-Te quiero. Te quiero. Te quiero.

Esas palabras resonaban en su cabeza desde hace meses, con tanta insistencia que hubiera preferido arrancársela del cuerpo para dejar de escuchar esa voz.

Acostado en su ancha cama, miraba al techo blanco e inmaculado. No pestañeaba y se podría decir que tampoco respiraba si no fuera por su pecho oscilante.

¿Me quería? ¿De verdad? ¿A mí? No tengo nada, soy repulsivo, egoísta, ególatra. ¿Qué tengo yo que no tenga él?

Apartó la sábana blanca con parsimonia y acto seguido se levantó y abrió las cortinas de los ventanales amplios y altos. El sol era intenso, y la brisa que entraba era fresca y primaveral. Aunque todavía estaban en invierno, para él el frío siempre le había parecido agradable.

Le recordaba mucho a otra mañana que había vivido. Una de las tantas mañanas con ella.

Londres se encontraba más que perfecto el día de hoy, un paseo para despejar la memoria no haría mal. Se dio la vuelta y miró la figura femenina acostada en su cama. Una noche divertida, pensó. Pasó de largo hacia el baño para darse una ducha rápida; y cuando hubo terminado de vestirse, salió ágilmente del apartamento. Solía dejar a sus conquistas solas a la mañana siguiente, no le gustaba eso de recordar nombres ni preguntar que querían de desayunar. Él iba al asunto, y de ahí que ellas se las arreglasen.

Vestido con un abrigo negro largo, bufanda roja, zapatos italianos y su pelo rubio despeinado y más claro que nunca se dirigió a su cafetería favorita en la ciudad. Se dirigía allí siempre después de una noche "agitada". Y en las mañanas en las que amanecía solo, se preparaba un café en casa y aprovechaba las vistas tan privilegiadas que tenía de la ciudad.

Antes de entrar en la cafetería se sacudió los pies de la nieve y se frotó las manos para calentarse un poco mientras una nube densa de vaho salía de su boca. Hacía un frío que pelaba, así que se apresuró a abrir la puerta.

-Hey Alberto, ¿qué tal?- preguntó el Slytherin mientras se quitaba la bufanda.

-¡Signore Malfoy!- exclamó con un marcado acento italiano- Yo muy bien, ¿y usted qué? ¿Lo mismo de siempre?

-Claro, ya me conoces – respondió con una sonrisa pícara y acomodándose en uno de los asientos de la barra.

-¡Ajá! ¡Claro, sí, sí, sé a lo que se refiere amico! Usted con tanto ejercicio nocturno se va a quedar en los huesos – comentó socarronamente y con una ligera risa mientras le preparaba el café- Entonces si hiciéramos recuento ella sería la número…

-Hoy abstengámonos de contar, Al. No entra en el perfil de la lista, digamos que por lo de ayer ella a cambio me iba a hacer un pequeño favor…

-¡Uy! ¿Y eso que sería?- preguntó el italiano acercándose desde el otro lado de la barra.

-Podríamos decir que es la hija de un importante señor, que tiene mucho prestigio en el mundo literario…

-Ah…io capisco… ¿Quieres que su padre publique el libro de Theodore?

-Exactamente.- respondió tomando un sorbo de su café.

-¿Y a ella como la conociste? ¿En alguno de esos antros a los que vas?

-Eh, eh. No son antros, es sólo que a Theo le gustan esos lugares, dice que el ambiente bohemio es lo suyo, que no se ve "con traje de empresario, haciendo de sus obras puro comercio". Pero cuando esa dulce chica me haga este favor, él se arrepentirá y conocerá la buena vida. Será famoso, conocerá mundo y follará mucho. Simple. - comentó con una sonrisa.

-Ojalá todos comprendiéramos tu punto de vista de la vida, ¡pero supongo que el mundo de los mortales no está a tu alcance! Pero bueno, ¿vas a seguir saliendo con ella?

-Si me da lo que pido. No es que sea muy mala compañía – dijo con ironía- Además no es que vaya a "salir" con ella, sabes que esa palabra no está en mi vocabulario.

-Ay Draco, que equivocado que estás.

-¿A qué te refieres? – preguntó frunciendo el ceño.

-Me acuerdo perfectamente de esa chica con la que venías hace meses. Era muy guapa, pelo castaño, ondulado. Nariz respingona. Piernas largas. Sí, sí, muy guapa. Y después ya no apareció más. Y de ahí que vienes casi como un ritual a esta cafetería después de acostarte con todo lo que se mueve. – comentó Alberto con atrevimiento. El tiempo les habían brindado una confianza muy estrecha y cercana. Y él siempre daba a conocer sus puntos de vista – Digamos que con ella, tu concepto de "salir", "tener novia", etc. era el que todo hombre en esta tierra tiene.

Se instaló un largo silencio solo interrumpido por las voces de los consumidores de café y de las vajillas de porcelana. Draco se levantó con un movimiento muy brusco, casi violento. Tomando sus cosas le pagó a Alberto, dejándole una propina muy generosa.

-Me tengo que ir. Un gusto verte, Al. Y no hagas más incursiones en la vida de tus clientes, o sino los perderás irremediablemente. Saludos a tu mujer. – con esto se despidió y salió del local, dejándose algo atrás, algo que le habían regalado meses atrás y que se había convertido en algo muy preciado para él: su bufanda roja.


-Te ves hermosa, Ginny. Sólo un par de punzadas por aquí y ya está.

Hermione Granger estaba de rodillas arreglando el vestido color rosa crema de su amiga de toda la vida. Le llegaba una luz por la ventana que hacía que pareciera un ángel, o mejor aún, una futura novia.

-Uff, que nervios tengo; es la primera cena tan elegante a la que vamos Harry y yo. ¡Espero que no piense que me veo ridícula!

-¡Pero que dices! Harry tendría que ser más troll de lo que es para no darse cuenta de lo bonita que te ves. – dijo Hermione sonriendo desde abajo- ¿Ya sabes que peinado te vas a hacer?

-Más o menos. Un moño. ¿O no? ¿O el pelo suelto? ¿Tal vez una trenza? No tengo ni idea, la verdad. – dijo suspirando y recogiéndose el pelo mientras se miraba al espejo de cuerpo entero.

-Eso ya lo vemos mañana. ¿La cena no es en tres días más? – preguntó a lo que Ginny respondió afirmando con un movimiento de cabeza. –Pues ya está. A ver… un poco más…y ¡ya está! Mira a ver si te gusta.

Ginny se bajó de la silla y se miró en el espejo. Después miró a su amiga con alegría contenida y una sonrisa en la cara. Se abalanzó sobre ella en señal de agradecimiento y casi se caen al suelo juntas.

-De verdad… creo que en otra vida fuiste costurera - exclamó riendo – ¡mi hermano por lo menos tendrá siempre las camisas con los botones en su lugar!- dijo mientras se quitaba el vestido.

Se formó un silencio en el que sólo se escuchaban los pájaros de fuera. Hermione fue la que habló.

-Nos hemos peleado.

-¿Cómo? ¿De nuevo?- dijo la pelirroja sorprendida.

-Sí… es él y sus estúpidos celos. La verdad es que con la edad que tenemos no deberíamos estar montando tanto espectáculo… ¡ya no tenemos 15 años!- dijo Hermione frustrada y sentándose en el sofá del apartamento de Ginny.

-Mira… yo sé que el te quiere mucho y le cuesta a veces ser un poco delicado, un poco menos él, ¿me entiendes? Por qué no hablan las cosas, se relajan y ven bien si de verdad quieren estar juntos. Son adultos, aunque mi hermano no se comporte como tal, y podrán hablar las cosas tranquilamente. No pueden estar siempre pasando por lo mismo. ¿Cuándo vuelve de su viaje?

-En dos meses más.

-Vaya…

-Eso lo dije yo al principio. A estas alturas quería mandarlo todo a la mierda. Pero tenemos planes juntos, ya sabes. Además no nos incumbe sólo a nosotros, sino a toda la familia. Pero bueno….ya veremos como van las cosas.

-¿Ya te vas?- preguntó al ver como Hermione se dirigía al vestíbulo a tomar su abrigo, su bufanda y su bolso.

-Sí, tengo un par de cosas que hacer, nos vemos más tarde, ¿sí? – dijo tomando sus cosas y abriendo la puerta para salir del apartamento.

-Herm, ya sabes que si necesitas mi ayuda, siempre estaré ahí – le recordó con una sonrisa muy propia de ella.

-¡Claro! Y te recomiendo que te hagas la trenza para la fiesta, te favorece. Además amanecerás más peinada después de una noche difícil…ya me entiendes – le sugirió guiñándole un ojo.

Bajó las escaleras, abrió la pesada puerta del edificio donde vivía su amiga, y en la calle, bajo la nieve, empezó a caminar.

No. No todo era culpa de Ron. Los celos de él tenían razón de ser, vaya que la tenían. Si él no hubiera encontrado esa carta firmada por un tal D.M, muy obvio como para negarlo, escondida entre sus faldas y sweaters; si él no se hubiera dado cuenta de que ella leía esa carta cada noche; si no se hubiera dado cuenta de que seguía pensando en otro hombre mientras estaba con él, tal vez nada de esto hubiera pasado.

Pero ella le daba el derecho a conservar su dignidad. Que se fuera el tiempo que quisiera en su "viaje de negocios". Él había sido muy bueno y ella no le había correspondido.

Se paró un momento y sacó su bufanda del bolso. Empezó a enrollarla en su cuello lentamente mientras sentía como ligeros copos de nieve caían sobre su pelo, su rostro, su abrigo y sobre sus manos que acomodaban su bufanda…

Una bufanda casualmente roja.