Los días pasan lentos, como una película oxidada. Perpetúan iguales a ayer, estancados en la monotonía de lo inalcanzable. Se esfuerzan por ser diferentes, acabando siempre en fracaso. Ellos amanecen en su firmamento y mueren en el río de la desilusión junto a mi libertad. Es que por él que vivo preso de mis fantasías, imaginándome dueño de su querer. Con sonrisa afable me acerco, encontrando en él lo inefable. De su inmensa sonrisa nacen mis deseos de no hacer más por probarle, pero siempre terminan como ficción. Él comenta incoherencias, inventa palabrerías, excusas que ni él mismo entiende y se marcha. Lo veo alejarse, él se marcha. Él está huyendo de mí y yo sigo arrastrándome hacia él, una y otra vez.

Lo sigo. Me evita. Lo vuelvo a seguir y vuelve a evitarme. Se repite la obra, una y otra vez. Me duele. No sé por qué hago todo esto. No encuentro motivos suficientes para alejarme, menos los necesarios para quedarme. Yo sé lo que es mejor para mí, pero aun así lo quiero a él. Déjenme seguir desperdiciando mi tiempo. Déjenme seguir adorándole. Pronto se pasará, aunque me duela una y otra vez.