"Hola, Señorita Celebridad:

Suponiendo que sigues viva, aprovecho que al fin la reunión con la junta directiva terminó y tu padre no está para ver que te envío este mail. Ya ves, la vida para el resto de los Hyuuga continúa igual. Tal vez, sólo tal vez, sienta algo de envidia porque tú sí pudiste escaparte.

No me malentiendas, eso no quiere decir que no esté molesto por tu negativa. Demo, ya que te has mostrado firme en tu decisión, quiero que sepas que a diferencia del tío yo no quiero ponerme en contra tuya, así que intentaré ser comprensivo si no quieres venirte a vivir conmigo. Tú y Sakura, más bien. Como ofrenda de paz, y dado que después de una semana en órbita aún no encuentran un techo donde refugiarse, quisiera compartir contigo el dato de una pensión.

Pasa que los amigos de un amigo se mudaron hace poco a una 'enorme casa', según me cuentan, y están buscando inquilinos por problemas económicos. Por la información que manejo la renta es relativamente barata, el barrio es decente y los tipos con los que vivirían son buena gente (o sea, no son proxenetas ni traficantes), así que debería ser suficiente. Si les interesa, primero tienen que bajarse en la estación…"

—¿Encontraste la estación?

—Sí, acá está el mail que me mandó Neji —le respondió después de confirmar. Volvió a cerrar su móvil y levantó la mirada al mapa de las líneas—. Es en la siguiente.

—Uf, qué suerte, un poco más y nos habríamos tenido que devolver.

Eran dos jovencitas de unos dieciocho años. Una era caucásica, de brillantes ojos verdes y el cabello teñido de un igual de brillante rosa. La otra era japonesa, de largo cabello negro de reflejos azulados y ojos excepcionalmente grises. Un par de ojos azules las miraba con curiosidad, paseándose de ellas a los otros pasajeros que las miraban como si fueran un par de idols. ¿Eran famosas acaso? Porque el dueño de aquellos mismos luceros color cielo no las había visto jamás en su vida. De lo contrario se habría acordado.

Ese vagón estaba ni tan lleno ni tan vacío. Había espacio suficiente para caminar pero todos los asientos estaban ocupados. Las llamativas chicas iban mirando por la ventana o entre sí, evitando como fuera posible el tomar en cuenta al resto de los pasajeros, que las veían de reojo, o incluso otros más atrevidos cuchicheaban obviamente sobre las dos. Así y todo, intentaban tomarse la situación con toda la dignidad que les fuera posible. Desde aquél catálogo de lencería se habían vuelto reconocibles en donde fuera, y la cosa empeoraba con su última campaña publicitaria.

Él entonces comprendió sus molestias. Los transeúntes estaban siendo ya casi groseros, si estuvieran con una compañía masculina tal vez refrenaran sus comentarios y miradas furtivas tan mal recibidas por las señoritas. En sus manos tenía el diario y una revista de manga, que había estado leyendo hasta percatarse de las estilizadas jovencitas. Se acercaría y les ofrecería una inocente charla, entonces esperaría a que se bajaran y él podría seguir con su camino. Sí, sería su buena acción del día. Cerró de golpe su fuente de lectura y con paso decidido se fue a hablarles.

—Ohayo… —comenzó a decir con una gran sonrisa, estaba siendo todo lo caballeroso que podía ser. El tren iba disminuyendo su velocidad.

—¿Otro hentai? —preguntó la de ojos verdes.

—¿Eh…? —genial, eso era un récord. Sólo había alcanzado a saludar y ya lo estaban despachando. Las puertas se abrieron cuando ya estaban detenidos.

—Largo de aquí, no estamos interesadas —terminó de decir la misma jovencita. La otra chica sólo se dignó a mirarlo fríamente y luego ambas se bajaron del vagón—. For God's sake, ¿acaso nadie ha visto ropa interior en su vida? Somos modelos, no prostitutas… —seguía diciendo mientras caminaban lejos de él.

—Disculpe, creo que no…

Era inútil, ya se habían ido. Se dio un gran palmetazo en la cara y casi igual de repentinamente recordó que esa era también su estación. Se bajó de salto antes de que las puertas se cerraran. Miró por las ventanas a todos los culpables de su papelón riéndose de él y apuntándolo desvergonzadamente. Un vagón de metro los apartaba de los posibles golpes que quisiera darles el rubio.

—¡Kuso…! —les levantó su dedo grosero y se dio la vuelta indignado. Su buena acción del día fue mal pagada con mal karma.

Era mitad japonés, mitad europeo. Un bishii. Jeans gastados y rasgados, zapatillas, una vieja camiseta anaranjada con un gran logo de Adidas en blanco y un polerón abierto con capucha color plomo. De tez tostada, ojos azules como un gato siamés y cabello rubio. Dentro de poco cumpliría veinte años y sería mayor de edad.

Caminó a paso apresurado, salió de la estación y se puso en rumbo a su casa.

"…la calle es Konoha, la casa es la nº09. Está como a veinte minutos del metro…"

Ambas caminaban siguiendo las indicaciones de la joven japonesa, Hinata. Caminaban de la mano, como un par de hermanas pequeñas. Una mochila, un bolso de mano y un maletín cada una; con todo aún así se las arreglaban para apartar una mano para la otra. Sólo se soltaban para revisar que estuvieran siguiendo bien las indicaciones, no querían perderse. Llegando a la primera esquina que mencionaba el mail se pararon para confirmar el siguiente punto al que debían llegar antes de la dirección definitiva.

La joven de ojos grises sacó el aparato una vez más y revisó que todo estuviera en orden. Habían estado caminando más o menos quince minutos, deberían estar por llegar. Vió que el nombre de la calle coincidía.

—Sí, es esta —le dijo sonriendo a su amiga, Sakura.

—Es un bonito barrio.

—Tal como dijo Neji, decente y tranquilo.

—Sí… pero apuesto a que el dueño de la pensión resulta ser un proxeneta

Se rieron a coro y se metieron a la calle sin salida llamada Konoha.

El bishii caminaba ya más relajado. El mal rato de recién se le había olvidado, luego de haberle pedido a Amida Butsu que no le mandara más damiselas en peligro, temiendo que volviera a toparse con princesitas malagradecidas y hostiles como las del metro. Recordó la lectura que había dejado a medias antes de bajarse. El manga lo podía leer más rato, primero vería el diario para ver qué sucedía en el mundo que habitaba. En una página al azar se abrió el pasquín y ahí estaban, otra vez.

La bruja de ojos grises y el demonio de pelo rosado… impresas en cian, magenta y amarillo, ocupando una plana entera para un aviso publicitario. Vestían el sucedáneo de un uniforme de fútbol, una camisetita anudada por sobre el estómago y unos hot-pants, ambas prendas bien ceñidas gracias a sus cuerpos mojados en perlado sudor, el que resaltaba gracias a la dramática iluminación del escenario. El slogan decía "Te acompaña en cualquier deporte"… era un campaña de Gatorade. Claro, tenía sentido: ambas chicas estaban bebiendo de botellas plásticas líquidos de algún color fluorescente, ¿pero quién se fijaba en esas boludeces?

Todavía pensando en lo estúpidos que eran los publicistas y lo apetitosas que se veían esas chiquillas en esa propaganda, su cuerpo dobló automáticamente por el mismo camino de siempre, cuando una voz proveniente de la acera contraria lo interrumpió.

—¡Eh, dobe!

—¡Eh, teme…! —le respondió este sin siquiera mirarlo.

El sujeto que cruzaba la desierta calzada lo miró extrañado por su reacción al saludarlo igual que siempre. Lo normal habría sido que lo recibiera a golpetazos en la nuca, pero no; estaba pegado poniendo toda su atención en… ¿el periódico?

—¿Te sientes bien, Naruto?

Eso sí lo hizo reaccionar. Lo había llamado por su nombre… maldita sea, ojalá no fuera un mal omen…

—¿Te sientes bien, Sasuke?

—No soy yo el que está pegado al diario como un maldito zombie.

—Ahh, claro, eso… Pues… —le puso lo que estaba viendo justo en frente de su cara para explicarle gráficamente la razón de su ensimismamiento.

—Hmm, ya se me hacía raro. ¿No es suficiente con todo lo que tenemos en la casa?

—Eso es hentai, esto es otra cosa. A estas mismas tías me las acabo de cruzar en el metro.

—Hmm… suertudo de mierda.

—Jeje… nah, no creas. Todo el mundo las estaba mirando, hubieras estado ahí…

Le contó su mala experiencia a su amigo, quien llegaba con una abultada mochila en la espalda y un estuche de bajo blindado. De ojos y cabello negro, japonés 100%, piel blanca y pose poderosa pero desgarbada, como de "me importa un carajo". Jeans, Converse, un chaleco desgastado negro, estaba roto en sus mangas para encajar sus pulgares. Encima una bufanda roja. Un grupito de ko-gals pasaban al lado suyo mirándolos y riéndose como tontitas, siempre lo mismo. El único que les ponía atención era el rubio, quien por ser amable les sonreía, haciendo que se rieran más como estúpidas y salieran corriendo de ahí.

—No hagas eso, dobe.

—No me arrastres a tu agorafobia psicópata, yo sólo saludaba a las niñitas.

—Ni tan niñitas… En fin, así que eso es lo que pasó. Sí, en su lugar también habría creído que eras un hentai más del montón.

—Seguro, como si no quisieras haber estado conmigo en el metro para verlas también.

—Hhm. No jodas, dobe.

—Jajajaja, es verdad, el hentai eres tú, teme.

Y los tan esperados palmetazos hicieron su aparición entre los dos. En el idioma de los hombres eso era un "te estimo, idiota". Una vez ya calmados, después de dos grupitos más de ko-gals y un automóvil lleno de universitarias que les tocaron la bocina, finalmente se pusieron en camino a su casa. Era viernes 3 de octubre del 2008. Viernes: noche de parranda. 3: a una semana del cumpleaños de Naruto. Octubre: el clima dejaba de ser soleado y la noche de parranda, (celebrando que en una semana tendrían parranda por el cumpleaños de Naruto) sería más larga que una de verano. Y 2008: que pus no verían un año terminado en ocho sino en hasta diez años más. Demasiadas razones para celebrar.

Ambas féminas esperaban sentadas en el porche. Al llegar se sorprendieron del tamaño de la vivienda, una enorme casa estilo occidental de tres pisos, un patio modesto pero un sitio ancho, en el que descansaba un vehículo escondido bajo una gran cobertura plástica. La fachada presumía altas ventanas, la mayoría carente de cortinas o persianas, algunas incluso tapadas por tablones desde el interior. Todas las paredes de un resquebrajado blanco, los marcos de las ventanas eran negros, igual que los soportes de porche y la puerta. A la curiosa fachada le venía tan fácil la descripción de "ensueño" como de "escalofriante", sobre todo por ser la última casa de la larga calle sin salida y esa plaza de juegos infantiles abandonada al otro lado de la vía. Después de haber tocado el timbre con insistencia y temer que estuviera averiado fueron por tocar la puerta. Nadie contestaba.

Los dos amigotes caminaban hablando de nimiedades. Se reían, se pegaban en los brazos, hablaban más fuerte de lo normal para molestar a los vecinos. El rubio sacó sus llaves tirando de la cadena más fina de las dos que colgaban de su pantalón.

Los siguientes frames por segundo de la película de sus vidas se fueron alargando más y más.

Se reían del mismo chiste estúpido mirándose a la cara. Voltearon a entrar a su casa. Abrieron el portón, sin llave ni cerrojo. Fijaron su vista en la entrada luego de escuchar un par de mujeres reírse. Si buen o mal omen el de recién ahora estaba por verse.

La peli-rosa hablaba de algún conocido en común con la oji-gris. Una de las dos sacó un comentario demasiado mordaz como para no reírse. El ruido del portón abriéndose y un par de hombres riendo llamó su atención. La maldición de la fama de modelo se estaba volviendo molesta.

—¡¿Tú? —exclamó la peli-rosada.

—¡¿Ustedes? —convino el rubio.

—Ay, no… —se lamentó la oji-gris.

—Quién lo diría —murmuró el peli-negro.