Todo lo que tenía. Había dejado de pensar en ello mucho tiempo atrás, vivir en el pasado solo atormentaría mi mente, si quería sobrevivir, si quería seguir adelante, debía ser egoísta, debía olvidar.

Golpean sus tacones el frío suelo de mármol, de baldosas grises y azules, un azul sucio y desgastado, muy lejos del brillante zafiro con el que brillaban sus ojos tiempo atrás. El eco resuena en las paredes del salón.

Los recuerdos, los sentimientos, los deseos. Son el cáncer que nos asesina en esta profesión. La generosidad, la compasión, son los causantes de nuestra caída. Es por eso que…

La detiene un grito desgarrador, es capaz de sentir su dolor escuchando su llanto. Ella cierra sus ojos y deja que los gemidos la envuelvan.

Es por eso que los eliminamos, los evitamos, los reprimimos. Sin embargo…

La habitación comienza a cambiar, las paredes giran, las luces cambian de color, en pocos segundos el caos envuelve la sala, se escuchan carcajadas, cientos de voces que golpean sus tímpanos con crueldad.

¿Durante cuánto tiempo podemos olvidar que fuimos humanas?

Abre sus ojos y se acerca con paso firme. El viento la golpea, la echa hacia atrás, araña su piel, la empuja. Ella grita su nombre.

¡Sayaka!—

A fin de cuentas, hemos sido congeladas en el momento de nuestra vida en el que éramos más capaces de sentir.

Ya no estás sola, Sayaka.

Por mucho que luchemos contra ello.

Suelta su melena y sonríe.

Seremos destruidas por nuestros propios sentimientos.

La gema estalla en pedazos, y la habitación con ella, los colores se funden, y todo lo que queda es un mar azul y rojo que pronto desaparecerá, y con este, su existencia.

Esa es la triste historia de las chicas mágicas.