Advertencias: SasoDei, ObiDei, NaruSasu. Lemon/Lime.
Tenía 13 años cuando nuestro matrimonio fue acordado por nuestras familias. ¿Alguien me preguntó si quería? No. A nadie le importó.
1832, Niponato, Japón.
Yo no estaba enamorado. Y por lo mismo, supuse que él tampoco. A esa corta edad ¿Quién podría si quiera pensar en un futuro concreto? Mi pasión eran las esculturas de arcilla, los experimentos con explosivos y la música rebelde de la época. Los cortejos siempre me parecieron de lo más aburridos. Y si bien, aquel día maldije a los infiernos por ser obligado a asistir, poco y nada pude lograr con las blasfemias que se escabullían de entre mis labios. Mi padre, casi me arrancó el brazo de camino a la ceremonia; justificando mi berrinche como algo normal de la edad. No, él no entiende. No entiende que prefiero mil veces beber arsénico que asistir a un maldito baile. Mamá jamás me hubiese obligado a hacer algo que no quisiera. Si tan solo el cólera, hubiese sentido piedad de su alma, quizás ella seguiría viva a mi lado.
Tanto jóvenes como ancianas, se balanceaban de un lado a otro por el gran salón. La mayoría, deslumbrando sus pomposos trajes; halagadas por la cantidad de ceros que acumulaban sus cuentas bancarias en el extranjero. Todos vampiros, claro. Las más finas y fastuosas proles de siglos de linaje vampírico, asistieron esa noche. Mi familia era acomodada, de una larga tradición de economistas, pero eso nunca llamó mi atención. Prefería salir a cazar bichos o a montar a caballo, que sentarme a gastar mi valioso tiempo en escuchar problemas económicos. Esa noche, me rehusé a probar bocado alguno. A regañadientes, me escabullí de mi tutor y guardián de toda la vida —un chico de cabellos rubios bastante alocado al cual llamaron Naruto— en dirección al jardín trasero de la gran mansión. Mi objetivo nunca fue perderme, solo buscaba algo de diversión en esa aburrida velada de viejos. Sin embargo, a los pocos minutos de andar, acabe solo entre árboles y mecetas de tanques. No era como si me asustaran los sonidos nocturnos, pero mi alarma interior, anunciaba peligro si me alejaba de mas. Mis instintos, estaban a flor de piel. Siempre fui bastante aventurero, al punto de escalar árboles y lanzarme a los ríos, sin importar sus causes.
De ambulando por los matorrales de flores, finalice mi travesía en una enorme estatua de gárgolas grises. De alguna manera, la mirada de piedra se clavo en mi expresión temerosa, rehuyendo de su presencia con cautela. Admito que me asustó un poco. Pero no tanto, como la singular presencia que casi me saca el alma del cuerpo. Al voltear, vi como la luz de la luna bañaba su contorneado ser. Vestía solo una, chaquetita verde, corbatín y pantaloncillos cortos. Imposible fue para mí, dejar pasar su notorio color de cabello, tan poco usual por esas provincias. Rojo, como el fuego. Su nombre era Sasori. Y aunque su mirada denotara mucha despreocupación y pocos ánimos, su voz calmada y firme, logró centrarme en la situación en la que me encontraba. Hijo único de la gran familia Akasuna —anfitriona del baile— con una larga tradición de marionetistas. Legítimo heredero de la compañía de títeres más reconocida del país. Un pura sangre, como yo.
—Disculpa. ¿Te he asustado? —cuestionó Sasori, cerrando la tapa de un viejo libro.
—Claro que no. Yo no le temo a nada, hm —contestó en entrecejo, Deidara.
Pero revelar aquella clase de información, solo permitió que una sonrisa flojita de su contrario, le colmara la paciencia.
—¿De qué te ríes, eh? ¿Qué es tan gracioso?
—Una vez más, te pido disculpas. Es solo que...—suspiró el Bermejo— no creí encontrarte por aquí.
—¿Jah? ¿Acaso me conoces? —cuestionó el rubio.
—No. Ciertamente no te conozco. Y al parecer, tú tampoco a mi —aclaró el Akasuna, quedando a solo centímetros del muchacho, quien poco y nada entendía— Pero ahora podemos conocernos. Me llamo Sasori —agregó, depositando un sutil beso por sobre el dorso de su diestra.
—Hn...—esa calma, claramente había cohibido un tanto al ojiazul. Lo cual, le limitó las ganas de poder decir abiertamente su nombre de golpe. Si. Ciertamente la pensó. Sobre todo por aquel beso, dejando aflorar su nerviosismo a portas de salir huyendo de la verguenza— Dei...Deidara...
—Deidara —redundó el pelirrojo, alzando la vista al cielo— ¿Qué estabas haciendo por estos lados?
—¿Eso no debería preguntártelo yo, hm?
—¿Yo? —alzó su libro— Leía.
Deidara, encogió los hombros, sintiendo el peso de la escena sobre su pequeño cuerpo. Aquel muchacho, despedía un aroma muy peculiar; infundado en la ligera brisa que removía sus rojizos cabellos. Su mirada era claramente penetrante, y aunque la conversación daba giros en torno a llegar a su fin, el bermejo se las ingeniaba para buscar dialogo y alargar su compañía. Utilizando palabras muy sofisticadas como placido o absorto, Sasori confesó su interés por la lectura que sostenía aquella noche y, la pasión por la cual se caracterizaba a la hora de confeccionar nuevas marionetas. El joven ojiazul, se mostraba incrédulo ante tanta perspicacia. No estaba para nada impresionado o interesado. No obstante, esos aires de grandeza que llenaban sus fosas nasales, le removían las entrañas; volviendo su respiración cada vez más irregular e incesante. Ansiedad.
—¡Deidara!
—Tch...demonios. Ese idiota de Naruto ya me encontró —refunfuñó el rubio— tengo que volver, hm.
—La noche invita. ¿No te parece? —examinó Sasori, ofreciéndole su mano— vamos juntos.
—Ni de broma. No te la voy a tomar si es eso lo que piensas, hm —aclaró Deidara.
—¿Por qué no? Me la he lavado.
—¿Qué...? —por esos momentos, la palabra peculiar asaltó sus pensamientos. No quería tener que ofenderle, pero el tino, no era el mayor de sus fuertes — Eres raro...
—Lo sé. Pero ¿Quien ha dicho que eso sea malo?
—¡Deidara! —aulló el Uzumaki, de entre los matorrales— ¡Demonios! No te alejes así. Tu padre ya me estaba invitando a beber sangre de toro y... —se detuvo de golpe. Tras verificar quien era el pequeño a su lado, Naruto solo se limitó a hacer una sutil reverencia— Barón...no sabía que estaba aquí. Disculpe mi atrevimiento.
—¿Barón...? —cuestionó Deidara, atónito por la declaración.
—¿No te lo había dicho ya? —esclareció el pelirrojo— Mi padre es el Duque de Niponato.
—U-un segundo...—masculló Deidara, dando un paso hacia atrás como si hubiese visto un fantasma— Si tu eres el hijo del Duque...¿Eso quiere decir qué...?
Una sonrisa ladina se dibujó en los labios del vampiro. Realmente se lo estaba tomando como si fuese de lo más normal del mundo.
—Así es, Deidara. Soy tu prometido.
Y yo que me lo había imaginado barbón y gordo. Mi corazón dio un salto, como queriéndose acomodar de nuevo en su lugar. Y es que ciertamente, su eje estaba desenfocado. Nunca me lo habían presentado, y para ser sincero me importaba un carajo quien fuese, con tal de no obligarme a comer cosas que odiaba o asistir a lugares incómodos. Resultó ser, que Sasori era mi prometido y futuro heredero de la compañía Akasuna. Y para suerte o privilegio mío, el fue justo como lo esperaba. Luego de la boda, nuestras familias se unificaron económicamente de maneras estratosféricas. Pero tanto a mí, como a mi marido, nunca nos importó el dinero. Danna, amaba lo que hacía.
Si bien, no estaba enamorado de él cuando me casé, realmente lo admiraba mucho . Sentía un aprecio intrínseco en sus conocimientos. Sobre todo por las veces que me traía obsequios de su compañía de marionetas. Sabía cómo impresionarme. Y con él paso de los años, la relación se había transformado en algo así como una "comunión".
No lo amaba...pero podía percibir como poco a poco, mi corazón se doblegaba a sus encantos. Y es que Sasori no hablaba mucho —por no decir nada— Era bastante reservado y muy pocas veces sonreía o expresaba sentimientos en su rostro. Era directo, con un semblante calmado y muy correcto. Nunca faltó a ninguna de nuestras cenas en casa, y jamás dormía afuera, a menos que avisara. No le gustaba beber alcohol, pero si lo hacía en reuniones de la compañía. Solía encerrarse horas y horas en su despacho, solo a leer. De vez en cuando, me invitaba a jugar ajedrez en el vestíbulo, o a dar paseos nocturnos. Nunca me obligó a nada. Y jamás me negó algo. Si...podría decirse que era un maldito mimado. Pero estaba cómodo así. Me agradaba. Y a pesar de compartir casi la mitad de mi juventud con él, conociendo sus virtudes y formas de expresarse, siempre sentí que no lo conocía lo suficiente. Ese vasto sentimiento, de no saber...con quien duermes cada noche.
Sasori, era mi esposo, mi compañero, mi amante, el presidente de su compañía, tras la muerte de su padre, un hombre correcto y dadivoso con los pobres. Pero...¿Sasori, era Sasori? ¿Quién era...realmente Sasori? ¿Y en que trabajaba realmente, en el desván de su empresa?
¿Qué es, lo que oculta esa mirada distante y de calma excesiva?
3 de mayo de 1834. Festival de primavera.
—Deidara-sama, es un honor poder recibirles en mis jardines —reverenció una mujer, besando el dorso de su diestra. Seguido de ello, repitió el mismo gesto con Sasori— Barón.
—Condesa, el honor es mío —halagó el bermejo— veo que han recibido mis regalos de primavera.
—Oh, sí. Los pequeños están felices con la nueva colección de marionetas —sonrió la fémina— mi esposa le manda saludos.
—Es un nuevo modelo. Estoy comenzando a indagar un poco más en la técnica —agregó Sasori— mis saludos a la condesa.
—Usted siempre tan perfeccionista —murmuró la muchacha.
—Barón, quisiera presentarle a algunas personas —interrumpió un joven.
Sasori se excusó por unos segundos, siendo apartado de la conversación. Unos caballeros, le aguardaban en la mesa de centro. La muchacha, continuó la plática con el rubio, siendo este interceptado por las curiosas preguntas que la chica examinaba.
—Me alegra tanto que haya podido asistir. Supe que estuvo enfermo. ¿Qué era lo que tenia?
—Ah...si. Eso —murmuró Deidara, bebiendo un sorbo de su copa con aires de nerviosismo. Sus vergonzosos orbes, se removieron de lado a lado, buscando la compañía visual de algo. Lo que fuese, para rehuir de la pregunta—. Resfriado, hm.
—Vamos —murmuró la joven, acariciando su cuello con delicadeza. Sus dedos, se mantuvieron firmes en dos marcas notorias; debajo de su mentón—. No tiene para que fingir conmigo. Somos vampiros. Además, ya has cumplido la mayoría de edad.
—Ghn... —gruñó el rubio, encogiéndose en su lugar. No era como si le gustara hablar de esas cosas. Era novato en el tema.
—Marcas profundas —agregó—. Veo que han comenzado con la época de reproducción. Tu olor debe de ser muy insoportable para Sasori-sama —rió la chica con naturalidad, tras notar el sonrojo incomodo en las mejillas del ojiazul—. Descuida, mi esposa era igual al principio. Muy...—susurró en su oído— sedienta. No había como calmar su apetito.
—Yo...no lo sé. Nunca había hecho esas cosas con nadie, h-hm..
—Si te muerde con tanta fuerza, deberías decirle.
—No me duele —admitió Deidara, casi en un suspiro—. Danna me trata bien...
—Claro que sí —bufó—. Duele como el infierno las primeras veces —canturreó la fémina, alejándose hacia los invitados— pero es placentero~...
—Tch...que conversación tan incómoda —farfulló el ojiazul.
Sin embargo, de alguna forma u otra, haber revelado esa clase de información le hacía sentir muy expuesto a los demás vampiros. Su sangre era preciada para algunos. Más aun, la de Sasori, quien era un pura sangre; rico y respetado en la jerarquia. En sus venas, corría la misma fuente de la juventud. Un elixir inagotable. No así en su caso, ya que tras tanto beberla, Deidara había caído en un estado de debilidad casi anémica y se mantuvo muchos días en cama. Ah, pero no podía negarlo, era una condición que tenía que acatar y aceptar. Ya había alcanzado la mayoría de edad y entrar en etapa fértil era casi irresistible para su marido. Su aroma por esos días, era mucho más penetrante e intenso. No iba a culpar al pelirrojo de hacerle perder la cordura de vez en cuando.
Pensamientos y mas pensamientos, una y otra vez viniéndose a su mente. Divagando entre los invitados. Sin percatarse del todo, que su mirada había dado con la de su cónyuge a lo lejos. Vergüenza.
—Naruto —ordenó Deidara, desviando la mirada con sutileza—. Vamos a joder por ahí.
—¡Qué bien! Ya se me estaban entumeciendo las piernas de tanto esperar —chilló el Uzumaki.
[...]
—Sasori —saludó una voz familiar.
—Hidan. Y su perro guardián, Itachi —se burló Sasori.
—No soy su guardián. Soy su socio —aclaró el pelinegro.
—Como sea —chistó el bermejo.
—Bonitos regalos les has dado a los mocosos —bufó el peliplomo— como se nota que abandonar Akatsuki te ha afectado el cerebro.
—Akatsuki solo interfería con mis planes. No soy tu juguete.
—Muy curioso, para ser un simple titiritero —gruñó, haciendo énfasis a que también era un juguete—. Deja que movamos tus hilos, muñequita.
—Podrías moverte otra cosa —respondió el vampiro menor.
—Jajajaja...muy gracioso, pedazo de madera sucia —amenazó el vampiro, mostrando los colmillos.
—Sasori —interrumpió Itachi—. La propuesta del presidente sigue en pie. Consideramos que tus logros son muy importantes para la compañía. Contamos con que reconsideres la oferta.
—Pain-sama sabe mi decisión. No encuentro sentido alguno, que los envíe a ustedes a persuadirme —esclareció el titiritero, alzando una de sus cejas.
—Pain no sabe que estoy aquí. He venido por cuenta propia. Y lo sabes —anunció el ojinegro.
—¿No te rindes? —examinó Sasori.
—Jamás.
—Itachi —expresó el pelirrojo, con sutil nostalgia— Los Uchiha son una familia honorable. Venerada de hace siglos. ¿Por qué rebajarse a esto?
Una brisa llena de tensión, se escabulló entre los integrantes de la coloquial conversación. Un cruce de miradas, jodidamente delatadora entre Sasori e Itachi, despertó el interés infantil de Hidan. Algo se habían comunicado entre ambos. Algo, que claramente el peliplomo no captaba; suscitando su inquietante interrupción.
—Bueno, ya basta de charlas. Será mejor que aproveches tus días de rico —protestó Hidan— al amo Pain, no le gusta que lo rechacen.
—Jm —rió Sasori, dando media vuelta—. Dile a tu amo, que puede venir cuando quiera a mi oficina. Si desea que se lo diga en persona, lo haré —reverenció—. Uchiha.
—Akasuna —respondió el pelinegro, en una sutil reverencia.
—¡Tu compañía está quebrada, Sasori! —se mofó Hidan— ¡Cuando Akatsuki absorba los bienes de tu familia, serás polvo! ¡Deja que la rubia se entere que eres basura, y hasta el te va a patear el culo!
A palabras necias, oídos sordos. Gran y elocuente dicho, que el barón prefirió seguir; sin tomarse las molestias de voltear y contestar la insolencia del vampiro mayor. La conversación quedaría pendiente. Por esos momentos, Deidara y Naruto se encontraban discutiendo sobre algún tema poco ortodoxo, en compañía de algunos bocados. La presencia de Sasori, indicaba el término de su visita a la reunión. A pesar de que era un chico bastante reservado, con una expresión impávida dibujada en el rostro, el aroma que despedía, era percibido ante el ojiazul mayor.
Sasori está molesto. Puedo olerlo.
Un céfiro casi imperceptible, removió un par de hebras doradas de su consorte. Las fosas nasales del pelirrojo, se abrieron y cerraron con perspicacia, entrecerrando los ojos en un brillo excepcionalmente sensorial. Deidara captó la indirecta, sintiendo el fulgor de sus mejillas arder. Y en un gesto reflejo, cubrió su cuello con el pelaje de su chaqueta, como un intento por ocultar su penetrante fragancia.
—¿Sucede algo amo? —examinó el Uzumaki.
—Nos vamos a casa —ordenó el barón.
Cae la noche sobre la mansión. La puerta de la recamara principal se abre, dejando paso a un Sasori bastante abochornado. A las afueras, le espera su sirviente, quien le entrega un pañuelo para que limpie la sangre que yace en la comisura de sus labios. No es su sangre, claramente. Y tampoco es su sudor, el que limpia la humedad de la tela.
—Tráiganle agua y frutas —demandó el bermejo.
—A la orden, amo.
Deidara yace completamente desnudo sobre las sabanas, en una posición íntegramente sumisa. Se queja por unos momentos, sintiendo el dolor y el agobio del acto anterior. Pero no es un malestar que le disguste. Para nada...
Naruto entra con lo solicitado, sereno con la escena. Acomoda la bandeja en la mesa de centro, y recoge las prendas que yacen en el suelo. Para el Uzumaki, es casi un rito tradicional.
—El amo Sasori está leyendo en la sala. ¿Quiere que le prepare un baño?
El rubio mayor, emite un gruñido en respuesta; cabreado. Con mucha dificultad, logra levantarse de la cama. Naruto, suspira.
—Debería quedarse un rato mas boca abajo. No fuerce la columna —sugiere el ojiazul menor, abotonando su camisa.
—Cierra la boca —se quejó bajito. Deidara rueda los ojos, gesticulando una mueca de incomodidad— ¿Por cuánto tiempo seguiré así? No sobreviviré, hm —frotó su nuca.
—Eso no podría asegurarlo —aclaró Naruto—. Por lo regular, los vampiros jóvenes no hablan del tema. De todas formas, depende de cada vampiro. Su olor irá disminuyendo con el paso de los días —aseguró, limpiando las marcas de su cuello.
Uzumaki Naruto, había hecho una pausa prolongada, luego de terminar de vestir a su amo. La mirada azulada de Deidara, permanecía perdida en la nada. Como si realmente, estuviese durmiendo despierto. Algo asaltaba sus pensamientos en ese momento. Cabizbajo, su cabello cayó por los costados con aires de derrota. No. Más bien...
—¿Sucede algo?
—¿Alguna vez... —musitó— te has sentido como un objeto?
—¿Eh? —parpadeó el menor— ¿A qué se refiere con eso?
—No lo sé. Solo decía —aclaró.
No era un "solo decía". Deidara comenzaba a engendrar sentimientos encontrados con respecto a su vida. Mas bien, su relación. Y a pesar de que se mostrara circunspecto a tocar el tema, sus ojitos declaraban todo lo contrario. Una manifestación melancólica, se bosquejó en su semblante.
—¿Hay algo que le esté molestando? No tema en decírmelo. Sabe que puede contar conmigo.
—¿Alguna vez te has enamorado? —cuestionó Deidara. Naruto expresaba en su rostro temor. Como si su pregunta fuese una sentencia de muerte para los de su clase. Tragó saliva, desviando la mirada—. No. Nada. Olvídalo, hm.
—No. No pasa nada —murmuró de vuelta, posicionando su diestra en el muslo derecho—. No tiene nada de malo preguntarlo —negó con la cabeza, esbozando una sonrisa cálida—. Si. Una vez lo hice. Cuando era más pequeño. De un chico...
—¿Lo conozco?
—No. No creo que lo conozca —rió con ironía— Y de todas formas, fue una estupidez del pasado. Lo nuestro nunca hubiera funcionado.
—¿Por qué lo dices de esa forma?
—Yo soy un vampiro de clase baja. Y el...bueno... —el Uzumaki rascó su nuca con nerviosismo.
—Entiendo. ¿Era un vampiro noble?
—Sí. Ósea, no. Si era un noble. Pero...—Naruto negó con la cabeza, cabizbajo—. Ese es el problema. El no era un vampiro.
—¿Humano?
—Peor.
—¿Que podría ser peor que ser humano? —bufó Deidara.
—Licántropo...
Un tenue ambiente de tensión invadió la conversación. Como cosa única, la temperatura de la habitación descendió drásticamente, logrando que Deidara se abrazara así mismo con las colchas. La forma en la que su paje había contado la historia, de alguna manera había tocado su frio e inhumano corazón. Indagar mas en el tema, era su mayor deseo en esos momentos. Sin embargo, Naruto mostraba un semblante de pocos amigos ya.
—Mi padre solía hablarme de esas criaturas de pequeño. Decia que son salvajes y agresivos, hm.
—Si me lo permite, creo que su padre no sabía nada de ellos —aclaró Naruto, en una risita tímida—. Ellos no se parecen en nada a nosotros. No se casan por conveniencia o por arreglos de selección natural, como los vampiros. Son libres de amar como se les plazca. Y a pesar de que tienen jerarquía, son como...una familia. Ya sabe, como una manada. Sus familias se dividen en clanes. Y los nobles, regularmente son elegidos como Alfas, por línea sucesoria.
—Siguen sonando como perros. Podría adoptar uno —se burló Deidara, notando la expresión disgustada del menor. A veces, el infantilismo le ganaba[?]—. Disculpa. Es primera vez que me entero de esto. hm.
—Los vampiros no podemos aspirar a sentimientos como esos —se levantó el Uzumaki, limpiando sus rodillas—. No tiene caso hablar del tema. Prepararé su baño.
—¡Oe! —le detuvo, mucho antes de que se alejara del marco de la puerta. El ojiazul, seguía intrigado por la historia de amor de su sirviente—. ¿Cuál era su nombre...?
—Sasuke —admitió—. Su nombre era Sasuke.
Demasiadas preguntas para una sola noche. El dolor de cabeza comenzaba a hacer estragos en el humor del rubio. Dejar el tema por un momento, era más que prudente. Sin embargo, ese sentimiento de soledad y amargura, continuaba asechando sus pensamientos. No importaba cuantas vueltas le diera al asunto, Naruto tenía razón en todo. Su matrimonio había sido arreglado, como un método de conveniencia para ambas familias. Y si bien, Sasori no era una mala persona...no era como si le robara el sueño. Una relación, a base de segmentos sistemáticos, abordaba a pasarle la cuenta al ojiazul.
Vivir, cenar, dormir, dar paseos, asistir a fiestas, a reuniones, tener relaciones. ¿Y ahora que sigue?
La cena está servida. La luna ilumina en lo alto del ventanal, en compañía del recolor de las velas. La música es suave. El ambiente es grato. Cada quien come en silencio, de un extremo a otro; sobre una gran mesa de bronce. El silencio agobia. El silencio estremece. Si no dice algo ahora, enloqueceré. Vamos. Di algo. Por favor...por favor...
—¿Cómo te sientes? —preguntó Sasori, concentrado en sus alimentos.
—Gracias a dios — Ah. Si. Mejor, hm. Gracias por preguntar —respondió Deidara, sutilmente sonrojado.
—¿Te he lastimado?
—Joder...es tan jodidamente bueno, amable y caballero —negó con la cabeza—. Para nada. Usted es muy amable. Ya comienzo a acostumbrarme.
—¿Acostumbrarte? —inquirió el bermejo, conectando una mirada de curiosidad.
—Quiero decir... — Mierda, no la cagues Deidara. No la cagues — Su-su ritmo. Ya casi logro alcanzarlo.
Sasori sonrió de medio labio. Una expresión. Una maldita expresión por parte de su marido. Milagro.
—Me alegro mucho. Espero te haya gustado.
Carajo. ¿Y ahora qué? Si me ha preguntado eso, significa que quiere tocar el tema, hm. Quizás debería soltarme un poco más. ¿No? Hablar de esto en la mesa...con tanta naturalidad.
El barón continuo con la cena.
—Si...m-me ha gustado —acotó Deidara, rascando con timidez su mejilla derecha—. Estaba pensando...
—¿Mhm?
—Que quizás sería buena idea... —musitó, disminuyendo drásticamente el tono de su voz— probar...amm...¿Otra posición?
Los cubiertos del plato contrario, resonaron contra la loza. Sasori se detuvo en seco, alzando la vista con inquietante duda.
—Yo. Ah...estaba pensando... —tragó saliva. El rubio intentaba hilar bien las ideas— en que podríamos hacerlo de frente. ¿Mirándonos al rostro?
—¿Como los humanos, dices? —rió, limpiando la comisura de sus labios— ¿Quieres besos en la boca, también?
—...¿Eh?
—Somos vampiros, Deidara. No hacemos ese tipo de cosas —aclaró, sonriendo con ironía. La idea le parecía simplemente descabellada.
—¿Que tiene de malo? Escuché de la condesa, decir que ella y su esposa...
—Ellas son mujeres. Nosotros no.
—¿Eso que tiene que ver? —refutó el ojiazul, frunciendo el ceño—. Creo que deben de haber mucha más formas, que solo morderme el cuello para que no me mueva y tomarme.
—¿No te gusta?
—No digo que no me guste. Es solo que... —aplacó su voz.
Sasori calló por completo, apretando los labios. Realmente parecía de piedra. Fue entonces, cuando Deidara comprendió aquel silencio sepulcral. ¿Qué es esto? ¿Una discusión? Nuestra primera pelea en años. Sasori está molesto. Puedo olerlo. Puedo sentirlo. No lo dice. No lo expresa. Pero lo está. Tras cortar la conversación, el bermejo se levantó de la mesa, dejando la servilleta sobre los cubiertos como un gesto de satisfacción estomacal.
—Danna...
—Voy a considerar tu propuesta. Si es lo que te hace feliz. Lo haremos a tu manera —anunció, regalándole una sonrisa—. Estoy muy agotado. Iré a la recamara. No te acuestes tan tarde, pronto amanecerá.
Nah...
Que sonrisa tan cínica...
Yo no...
—¡Sasori! —llamó.
Se había levantado de la mesa. Era la primera vez, en todos los años que llevaban juntos, que Deidara se atrevía a llamarle por su nombre de pila. Algo que claramente, dejo circunspecto al pelirrojo. Pero no lo suficiente como para despabilarlo de su expresión imperturbable. Jamás perdía la cordura. Nervios de acero...que el rubio no poseía a la hora de discutir. Para ser un vampiro noble, era mucho más pasional que cualquier otro. Un rasgo no común, en estos seres nocturnos. Tenía la palabra en la punta de la lengua. Y de alguna manera mordaz, la lucha se hizo campal en sus trémulos labios. Una pregunta, que justo ahora...
—¿Tu me amas?
El valor, dominó las mejillas del joven vampiro con poderío. Amor, un sentimiento casi ilusorio en los vampiros. Para Sasori, un barón criado bajo el yugo de una familia noble y conservadora; hablar de sentimientos que regularmente eran retribuibles a criaturas de sangre caliente como humanos u otras especies, era una postura quimérica. Una Utopía. Desde su punto de vista, cerebral y frívolo, el amor era más bien una idea, un ideal, un cuento de hadas. Algo por lo cual, deleitarse con una buena lectura. Se le escuchaba en canciones, en poesía, en teatro, en opera. Pero no, en un corazón sin signos vitales. No, en el corazón de un vampiro.
¿Qué podía responder en una situación así? Era su esposo quien se lo preguntaba. No un extraño o cualquier persona. No iba a faltar al decoro. Mucho menos, acabar con sus sueños y esperanzas. En una relación como la suya, basada en respeto mutuo y nobleza, lo mejor para ambos, era darle lo que deseaba.
—Claro que sí.
Pero esa respuesta, fue como si le hubiesen clavado una estaca en el pecho. No...claro que no. Sasori, era muy bueno fingiendo. Pero en este tema, quedaba corto. Con una respuesta de abismal hipocresía, lo más sano era dejarlo. Si alguien más se enteraba del asunto, sería una aberración para su cónyuge. Un vampiro enamorado...que estupidez.
A partir de ese momento, algo se quebró en la relación entre ambos. Como si hubiesen arrancado de raíz, un árbol milenario. Una tierra infértil, en la cual, nada hermoso iba a sembrar.
Esa sutil discusión, había logrado gatillar un sentimiento de preocupación en el pelirrojo. Seguramente el también lo sentía. Esa sensación de estar perdiendo. Perdiendo, en una guerra que jamás saldría victorioso. Caminando a ciegas por un campo de batalla, adornado de flores muertas. Ambos estaban condenados. A ser felices —o intentarlo— sin nada con que, serlo. Una relación, sin amor.
6 de mayo de 1832. Compañía de marionetas.
—¿Vienes solo?
—Sasuke me está esperando afuera —explicó Itachi. La puerta tras él, es cerrada.
—¿Como sigue tu padre? —examinó Sasori, cruzándose de piernas.
—Se recupera de sus heridas. Lento, pero lo hace.
—Quien hubiera imaginado, que el gran Madara, perdiera una pelea como esa.
— Mi padre ya no tiene la juventud de un muchacho de 15 años. Es un anciano —aclaró el pelinegro.
—Aun así. Ser derrotado de esa forma tan humillante —bufó el pelirrojo.
—El Clan necesita un nuevo Alfa. Sabíamos que tarde o temprano esto iba a pasar.
—Buena suerte encontrándolo —bufó el menor.
—No estoy aquí para discutir contigo. Sabes que mi familia, respeta mucho a la tuya —expresó Itachi.
—Por lo mismo, dejaras de insistir con el tema. Te darás media vuelta y me dejaras en paz.
—Comprende que no puedo hacer eso —el ojinegro frunció el ceño.
—Itachi, yo no puedo ayudarte con lo que quieres —declaró Sasori.
—Solo debes decirme en donde está.
—No sé a qué, te refieres —el bermejo se encogió de hombros.
—¿Lo escondes aquí, en tu fabrica, no es así?
Era como leerse la suerte entre magos. A pesar de que las palabras iban y venían de manera ambigua, ambos conocían muy bien los límites de la paciencia. Itachi y Sasori se conocían desde pequeños. La familia Uchiha, era un clan de licántropos reconocidos en el país. Durante las guerras civiles, habían servido fielmente a la patria cuando eran requeridos. Pero el problema no era qué, clase de clan fuesen, ni las disputas que tenían entre ellos de manera interna. Si no, porque estaban al borde de la extinción. Una disputa de poderes, para determinar quién sería el siguiente líder de la familia, había terminado de forma trágica. Madara, el antiguo líder y padre de familia; desafiado deliberadamente por otro miembro. Su propio hijo. Independientemente de eso, el Akasuna había dado su última palabra.
A las afueras de la fábrica de marionetas, Uchiha Sasuke era interceptado por algunos miembros de Akatsuki. Su obvia presencia en la empresa, no era buen augurio. Hidan y Kisame, estaban al acecho.
—Enano —saludó con hostilidad, Hidan— ¿De compras, algunas marionetas?
—Jm. No seas imbécil. Solo estoy esperando a mi hermano —refutó Sasuke, cruzándose de brazos.
—¿Itachi-san está aquí? —sonrió Kisame—. Qué extraño que no me haya comentado que vendría ¿Qué asuntos tiene que atender con el marionetista?
—Como si realmente fuese a decírtelo —aclaró el azabache, frunciendo una expresión de egocentrismo.
—Nos vamos entendiendo. No cabe duda que eres hermano de él.
—Ustedes los Uchiha, son unos engreídos —escupió el peliplomo.
—Ten cuidado por donde tiras tu baba, vampiro.
—¿Y que harás, perrito? ¿Vas a morderme? —acechó.
—Es una opción —amenazó el ojinegro, mostrando los colmillos de forma amenazante.
—Basta —interrumpió Itachi—. Hidan. No seas insolente. Estas frente a un noble.
—¡Jah! ¡No me hagas reír! ¡Tu clan ni si quiera tiene líder! —anunció Hidan, alzando la voz— ¿Lo sabías, Kisame? El bastardo, que desafió a Madara. Salió huyendo como un cobarde. Dicen que sus heridas eran de gravedad, y que le destrozaron la cara. No me extraña. Seguramente murió ahogado en algún rio.
—Así he oído —murmuró Kisame. Una sonrisa despiadada se dibujó en sus pómulos— Pero lo mío no son los rumores. Prefiero mas las historias secas —observó al hermano menor— Supongo que el nuevo sucesor es Sasuke-kun ¿O me equivoco? Ya que el príncipe de tu clan murió.
—No estoy interesado en cargos como esos —aclaró Sasuke, desviando la mirada con intimidación.
—A propósito, Itachi-san —examinó el vampiro— ¿Que hacías en la fábrica de Sasori? No me digas que ya andas de traidor.
—No. Vine a negociar con él —explicó Itachi— Al parecer, no ha cambiado de idea. Será mejor dejarlo en paz. Andando, Sasuke.
—¡Será mejor que te vayas despidiendo de tu amigo, el marionetista! —apostó Hidan— El amo está enfadado...
—¿Y ahora qué? —resopló con flojera el mayor.
—Actuar tal y como ordenó el amo Pain —esclareció Hidan, en un gesto morboso.
Itachi tenía asuntos mucho mas importantes con los cuales lidiar, que las amenazas sin sentido de Hidan. Ya que siempre vivía haciéndolas, nadie le prestaba atención. Hubiese sido incoherente, hacerlo.
—¿Obtuviste algún resultado? —examinó Sasuke.
—Nada. Sasori no desea cooperar.
—¿Que haremos ahora? Sin un líder, el clan se irá al carajo.
—Esperar un milagro —masculló el hermano mayor.
[...]
Las pisadas se hacían cada vez más sonoras por la escalera de metal. A su derecha, una gran puerta antigua, conectaba con un corredor oscuro y húmedo. Con la ayuda de las antorchas de pared, el camino se vislumbraba mas fácilmente a los ojos del vampiro. Finalmente, una habitación. El olor en el interior era semejante a una bodega abandonada. Ubicada, en los cimientos de aquella fabrica. Justo, debajo de todo. Desde las profundidades de sus penumbras, se asomaba una silueta masculina. Mucho más alta y robusta que el bermejo.
—Maestro...¿Es usted?
—No temas. Estas a salvo —explicó Sasori—. Se han ido.
—Aun siento su aroma en el aire —murmuró.
Aquella silueta difuminada, tomaba forma conforme se aparcaba a la luz. Su rostro, era cubierto por una máscara de arcilla.
—No cabe duda que los de tu especie tienen mejor olfato —halagó Sasori. Desde el interior de sus prendas de vestir, extrajo alimentos— Lamento no poder haber venido antes. Tenía algunos asuntos que atender. Ten.
Al principio, el muchacho se mostró nervioso en torno a la iluminación. Le costaba acostumbrarse a la oscuridad, mucho más que los vampiros. Sin embargo, la voz calmada y apacible del menor, le incitó a ser partícipe de la escena. El ensordecedor gruñido que emitió su estomago, tras olfatear el alimento, le dejó sin habla. Hacia bastantes horas que no probaba bocado alguno. Y a diferencia de Sasori, las cantidades de comida que ingería, eran grotescas en comparación a su delicado estomago. Tras entregarle el comestible, el pelirrojo tomó asiento sobre un viejo escritorio de madera. Observó algunos bocetos, expresados como dibujos de maquetas y marionetas a futuro. Tal y como el marionetista le había enseñado.
—Sin duda, tienes talento para esto. Nunca pensé en tener un discípulo de tu tipo.
—Es lo mínimo que puedo hacer, para agradecerle todo lo que ha hecho por mí —explicó el joven—. Lo he metido en muchos líos.
—Te conozco desde que eras un cachorro. Para mí, no ha sido ningún problema —explicó Sasori, dando una pausa antes de reincorporarse— ¿Por cuánto tiempo más, pretendes estar escondido aquí?
—No lo sé. Hasta que mis heridas sanen.
—Déjame ver eso.
La máscara fue removida con sumo cuidado. Dos, enormes ojos negros se alzaron hacia el albor nocturno. La mitad de su rostro, destruido. Casi, como una mamarca de deshonra. De destierro. Sasori suspiró. Hacía tiempo que sus heridas estaban cicatrizadas. Ni si quiera había riesgo de una fisura. El solo estaba...
—¿Recuerdas el día que nos conocimos?
—Lo recuerdo —comentó— Usted cayó al rio y casi se ahoga. Yo estaba de caza por el sector.
—Ese día, no solo te di mi amistad. Si no que te confié mi vida —expresó con melancolía.
—No entiendo... —parpadeó.
—Obito... —llamó Sasori. Su voz era decidida y muy dominante—. Eres un Uchiha. Debes volver a tu clan y reclamar el puesto que mereces.
Esa simple declaración, había borrado la sonrisa del rostro contrario. Quizás la herida de su semblante había sanado. Pero la de su corazón, seguía tan fresca como siempre. Uchiha Obito, había sido masacrado sentimentalmente. Tras desafiar al Alfa de su clan, Madara, luego de que este ultimo asesinara a su pareja y su camada. Se enfrascó en una pelea a muerte. Lo cierto, era que ninguno de los dos ganó. Madara ya era un anciano. Desvalido e imposibilitado de ganar otra batalla. Los licántropos no seguirían jamás a un líder débil. Por su lado, Obito había quedado muy mal herido de la pelea. Volver ahora, era una sentencia segura de muerte. Alguien mas, reclamaría el poder ahí. No tenia caso volver. No había nada por lo cual, seguir luchando.
El ojinegro se retrajo en su letárgico rostro. La empuñadura seguía en su pecho. Dolía.
—No voy a volver.
—Ya sabía que no volverías —elucidó Sasori, muy confiado—. Solo quería corroborarlo por última vez, antes de dejarte mi último deseo.
—¿Ultimo deseo...? —despabiló Obito, completamente confundido— ¿De qué habla?
Sabía que era un tema delicado. Un tema que seguramente, nunca pensó llegar a tocar con Obito. Sin embargo, Sasori estaba tan solo como él. Sus padres estaban muertos. Hijo único ¿En quién mas podría confiar? El trabajo de toda una dinastía, como marionetistas, estaba en juego.
—Te he traído los planos de todos mis títeres —reveló—. Ya he visto tu trabajo. Has aprendido mucho mas rápido que yo, cuando apenas era un jovencito. Ya sabes cómo funciona la fabrica, las financias, el sistema. Has seguido mis pasos por años. Como una sombra. Eres fuerte. Decidido. No creo que alguien más, sea capaz de llevarme el ritmo.
No importaba cuanto más, Sasori explicara. Obito estaba de piedra. Absorto ¿Que se supone que estaba declarando al decir todo eso? Sonaba como si estuviese despidiéndose.
—¿De qué está hablando, maestro? Suena como si fuese un testamento.
—Lo es. Algo así —determinó el bermejo. En sus manos, fue depositada una carta, sellada con el escudo de su familia. Una carta, testamento—. Ya tenía pensado hacer esto hace mucho tiempo. He estado pensando, que este es el mejor momento para hacerlo.
—¿Por qué...?
[...]
—¡Rodeen el edificio! ¡No dejen que escape por ningún lado! —chilló Hidan— ¡El amo lo quiere vivo!
—Creo que el amo se ha ido un tanto al extremo —bufó Kakuzu.
—¡Cierra el pico y ayuda! —refutó.
[...]
—Hay gente muy poderosa...que desea hacerme daño, Obito —anunció el pelirrojo, sonriendo de medio labio. No parecía estar preocupado. Realmente, comenzaba a aceptar su fatal destino—. Desean absorber mi compañía. Desean mis planos. El trabajo de años.
—¿Qué demonios está diciendo? ¿Alguien quiere matarlo? ¡No lo permita! ¡Yo luchare con quien desee lastimarlo!
—No —negó con la cabeza—. No hace falta que te involucres. Esta no es tu pelea. Es mía.
—¡Pero maestro! —protestó el Uchiha, completamente encabronado— ¡¿Va a permitir que se salgan con la suya?! ¡Usted es un vampiro noble! ¡Luche!
—Claro que no lo permitiré. No les daré en el gusto —aclaró, levantándose para tomar mirada fija—. Por supuesto que no. Soy un vampiro. De cuna noble. Mi trabajo, es mi vida. No dejaré que caiga en manos del enemigo.
—¿Que insinúa...? —masculló el pelinegro, tembloroso— ¿Que tiene en mente...?
Sasori optó por el silencio. Bastó una simple mirada, para que Obito captara el mensaje. Y claro que no le había gustado para nada lo que vio en sus ojos. Demasiada determinación. Ni una pizca de miedo. Algo, altamente peligroso. No importaba cuanta pasión le pusiera a sus palabras, el Uchiha no iba a convencerlo de nada. Seguramente, llevaba planeando esto durante días. Y cuando una idea entraba en la cabeza del titiritero, nada lo hacía cambiar. Moriría...
—No lo haga... —imploró con sumisión.
—He fracasado.
—¿Eh...?
—Mi matrimonio es un fiasco —murmuró, cabizbajo. En un gesto sutil, el anillo de oro rodó por su dedo—. Mi esposo me odia.
—¿Su esposo...? —parpadeó confundido. En todo este tiempo, Obito nunca se enteró de su existencia. Sasori nunca lo mencionó.
—Es porque no tengo corazón. A diferencia tuya, soy un ser nocturno. Frio. De juventud eterna —susurró, satisfecho de sus propias palabras.
A las afueras de la bodega, la voz de Hidan se alzaba con irreverencia.
—¡Enano de mierda! ¡El amo Pain ha venido por su parte! —berreó.
—¿Que es ese olor?
¿Cómo no percatarse antes de el fuerte aroma? Gasolina. Tenía que estar de joda. ¿Realmente iba a hacerlo? Dedicarse a dudarlo ahora, era estúpido. Incluso, en un intento infructuoso por lograrlo, parte de la chaqueta del barón, acabó entre sus dedos. En un acto deliberado, Sasori había encerrado a Obito bajo llave. Su intención era dejarlo exento del problema. No iba a enfrentarse a las tropas de Pain. Ni mucho menos, a librar batalla con quienes venían a tomar lo que era suyo, por derecho.
El Uchiha golpeó incesante la puerta de metal, hasta deshacerse las manos a puñetazos. Probó transformándose en su forma original. Un licántropo, sublime y salvaje. Pero ni así, logro romper los remaches de grueso calibre, que sujetaban la puerta. El acero, era inmune a su poder. Destruir todo en el interior, era la única forma de aliviar su angustia.
—Que bien. Al fin sales de tu escondite. Rata —bufó el peliplomo.
—Nada personal, Sasori —esclareció Kisame—. El amo Pain, quiere conversar contigo. Será mejor que vengas por las buenas.
—Jm...como se nota que no tienen honor, basuras —se mofó el pelirrojo—. Están locos, si creen que me iré y les entregaré mi fabrica.
—Por favor, no venimos con las intenciones de pelear —aclaró Kakuzu—. Ahórranos la masacre. Somos más.
—¿Quien dijo que pelearíamos? —amenazó. Desde el bolsillo derecho de su pantalón, desenterró un mechero. Casi como si desenvainara un arma mortal para vampiros— Moriremos todos...
—¡¿Que esta-...?! ¡Estás loco! —aulló Hidan.
Era como un ratón a su ratonera. Hidan y los demás miembros de Akatsuki habían preparado su propio funeral. Al cerrar las puertas del recinto, por fuera; automáticamente se condenaban a morir con él. El incendio dio inicio a eso de las 4 de la madrugada. La fabrica, completa, ardió. Ninguno salió con vida. La noticia se expandió como la peste por las calles de la ciudad, alertando a los ciudadanos y sus congregados. Llegando, en definitiva, a los oídos del propio Deidara; quien con impotencia, solo pudo observar como el trabajo de toda una vida, era consumida por las voraces llamas. No dio tregua alguna. Todo, quedó reducido a cenizas. Llevándose así, la dinastía de los Akasuna, y con ello, a su esposo. La gran fábrica de marionetas Akasuna, había desaparecido.
Tiempos oscuros se avecinaban a partir de ahora. Para el rubio, esto era el fin de un todo. El incendio no solo había incinerado a su cónyuge, si no que junto a él, su corazón. Los días siguientes al incidente, la ceremonia fúnebre fue llevada a cabo en el mausoleo familiar de los Akasuna. El barón, estaba muerto. Y por derecho nupcial, era ahora Deidara quien asumía el título de nobleza.
Como si realmente le importara. Para los vampiros, la muerte era algo así como un paso hacia una mejor vida. Si bien, no eran seguidores en la reencarnación, sus más fieles creencias religiosas, hablaban de una superación intrínseca en la inmortalidad. Para ellos, Sasori no estaba muerto. Solo descansaba en el etéreo mundo nocturno. No así para el ojiazul. No importaba cuantas personas le diesen un pésame favorable. Para Deidara, el pelirrojo había fallecido. Y nada de lo que hiciera, le volvería a la vida. El vacío, era absoluto. La cena culminó con el amanecer. Los invitados, se despedían al alba de la mansión; dejando un amargo aire de incertidumbre en los ojos del rubio y sus sirvientes —los cuales ahora, estaban a su imperiosa disposición— ¿Pero, que se supone que venía ahora?
Aquel lado de la cama, yacía vacía. Los pasillos de la gran morada, repicaban con el viento de primavera, susurrando un yermo de soledad. Ya nada iba a ser lo mismo. Deidara, vestiría un negro eterno, hasta el final de sus días. Y es que la razón de su dolor, era más bien un motivo de impotencia y mucha incoherencia. ¿Como había sucedido el incendio? Sasori había perecido, en unas circunstancias que para el nuevo barón, no tenían sentido. Sumándole a eso, lo poco y nada que conocía de su trabajo. La rabia de no saber más detalles sobre el suceso, era aun mas angustiante.
Deidara se había propuesto llegar al meollo del asunto. Todo, le parecía jodidamente sospechoso. Si bien, las autoridades decretaban que el incendio se había propagado por una falla eléctrica, las pistas apuntaban a un intento de asesinato, más que otra cosa. Algunos de los informes, arrojaban resultados similares a un posible suicidio. ¿Pero, por qué razón, motivo o circunstancia, Sasori atentaría en contra de su propia vida? Y si realmente había sido así ¿Qué idea, le había impulsado a tomar una decisión tan drástica como esa? No había cabal alguno. Mucho menos para el ojiazul. Llegar a una conclusión así, era un doble puñal en su pecho.
Ni si quiera pensó en mi, al momento de hacerlo. ¿Realmente, Danna era tan cruel?
Akatsuki, vivía su propio duelo. Pain, estaba furioso. Tres de sus mejores hombres, habían fallecido. Y lo que realmente buscaba en aquella fabrica, yacía hecho cenizas bajo la tierra. Unos planos, que solo uno, poseía ahora.
Apenas disipado el humo, Uchiha Obito escapaba por la puerta trasera de la bodega. Sus pulmones, trituraban su garganta producto del hollín. Sucio y con pocas energías, lo único que podía hacer, era huir del lugar. El ultimo testamento del bermejo, yacía entre su única chaqueta. Iba a cumplir su promesa. No dejaría, que nadie supiese ni conociera, su nuevo trabajo. Dolido, buscó entre los escombros el anillo de su maestro. De entre las rocas, el brillo del objeto cautivó sus orbes. Lo cuidaría, como si fuese suyo. Y colgándolo de un trozo de cuero viejo, lo acomodó en su cuello.
Buscaría entonces, al verdadero dueño de su destino.
10 de mayo de 1832. Llueve.
Un ensordecedor trueno, ilumina los ventanales de la sala principal. Naruto, se cubre los oídos con pavor.
—¡Demonios! —se queja— Nunca me han gustado los truenos —pero Deidara permanece pensativo sobre el sillón. Aun continua intrigado con el incidente. El vampiro menor, gesticula un mohín, tras notar que su amo, aun usa el anillo en su dedo anular— ¿No se rendirá, verdad?
—No hasta que resuelva esto —determinó Deidara, jugueteando con el objeto sobre su extremidad—. Nadie puede convencerme de lo contrario, hm.
—¿De qué habla?
—Sasori fue asesinado.
—¿Otra vez con lo mismo? —suspiró el Uzumaki, resignado— La policía ya encontró el origen del fuego, usted mismo lo vio. Fueron las calderas subterráneas. Estaban rebalsadas de gasolina.
—Tch. No molestes —masculló el barón—. Jamás lo creeré. Me niego a creerlo.
—Si sigue así, acabara fundiendo su cerebro.
—Tengo literalmente toda la eternidad para encontrar la respuesta a esto. Y lo haré —determinó el ojiazul mayor—. No estés molestando y ve a jugar por ahí, hm.
—Es usted un terco...
—Argh...estoy cabreado —refunfuñó Deidara, levantándose de su sillón. Mordía su dedo pulgar con insistencia—. Me caga darme cuenta que no sé nada. Nunca supe nada. Estaba casado con un maldito desconocido.
—No quiera culparse de eso. Nadie conocía en realidad al amo Sasori —añadió el acólito—. Ni si quiera sus padres.
—Joder. No puedo creerlo. Tiene que haber algo mas —refutó Deidara—. Algo o alguien, que haya visto o escuchado algo. No es posible que no hubiese habido testigos ¿Nadie vio nada? No me jodan, hm.
—Así está la cosa —expresó Naruto, en un chasquido de lengua. Tras abrir el periódico sobre la mesilla de centro, entrecerró sus parpados con asombro— ¿Ya ha leído esto? Es sobre el incidente del amo. Al parecer, no fue el único involucrado. Encontraron tres vampiros más en la escena.
—¿Que dices...?
—Hidan, Kisame y Kakuzu. Tres vampiros de clase baja. Todos miembros de una organización llamada Akatsuki. Su líder, Pain, es uno de los hombres más ricos del país. Es una compañía milenaria.
—¿Pero qué demonios? —arrebató Deidara— ¡Dame eso! —debía leerlo con sus propios ojos. Algo no cuadraba—. Esto no tiene sentido ¿Que hacían esos tipejos en la compañía de mi marido?
—Ni idea. Las autoridades no descartan un posible allanamiento al lugar. Al parecer, estaban buscando algo.
—¿Pero qué-...?
El chirrido escabroso del viento, azotó el ventanal con potestad. Naruto, saltó del sillón con los pelos de punta. Algo que ciertamente entretenía a Deidara. Ni el podía creer que le tuviese miedo a algo tan infantil. Luego de burlarse de su estúpido comportamiento, un fuerte golpeteo sacudió la puerta principal de la morada. Era ahora el Uzumaki, quien se burlaba de su amo, comprobando su expresión anémica del susto. Fuera de llegar a una pelea, por ver cuál de los dos era más estúpido, una presencia desconocida se aparcaba en la entrada. Y claro, alguien tenía que ir a ver. Otro golpeteo aun más fuerte, llamó la atención de ambos. Los sentidos de los vampiros estaban desorientados, producto de la lluvia, el viento y la humedad. Imposibilitaba el hecho de olfatear mas allá de su espacio.
Sin mas preámbulos, el rubio menor, se armo de valor. Tras abrir y cerrar los ojos, un bulto similar a un humano, cayó desplomado a la alfombra. Uzumaki Naruto fue el primero en curiosear, percatándose que su amo se retraía desde la esquina del paredón. Era tan solo un hombre. Vestía un pantalón corto, viejo y rasgado; seguido de una chaqueta empapada. Al parecer, estaba vivo. Su respiración era potente. Solo se encontraba en estado de inconsciencia y quizás, con principios de hipotermia. Su olor, por otro lado, era inconfundible. El rubio menor, no dudó ni un segundo en ayudarle a entrar. Su amor por esa especie, era universalmente conocido.
—¡Es un licántropo! —anunció— ¡Y está mal herido!
—¡¿Que dijiste?! ¡¿Licántropo?! —Deidara aulló con recelo desde el interior— ¡O-oe! ¡No te atrevas a entrarlo! ¡Se ve peligroso! ¡Mejor no lo toques!
—¡Claro que no! ¡Solo es un muchacho! Además esta inconsciente, no nos hará daño. Ayúdeme a llevarlo a la sala —pidió el Uzumaki.
—¿Y si me muerde? No jodas. Te irás despedido, hm.
—¡Ni que tuviera rabia!
—¡Eso no lo sabemos! ¡Quizás no tiene sus vacunas, hm!
—¡Deje de chillar como una maldita nena y ayúdeme a cargarlo! Dios... —farfulló Naruto, ya que a duras penas podía él solo— Debe de pesar unos 80 kilos.
Claro que Deidara no aceptó de inmediato. Aun se mantenía reticente a la idea de entrar a un Licántropo a su casa. Las historias que había oído de pequeño de esa especie, eran fragosas. Pero tampoco era como si pudiese dejarlo morir en la intemperie. Su corazón —curiosamente similar al de un humano— mantenía la bondad de su raza. No todos los vampiros son malos. ¿O sí? No iba a ser la excepción. A regañadientes, aceptó. Y entre ambos, lo jalaron hasta la sala principal. Deidara, extrajo un pañuelo de entre sus ropas y por sobre este, lo cargó de los pies, mientras que Naruto de los brazos. No iba a tocarlo directamente. Si. Realmente pesaba.
—Puaj...huele a perro mojado —protestó Deidara, con cara de antipatía.
—No espere que huela a rosas —refutó el Uzumaki, recostando al sujeto sobre la alfombra—. Espéreme aquí, iré por paños húmedos y agua a la cocina. Hay que limpiarle.
—¡¿Qué?! ¡Oye! ¡No me dejes solo con esto aquí, hm!
—¿Qué pasa? ¿Tiene miedo acaso? —se mofó el rubio menor, de camino a la cocina—. No sea cobarde.
—Tch...no lo soy. Mierda...
Solos. Completamente solos, en la sala principal. La tormenta, no daba tregua alguna. Obito ardía en fiebre. Su pecho, subía y bajaba con violencia. Su respiración, se escabullía con agudeza de entre sus labios. Y a pesar de estar cerca de la gran chimenea, su temperatura corporal no parecía querer disminuir. Con las condiciones paupérrimas de su vestimenta —ni zapatos traía— cualquiera hubiese enfermado. El clima invitaba a una buena gripe. La singular forma del forastero, había despertado una curiosidad gatuna en Deidara. A pasos tímidos, logró acercarse más a la criatura. Deseaba tener una vista de primer plano. Era un licántropo. Cualquiera lo hubiese hecho.
A simple vista, la cicatriz de su rostro era desagradable para el ojiazul. Mas no tanto, al bajar la mirada; examinando al individuo como algo novedoso, con lo cual recrear la vista. Era mucho más alto que Sasori o que el mismo. Mucho más corpulento. Y mucho mas...salvaje. El instinto vampirico venia a él, previo a divisar la vena aorta de su cuello. Sobresalía con exquisitez. Claramente, un espécimen curioso para el barón, quien no había sentido deseo de morder a nadie en años. Si tan solo sus dedos...hubiesen llegado a esa zona...
—¿Qué hace? —Naruto volvía de la cocina, con todo lo necesario. Le habia parecido extraña la reacción de su amo, al querer tocar al extraño.
—¡Maldito infeliz, me asustaste! —se hizo el desentendido, frotando el dedo índice sobre sus ropas, como queriendo limpiarlo de algo que jamás llego a tocar[?]— Na-nada...solo estaba...
—Qué extraño —murmuró el sirviente, arrodillándose frente al hombre— No es común que un licántropo se enferme de gripe. Ellos sin inmunes a las bacterias de la tierra. Normalmente no usan mucha ropa.
—Tú mismo lo dijiste. Quizás estaba débil, hm —aclaró Deidara, como si fuese lo más obvio del mundo.
—Hay que remover el barro. Ayúdeme a quitarle esto —señaló el Uzumaki, jalando la chaqueta.
—¿Y-yo?
—¿Ve a alguien más por aquí? No puedo solo. Pesa mucho.
Cosita. Era lo que le daba, ya que tocaría sus ropas feas. Bien. Luego de hacerse una idea mental, logró arrodillarse de manera tal, que la cabeza del muchacho quedase cerca de sus piernas. Ambos retiraron la prenda, dejando entrever el torso desnudo del can. En un acto reflejo, las frías manos del barón, acabaron tocando sus hombros. Ardía. Jamás había conocido a alguien que tuviese esa cantidad de temperatura en su cuerpo. Definitivamente, eran muy distintos. Vampiros y Licántropos. Con mucho nerviosismo, acabó por quitar su mano con violencia. Naruto comenzó con los paños fríos.
—No lo estás haciendo bien. Te has dejado sucio ahí, hm —expresó Deidara, desmereciendo el trabajo del menor.
—¿Usted puede hacerlo mejor, no? Adelante —se quejó en una sonrisa morbosa. Le entregó el paño.
—Olvídalo. No voy a tocar esa cosa.
—¿Qué pasa? ¿Sigue con miedo? —dilucidó Naruto, alzando una ceja con picardía.
Maldito enano, escuincle. No soy ningún cobarde. Solo porque el orgullo de un vampiro, era mucho más grande que su ego, se permitió aceptar el "Reto". Deidara iba a demostrarle que podía hacerlo mucho mejor que él. Luego de recibir el paño, lo hundió en el agua, lo estrujó y comenzó la limpieza. Al cabo de unos minutos, Naruto ya se había aburrido de esperarlo. Era demasiado lento para él.
—Que aburrido. Me avisa cuando termine —bostezó, levantándose del suelo.
No. No era que Deidara fuese lento. La presencia de su sirviente, le tenía más tenso que el propio lobo. Estando ya, a solas, se explayaría con más naturalidad. Con sumo cuidado y delicadeza, la humedad del trapo acabó por remover los restos de suciedad de su cuerpo. Era algo así como un trabajo de joyería, para el rubio. De vez en cuando, Obito soltaba gruñidos, quejándose del dolor. Y cada vez que eso sucedía, Deidara le hacía callar con un susurro, seguido de un paño húmedo en su rostro. El deleite era excelso para el vampiro. Sus manos temblaban. Y no precisamente de temor. La piel, remarcando cada musculo de su ser, era un platillo listo para servir. Durante el proceso, en más de una ocasión tuvo que limpiar la comisura de sus labios. Ya más limpio, el olor a perro mojado, era más bien a un bocado.
De formas inconscientes, el Uchiha ya no le parecía tan repulsivo como la primera vez que le vio. Ni si quiera la cicatriz de su rostro estorbaba. Y cada vez que el trapo de tela, indagaba por el límite entre su ombligo y el pantalón, un suspiro caliente emanaba de los labios del rubio. La idea de incursionar más abajo, atacaba sus más profundos deseos carnales.
¿Que clase de significado tenia esto? Comenzaba a extrañarse por la peculiaridad con la que, los sucesos iban tomando forma a una historia distinta. Sasori había muerto y a los pocos días después, este extraño aparecía en su puerta. Y para cuando las ideas nublaban sus movimientos, el brillo de aquel anillo de oro macizo, cegó por unos segundos sus azulados orbes. Colgaba de su cuello, amarrado a un cuero negro. Reconocerlo fue cuestión de perspectiva. Claro que era la argolla de su difundo marido. No pasaría desapercibido. Naruto había vuelto del intento por dormitar. Aparentemente, encontrando a su amo en una disyuntiva algo agresiva. El rubio mayor, zarandeaba al muchacho.
—¡¿Pero qué demonios?! —se cuestionó Deidara, atónito— ¡¿Por qué este sujeto tiene el anillo?! ¡¿Acaso él...?!
—¡Amo, tranquilícese por favor! —arremetió el Uzumaki—. Se lo que debe de estar pensando, pero no creo que este sujeto haya matado al amo Sasori. Seguramente debe de haber alguna explicación coherente para esto.
—¡Tu siempre defendiendo a estas cosas! ¡Son salvajes y lo sabes! ¡No me extrañaría que estuviese involucrado! Tu amor por ellos...te ciega, hm.
—Me ofende —gruñó el acolito, frunciendo el ceño—. Quizás no debí haberle contado mi historia con aquel Licántropo —agregó, acomodando una manta sobre el muchacho—. Por la mañana su fiebre habrá bajado. Hasta entonces, no podemos sacar conclusiones deliberadas del asunto. Déjele reposar, o terminará matándolo. Y muerto, no nos sirve —explicó, tras invitarle a sus aposentos. Pronto amanecería.
—Tch, ni de coña. ¿Qué tal si escapa? No quiero tener que arrepentirme de nada. Lo vigilaré —aclaró, tomando asiento sobre el sofá principal—. Tu ve a dormir, yo me quedo, hm.
—¿Está seguro de eso? No tiene que hacerlo. Ese es mi trabajo.
—Nunca dejes que alguien más, haga lo que deberías hacer tu mismo. O...algo así decía la mierda esa. Ni idea —se encogió de hombros.
—Eso ni corre en esta ocasión. Usted no levanta ni un dedo solo, no joda.
—Naruto, es una orden. Si te necesito, te llamaré.
—Pero-...
—Ve. Estaré bien —expresó el vampiro con total serenidad. Y a juzgar por su mirada tranquila y de muchos amigos, la comodidad del ambiente se tornaba repugnante para el Uzumaki, quien no tuvo más opción que aceptar; retirándose de la escena—. Si este sujeto termina siendo el asesino...no le dejaré, gota alguna de sangre en el cuerpo.
Obito Uchiha había dejado de respirar con violencia. Temblaba, a pesar de estar cerca del fulgor de la chimenea. Pero no demostraba signos de querer despertar aun. Deidara por su parte, hacia más de 2 horas que permanecía en vela. Ni un solo musculo, le entusiasmaba por animarse. Al cabo de unos minutos, la lucha librada por sus parpados, era exhaustivamente horrorosa. Amenazando con cerrarse en definitiva, el rubio acomodó su mejilla sobre el sillón y dormitó un momento. Al darse cuenta de que el sueño le había traicionado, despertó de golpe. El pelinegro, seguía en su misma posición. Nada. Seguido de un par de minutos más, nada. Abatido por el sueño y el aburrimiento, Deidara dejó escapar un bostezo y se retiró a su recamara. Convencido a la idea de que no se movería de ahí, ni mucho menos escaparía, se entregó a los brazos de morfeo.
No pasaron ni 30 minutos, que sus parpados se abrieron como dos grandes focos.
Insoluta fue su decisión, puesto que transcurridos los minutos, no lograba conciliar el sueño. Sus azulados orbes permanecían estampados en el techo. Aun podía sentir, como sus dedos ardían tras rozar la piel del can. Un sentimiento jodidamente perturbador, le estaba quitando el sueño. Me gusta...
Se levantó del colchón sin molestarse a vestirse; tan solo acomodando una bata de seda casi transparente al ojo humano. A pasos seguros, descendió por la escalera principal hasta que la luz escarlata, contorneara el cuerpo del chico, aun dormido. No era como si Deidara estuviese controlando sus movimientos. Y si pudiese describirle de alguna forma aquella noche, la mejor definición hubiese sido: Sonámbulo. Palabra que de alguna forma le quedaba chica, contando con la mirada opaca y los labios resecos que poseía.
Embelesado por el deseo que impulsaba su sed, dejó caer aquella prenda de ropa, permitiendo que su anémica piel quedase al descubierto. Sus piernas, se flectaron sobre el cuerpo del licántropo, de tal manera que quedase sentado en sus caderas. Ya no había vuelta atrás. Incluso con el calor que emitía la escena, un suspiro vaporoso se escabulló de sus rosáceos labios. Como nunca antes, y por primera vez en toda su vida, Deidara estaba excitado. Y no era una simple excitación carnal, como cualquiera pudiese imaginar.
Sometido completamente por su naturaleza vampírica, la lujuria que emitida su fisionomía, iba mucho más allá que solo el origen bestial de copulación. Su garganta pedía a gritos su sangre. Su corazón, alocado en cada palpito. Y, la infinita necesidad de sus labios, de ser besados. Besados, como siempre quiso.
¿Qué es este sentimiento que ahoga mi pecho?
Poseer. Fue lo que impulsó su diestra a extraer el grueso miembro de su contrario y acomodarse así mismo sobre tal. En su vida, hubiese imaginado una cruza de ambas razas. Pero ya no era como si estuviese cuestionándose el "por qué", si no el "como", lo haría caber en su menuda entrada. Solo bastó un ligero frote, para hacerle arder por dentro. Ambas manos se recargaron sobre sus pectorales, permitiendo que su auto penetración fuese dolorosa, pero a su vez exquisita. Ignorando olímpicamente el estado de salud del ojinegro, se dio un vaivén que poco a poco, arrancaba sonrisas placenteras. Como cuando realizas tu máximo sueño en la vida. Bueno...algo así. Y es que hacía años, que añoraba esto. Lo que para el bermejo era una aberración estilo humanos, para el rubio siempre significo un todo en su relación. Un todo, como ser.
No pasó mucho tiempo para que el forastero reaccionara al estimulo. Sin emitir una sola palabra o gemido, sus manos acabaron sobre la cintura del ojiazul, con violencia. Dos suspiros bastaron, para que la sorpresa fuese borrada del semblante de Deidara. Al cabo de unos segundos, el muchacho tomaba asiento en una posición dócil y obediente. Cosa a la cual, el rubio contestó con una caricia sobre sus negros cabellos, dando paso a olfatearlos con lujuria. Su aroma, era indescriptiblemente fascinante. Tanto, que no dudó en hundir sus fosas nasales. Y, aunque sonase irónico, de alguna forma u otra la escena daba un giro inesperado. No era Deidara quien poseía al muchacho ahora, por el contrario, comenzaba a ser totalmente al revés. Es mi mascota.
—Eres un buen chico...no te detengas...sigue así...
Las manos del Uchiha, se escabulleron por su espalda con gentileza, acoplando su cuerpo al suyo como si el mundo se fuese a acabar en esos momentos. El movimiento se hizo cada vez más fogoso, cortando la respiración del rubio poco a poco. Doblegado a la vista penetrante y oscura que poseía su amante, sus mejillas se tornaron carmesí. Los gruñidos animales de Obito, mezclados con una vista agresiva de sus blancos colmillos, obligaron al vampiro a mostrar los suyos. En respuesta, como si realmente quisieran arrancarse la boca a mordiscos, la pasión no dio cabal para un acto de amor. Era mas bien, de supremacía. El quien dominaba a quien, primero.
En un acto inconsciente, los labios de Deidara acabaron en el cuello del Licantropo. Sus orbes escarlata, brillaban con ansias de sangre. Lamer primeramente la piel, de tal forma que la vena aorta se engrosara cada vez mas, fue lo primero que hizo. Estaba listo, para tomar a su presa. Pero Obito, interrumpió el acto tras jalar su cabello hacia atrás y dar directamente con su boca.
"No me muerdas. Besame".
...Vergüenza. La misma que supuraba de la boca del can. Si tan solo pudiese besarle...yo...
—Tan cerca...de sus labios —jadeó.
Ya casi...
Voy a...
¡Voy a...!
—Traidor... —murmuró Sasori.
—¡Ah! —exclamó Deidara. Exaltado por la jugarreta que su mente le había hecho, se encontró así mismo sobre el sillón. Se había dormido, en vaya a saber quien, el momento—. ¿Un sueño...? Debe de ser una broma...
Los rayos del sol entraban endebles por los espacios de la cortina. Su brazo permanecía chorreado, resultado de su propia saliva. Y sus piernas, temblaban de la ansiedad. Un sueño simplemente exquisito, con consecuencias fatales para su mente y corazón.
Deidara, había fantaseado de forma erótica con un desconocido, del cual poco y nada sabia —sin contar que era sospechoso—. Y lo peor, que era un Licántropo. El resultado de ello, una incómoda sensación húmeda en su ropa interior. Pero no era momentos de preocuparse por sus obscenidades. Obito, ya no estaba en el lugar donde debería haber estado. Cosa que encrespó los sentidos del vampiro. Tras levantarse, sumamente alterado, oyó un ruido proveniente de la cocina. Sonidos de loza chocando entre sí, seguidos de envoltorios removiéndose y uno que otro refunfuño; similares a cuando alguien escarba o indaga cosas, llegaron a sus oídos. Tomando el valor suficiente, agarró un paraguas cerrado de la entrada y se escabulló sigilosamente hasta la cocina. En ella, lo primero que pudo divisar fue el quilombo que se armó en el suelo. Seguido de ello, más allá, estaba el can. De espaldas, pero no cabía duda que era él. El Uchiha, había asaltado su alacena por completo. Había ingerido el jamón, el queso, la carne, dos cajas de leche vacías en el suelo, toda la fruta, el cereal, los embutidos, el pan y el pescado. Sin contar que un pastel sobre el mesón, yacía con claros indicios de haber sido mordido.
Obito volteó de inmediato, tras notar la presencia del rubio. Su primera reacción natural, fue gruñir en son de defensa propia. Dos orbes granate se alzaron con agresividad. Claro, estaba cenando. A los licántropos no les gusta ser molestados en su cena. Mucho menos ahora. A los ojos del can, Deidara era un potencial enemigo en querer robar su comida. Había traspasado la línea imaginaria de su zona de caza. Y aunque sonara irónico, no importaba si no era su casa o su alacena, el instinto de supervivencia corría como un toro por sus venas. Ah, pero claro que Deidara no iba a quedarse de brazos cruzados. Era su casa, su alacena y lo que colgaba de su cuello era el maldito anillo de su marido, joder. La tensión, se volvió palpable en el aire. Era hora de enfrentar al desconocido.
