Antes de nada, me gustaría pedirte por favor que le des una pequeña oportunidad a este fic... ya se que no es muy bueno (sniff!), pero después de que publicase el primero y recibiese 0 reviews me entró una depresión de caballo... así que ahora que estamos en Navidad, te pido que hagas tu buena acción del año y me mandes alguna reviewcilla, aunque solo sea para decirme que me dedique a cualquier otra cosa (por ejemplo, vender churros...)
1 Enterrado bajo la nieve"La nieve se acumulaba, una capa encima de otra, toneladas y toneladas, hasta convertirse en hielo, que a veces era blanco y nacarado, o bien claro como el cristal"
Dennis L. McKiernan
"El ojo del cazador"
Hora punta por la tarde. El metro iba abarrotado de gente que regresaba del trabajo. Medio centenar de personas se hacinaba de pie en aquel vagón, y, como resultado, el ambiente estaba realmente cargado y hacía un calor espantoso, en contraste con las gélidas temperaturas que habían acompañado la llegada oficial del invierno. A pesar del cansancio, en casi todos los rostros se reflejaba la alegría ilusionada de quienes (¡por fin!) van a disfrutar de un merecido descanso. Era 22 de diciembre, y la inminencia de las vacaciones de Navidad había dibujado una leve sonrisa y una mirada soñadora y llena de esperanza en cada uno de aquellos trabajadores. Todos parecían muy felices.
Excepto él.
Tendría veintitrés o veinticuatro años, y un aspecto bastante descuidado. Su cabello revuelto de color fuego necesitaba un corte, y lucía la típica barba incipiente de quien lleva un par de días sin afeitarse. Había combinado la ropa con bastante poca fortuna: llevaba un abrigo tres cuartos color terracota, de una tela similar a la de las gabardinas; una camisa de rayas granates y marrones, un jersey de rombos azul celeste sobre fondo turquesa, pantalones verde militar que le iban dos tallas grandes y botas de senderismo de un color imposible de determinar. Pero lo más peculiar de aquel chico eran sus ojos: en un rostro joven, casi aniñado en parte gracias a las pecas que acentuaban su expresión inocente, resultaba chocante encontrarse de pronto con la mirada desilusionada y vacía de un veterano de guerra. Las ojeras violáceas, profundas y oscuras, evidenciaban un problema de insomnio crónico, y le daban un aspecto tan cansado y enfermizo que resultaba difícil de creer que pudiese mantenerse en pie. Parecía hundirse bajo el peso de una mochila a punto de deshilacharse por todas las costuras. Cuando el metro paro en la penúltima estación, ni siquiera se volvió a mirar (a diferencia del resto de los viajeros) a la primera persona que había subido en aquella estación en los últimos cuatro meses.
Se trataba de una chica menuda, de cabello rubio ceniza. Tras atravesar decididamente las puertas y sentarse, ignorando la expresión estupefacta de los habituales, se quitó el gorro azul que llevaba y se dedicó a sacudir meticulosamente la nieve que lo cubría y que comenzaba a derretirse empapando la lana. De pronto, interrumpió su tarea y levantó la mirada, como si intuyese un peligro indefinido en el aire, y sus ojos se cruzaron con los del pelirrojo. Instantáneamente, la cara de ella se iluminó con una sonrisa.
- ¡ Cuanto tiempo!- exclamó con voz cantarina.
- Vaya. - contesto él, bastante menos emocionado- Lunática Lovegood. Eres la última persona que esperaba encontrar.
- No pareces alegrarte mucho de verme. Tampoco esperaba otra cosa. Supongo que tampoco te entusiasmará saber que el único modo de librarte de mí es dejando que te invite a un café. Además, tienes que ponerme al día de tu vida: si trabajas, si te has casado y tienes un par de críos, si te ganas la vida traficando con obras de arte… ya sabes, esas cosas.
En contra de su voluntad, el chico esbozó una sonrisa. Pensó fugazmente en que ya casi no se acordaba de la última vez que había sonreído.
- Me encanta verte sonreír, Ronald Weasley. Por un momento temí que esa maravillosa sonrisa se había perdido para siempre.
Muy a su pesar, Ron reconoció que en el fondo se alegraba de haberse encontrado con Luna. Hacía siglos que no veía a ninguno de sus ex compañeros. Ni a sus familiares. Ni a cualquier otra persona que le importase remotamente: no se había tomado la molestia de buscar nuevas amistades. Llevaba tanto tiempo sin tomar café con alguien como sin sonreír. Por primera vez cayó en la cuenta de lo solo que estaba. Y tener alguien con quien hablar era algo realmente agradable. Este último pensamiento acentuó su sonrisa.
- O sea, que me dejarás invitarte. Genial.- concluyó la chica.
El metro llegó a la última estación, y ambos salieron juntos. Atravesaron el andén desierto, y, al salir, la noche les recibió con una bofetada de aire gélido. Seguía nevando, y la espesa y plomiza capa de nubes que cubría el cielo no dejaba ver ni una sola estrella.
- ¡Oh, Dios mío! Ron ¡¿Estás fumando!- gritó Luna, como si hubiese visto al Grim. Ron se sorprendió al oír aquellas palabras, en parte por el tono aterrado de Luna y en parte porque ni siquiera había sacado aquel cigarrillo de manera consciente.
- Si, bueno, no es para tanto ¿no? Actualmente es mi único vicio conocido. Ya se que el tabaco es veneno pero…- respondió Ron.
- Tienes que dejarlo inmediatamente- cortó ella- Y no es por que sea un comportamiento compulsivo y neurótico, ni por el cáncer, que también, pero no solo por eso. Tengo una intuición…Vamos, que tienes que dejarlo.
Ahora recuerdo por que en el colegio te llamaban lunática…- murmuró el chico.
Luna y Ron entraron en una de esas cafeterías en las que sirven doscientos tipos de café y uno puede sentarse en un sofá mullido. En contraste con el frío polar del exterior, el ambiente de la cafetería era cálido y acogedor. Él pidió café, ella manzanilla y pastel de queso, y ambos se dejaron caer sobre un par de cómodos sofás junto a una ventana en cuyo alféizar se amontonaba la nieve. Luna llevaba un libro de bolsillo y una carpeta que colocó distraídamente sobre la mesa.
- ¿Qué lees?- Preguntó Ron, por decir algo.
- Neville- contestó ella simplemente.
- Ah, yo también lo he leído. Me gustó, y eso que no soy precisamente un amante de la poesía. Cuesta trabajo creer que lo escribiese completamente borracho- dijo él.
- Aunque él no lo crea, tiene muchísimo talento. El problema es que ha estado obsesionado. Es como si su vida hubiese terminado el día que murió Hermione.
Ron se quedó de piedra al advertir la naturalidad de Luna al mencionar algo relacionado con la noche que cambió para siempre el curso de la historia. Durante casi cinco años, ninguno de los implicados había sido capaz de hablar abiertamente acerca de aquello: al igual que el nombre de Voldemort, se había convertido en un tabú y, del mismo modo, si aparecía en una conversación, la gente rodeaba el meollo de la cuestión e intentaba cambiar inmediatamente de tema.
- Parece que a ti no te afectase. Y, que yo sepa, debes ser la única- murmuró Ron, deseando con todas sus fuerzas que Luna no siguiese por ese camino.
- No es que no me afectase. Es que lo he superado, y fui la única hasta hace muy poco. Es como si todos vosotros os hubieseis quedado anclados en aquel día, todos incapaces de seguir adelante. De acuerdo, pasaron cosas horribles que ya no pueden cambiarse… pero precisamente por eso no tiene sentido vivir recreándose en toda esa tristeza. No comprendo esa obstinación por sufrir.
- Mira, Luna, es facilísimo de entender. Seguir adelante supone admitir que esas personas a las que amabas han muerto. Y aunque sepas que así es no te apetece vivir en un mundo sin ellas.
Luna se quedó pensativa, contemplando la superficie cristalina de su manzanilla como si esperase encontrar las palabras adecuadas en el fondo de la taza, mezcladas con los posos.
- ¿Y si Hermione no hubiese muerto? Quiero decir, nadie ha visto nunca su cadáver…
- Mira, eso suena absurdo incluso dicho por alguien como tú. Yo mismo ví como el Avada Kedavra…
- ¡Que sí, que yo también lo ví!- interrumpió Luna con impaciencia- Pero como nadie vió su cuerpo, en realidad no hay pruebas materiales de que muriese.
- Mira, solo un milagro podría haber salvado a Hermione ¿vale? Y los milagros no existen. Fin de la conversación- gruñó Ron, mirando a la chica, que había levantado interrogativamente una ceja.- Oh, por favor, no me irás a decir…
- No se lo que entenderás por "milagros", pero la vida está llena de un millón de pequeños milagros cotidianos: el sol sale cada día, cuando tragamos la comida va al estómago y no a los pulmones, nuestro corazón late, respiramos, vivimos. De vez en cuando suceden otros más grandes, pero tienes que confiar. Solo si crees en los milagros, estos empezarán a suceder.- replicó Luna, sin alterarse.
Ron no podía creer lo que estaba oyendo.
- ¿Tu has perdido la cabeza o es que psicológicamente tienes cinco años? Espera, no me lo digas: estás convencida de que Hermione está viva y de que el ratoncito Pérez me la traerá cuando me saque la muela del juicio.
- Ron, no seas absurdo- contestó Luna, manteniendo aún la calma- porque eso mismo era lo que decía Neville y ha tenido que tragarse hasta la última palabra.
- Estoy deseando oír lo que tienes que decirme- dijo Ron, con cinismo.
- Bueno, pues acomódate porque es una historia larga.
Todo comenzó hace un año, cuando regresé de Edimburgo. Había estudiado una carrera muggle, Medicina Alternativa, y estaba deseando ponerme al trabajo. Sin embargo, había pasado por alto un insignificante detalle: en Londres no tenía nada, ni a nadie, y apenas me quedaba dinero. Ya sabes que mi padre murió… así que estaba literalmente en la calle. Pero, por una de esas pequeñas casualidades de la vida, encontré un libro en una estación de metro. Era uno de esos libros de bolsillo forrados con papel de periódico que la gente lee por las mañanas camino del trabajo y que se deja tirado en cualquier parte porque van por la vida más dormidos que despierto s. Era un libro de poesía, y me sorprendí al descubrir que estaba dedicado a Hermione. Ya lo habrás leído, todo eso de "a mi musa, te veo en cada espejo, en cada sombra, en el susurro de los árboles y en el fondo de cada copa" etc. Pero cuando realmente me quedé de una pieza fue al averiguar que era de Neville. Así que decidí llamar a la editorial, y les amenacé con encadenarme a la puerta de sus oficinas si no me daban su dirección. Debo reconocer que fueron bastante razonables… el caso es que esa misma noche fui a visitar a Neville.
- Hace falta tener cara- interrumpió Ron.
- Hombre, no iba a dormir debajo del puente. Y te agradecería que si vas a volver a interrumpirme por lo menos no me insultes.
Bueno, como decía, llegué al agujero de Neville una noche muy parecida a la de hoy. Y digo agujero porque vivía en un… no tengo palabras para describir ese apartamento infecto, sin muebles, sin calefacción, con unas goteras descomunales, hongos viviendo en los rincones y una instalación eléctrica tan maravillosa que al encender una luz se apagaba otra… o todas las demás. Incluso tenía una pequeña colonia de ratas a las que creo que había puesto nombre. Y para que hablarte del propio Neville: no debía pensar ni cincuenta kilos, y vivía a base de una especie de desatascador químico de tuberías color verde con tanto alcohol que una gota podría arder durante una semana. No quiero ni imaginarme cuanto tiempo llevaba sin ducharse, sin afeitarse, sin cambiarse de ropa o sin comer o dormir en condiciones. Deberías ver la cara que se le quedó al verme aparecer en la puerta de ese antro, y aún hoy no sabría decirte como le convencí para que se diese una buena ducha (de agua fría, clero, no tenía contratado el gas) y se viniese conmigo a comer algo. Así que primero fue un chuletón, luego una invitación formal para que me fuese de okupa a su zulo en ruinas, y el resto es historia.. Me costó bastante trabajo apartarle del matarratas verde, y eso que él puso todo de su parte. Cuando tenía una crisis, le sacaba de excursión para que pensase en otra cosa. Recuerdo que una vez recorrimos toda la ciudad en busca de una madeja de lana color manzana para tejer una bufanda… el caso es que al final, conseguimos que lo dejara. Redecoramos el piso, contratamos la calefacción y el teléfono, compramos algunos muebles y lo convertimos en un lugar habitable. Y como él era asquerosamente rico gracias a sus libros, me ayudó a montar una pequeña tienda- consulta ¡imagínate!.
Al principio, él pasaba tardes enteras conmigo allí, echándome una mano. Pero hace como tres meses, una tarde, mientras yo atendía un paciente, una acupunturista llamada Maya Bennet vino a comprar un libro de medicina china. Era un libro rarísimo que Neville tuvo que encargar a la Universidad de Pekín, donde la acupuntura es considerada como lo que es, una práctica curativa seria y no un invento para dejar de fumar… Ya me estoy yendo por las ramas ¿por donde iba? ¡Ah, si! Maya invitó a Neville a comer en un restaurante tailandés para agradecerle las molestias y, dos semanas después, yo hacía las maletas y me mudaba a la consulta.
- ¿A dónde quieres llegar con eso?- quiso saber Ron, mirando a Luna mitad escéptico, mitad divertido.
- ¿Crees que Neville se esperaba hace un año que hoy estaría desintoxicado y de luna de miel?. Mira, solo te estoy pidiendo una oportunidad para demostrarte que la vida no es solo una sucesión de días grises y que todavía puede darte una sorpresa. Además, estoy hasta el moño de dormir en la consulta.- respondió ella con naturalidad.
- ¿Insinúas que quieres venirte a vivir conmigo?
- Yo no insinúo nada. Soy muy mala tirando indirectas, así que te lo estoy diciendo claramente. ¡Vamos, por favooooor! ¿Qué perderías?. Se que tú también estás harto de estar solo… ¿Y si esta es tu oportunidad para dejar de ser un amargado y superar por fin tu problema de autismo? Mira que ocasiones como convivir conmigo solo se presentan una vez en la vida…
- ¿Qué problema de autismo?
- Vamos, Ron, no niegues lo evidente. No hace falta ser un genio para darse cuneta de que tu red social se reduce a tu gato y a tu lechuza. Ni siquiera eres capaz de soportar el contacto físico: antes te he rozado la mano al coger la taza y le has apartado como si en vez de una persona te hubiese tocado una babosa gigante. Reconoce que eso no es muy normal…
- ¡Pues para que te enteres! ¡primero: mi red social ya no incluye a mi gato porque se suuicidó el año pasado! ¡Y segundo…!- Ron se quedó pensativo. Aunque pareciese increíble, Luna tenía razón- De acuerdo- añadió, fastidiado- no he tenido ningún contacto humano desde que murió Hermione, ni siquiera he vuelto a abrazar a mi madre. Pero si te vienes a mi casa, no quiero compasión ni…
- ¡¿A tu casa! ¡¿En serio! ¡BIEEEEEEEEEN!- gritó Luna en un arrebato de felicidad- Te daría un par de besos, pero creo que no es buena idea que discutamos cuando ni siquiera me he mudado. ¡Ya verás Ron, convivir conmigo es una experiencia cósmica, mágica, alucinante! No puedo prometerte que Hermione vuelva pasado mañana pero ¡va a ser genial!
