El tesoro de Teddy
Disclaimer: J.K Rowling es la propietaria del mundo de Harry Potter, yo no.
Valioso. Valiosísimo. Teddy no tenía idea cuanto dinero podrían darle por aquello que él había encontrado en la casa de su abuela Andrómeda, pero de algo estaba seguro, no lo vendería por nada del mundo.
Fue corriendo hasta su habitación y buscó bajo su cama una vieja caja de zapatos en las que él guardaba todas sus cosas más importantes. Allí dentro había una varita de juguete rota que fue el primer regalo de Harry que él recordaba, ya no funcionaba pero el valor sentimental para el niño era enorme. Había también un oso de peluche que le había regalado Hermione y una hoja de árbol seca que le había obsequiado Victoire una tarde de otoño. Hasta minutos antes esas tres cosas eran las más importantes para él, pero lo que había encontrado superaba ampliamente a todos eso. Teddy, aunque pequeño, no era tonto y sabía que eso que había encontrado era el más valioso de todos, eso que él tenía en sus manos realmente era invaluable. Solo rogaba que su abuela no se enterara.
Desde ese momento, cada vez que Teddy iba a la casa de su padrino llevaba su caja consigo. No quería que nadie revisara sus cosas durante su ausencia. Andrómeda le preguntó, Harry también. Incluso Ginny trató de persuadirlo para que dijera que había allí adentro ¿Qué podría ser tan importante para que, no solo llevara la caja encima suyo sino que no dejara que nadie se acercara a ella? Pero Teddy no decía nada, aunque esos chocolates que le ofrecían eran tentadores, él se resistía.
Al cabo de una semana, los adultos se rindieron. Teddy incluso dormía abrazado a su caja. Estaba decidido a que nadie le quitaría eso que era de él y solo de él.
Pero una noche, mientras Teddy jugaba con Victoire, Andrómeda aprovechó y la abrió. Ahora entendía muchas cosas, su nieto tenía lo que ella había buscado durante días y que creía que se había extraviado y entendía, también, por qué el niño no quería que nadie abriese su improvisado cofre. Volvió a donde estaban Teddy y Victoire y espero allí hasta que Bill fue a buscar a su hija. Luego habló con él.
El cabello del pequeño Lupin, antes turquesa, ahora estaba rojo al igual que su cara y una lágrima corrió por su rostro. Andrómeda le sonrió.
—Si tanto te gusta, debiste habermelo pedido, Teddy. Yo te lo hubiera dado.
—Perdón —dijo visiblemente arrepentido y bajando su rostro —tómalo. Es tuyo, te pertenece abuela.
—No, Teddy, ahora es tuyo, te lo regalo.
Los ojos de niño brillaron y una sonrisa apareció en su rostro.
—¿En serio, abuela? ¿Es mío?
La mujer asintió mientras, Teddy corría hacia ella y la abrazaba cariñosamente.
Aquella noche, Teddy durmió con su pequeña caja a su lado, pero ya no tenía miedo que alguien se lo quitara. Eso era suyo y de nadie más. Adentro, junto a la varita de juguete rota, el oso de felpa y la hoja de árbol seca, ahora había una foto de Remus y Tonks sosteniéndolo a él, en sus brazos. Su papá sonreía y su mamá le acariciaba la cabecita. A los tres se los veía muy felices. Aquella foto era lo más preciado que tenía y como tal merecía aquel lugar de privilegio dentro de la caja de zapatos. Esas cuatro cosas, en especial la fotografía, constituían el valioso tesoro de Teddy.
