Antes que nada, quiero agradecer a J. K. Rowling, la propietaria del mundo Pottérico y de todos sus personajes, el habernos regalado una saga tan fantástica, que nos hace soñar con mundos llenos de magia y aventura.
Sobre la historia.
Este es mi primer fanfic completamente inédito sobre Harry Potter. El otro que estoy escribiendo, "Aprender a despedirse", continuación del magnífico "Querido diario", me satisface completamente tanto a nivel personal como artístico, ya que estoy creciendo mucho a través de él, tanto al depurar mi estilo de escritura como disfrutando al crear la historia. Pero tenía pendiente crear un fic completamente propio, basado tan sólo en los libros de Rowling y nada más que en ellos. Y por supuesto, en lo que me hacen sentir al leerlos. Es algo que ya empezaba a pesarme demasiado y he decidido que es tan buen momento como otro cualquiera para decidirme a publicar un nuevo fic. Como no, es un HarryxGinny porque son mi pareja favorita, aunque también aparecerá otra pareja sobre la que siempre he deseado escribir (no os adelanto nada sobre ella porque no es conveniente spoilear tan pronto, jeje). Hasta cierto punto va a ser muy clásico, tanto en héroes como en villanos (enseguida os daréis cuenta de porqué), pero es exactamente lo que yo deseaba. Y ahora es cuando llegan mis fantasmitas tratando de crearme inseguridad: ¿Gustará? ¿No gustará? Sólo vosotros podéis dar respuesta a esas preguntas, sobre todo con vuestros reviews (dejadlos, por favor). Pero si algo tengo claro, es que escribirlo a mí me está haciendo muy feliz. Ojalá los disfrutéis tanto como yo.
Y ahora vienen las dedicatorias.
A Cirze, por ser mi amiga del alma desde hace tantos años que siento que siempre ha estado a mí lado, y los años que quedan por compartir, jeje. Corazón, esto es todo un experimento. Ya te contaré.
A Jor, por ser mi queridísima amiga desde que nos conocimos a través de Fanfiction. Porque es una maravillosa escritora, una persona increíble y única. Y porque siempre me ha animado a escribir mi propia historia sobre Harry Potter. Pues aquí la tienes, cielo. Espero que te guste la sorpresa.
A Joanne (Pottershop) por ser la persona que. a través de sus magníficos escritos, me animó a introducirme en este mundillo de escribir fanfics, que tanto me tiene enganchada. Cariño, te prometo que pondré todo de mi parte para que estemos más en contacto y podamos conocernos mejor y entablar esa bonita amistad que tenemos pendiente, jeje. Para ti, por ser mi inspiración.
A Shougo, para agradecerle el haber recuperado el contacto y la amistad que por tonta descuidé. No es el octavo libro de Harry Potter como a ti te gustaría, vida mía, pero espero no decepcionarte.
A todos los que en algún momento han leído y dado una oportunidad a alguno de mis fics. Porque sin vosotros nada sería igual.
Y a Carlos, mi marido, quien me aguanta todas las neuras de escritor, las manías y las inseguridades siempre con una sonrisa. Tú sí que eres mi destino, amor mío.
Tras todo esto, tan sólo me queda cruzar los dedos y esperar que os guste.
Saludos.
Ginevre.
Capítulo 1: Fantasmas del pasado.
Pocas semanas después de la derrota definitiva de Voldemort.
Una joven y bellísima mujer lloraba desconsolada cubriéndose la cara con ambas manos, sentada ante una amplia y vacía mesa tras la que dos hombres la observaban mientras esperaban con paciencia que remitiese su ataque de llanto. Pero, al parecer, la chica no era capaz de dejar de llorar. Hastiado, uno de los hombres, el más mayor de ellos, se levantó de la silla en la que había permanecido sentado y, rodeando la mesa no sin cierta dificultad, se acercó a ella y le puso la mano en el hombro. Al sentir el contacto, la chica lo apartó como si de una víbora se tratase. El hombre sonrió beatíficamente aparentando no haberse dado cuenta de la ofensa recibida.
- Vamos, pequeña, no es tan grave. Te estamos ofreciendo su vida a cambio de tu abandono. Bien mirado, es él quien sale ganando.
- Él sólo saldrá ganando el día en que todos vosotros os pudráis en los infiernos para siempre. – Sentenció ella con rabia, mientras retiraba las manos de su cara para traspasarlo con mirada de infinito desprecio y odio.
Pero el hombre, sin apenas inmutarse, emitió una sonora carcajada que reverberó cual eco en toda la yerma habitación.
- Puede ser, pero eso jamás ocurrirá. Nuestro gran señor retornará pronto con más fuerza que nunca, y entonces Harry Potter morirá a sus propias manos, como siempre debió haber sido. Pero hasta entonces, tan sólo queremos que sufra por la infamia que ha cometido. Tú decides. Si le abandonas, vivirá una vida tranquila y sin complicaciones hasta que nuestro Gran Señor regrese. Eso sí, llena de sufrimiento gracias a ti. Por un lado le habrás salvado la vida y por otro le habrás condenado. ¿No es irónico? – volvió a sonreírle, divertido – Pero si insistes en continuar a su lado, en cuanto te reúnas con él, morirá.
- Voldemort jamás volverá. Harry lo eliminó para siempre. – escupió estas palabras, triunfante – Y estás muy equivocado si crees que un gusano como tú puede acabar con Harry Potter. Él es el elegido. – le desafió con la mirada.
- ¿Tan segura estás de que el Señor Oscuro jamás regresará? ¿Apostarías tu vida por ello?
Por un momento, los ojos de ella se llenaron de duda, algo que el hombre captó a la perfección, y la miró a su vez, malicioso.
- Tu silencio te delata. Oh, querida. Puede que Potter sea el elegido, pero algo innegable es que no es inmortal. Ahora que él cree que todo ha terminado, no dudes que se relajará y bajará la guardia. Va a resultarnos muy fácil acabar con él en cualquier esquina, en cualquier lugar… incluso en su propia casa. – acarició el rojo pelo de ella con delicadeza, posando sus pérfidos ojos en los tristes, aterrados e hinchados ojos de su presa – Nada puede salvarle ya, excepto tu elección. Decide, niña, pues se está acabando mi paciencia. ¿Prolongarás su infame vida hasta que vuelva nuestro Gran Señor, dándole quizá la oportunidad de hacerle frente cuando este regrese, cosa que no podrá hacer, o acabarás con ella de una vez y para siempre? De un modo u otro, él morirá. Pero tú eliges cuándo.
Lágrimas que contenían toda su rabia desesperada resbalaban por el bello rostro de la mujer cual diamantes condenados camino de la destrucción. Gustosa habría dado su vida por él, habría entregado hasta la última esencia de su ser para salvarle… Pero hasta ese derecho le negaban. "Malditos mortífagos", pensó, "malditos una y mil veces. Lo voy a hacer por Harry, para darle la oportunidad de convertiros a todos y cada uno de vosotros en el polvo del que jamás debisteis salir".
- ¿Por qué? ¿Por qué lo hacéis? Un amor adolescente no puede causaros ningún mal – les reprochó ella, casi suplicante.
- Porque a él le hace feliz. Y no es justo que lo sea cuando el Señor Oscuro yace sin vida sumido en la nada. Potter debe sufrir para purgar toda su maldad hasta que sea castigado definitivamente.
- ¿Y tú te atreves de hablar de maldad, asesino?
Repentinamente furioso, el mortífago cruzó la cara de la chica de una tremenda bofetada, casi tirándola al suelo. Un fuerte dolor en la sien la taladró con mil agujas y por un momento casi no pudo respirar. Al comenzar a reponerse y volver a ser consciente de sí misma, notó que un hilillo de caliente sangre goteaba lentamente desde su nariz. Desafiante, encaró a los hombres con decisión.
- Está bien. Si algún día Harry regresa a por mí, no le daré oportunidad de volver a mi lado. Le echaré de mi vida sin contemplaciones. – Ellos sonrieron, triunfantes – Pero quiero algo a cambio.
- No estás en situación de exigir nada, querida.
- Me lo daréis, si tanto deseáis disfrutar de vuestra pueril venganza. En el supuesto caso de que él siga queriéndome y desee volver a mi lado, cosa que dudo, y que yo tenga que echarle, - faroleó, tratando de hacerles ver que de nada serviría su vil treta - quiero que después de hacerlo me lancéis un hechizo Obliviate que elimine a Harry y cualquiera relacionado con él, excepto a mi familia, totalmente de mi mente y mis recuerdos. Quiero asegurarme de que él jamás tendrá ninguna oportunidad de volver junto a mí. Esta será mi forma de protegerlo, y vosotros lo permitiréis.
- No hay problema, querida. No puedes ni imaginar el dolor que causará a Potter saber que la mujer que ama lo ha extirpado incluso de sus recuerdos. Has tenido una idea genial que endulzará aún más nuestra sutil venganza.
Al escuchar esto, ella sintió una punzada de dolor que casi la destroza, pero no se permitió demostrarlo.
- Una cosa más. Llevarás siempre este medallón – el hombre le ofreció una cadena de oro de la que pendían una cantidad escandalosa de diamantes engarzados en una base ovalada, también de oro – Servirá para que podamos cerciorarnos en todo momento de que tú estás cumpliendo tu palabra. Si te lo quitas, aunque sea para ducharte, o tenemos la más mínima sospecha de que has contado a Potter nuestro trato o intentas volver con él, acabaremos inmediatamente con su vida y entonces tan sólo te quedará llorarlo. ¿Entendido? Por supuesto, tampoco podrás revelar nuestro pequeño secreto a nadie más.
- Lo llevaré hasta que me hagáis el hechizo – afirmó ella, tomándolo de las manos del sujeto como si en cualquier momento fuese a morderla.
- Lo llevarás siempre – la amenazó el otro.
- Muy bien, si así lo queréis. Tenéis mi palabra de que cumpliré nuestro trato. Pero si por alguna razón sois vosotros los que lo incumplís y Harry sufre algún daño, no dudéis que habréis de lamentarlo.
Los dos hombres prorrumpieron en estruendosas carcajadas como si fuese gracioso lo que acababan de escuchar.
Pero Ginny sentía que su corazón se desgarraba y dejaba de latir. Se sentía mareada, casi sin poder respirar, a punto del colapso. El hombre de su vida, con el que siempre había soñado desde que era capaz de recordar, el hombre que tan feliz la había hecho, que tanto la amaba y a quien ella veneraba como a su único dios. Su propia mitad, su ilusión más bella y verdadera, su vida entera… Lo iba a abandonar. Quiso morir en aquel preciso instante, pero ni siquiera acabar con su agonizante vida podía permitirse. Destrozada, trató de alejarse de aquel lugar lo antes posible.
&&&&&&&
Londres, varios años después.
Aquella mañana de viernes Harry se encontraba especialmente animado. Hermione, después de mucho rogar e importunar a su jefe, había conseguido por fin una semana de vacaciones en el Departamento de Control de Actividades Empresariales Mágicas del Ministerio de Magia. Y él se había ganado a pulso la semana de vacaciones que Devon Huxley le había regateado casi hasta el final alegando que el Cuartel General de Aurores estaba de trabajo hasta los topes. Ahora lo importante era que los dos jóvenes tenían por delante toda una semana para viajar y divertirse tal y como habían planeado durante hacía tanto tiempo que ya no podían recordarlo.
Desde que hacía ya más de cuatro años que Ginevra Weasley había echado de su vida a Harry sin contemplaciones y sin darle la más mínima explicación, Hermione y él se habían convertido en inseparables, ya que ambos tan sólo se tenían el uno al otro para apoyarse y reconfortarse mientras cada uno se lamía sus propias heridas.
Harry no quería recordar aquellos días, pero durante el tiempo que había transcurrido desde entonces, no había día en que todo aquel dolor no le azotara con la misma fuerza e insistencia que cuando todo sucedió, como si de ayer se tratase. Todavía no había sido capaz de entender cómo ocurrió todo, y mucho menos comprender porqué.
Después de la última gran batalla en Hogwarts, donde Voldemort fue derrotado por Harry y sus secuaces recibieron su merecido a manos de mucha gente que sufrió lo indecible e incluso murió para desterrarlos del mundo mágico de una vez y para siempre, Ron, Hermione y él mismo habían pasado muchos días recluidos en le Ministerio de Magia, contando una y otra vez su historia, respondiendo una y mil veces absurdas preguntas que parte del Wicengamot les planteaba, nada satisfecho con sus respuestas, por el simple hecho de que a aquellos carcamales les era del todo imposible de aceptar que habían sido tres niños, y no ellos, quienes habían librado al mundo de las tenebrosas garras del que, hoy en día y después de casi un lustro, seguía siendo "el innombrable".
Dentro de aquel gran consejo formado por cincuenta de los mejores magos y magas aún con vida, se crearon dos facciones tan bien diferenciadas como antagónicas: los que los aclamaban como héroes y los que pretendían negarles toda participación en la muerte de Voldemort para atribuir al Wicengamot todo el mérito. Tanto unos como otros defendían sus posturas a ultranza tratando de ensalzarlos con los más grandes honores o de relegarlos al mayor ostracismo posible. Pero la gran verdad es que ninguno de ellos mostró ni el más mínimo interés por saber qué es lo que aquellos tres intrépidos jóvenes deseaban.
Durante un tiempo pareció ser que se imponía la facción más conservadora y los tres llegaron a creer que aquella sutil forma de "venganza" se prolongaría para siempre, que jamás volverían a salir de allí si no era tras una firme promesa de que todo el mérito se lo dejarían al viejo, estancado y autocomplaciente Ministerio, algo que a ellos no les importaba absolutamente nada. Tan sólo querían vivir; vivir lejos del Ministerio, de su ministro y de su cohorte de gallinas cluecas a quienes parecía interesar más su propia reputación que la verdad y la justicia. Deseaban recuperar sus desaprovechados dieciocho años, saborear su adolescencia a pequeños y dulces sorbos, ser jóvenes normales y dejar pasar el tiempo tan necesario para curar sus múltiples y dolorosas heridas del alma, nada más. Pero aquella petición de juramento que ellos habrían pronunciado con tanto placer, nunca llegó.
En cambio, de pronto un día se vieron arrojados a los frenéticos tentáculos de la opinión pública como carnaza para calmar los ánimos y satisfacer las ansias de esta por adorar a los héroes de tan magnífica hazaña. De nuevo tuvieron que contar su historia vez tras vez ante los medios, para luego verla "adornada" por no decir alterada, por periodicuchos sensacionalistas con El Profeta a la cabeza. Hartos de todo, cuando consiguieron por fin empezar a disfrutar de unos momentos de paz, lo primero que hicieron los tres fue volver a La Madriguera, a los brazos de los Sres. Weasley y su familia, quienes siempre habían tratado a Hermione y a Harry como si fuesen tan hijos suyos como el mismo Ron.
Todo fueron abrazos, risas y llantos de alegría, aunque no hubo celebración por la todavía reciente trágica muerte de Fred. Hablaban y hablaban sin parar, poníendose al día los unos a los otros de todo lo sucedido durante la larga ausencia de los chicos. Tan sólo Ginny se mantuvo todo lo distante de ellos que le fue posible, pero nadie pareció advertirlo, tan absortos en la charla como estaban. Hasta el momento en que Harry, después de haber esperado y deseado hasta casi enloquecer volver a tener a Ginny entre sus brazos, se dio de frente con un muro de negrura que ni él ni nadie pudo haber imaginado.
Flasback.
Cuando Harry pudo deshacerse por fin de los constantes abrazos y muestras de cariño de casi todos los Weasley, se escabulló disimuladamente hacia la cocina, donde al parecer Ginny se había retirado con un pretexto que él no era capaz de recordar debido a las innumerables conversaciones que se había visto obligado a mantener en apenas cinco minutos.
Entró en el cuarto con timidez, preocupado por los reproches que con seguridad Ginny le haría por haber dado su relación por terminada hasta que todo el peligro pasase, por haberla abandonado casi sin despedirse y por haberla dejado fuera de sus planes, en los que en cambio sí incluyó a Ron y a Hermione. Como esperaba, la encontró allí. Estaba apoyada de espaldas al fregadero, observándole con cierta indiferencia. "Esto va a ser complicado", pensó él.
Decidido, caminó hasta ella. Al tenerla apenas a unos pocos centímetros de su cuerpo, al instante quedó embriagado por su aroma, extasiado al contemplar sus largos y rojos cabellos, subyugado por aquel cuerpo que le hacía enloquecer, hipnotizado por aquellos ojos de diosa y aquellos labios carnosos que le hacían desearla con un ardor que amenazaba con consumirle por entero.
Acercó con miedo su mano derecha al rostro de ella, temiendo que aquella hechicera visión se desvaneciese con sólo rozarla.
- Ginny, he vuelto – se atrevió a decir con voz queda, mirándola a los ojos con devoción – he vuelto a por ti.
De pronto, un fuerte manotazo le arrojó fuera de su dulce sueño. Ginny había apartado la mano de él con tal brusquedad que lo dejó desconcertado.
- Ya veo que has vuelto. Ahora puedes volver a marcharte – respondió ella con tan gélida mirada que casi congeló el corazón del joven.
- Ginny, sé que estás enfadada y en parte tienes razón, pero…
- Me importa bien poco lo que tengas que decirme. Guárdalo para los demás. – le cortó ella sin miramiento.
- Ginny, por favor, tenemos que hablar. Yo no quiero hablar con los demás, quiero hablar contigo. Lo necesito. – le pidió él más y más desesperado por momentos.
- Yo no tengo nada que decirte ni tengo nada que escuchar de ti. Hace tiempo que eres libre de hacer lo que quieras con tu vida, Harry Potter. Hazlo, pues. Pero que sea bien lejos de mí.
- Ginny, mi vida…
- Yo no soy tu vida, Potter. ¿Tanto te cuesta comprender que hace mucho que ya no me interesas?
La gelidez de sus palabras y sus gestos consumían a Harry en un inmenso dolor y desesperanza, increíblemente con más crueldad que cualquier cosa que ella pudiera decirle, y tuvo que agarrarse al respaldo de una silla que tenía cerca, para no desfallecer.
- Ginny, por favor. Sabes que tan sólo te dejé para protegerte. Te juré que si yo alguna vez quedaba libre para amarte volvería a por ti para hacerte feliz. – le suplicó, tratando de hacerle entender.
- Te libero de tu juramento, Potter. Ya no me interesa que lo cumplas. Es más, te prohíbo que lo cumplas.
- ¡Por Merlín, Ginny! ¡Esto no puede ser! ¿Tan pronto has olvidado nuestros abrazos? ¿Nuestros besos? ¿Nuestras promesas de amor eterno? – se abalanzó sobre ella tratando de abrazarla, pero la pelirroja lo abofeteó con todas sus fuerzas.
- ¡Aléjate de mí para siempre o lo lamentarás! – lo amenazó ella gritando como una posesa. - ¡Vete de mi vida para siempre! ¡Vete! ¡Yo te echo! ¡Quiero que te vayas!
- ¡No! – gritó él del mismo modo - ¡Mientras me quede un aliento de vida viviré por ti! ¡Para ti! – cayó de rodillas ante ella, llorando destrozado.
Al escuchar los gritos, todos los demás corrieron a la cocina. Quedaron paralizados, totalmente sorprendidos por lo que estaban presenciando. Harry lloraba tirado en el suelo mientras Ginny lo miraba con desprecio. Ginny, que hasta hace nada no paraba de hablar de Harry, de preguntar a todos si habían recibido noticias suyas para asegurarse de que se encontraba bien, de contar los días que quedaban para verle. ¿Qué demonios había sucedido allí antes de que ellos llegasen?
- Ginny, sé que me quieres, lo sé. – posó con firmeza sus mendigos ojos azules en los de ella.
- Pues ya sabes más que yo – se burló recuperando su anterior frialdad. – Papá, sácalo de aquí. Que se vaya.
- Pero Ginny. Es Harry, hija. Harry – replicó el Sr. Weasley, tratando de hacerle ver que por fin el chico había regresado a sus brazos como ella tanto había deseado.
- ¿Me tomas por idiota? – gritó ella - ¡Sé perfectamente quién es! ¡Y quiero que se vaya! ¡Ahora!
Airada, la muchacha salió del cuarto como alma que lleva el diablo, dando el tema por zanjado y dejándolos a todos con un palmo de narices.
Lo que sucedió después Harry no era capaz de recordarlo con nitidez, deshecho como estaba. Fue Hermione quien le contó que los Sres. Weasley, con los nervios destrozados por la muerte de su hijo, y pensando que él había hecho daño a Ginny de algún modo cruel que ni el chico ni su propia hija querían revelarles, perdieron los nervios y le echaron de la casa sin contemplaciones, acusándole de haber vuelto tan sólo para dañar a su querida Ginevra. Ron tomó parte por su adorada hermana acusándole también. En cambio Hermione, segura de que Harry era totalmente incapaz de dañar a la única mujer que amaba en este mundo, lo defendió, con lo que también ella fue expulsada no sólo de la casa, sino también de la familia Weasley. El mismo Ron se encargó de echarla, dando su relación por acabada de la peor manera posible.
Hermione se abrazó a Harry llorando desconsolada y trató de llevárselo de allí, pero le costó una eternidad conseguirlo. Finalmente ambos arrastraron su corazones destrozados hasta el valle de Godric, donde los dos habían vivido desde entonces, alternando algunos períodos de convivencia en casa de los padres de Hermione, quienes acogieron al joven mago con respeto casi reverencial después de que la chica les hubiese relatado sus proezas.
Durante muchos meses ella y él lloraron hasta que ya no les quedaron más lágrimas, sufrieron hasta que su corazón se endureció, con el único apoyo del uno para el otro. Desde entonces su amistad se hizo más inquebrantable que nunca. Pasado un tiempo se enteraron de que Ginny, no contenta con haber echado a Harry de su vida, se había sometido a un Obliviate voluntario para también sacarlo de su mente para siempre. Harry no había muerto para ella. Simplemente, nunca existió.
Desde entonces habían transcurrido casi cinco largos, tristes y penosos años. Aunque como todo, aquel trágico asunto había hecho callo en ellos dos y ahora volvían a ser capaces de vivir con alegría e ilusión. O al menos lo intentaban.
En su pequeño despacho que el Ministerio le había asignado como segundo al mando en el Cuartel General de Aurores a pesar de su jovencísima edad, y que él mismo había conseguido meritoriamente a través de sus increíbles notas primero y de sus constantes éxitos en arriesgadas misiones después, Harry ojeaba El Profeta lamentándose de que hasta aquel encorsetado lugar no llegase una publicación de más calidad.
De pronto, una noticia de portada puso sus nervios en tensión: "Ginevra Weasley, agredida brutalmente". Rápidamente buscó la página a la que se refería en la portada con una desesperación que creía haber enterrado para siempre en lo más hondo de su alma, y abrió el periódico por ella. Las manos le temblaban incontrolables.
"La no por mucho más tiempo señorita Ginevra Molly Weasley, ya que el próximo treinta y uno de julio se convertirá en la flamante señora del magnate de los negocios Draco Malfoy, fue agredida brutalmente la pasada noche mientras abandonaba las dependencias de la Corporación Malfoy, la exitosa empresa de su prometido, en busca de un taxi que la devolviera a su coqueto piso de soltera en el centro más selecto del Londres mágico. Ingresada de urgencia en San Mungo y tras recuperar la consciencia después de un fuerte golpe recibido en la cabeza al forcejear con sus agresores, al ser interrogada por varios de los aurores más competentes del Ministerio (¿Aurores? Pensó Harry. ¿Qué aurores? Yo no he sido informado de nada de esto), las declaraciones de la señorita les hicieron pensar que los agresores eran simples ladrones con intenciones de sustraerle la preciosa y valiosísima joya que la dama lleva colgada al cuello y de la que no se separa jamás. El señor Devon Huxley, jefe del Cuartel General de Aurores del excelentísimo Ministerio de Magia ha asegurado a este rotativo que pondrá escolta día y noche a la agredida hasta que sus mejores hombres resuelvan el caso y den con los huesos de los infames malhechores en Azkaban."
¿Y qué? – trató de convencerse Harry a sí mismo – Hace años que no te importa lo que esa "no por mucho más tiempo señorita" haga con su vida. Además, ya tiene quien la proteja. Señora de Draco Malfoy – se dijo con amargura – No había otro con quien casarse. Pues bien. Ella se lo pierde.
Cuando estaba a punto de tirar el periódico a la basura, el suave golpeteo de unos nudillos en la puerta le avisó de que su querida niña estaba a punto de visitarle. Reconocería esa forma de llamar entre miles de millones.
- Pasa, Herms – dijo con jovialidad, sonriendo. Aquella castaña pizpireta siempre traía alegría a su corazón.
La aludida entró tratando de aparecer contenta, pero su teatral pose se desinfló cuando vio el periódico que todavía descansaba en las manos de Harry.
- Lo has visto… - dijo quedamente, mirando a los ojos de su amigo a la espera de su reacción.
- Sí, lo he visto. Y también lo he leído.
Se levantó de la silla tras su escritorio y, acercándose a su amiga, la abrazó con cariño. Al separarse de ella, la tomó por los hombros y los frotó amistosamente.
- No te preocupes, Herms. Estoy bien, de verdad.
Ella no apartó su mirada de los ojos de él, tratando de saber si le estaba contando la verdad. Pero demasiado bien sabía ella que, a pesar de que él no mentía, tampoco era toda la verdad lo que acababa de contarle.
- ¿De verdad? – él asintió – Bien, porque yo no.
- ¿Cómo es eso? – le preguntó frunciendo el ceño, preocupado.
- ¿Recuerdas que la Corporación Malfoy ha solicitado una subvención gubernamental para invertir en una planta de fabricación mixta con el fin de incorporar a la comunidad mágica ciertos objetos muggles adaptados a la magia que asegura mejorarán nuestra vida cotidiana?
- Algo de eso me dijiste, sí – trató de hacer memoria – Me hablaste de un teléfono mágico que funcione sin antenas emisoras o receptoras ni ningún tipo de cables, y cosas por el estilo. ¿Me equivoco?
- No, no te equivocas – le respondió, algo enfadada aunque no con él – Y supongo que sabes que, cuando se pide una subvención, se asigna un auditor perteneciente al Comité de Control de Actividades Empresariales Mágicas para comprobar la viabilidad del proyecto y asegurarse de que las cuentas de la empresa solicitante no son fraudulentas y responden a la realidad económica y financiera de la empresa.
Harry asintió.
- Pues bien – continuó ella – Adivina a quién han asignado para auditar esta maldita empresa.
Él la miró, totalmente sorprendido y enfadado a la vez.
- ¡No puede ser! ¡Tu jefe sabe perfectamente que tú y yo no queremos ningún trato con los Malfoy! ¡Es una cuestión de honor! ¡Maldita sea! ¡No podemos ni verlos en pintura después de todo lo que esa asquerosa familia trató de hacernos!
- ¡Pues anda y díselo tú a mi jefe! ¡Y a mí no me grites, pedazo de bruto! – se ofendió ella.
- ¡No dudes que lo haré! ¡Y ahora mismo! – Se dio cuenta de que continuaba gritando – Perdona, Herms. No estoy enfadado contigo, ya lo sabes. Es que la simple mención de esa asquerosa familia me pone de los nervios.
- Y más teniendo que aguantar que Draco se case con ella. – no pudo evitar recordarle Hermione.
- ¡Por Merlín! ¡Herms! ¿Necesito excusas para no poder tragarlos después del importante papel como mortífagos que desempeñaron en la Segunda Guerra? – echaba fuego por los ojos.
- Harry, por favor, no te pongas así. Lo siento. – los ojos le brillaban a punto de llorar.
Verla así, a Harry le partió el corazón.
- Cariño, cariño. Yo también lo siento – volvió a abrazarla con infinita ternura – No puedo fingir ante ti, ¿verdad?
- No. No puedes. – le aseguró ella, confiada.
- Está bien. Claro que me afecta que ella vaya a casarse con ese desgraciado. Me estoy volviendo loco por momentos, pero no puedo hacer nada por evitarlo. Estas vacaciones nos harán bien, Herms. Nos marcharemos bien lejos de toda esta basura.
- De eso quería hablarte. Me han ordenado que el próximo lunes me incorpore a la Corporación Malfoy para comenzar con mi trabajo.
- ¡Esto no puede ser! – se lamentó, casi fuera de sí - Ahora mismo voy a hablar con tu jefe y le voy a decir cuatro cosas bien dichas. –Sentenció – Y de paso hablaré con el mío. ¿Cómo se ha atrevido a…
No pudo terminar la frase, pues el aludido, Devon Huxley en persona, abrió la puerta del despacho a punto de escuchar sus últimas palabras.
- ¿A qué? – le encaró, clavando en él su zorruna mirada.
- Señor Huxley. Siendo su segundo, ¿he tenido que enterarme por la prensa de que se van a asignar efectivos a la protección de esa niña mimada novia de Malfoy? – le encaró él también, tratando de contener su furia a duras penas.
- Lamento que te hayas enterado por la prensa, Harry. Yo venía precisamente a contártelo. Sí, se van a destinar efectivos a protegerla, así como a resolver su caso de agresión. – respondió con tranquilidad.
- ¡Pero eso no puede ser! ¡Usted mismo me ha dicho mil veces que estamos de trabajo hasta las cejas! ¡No podemos prescindir de ninguno de nuestros mejores hombres para proteger el collar de una niña rica! ¡Que no lo lleve y punto!
- Tú no eres quién para decidir eso. A pesar de sus malas elecciones pasadas, la familia Malfoy sigue siendo una de las más influyentes de la comunidad mágica. Draco Malfoy me ha solicitado personalmente que asigne mis mejores hombres al caso y no puedo negarme. Es más, el Ministerio no me permitiría que lo haga.
Harry puso los ojos en blanco, no pudiendo creer lo que acababa de escuchar.
- ¿Malas elecciones? ¡Por favor! ¡Ser un mortífago asesino no es una mala elección! ¡Es un crimen!
- Sabes perfectamente que se arrepintieron y fueron indultados por el Wicengamot. Además, no voy a discutir ese tema contigo.
El joven lo fulminó con la mirada, apretando los puños, ofendido. Pero Hermione le apretó el brazo suavemente, haciéndole ser consciente de con quién estaba tratando. Finalmente suspiró, resignado.
- ¿Y quién va a ser el pringado que cargue con la mocosa esa? – preguntó, todavía molesto.
- Tú – fue la lacónica respuesta de su superior.
Hermione se llevó las manos a la boca, conteniendo un grito.
- ¡Imposible! – negó el joven con rotundidad. Un sudor frío perló su frente y todo su cuerpo, que había adoptado el color de la cera. Sintió que las piernas le fallaban como si fueran de gelatina.
- Malfoy quiere al mejor y tú eres el mejor. Tú te ocuparás de la seguridad de la señorita Weasley hasta que todo esto acabe. El próximo lunes le darán el alta hospitalaria. Desde entonces tú serás su sombra hasta que este asunto se resuelva o al menos hasta que la opinión pública lo olvide.
- Me niego en redondo y nada de lo que usted diga, ni siquiera cualquier amenaza que pueda hacerme, conseguirá que acepte este trabajo – lo miró con desafío.
- ¿Alegando qué? ¿Quieres arruinar tu brillante carrera como auror en este mismo instante sin posibilidades de retomarla en ningún otro país del mundo por ser juzgado y condenado por desobediencia injustificada a un superior? Ya puedes tener una razón de infinito peso para oponerte a mi decisión porque, si no la tienes y continúas negándote, eso es lo que te sucederá.
- No puede hacerme esto – murmuró el joven auror, desarmado.
- ¿El qué, Harry? ¿Qué es lo que tienes en contra de esa señorita? – ahora su superior le miró con curiosidad, relajando sus facciones.
- No es a ella a quien no soporto. Es a la familia Malfoy en general. Usted debería saber porqué. – se defendió, revelando parte de la verdad pero guardando sus motivos más importantes tan sólo para él. – Por favor, no me lo haga.
- Lo siento, Harry. Pero al jurar tu cargo como auror te comprometiste a anteponer tus responsabilidades a tus prejuicios personales. Si tu motivo es personal, no puedo ayudarte. No estaría bien hacerlo.
El joven le miró con semblante de derrota y asintió, perfectamente consciente y reafirmado en aquel juramento que cuando formuló con completa convicción no era capaz de imaginar hasta qué punto podría volverse contra él mismo.
- Me alegra que lo entiendas, Harry – le palmeó la espalda tratando de animarle – Desde el lunes, tu único trabajo será proteger a la señorita Weasley hasta nueva orden.
- Sí, señor – aceptó Harry.
- Señorita Granger, me alegra verla de nuevo – la saludó Huxley con un movimiento de cabeza, como si reparase en ella en aquel mismo momento. – Si me disculpáis, otros asuntos me reclaman.
Dicho esto, el jefe del Departamento de Aurores los abandonó, arrastrando con cierta dificultad su maltrecha pierna derecha fuera de la habitación. Una extraña sonrisa se reflejó en su rostro nada más darles la espalda.
Harry se dejó caer en su silla de despacho como un peso muerto. Enterró la cara entre sus manos y quedó inmóvil.
- Harry… - Hermione apoyó una mano en su hombro suavemente.
Despacio, el auror le mostró su rostro de nuevo, surcado por arrugas de preocupación y dolor.
- ¿Qué puedo hacer, Herms? ¿Qué va a ser de mí? – se lamentó, desesperado.
- Recuerda que yo trabajaré en la Corporación Malfoy desde el lunes. Yo te ayudaré. – afirmó con convicción.
Ambos se abrazaron de nuevo tratando de hallar consuelo al compartir su dolor, como ya tantas veces habían hecho antes.
&&&&&&&
Draco acariciaba distraídamente el pelo de Ginny mientras, con la otra mano, sostenía la edición diaria de El Profeta frente a él, leyendo una de las noticias de portada. La chica, todavía dolida y magullada por los golpes recibidos aunque ya más repuesta, lo observaba en silencio tumbada en la única cama del cuarto individual que le habían asignado en San Mungo. Cansada de esperar a que él le prestase atención, decidió hablar.
- Draco…
- ¿Sí? – le preguntó automáticamente, sin levantar los ojos del periódico.
- Me aburro de estar aquí. Ya me encuentro mejor y quiero que me lleves a casa.
Su petición consiguió que el rubio por fin le dedicase toda su atención.
- Ya hemos hablado de eso antes, amor. Volverás a casa el lunes, no antes. El medimago desea tenerte en observación durante todo este fin de semana y no seré yo quien arriesgue tu vida contradiciéndole.
- Pero… - trató de protestar ella.
- Pero nada. El lunes a primera hora, tu nuevo guardaespaldas y yo vendremos a recogerte. – Sentenció con cierta frialdad.
- ¿Guarda qué? – se molestó ella - ¡Por Merlín, Draco! ¡Yo no necesito guardaespaldas! ¡Lo que me sucedió fue un hecho aislado! ¿Quién querría agredirme a mí? ¡Yo no tengo interés para nadie!
- Quizá tú no, pero yo sí. Te he dicho muchas veces que al aceptar formar parte de mi familia aceptaste también formar parte de nuestras intrigas y negocios. Yo no te mentí cuando te dije que los Malfoy somos complicados. Muy complicados, por ser benevolente con las palabras. Y estamos en el ojo del huracán de mucha gente. Te lo pido por favor, permíteme que ponga todos los medios a mi alcance para protegerte.
La muchacha suspiró, resignada.
- Si eso te tranquiliza…
- Bastante. – La miró durante unos segundos, pensativo, hasta que se decidió a continuar. – Quiero que sepas que no me agrada la persona que ha asignado el Ministerio para tu protección. Yo habría elegido otra, pero mi influencia no llega hasta ese punto.
- ¿Por qué? ¿Acaso es incompetente? – se extrañó ella.
- Muy al contrario. Es el mejor auror de todo el Ministerio. – rezongó, disgustado.
- ¿Entonces?
- Es un sabihondo chulito. – La cogió de la mano casi con desesperación – Tengo que pedirte que no le des confianzas. Aunque de todos modos, verás que él te trata de forma correcta pero fría y desagradable. No es una persona que dé gusto tratar.
- No…. – bromeó ella – A ti lo que te pasa es que estás celoso. ¿Tan guapo es, ese hombre?
- ¿Y yo qué narices sé si es guapo o no lo es? ¡A mí no me gustan los hombres!– elevó el tono de la voz más de lo recomendable en un hospital. - ¡Sólo te advierto de su carácter! ¡Nada más!
- De acuerdo… - le acarició la mejilla con cariño – No te pongas así. Tan sólo estaba bromeando.
- Con tu seguridad no se bromea, Ginny. – acarició suavemente la mano que ella tenía posada en su mejilla tratando de hacerle ver sin palabras que no se sentía enfadado. No era un hombre a quien le gustase perder, ni siquiera en una simple disputa entre novios.
- Y, ¿quién es, si puede saberse?
- Harry Potter – no pudo evitar su evidente disgusto al pronunciar esas dos palabras.
- ¿El elegido? – lo miró ella, con los ojos abiertos como platos - ¿Va a ocuparse de mí el elegido en persona?
- ¡Por Merlín, Ginny! ¡Ni que fuera un dios! ¡No es más que un auror! – volvió a gritar, cada vez más enfadado.
- Para casi todo el mundo es como un dios. Nos libró de la amenaza de Voldemort con tan sólo dieciocho años. Perdona, pero encontrarás a pocas personas que no le admiren. – De pronto cayó en la cuenta que la familia del joven, incluso él mismo durante un tiempo, habían luchado en el bando contrario. – Lo siento, amor – le pidió avergonzada – no pensé que hablar de este modo te haría daño.
- No te preocupes por eso. No me siento orgulloso de haber formado parte de los mortífagos. Ya te lo dije. Yo también me alegro de que Potter acabara con el señor oscuro y no trato de quitar mérito a lo que hizo; lo que, por otro lado, no significa que él sea un tipo que tenga que gustarme.
- Comprendo… Tienes razón. – lo besó con ternura – Si a ti no te gusta Potter, a mí tampoco. Por algo soy tu novia.
Él le sonrió con cierta amargura.
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En algún lugar de Londres.
El hombre estaba solo, pero si alguien lo hubiese podido ver en aquel momento, fácilmente lo habría confundido con una grade, gorda y asquerosa rata de alcantarilla, rabiosa y acorralada, salida de las peores pesadillas de un demente. Inquieto, trataba de calmar sus nervios mirando a los inocentes muggles pasar por delante de la ventana de la casa de su jefe. Le era totalmente indiferente que él pudiese observarles desde dentro de la casa oculta a través de medios mágicos y que ellos no supiesen siquiera que existía aquel lugar. No es que a ninguno de los mortífagos le importase ni mucho ni poco las normas del Ministerio de Magia en cuestión de relaciones con los muggles, pero no eran tan tontos como para buscarse problemas ni con aquel ni con estos, cuando su poder había quedado tan mermado después de la vasta y trágica derrota que sufrieron tras la muerte de su Gran Señor.
El sujeto se pasó un pañuelo de tela por la frente distraídamente. En circunstancias normales no temía a nada ni a nadie, se burlaba del peligro, pero el temor que le causaban las malas noticias que estaba obligado a comunicar a su jefe, perlaban todo su cuerpo de un glacial sudor que no presagiaba nada bueno. Sabía perfectamente que, aunque ni él ni sus secuaces habían podido hacer nada para evitar fracasar en su misión, recibiría un castigo ejemplar, no por haber fracasado, sino para que no olvidase jamás que el fracaso era una forma de desobediencia a un superior. Y el suyo no era cualquier superior, ni mucho menos. Un par más de fallos como ese y su cabeza se vería libre para siempre de aquel hediondo e inútil cuerpo.
Al escuchar un leve siseo se giró sobresaltado. No era capaz de distinguir si eran sus propias elucubraciones o la forma sibilina de moverse de la persona que acababa de entrar en la habitación, a pesar de tener que cargar con su miembro tullido, lo que le había impedido detectarla antes. Aún más desarmado por la sorpresa, se dispuso a afrontar su destino.
- ¿Y el colgante? – preguntó su jefe. Sus palabras restallaron en el aire como un cruel y preciso látigo.
- Verá. No pudimos…
- ¿Y el colgante? – insistió el otro con una gelidez que paralizaba sin necesidad de alcanzar cuerpo alguno.
- Sigue en el cuello de la chica – admitió el hombre por fin, sabiendo que sería peor resistirse a la verdad.
- En el cuello de la chica… ¿Es eso lo que te ordené? – Le dio la espalda mientras hablaba y, de forma aparentemente casual, encendió el fuego de una pequeña chimenea que había a su derecha, con una variación del hechizo Flagrate.
- No, jefe. Usted me ordenó que se lo arrebatase y se lo devolviese a usted. – miraba de hito en hito a su jefe y al fuego. Definitivamente, aquello no traería nada bueno.
- Eso me pareció. Y, ¿por qué no he sido obedecido? – volvió a mirarle con mordaz curiosidad.
- Lo intentamos, jefe. Le juro que lo intentamos por todos los medios que se nos pudieron ocurrir. Pero es como si ese maldito collar fuera parte de su cuerpo. No hubo manera de podérselo sacar, ni arrancar.
- Eso es imposible. Yo lo rodeé de un hechizo para que tan sólo nosotros pudiéramos quitárselo. Cualquiera de nosotros. No lo hicisteis con la suficiente decisión. Trataríais de arrancárselo como ladrones primerizos y asustados.
- ¡Haga conmigo lo que quiera, pero no me ofenda! ¡Sabe perfectamente que yo soy un profesional! ¡El mejor que tiene!
- Evidentemente no eres el mejor, ya que no has sido capaz de arrebatarle a una niña inocente un simple colgante.
- Sabe que ese no es un simple colgante – le reprochó el otro, a la defensiva.
- Esa no es la cuestión.
Se acercó al hueco de la chimenea y tomó entre sus manos una pequeña y danzarina llama como si el hacerlo fuese la cosa más normal del mundo. Esta bailó para él entre sus ágiles dedos. Después, caminó lentamente hacia su secuaz sin dejar de observar la llamita, fascinado. Cuando estuvo junto al pálido hombre y sin que nada presagiase lo que estaba a punto de hacer, estampó su mano en su brazo izquierdo. Inmediatamente el mortífago empezó a gritar, abrasado por el fuego que le estaba transmitiendo. Cuando, pasados unos interminables segundos, el jefe retiró su mano del brazo del sufriente hombre, este cayó al suelo abrazado a su miembro herido, apretando los dientes con fuerza para no darle más gusto al otro por verlo sufrir.
- La próxima vez será en el pecho – simplemente anunció – No me importa cómo lo hagáis mientras no la matéis, pero quiero ese colgante. ¿Está claro? La conjunción de planetas se acerca y es imprescindible recuperarlo para poder reencarnar a nuestro Señor.
- Matando a la chica sería mucho más fácil.
- La chica morirá a manos del Gran Señor, reencarnado en el cuerpo de su mayor enemigo: Potter. No antes.
- S-sí, gran mago. Se hará como decís. Emplearemos nuestras mejores artes para recuperar el collar.
- Por tu bien, así lo espero.
Dando la conversación por terminada, el enjuto hombre se alejó del cuarto del mismo modo en que había llegado: en absoluto silencio.
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El día siguiente, sábado por la noche, Harry y Hermione compartieron una agradable velada cenando en casa de Neville Longbottom y Luna Lovegood, quienes hacía tan sólo un año que se habían casado y estaban locos de alegría por el inminente nacimiento de su primer bebé. Hermione y Luna hacían constantes viajes a la cocina llevando al comedor apetitosos platos que las dos chicas se habían afanado en preparar. Ellos habían insistido en ayudarlas, pero ambas coincidían en que si se acercaban a la cocina, podría desencadenarse una catástrofe de proporciones inimaginables. Más enfurruñados que ofendidos, los chicos se resignaron a esperar sentados en un sofá, observando cómo las mujeres pasaban ante ellos sonriéndoles con descaro.
- Ya verás cuando te cases, ya – le decía Neville a Harry con aparente disgusto – Toda tu independencia se habrá acabado. Tan sólo serás un pelele en manos de tu esposa. Te lo digo yo, que algo sé de ese tema.
Observó a Luna tratando de averiguar si le habían llegado sus palabras, ya que, más que para advertir a Harry, las había pronunciado para chinchar a su mujer a modo de pequeña venganza por el menosprecio que los dos jóvenes estaban recibiendo.
- Sabes que yo no me casaré nunca, Nev – le sonrió su amigo.
- ¿Por qué no? – se asombró el otro - ¡Ya va siendo hora de que Hermione y tú formalicéis vuestro eterno noviazgo!
- Harry y yo te hemos dicho muchas veces que no somos novios – le amonestó Hermione, que en ese preciso momento volvía de la cocina llevando una pesada fuente de jugosa carne. Y miró a Harry sintiéndose culpable.
- Pues deberíais serlo. Hacéis una pareja perfecta. – les sonrió alegremente.
- Ya hemos hablado de eso infinidad de veces, Nev. Y sabes lo que Herms y yo opinamos sobre ello. Ella y yo nos adoramos, pero no de ese modo. – Le hizo saber Harry una vez más, con calidez.
- Pedazo de alcornoque – riño Luna a su esposo frunciendo el ceño – Es que siempre tienes que meter la pata para hacerlos sentir mal. – el la miró como un perrito abandonado – Harry - se dirigió a este apuntándole con su dedo índice – Tus lintrops están revueltos. Se sienten nerviosos. Me indican que no eres feliz. Quizá no sería tan descabellado que buscases novia. Si no Hermione, una buena chica capaz de darte el amor que necesitas.
- Me siento feliz tal y como estoy, Luna – le sonrió, tratando de dar fuerza a sus palabras – No os preocupéis por mí, ¿vale?
- Los humanos no han sido hechos para vivir en solitario. Como quieras, pero vigila tus lintrops. Como te he dicho, están revueltos.- insistió ella, mientras Neville la miraba con una sonrisa condescendiente.
- Los cuidaré, te lo prometo – le aseguró el moreno, divertido.
- Bien, vamos a cenar. Ya todo está dispuesto.
Los cuatro jóvenes se acomodaron en sillas alrededor de la gran mesa, dispuestos a disfrutar de la magnífica cena, entre risas y comentarios jocosos.
Los momentos que Harry compartía con ellos tres, siempre le parecían los mejores.
