Capítulo I

Truenos y relámpagos anunciaban una tormenta. Unas nubes negras cubrían el firmamento, oscureciendo aquellas tierras que hace tan sólo unas horas disfrutaban tranquilamente de los maravillosos rayos de sol. Unas gotas comenzaron a mojar la tierra, inundando al ambiente con el delicioso aroma a lluvia.

Pero ella no prestaba atención a aquello, sólo quería correr por el bosque sin mirar atrás. Los árboles mecían sus copas violentamente, el viento que se hacía cada vez más fuerte golpeaba con intensidad sus mejillas y la lluvia comenzaba poco a poco a mojar sus cabellos. Sin darse cuenta, se golpeaba con las ramas que estaban a su paso, sus finas zapatillas estaban completamente embarradas con lodo, pero a ella nada de eso le importaba. Su vista estaba nublada por las lágrimas que corrían sin cesar de sus ojos verdes esmeralda...

No podía evitarlo, su alma lloraba...

Aquellas palabras que había oído hace tan sólo unos momentos habían hecho trizas su corazón que apenas comenzaba a sanar. ¿Por qué lloraba? ¿Qué era ese dolor tan profundo que no le dejaba ni respirar? ¿Por qué se sentía así tan mal, como si estuviera muriendo en vida? Ya no podía negarlo, bien sabía la respuesta a todas aquellas preguntas, lo sabía desde hacía tanto tiempo… Pero el miedo a salir nuevamente herida le obligó a ser precavida hasta el último momento, obligándose a creer que todo lo que sentía cuando estaba con él era una ilusión, una amistad o un cariño fraternal. "Somos como hermanos, nada más." Se repetía una y otra vez, al sentir su corazón palpitar alocadamente cuando lo tenía en frente. Pero desde esa tarde, desde que escuchó aquellas horribles palabras, supo que ya no tenía caso negarse ante lo que su corazón sentía. Se había enamorado perdidamente de él: De su mejor amigo, de su tutor… Sí, porque él era su tutor y ella era su pupila, siempre lo han sido y lo seguirían siendo hasta que ella cumpliera los 21 años de edad. "Por suerte, para eso falta poco…" Pensaba mientras seguía su carrera contra el destino. Se sentía aliviada al saber que en su próximo cumpleaños dejarían de tener esa apestosa relación legal de padre e hija, y al fin podrían ser simplemente amigos, como antes, como cuando vivían juntos en Magnolia.

Tres años habían pasado, desde que ella se enteró que aquel vagabundo que vivió con ella por poco más de un año, era el misterioso tío abuelo William. Tres años habían pasado, desde que había descubierto en la colina de Pony que aquel hombre que estuvo a su lado prácticamente toda su vida como su confidente era, nada más ni nada menos, que su querido príncipe. Y hacía exactamente un poco más de dos años, que estaba totalmente enamorada de aquel hombre... Aunque era precisamente en ese momento, mientras se encontraba corriendo desesperada por el bosque, en medio de una tormenta, totalmente bañada en llanto, que se había dado cuenta que ya no había vuelta atrás… No, ya no lo había, porque esas palabras… Esas palabras… Todavía retumbaban en sus oídos… Todavía los veía, a ellos dos en el salón familiar de la mansión de Lakewood, uno sentado al lado del otro en ese enorme sillón y la tía abuela de pie anunciando su compromiso. Todavía sentía la mirada de Albert en ella, esperando su reacción. Y Candy no pudo decir nada, absolutamente nada. Simplemente había bajado la mirada y había salido corriendo al jardín.

¿Qué iba a decir? Su gran amor se casaba… ¡Se casaba! Y con una mujer bella, fina, delicada y de buena familia… No como ella, una simple huérfana que vivía de prestado un cuento de hadas hasta cumplir los 21 años.

Corrió sin parar por un largo rato, nunca supo por cuánto tiempo. De vez en cuando, creía oír con el viento su nombre, pero en cuanto trataba de prestar atención, un fuerte trueno la sobresaltaba obligándola a seguir corriendo. No le importaba dónde se dirigía, ni tampoco sabía por qué sentía esa desesperante necesidad de correr. Sólo quería acallar ese dolor que brotaba en su pecho, el inmenso dolor de amar profundamente y de no ser correspondido.

El costado derecho de su abdomen comenzó a doler, un agudo pinchazo en esa zona hizo que cayera de rodillas al piso, enterrando sus manos en el negro lodo. Respirando dificultosamente, trató de llenar sus pulmones de aire nuevamente. Sentía el calor en su rostro aunque la lluvia fría caía sin piedad sobre su cuerpo. Levantó la vista y agudizó sus sentidos. Inmediatamente reconoció el lugar, se encontraba en la orilla de una cascada. Era el mismo lugar donde él había salvado su vida hacía muchísimos años, donde lo había visto por primera vez. Una sonrisa se dibujo en sus labios al recordar que aquella era la segunda vez que lo había visto, donde se habían presentado simplemente como Candy y Albert. Quedó mirando la cascada por un largo rato, recordando los momentos compartidos con el hombre que le había robado el corazón hacía tanto tiempo, pero que recién ahora se permitía llorar por ello.

Un extraño sonido la sacó de sus pensamientos. Volteó la vista, pero sólo logró ver a la sombra de un hombre descender de un caballo.

"¡Candy!" fue lo último que logró escuchar, antes de rodearse con la más profunda oscuridad, desvaneciéndose sobre el lodo.

o-o-o

Despertó con el crepitar del fuego. Abrió los ojos lentamente y se encontró envuelta en unas frazadas, recostada sobre un sofá frente a una chimenea. Levantó la vista y miró alrededor tratando de recordar algo de lo último vivido.

-¡Buenas noches dormilona!- La saludó esa voz que conocía muy bien. Dirigió su mirada al frente y lo vio. Unos intensos ojos azules la miraban con preocupación y cariño, de pie, con una humeante taza de café en sus manos.

-¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?- Preguntó ella, aunque poco a poco comenzó a recordar lo que había sucedido esa tarde.

-Estamos en la mansión del bosque, en Lakewood. Te desmayaste ni bien me viste en la orilla de la cascada.- Contestó tranquilamente, aunque sus ojos seguían desprendiendo preocupación y algo más… ¿reproche?

-¡Oh! Gracias por salvarme nuevamente… Albert…- Contestó mirándolo con tristeza. Hizo el intento de levantarse pero se percató que no llevaba nada puesto. Estaba completamente desnuda debajo de las frazadas. Un intenso calor en su rostro le comunicó que el rubor hacía acto de presencia. ¿Cómo podía ser? ¿Acaso Albert se había atrevido a…? ¡No puede ser!

-Lo siento, pero tuve que desvestirte para evitar que te enfermaras. Tus prendas estaban completamente mojadas. ¿Las ves? Allí están extendidas frente al fuego, una vez que estén secas, podrás ponértelas nuevamente. Mientras tanto ponte esto.- Le alcanzó una bata blanca. Candy la agarró y en ese momento sus miradas se cruzaron. Albert la miraba de una manera penetrante, que poco a poco la hizo sentirse incómoda.

-¿Po…Podrías darte vuelta, por favor?- Preguntó Candy con nerviosismo, observando cómo Albert obedecía a sus peticiones sin objeción.

Se puso de pie y lentamente se colocó la bata cerrándola con un nudo al frente. –Gracias por limpiarme… -Murmuró cuando se dio cuenta que tanto sus manos como sus pies no tenían rastro alguno de lodo. –Ya está, puedes voltearte.

-De nada…- Contestó el rubio, girando y mirándola fijamente. –Preparé café ¿quieres un poco? -Le ofreció levantando la taza.

-Si, por favor…

Albert se dirigió a la cocina y volvió, luego de unos momentos, alcanzándole una taza de café. Ambos en silencio se sentaron en el sillón frente al fuego de la chimenea. Se escuchaba a lo lejos, los truenos y la lluvia incesante que golpeaba las ventanas.

-¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

-Una hora más o menos, aunque ya es de noche. La tormenta no tiene intenciones de parar, así que tendremos que dormir aquí.

Candy tragó saliva ¿Compartir el mismo techo estando los dos solos, luego de la escena que protagonizó cuando la tía Elroy anunció su compromiso?

Ahora se daba cuenta… ¡Qué tonta había sido! ¡Se había delatado completamente al reaccionar de esa manera! ¿Qué pensaría Albert de ella? Seguramente se había dado cuenta de que estaba perdidamente enamorada de él. ¡Dios! ¡Encima la había visto totalmente desnuda! Nuevamente el rubor subió a su rostro. Ya no era una niña y su cuerpo había cambiado bastante desde la última vez que pasaron la noche allí, hacía ya bastante tiempo… No, no podía permitirlo, debía haber otra salida…

-Tal vez, al cabo de una hora, pare un poco la lluvia y podamos partir en caballo… -Murmuró con la taza de café en sus labios.

-Tal vez… -Contestó Albert sin dejar de mirar el fuego. –Pero de igual manera es de noche y si partimos con esta oscuridad correremos el riesgo de perdernos. Además hay que tener en cuenta que el bosque está lleno de trampas… Lo más sensato es que pasemos la noche aquí y partamos mañana temprano con la luz del día.

Nuevamente los envolvió el silencio. La lluvia caía sin parar y los relámpagos iluminaban por momentos completamente la pequeña sala donde se encontraban. Albert estaba tenso, suspiraba profundamente. Candy lo miraba de reojo, no sabía por qué se encontraba así pero tampoco se arriesgaría a preguntar.

-Candy…

-¿Sí?

-¡¿Qué demonios estabas pensando cuando decidiste salir corriendo con este tiempo por el bosque? –Albert la miraba furioso. Apretaba tan fuerte la taza con sus manos que sus dedos quedaron blancos. Su ceño fruncido y sus labios apretados le indicaban a Candy que Albert realmente estaba enojado, muy enojado… - ¿No te das cuenta de lo que te pudo haber pasado? Te podrías haber lastimado seriamente. Y si eso ocurría Candy, dime ¿cómo te encontraría? ¡Pasarías toda la noche en medio del bosque durante una tormenta! ¿Te das cuenta de lo que hiciste, Candy? –Su mirada se había oscurecido completamente y su respiración era agitada. Ésta era la primera vez que Candy lo veía tan enojado, ni siquiera cuando canceló el compromiso con Neal lo había visto de esa manera.

-Perdón, no pensé… -Respondió Candy, mientras bajaba la mirada.

Albert miró hacia el techo y se puso de pie. Dejó la taza de café en la mesita al costado del sillón y volvió a mirar a Candy mientras pasaba sus dedos por su rubia cabellera.

-No pensaste… ¿No pensaste? –El tono de Albert era cada vez más alto. -¡Claro que no pensaste! ¡Nunca lo haces! ¡Ése es el problema! Y así es cómo siempre te metes en estos aprietos y me haces correr detrás de ti para salvarte.

Candy lo miró sorprendida sin creer lo que estaba escuchando, y sin poder evitarlo sus ojos se llenaron de lágrimas.

–Perdón por molestarte con mis problemas… –Le dijo con labios temblorosos. –Ya pronto no tendrás que ocuparte de mí… No te preocupes… -Se levantó del sillón dejó la taza al lado de la de Albert y se dio vuelta para dirigirse hacia las habitaciones, pero una mano detuvo su brazo. Albert la dio vuelta y la tomó de la cintura acercándola hacia él. La abrazó fuertemente, sus rostros estaban a centímetros de distancia, sus alientos se mezclaban en el reducido espacio que los separaba. Candy levantó la vista y vio que Albert estaba mirando fijamente sus labios y luego levantó su mirada hasta toparse con la suya.

-¿Qué significa eso? –Preguntó con la voz ronca y la respiración entrecortada.

-Que pronto cumpliré los 21 años y que ya no tendrás que preocuparte por mí, porque dejarás de ser mi tutor.

La voz de Candy era enérgica, y su mirada desafiante. Se sentía ofendida por las palabras de Albert. Está bien, lo reconocía... Había cometido una estupidez al salir así tan impulsivamente de la mansión siendo que se avecinaba una tormenta, pero eso no le daba ningún derecho a hablarle de esa manera, ni mucho menos a levantarle la voz.

Albert la soltó inmediatamente, y se agarró la cabeza con ambas manos. Candy era la única que lo sacaba de las casillas. Miró hacia el techo como queriendo contar hasta diez y luego sin poder evitarlo una sonrisa se dibujó en sus labios.

–Ay Candy, Candy… ¿Qué voy a hacer contigo? –Dijo sin dejar de mirarla tiernamente.

Candy sorprendida por su actitud, creyó que él no la estaba tomando en serio y esto la enfureció aún más.

-¿Por qué ríes? Lo digo en serio. Sabes perfectamente que puedo arreglármelas sola y que no necesito de nadie. Y si estoy viviendo en la mansión en este momento, es porque tú me lo pediste. Soy enfermera ¿lo recuerdas? Puedo volver a trabajar cuando quiera.

-Eso no lo dudo… -Dijo mirándola con aquella sonrisa que sólo él ofrecía.

Se quedaron mirando unos momentos. Poco a poco, Candy se fue perdiendo en el azul de sus ojos, se sentía nacer y morir al mismo tiempo. Cuando él la miraba de aquella forma, millones de mariposas revoloteaban su estómago y un calor intenso cubría su pecho…

"¿Por qué?" Se preguntaba "¿Por qué sólo él me hace sentir estas cosas?"

"No corazón, por favor no me traiciones, él no corresponde a nuestros sentimientos, él ama a otra mujer ¡Se va a casar con otra mujer! Por favor corazón reacciona, no me hagas sufrir así…"

-Bien, creo que lo ideal sería que me vaya a dormir… -Dijo desviando la mirada hacia la ventana.

-¿Por qué? ¿Estás cansada? –Preguntó, mientras se acercaba a ella peligrosamente y le tomaba la barbilla haciendo que lo mire.

-¿Eh?… No… Eh, digo sí… Sí, estoy cansada… -Contestó nerviosamente mientras hacía el esfuerzo de darse la vuelta para dirigirse hacia las habitaciones.

Pero Albert no la soltó y la rodeó por la cintura, apretándola fuertemente contra su cuerpo. Candy no podía pensar, se sentía mareada… Su cercanía, su calor rodeándola… Se sintió desfallecer en sus brazos y sin evitarlo poco a poco fue cerrando los ojos. Sentía cada vez más cerca el aliento de Albert, no quería pensar pero una vocecita en su interior no dejaba de advertirle que eso no era normal. No sabía qué estaba ocurriendo allí ¿Albert la estaba por besar? ¿En serio? ¡Sí, Albert la quería besar!

-¿Por qué no me contaste que te ibas a casar? –Preguntó casi inconscientemente y se maldijo por eso, mordiéndose el labio inferior.

Albert se separó un poco de ella pero no la soltó. Suspiró profundamente y la miró con resignación.

-¿Y bien? ¿No piensas contestarme? –Su silencio la desconcertaba ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Por qué no contestaba? –Veo que aparentemente ya no soy de confianza… -Dijo bajando la mirada.

-Candy…

-¡No, basta Albert! –Exclamó separándose finalmente de sus brazos. –Creo que ya está todo dicho. –Y sin más preámbulos corrió hacia una de las habitaciones cerrando fuertemente la puerta.

Albert se había quedado inmóvil en el mismo lugar, mirando fijamente hacia la habitación donde Candy había entrado. Tampoco podía entender exactamente lo que estaba ocurriendo allí. ¿Podría ser que Candy sintiera algo más que una simple amistad por él? ¿Por qué había reaccionado de esa manera esa tarde luego del anuncio? ¿Por celos? Cuando la encontró desmayada y la tomó entre sus brazos, se dio cuenta de que había estado llorando, pero ¿por qué? O mejor dicho ¿Por quién? ¿Por él? No, no puede ser… Candy no podría estar enamorada de él. ¿O sí? ¿Lo estaba? ¿Y si ahora, después de tantos años de amarla en silencio por fin era correspondido?

Y sin querer evitarlo, recordó el momento cuando la desvistió esa misma tarde. Sabía que no era correcto mirarla de esa manera dadas las circunstancias, pero su instinto pudo más. ¿Cómo no deleitarse con semejante belleza? Candy era toda una mujer y sus formas definitivamente lo estaban volviendo loco. De la niña que conoció hace algunos años quedaba poco y nada, y ahora ante él se encontraba una hermosa sirena que con sus risas y sus voluptuosas formas lo estaba llevando lentamente a la locura. Ya no podía ni siquiera tocarla sin sentir unas inmensas ganas de tomarla entre sus brazos y besarla apasionadamente. Recordó cuando recorrió su cuerpo con la mirada: Desde su nariz cubierta de pecas, sus mejillas, siguiendo la línea hasta sus apetecibles labios, bajando por su delicado cuello, sus pechos redondos y perfectos, su vientre, y… ¡No! ¡Basta de recordar! Tendría que dejar de pensar en eso si quería sobrevivir esa noche. Estar bajo el mismo techo que ella se estaba volviendo una tortura… Una deliciosa tortura, de eso no cabía duda, pero tortura al fin.

Definitivamente, esto se estaba saliendo completamente de control. Sabía que era la primera vez que discutía con Candy de esa manera, pero no podía dejar pasar su imprudencia. Si algo le hubiese pasado… Si algo le hubiese pasado… No, no soportaría vivir sin Candy, no lo soportaría…

Caminó lentamente hacia la cocina calentando nuevamente el café que había preparado esa misma tarde. Sirvió un poco en su taza y volvió a sentarse en el sillón mientras avivaba el fuego de la chimenea.

Ésta iba a ser una larga noche… De eso estaba completamente seguro.

Mientras tanto, en una de las pocas habitaciones amobladas de aquella mansión, recostada sobre la cama, empapada en llanto, Candy pensaba:

"¿Y ahora qué debo hacer? Él no me ama, eso es seguro. Sería muy tonta si me quedo aquí con ellos. No, no lo soportaría. Moriría si lo veo en el altar con otra, no… Debo irme lo más pronto posible de aquí… Sólo faltan unos meses para que cumpla los 21 años… ¡Eso es! Eso voy a hacer... Sólo que debo pensar bien el modo de irme, porque ya no soy una niña, pronto seré toda una mujer adulta y como tal debo pensar bien las cosas. Debo planearlo bien, muy bien… Si, si… Eso voy a hacer…"

Y respirando profundamente trató de calmar sus pensamientos. Si, ya estaba decidida con el próximo paso que iba a dar, sólo había que ponerlo en práctica.

Continuará...

s-s-s

¡Hola! ¿Cómo están?

Bueno, me presento. Mi nombre es Azucena, aunque por estos lados me conocen como Azu, AmiAzu o simplemente Ami.

Éste es mi primer fic/cuento/novela, así que espero sea de su agrado y mil disculpas si por ahí se me escapa algún error :)

Lo considero no apto para menores de 18 años por varias razones, y es por eso que tiene el rated "M": Uno porque puede tocar ciertos temas muy dramáticos, que pueden llegar a afectar la sensibilidad de algunas personas; y otro porque también en algunos capítulos habrá ciertas escenas un poco/bastante subidas de tono.

Así que si después de leer esto, aún quieren acompañarme en esta aventura... ¡Bienvenidos sean! :D

Desde ya les agradeceré cualquier comentario/review que quieran dejarme. Ya que como bien leí por ahí, es el sueldo de cualquier escritora de fics ;)

Bueno, sin nada más que decir, les dejo un fuertísimo abrazo, y...

¡Muchísimas gracias por leerme! :D

Con sincero cariño,

Azu