me agradaba. Ojalá pudiera disfrutar de ese contacto lleno de cariño para siempre, pero algo en mi mente me obligó a interrumpirla sólo por esa vez.

Mamá, ¿los lobos son malos? – pregunté abriendo de nuevo los ojos para mirar a mi madre con la inocencia innata de un niño de siete años.

¡Claro que no son malos! – dijo mamá con determinación, bajando su mano de la cabeza hasta mi hombro. Parecía un tema serio – Lo único que ocurre es que son... diferentes. No son iguales que nosotros.

¿Por qué los odian entonces? – quise saber ladeando la cabeza.

A la gente no le gusta todo aquello que no entiende y tiende a odiarlo. Pero el que sea diferente no quiere decir que sea malo. Todos somos diferentes, pero la mayoría del pueblo no lo entiende – me explicó.

Me fijé en su cara, que reflejaba un sentimiento que no entendí del todo. ¿Estaría triste? No quería que mamá estuviera triste, tenía que hacer que estuviera feliz. Pero eso no solía ser cosa mía, sino de Momo y sus niñerías graciosas, así que no sabía muy bien que hacer.

Decidiendo hacer caso a mi instinto, apoyé mi mano en su pierna para subirle el ánimo.

Yo... yo no quiero que hagan daño a los lobos, mamá – le dije formando una mueca disconforme –. Quiero ayudarles de alguna manera. ¡Cuando sea mayor, ayudaré a los lobos para que no los cacen!

Mamá sonrió con aquello y me abrazó con fuerza. Sin temor alguno, le devolví la sonrisa y el abrazo, orgulloso por haber conseguido lo mejor que habría hecho en mi vida: alegrarle el día a mi madre.

Ese es mi niño... – dijo en mi oído, haciendo que riera por lo bajo.

Luego, se apartó de mí y siguió cocinando con su bella sonrisa, cantando y tarareando una bonita canción que no llego a recordar, pero que conseguía adormecerme como si fuera una canción de cuna. Tal vez lo fuera. Apoyé mis brazos sobre la mesa y los usé como si fueran una almohada, observándola hasta que mis párpados pesaron tanto que se cerraron en contra de mi voluntad, quedándome dormido con una sonrisa en el rostro.

Puedo olvidar muchas cosas, pero nunca olvidaré como sonrió mamá ese día.

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Esa misma noche, el comisario del pueblo vino a casa de improviso. Mamá nos obligó a quedarnos en nuestra habitación y ella fue a recibirlo en el comedor con una taza de té. Al principio, intenté hacerle caso y hasta traté de ayudarla jugando con Momo para entretenerla un buen rato sin que llorara o se enfadara.

Sin embargo, cuando pasó demasiado tiempo como para que mi nula paciencia lo soportara, sopesé la idea de desobedecer a mamá y dejarme llevar por la curiosidad. Procurando que Momo no quisiera salir, la dejé pintado tranquilamente con una tiza y abandoné la habitación con cuidado para que no se diera cuenta de mi ausencia. Me fijé bien en mis pasos con el objetivo de ser silencioso y me acerqué hasta el comedor.

La escena que encontré al llegar me partió el corazón.

Mamá estaba sentada en una de las sillas con los codos en las rodillas y las manos en la cara tratando de contener las lágrimas. Lloraba desconsolada, gritando cosas como 'No puede ser...' o '¿Por qué a él?'. El comisario mantenía una mano en su espalda a modo de apoyo, como si eso pudiera aliviar el dolor que ella sentía. Era como si alguien especial se hubiera ido.

Entonces, entre los gritos desesperados de mamá, el comisario le dijo algo parecido a 'No te preocupes, cazaremos a los lobos culpables de esta tragedia'.

Y entonces lo comprendí.

Era por esa cuarta persona que esperábamos para cenar. Había muerto a manos de... los lobos.

Al entender todo, las lágrimas se acumularon en mis ojos y cayeron en silencio mientras una molesta opresión en el pecho me impedía respirar con naturalidad. Miré a mamá dudando si ir con ella o no, pero toda duda quedó resuelta cuando el comisario me vio y me hizo una señal para que me acercara. Obedecí corriendo y salté a abrazar a mamá, que enseguida se quitó las manos de la cara para devolverme el abrazo con fuerza y desesperación, como si no quisiera que me alejara de ella nunca.

Al cabo de un rato, el comisario se levantó para irse. Mamá me alzó entre sus brazos y ambos lo acompañamos hasta la puerta, donde nos deseó buenas noches. Buenas serían para él. Yo me quedé un rato más con mamá, que me repetía que no pasaba nada y que volviera con Momo, que estaría preocupada.

No volví a la habitación hasta que mis sollozos se calmaron un poco. Momo trató de preguntar el por qué de mis lágrimas, pero yo la ignoré y eché en la cama, tratando de olvidarlo todo. Olvidar a esa cuarta persona, como si nunca hubiera significado nada en mi vida. Olvidar la visita del comisario y todo lo que eso había conllevado. Olvidar que los lobos existieran o, por lo menos, que ellos fueran los causantes de la tragedia.

Pero no pude olvidar la sonrisa sincera que mamá mostró ese mediodía.

Porque, a partir de ese día, todas sus sonrisas estuvieron empañadas de tristeza.

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Continuará...


Bueno, este es sólo el inicio. El resto de la historia, obviamente, no estará escrito en cursiva, sólo aquellos caps en los que Shintaro narre su pasado (no serán muchos, como mucho 2).

Espero que os haya gustado, trataré de publicar cada cierto tiempo pero sin agobios, ahora que he vuelto al instituto no tendré mucho tiempo para escribir en condiciones. Cualquier duda, crítica, amenaza de muerte, etc... Escribid un review~ Todos son bien recibidos y recordad que, por cada review que reciba, alimentaréis a un pobre gatito callejero llamado Kano y evitais que un Shintaro salvaje sea maltratado por Ene x3.

See you next illusion~! :33