Esta historia no me pertenece es una adaptación de los personajes de Alexandra Sellers. Escribo esta historia por que es muy buena. Ah y por favor no me de manden ni me acusen de robar la historia ya que nada repito NADA me pertenece
Ninguno de los personajes de Inuyasha me pertenecen los personajes son de Rumiko Takahashi
Summary
¿En qué clase de lío se había metido Kagome gracias a su gemela? Mientras estaba de vacaciones en los Emiratos de Barakat, conoció al jeque Inuyasha Taisho. Apasionado y poderoso, Kagome se sintió atraída por él como jamás se había estado por ningún otro hombre. Por su hermana, tenía que mantener las apariencias, aun cuando el jeque afirmaba que habían sido amantes... y que volverían a serlo.
Capítulo 1
A excepción de un jinete que cabalgaba sobre un caballo negro, kagome tenía la playa para ella sola todas las mañanas. Justo después del amanecer, cuando el sol se erguía majestuosamente en el cielo, iba a correr a lo largo de la orilla del mar desde el hotel hasta la roca y volvía de nuevo.
No había tardado en descubrir que, en los Emiratos de Barakat, el último momento del día lo suficientemente fresco como para hacer ejercicio eran las primeras horas del día.
Todas las mañanas veía al caballo negro con su jinete, un hombre de rostro muy severo. Él venía galopando desde un punto lejano hasta ella mientras iba de camino hacia la roca y luego, cuando estaba a medio camino de regreso al hotel, el jinete volvía a pasar junto a ella.
En la primera mañana, pareció que no se daba cuenta de su presencia mientras galopaba envuelto en un torbellino de ropajes blancos y polvo de arena. La segunda, pasó a su lado por el agua levantando un rocío de gotas que capturaban la luz del sol y que envolvían a jinete y caballo en una reluciente red. Kagome levantó una mano para saludarle. Él respondió con una regia inclinación de cabeza.
A la tercera mañana, él la observó entornando los ojos oscuros mientras pasaba galopando junto a su lado, mucho más cerca que antes. La fiereza de su mirada provocó que Kagome contuviera el aliento y se tropezara sobre la arena. Aquel día, el paseo del jinete debió de ser más corto porque, cuando se cruzó con ella antes que los días anteriores, cabalgando aún más cerca y mirándola fijamente, casi como si quisiera asustarla.
Kagome se preguntó si a él le molestaría que ella se hubiera entrometido en aquel lugar tan solitario en el que él se ejercitaba. Al regresar al hotel, volvió a preguntar y le dijeron que, efectivamente, la playa estaba abierta a todos los huéspedes del hotel hasta la roca.
Por lo tanto, no se había metido en ninguna propiedad privada. Decidió que no iba a dejar de realizar sus ejercicios sólo porque aquel desconocido quisiera el mundo para sí solo.
Resultaba difícil creer que a nadie se le hubiera ocurrido que merecía la pena ir a ver la salida del sol. Kagome sabía que los Emiratos de Barakat recibían muy pocos turistas, pero aquella completa soledad en una playa tan hermosa resultaba casi imposible de creer.
O tal vez las tácticas del misterioso jinete habían asustado a todos los demás.
Era seguramente el lugar más impresionante que Kagome había visto jamás o que podía imaginar. El sedoso mar cambiaba misteriosamente de color, pasando del verde esmeralda al turquesa y al zafiro, como si estuviera poseído por unos cambiantes estados de ánimo que resultaban desconocidos para los humanos.
A espaldas de la playa, se erguía un acantilado cubierto de árboles, cuyas frescas sombras ofrecían solaz del implacable y ardiente sol que lucía durante las horas centrales del día.
La arena de la playa era suave, firme y dura en la orilla, donde aceptaba las huellas de los caminantes sólo durante unos minutos antes de que el mar se acercara y borrara las señales de todo paso.
Sin embargo, las huellas de los cascos del caballo no desaparecían tan fácilmente. Se hundían profundamente en la arena mojada, por lo que, cuando el agua las cubría, en vez de borrarlas, quedaban atrapada en un millar de pequeñas piscinas, formando un diseño que se extendía hasta donde la vista llegaba a alcanzar.
Cada mañana, desde el primer día en el que Kagome sintió la necesidad de ir más allá de la roca que limitaba el acceso de los huéspedes del hotel a la playa, de ver de dónde provenía el jinete, se daba la vuelta de mala gana, como si le estuviera dando la espalda a algo muy importante...
De camino al hotel, veía que sus huellas ya habían sido borradas por el mar, mientras que las del caballo aún eran visibles.
Aquel día era diferente. Era la cuarta mañana y casi había alcanzado el lugar en el que se daba la vuelta. No había señal alguna del jinete ni del caballo. La playa estaba pintada con los ricos tonos rojizos del sol. Su sombra se sentía a su lado, larga y estrecha, dirigiéndose hacia los árboles. Sin embargo, no había huellas en la arena que se extendía delante de ella.
Tal vez le había molestado su presencia. ¿Habría decidido ir a montar a otro lugar aquella mañana? Sin saberlo, Kagome se sentía desilusionada. Le había gustado compartir la belleza del amanecer con aquel desconocido, aunque él desaprobara su presencia.
Kagome alcanzó la roca y, en vez de darse la vuelta, siguió corriendo.
Continuara…….
