Los personajes pertenecen a sus respectivos autores, pero la historia es propiedad del autor.

Está hecho con el único objetivo de entretener. Cada episodio tiene el nombre de una canción.


BIENVENIDO A MI PESADILLA

(Welcome to my nightmare)

PT. 1

Al día siguiente, Sango vestida con jeans azules, blusa amarilla sin mangas y una gorra color blanca, salió de su departamento y en la calle comienza a narrar a los lectores algunos de los últimos sucesos que han ocurrido mientras camina (ruptura de la cuarta pared):

- Ya ha pasado un año desde que llegamos a esta época y aún no me he acostumbrado a las cosas locas que suceden por aquí. Todavía tengo presente en mi mente ese momento, en que varios de los que venimos de épocas pasadas, por algún extraño efecto meteorológico provocado por no sé qué o no sé quién, tuvimos que aprender a adaptarnos a esto que la gente de esta época llama "modernidad". Para sobrevivir, mi prometido Miroku, mi hermano menor Kohaku y yo tuvimos que vivir en un viejo hotel abandonado; al examinarlo, parecía que no había nadie más, pero al examinarlo un poco más detenidamente, pude ver que ya había algunos que también provenían del pasado, pero de diferente época, y de alguna manera, comenzaron a poner en pie ese armatoste que parecía a punto de colapsar en cualquier momento –Sango señala al edificio en el que vive actualmente, se dirige al parque frente al hotel y se sienta en una banca para continuar su narración –Asimismo realizamos dos tocadas en la terraza del hotel cada mes, y la gente aporta algo de dinero para poder llevar a cabo reparaciones en el edificio.

- También el lugar en el que aterrizamos es uno de los más extraños de todo Japón. El edificio en el que vivimos (y también administramos) se encuentra en un sitio bastante céntrico, el cual está plagado de inmigrantes que llegan de diversas partes del mundo. Al norte –Sango señala hacia el norte de la plaza –se encuentra el barrio judío, donde habitan tanto judíos de varias partes del mundo, como mezcla de japoneses y judíos. Al sur –Sango señala hacia el barrio detrás del hotel –se halla el barrio musulmán, que está en guerra con el barrio judío, pero este… puto gobierno no ha hecho lo suficiente para tratar de apaciguar los ánimos entre ambos barrios, y nos dejan todo el trabajo a nosotros. Al este –Sango señala a la derecha del edificio –se encuentra el barrio latino, porque como su nombre lo dice, está repleto de personas que llegan de Latinoamérica; debo admitir que es uno de los que mejor me caen, aunque existen guerras de pandillas que poco a poco se han ido expandiendo hacia los otros barrios, causando líos, pero como siempre, nos dejan todo el trabajo. Hacia el oeste –Sango señala hacia la izquierda del edificio –está el barrio europeo, lleno de inmigrantes europeos de distintos estratos y orígenes; estos son los que menos problemas nos causan.

De repente, un sujeto alto, vestido con corbata, traje y sombrero negro, barba canosa, lentes y con un maletín a la mano, pasó por donde se encontraba Sango, y la saludó.

- Shalom, señorita Sango.

- Shalom, rabino –luego siguió su narración a la audiencia –ése es el rabino Yitzak Levi-Yoshida, líder de la sinagoga del barrio judío, mitad israelí y mitad japonés. Ha mantenido la paz y la armonía entre la comunidad y es un gran aliado en los pleitos surgidos entre las comunidades judía y musulmana en Tokio.

Sango se levantó del asiento y siguió paseando por los alrededores del edificio, relatando sus experiencias.

- Miroku y yo seguimos como pareja, aunque… con un agregado extra –Sango señaló a un restaurante de okonomiyaki, que estaba en el mismo cruce donde comenzaba el barrio musulmán –Conocimos a Ukyo Kounji, la propietaria del puesto; nos ayudó a sobrevivir teniendo que trabajar allí, por un pequeño salario y poco a poco fuimos aprendiendo el arte de preparar platillos muy extraños pero exquisitos. Luego, cuando ya teníamos suficiente confianza entre nosotros, me contó que un chico de su escuela llamado Ranma Saotome, iba a ser su prometido por un estúpido compromiso que hizo el idiota de su padre con el de Ukyo, pero… solamente fue una treta para que el padre se quedara con el puesto. Después hubo una amistad entre ella y nosotros… hasta que hubo algo más. Y desde ese momento somos trío –Sango se ruborizó al mencionarlo –Y también interviene en algunas de las tocadas tocando la batería, siendo el mejor que conozco, pues aprendió de la velocidad de Keith Moon de The Who, con la contundencia de John Bonham de Led Zeppelin.

- Mi hermano menor Kohaku tomó clases particulares en el departamento, gracias a la ayuda de unos amigos que se ofrecieron para darle ciertas lecciones. Sin embargo… últimamente hemos tenido algunas peleas y desacuerdos, pues se queja de que soy demasiado sobreprotectora con él –su rostro mostró preocupación –además de que también consiguió empleo en una tienda de instrumentos musicales, y gracias a su buen desempeño, el dueño le regaló en su cumpleaños, una guitarra eléctrica Gibson Les Paul, y muy pronto aprendió a tocarla. Pero también el dueño de la tienda me regaló una guitarra eléctrica: una Gretsch Duo Jet color negra; realmente no sabía tocarla, pero poco a poco aprendí también. Ahora está tomando clases en una escuela, aunque parece ser que ha tenido problemas para adaptarse, pues sus compañeros le hacen bullying con frecuencia, lo que provoca que termine metido en problemas.

- Sin embargo… -la voz de Sango se estremeció al continuar su narración –en todo grupo existe una oveja negra y esa se llama… Seta Soujiro –continuó un poco nerviosa –Cuando lo conocimos, parecía un chico normal, estaba trabajando en un crematorio de mascotas, a la vez que estudiaba la carrera de medicina, la cual sorprendentemente logró terminar en unos meses, recibiéndose con honores; él y Kohaku se hicieron muy buenos amigos, pues los dos compartían un negro pasado, no igual pero parecido, casi se hicieron hermanos y a su vez se convirtió en una especie de hermano para mí. Se le veía muy contento curando a la gente y preocupándose de la salud de los demás… hasta hace unas semanas, en que el Hospital que lo empleaba determinó despedirlo sin ninguna formación de causa, luego comenzó a expandirse el rumor de que él les daba a los pacientes medicinas no recetadas, por lo que su actitud pasó de ser optimista, altruista y desinteresado a neurótico, amargado, irreverente y muy cascarrabias; durante un tiempo fue un alcohólico y su comportamiento fue de mal en peor, por lo que tuvo que dejar la bebida y desde ese entonces no puede tomar una sola gota de alcohol. La única cosa que evita que ande lanzándoles pestes a los demás o que vuelva a la bebida es la música. Sus mayores méritos como músico son el piano, el órgano y el bajo, prefiriendo la música en inglés a la japonesa, también resulta ser un gran cantante e incluso muchos de nosotros lo reconozcamos, aunque él lo niegue. Una de las cosas que hace que pierda la calma es el maltrato a los animales, por lo que, si te ve maltratando a un animalito, especialmente a los gatos, entonces puedes estar seguro de que te habrás metido en un gran lío y te dará una paliza que te mandará al hospital al borde de la muerte; es un gran defensor de los animales y un vegetariano ferviente, por lo que se ha ganado el sobrenombre de "Perro loco". Casi siempre que sale a caminar o a alguna parte anda con el mismo atuendo: pantalón, chaqueta, zapatos y sombrero negro, por lo que la gente lo conoce con el otro sobrenombre de "El hombre de negro" o "El negro". Y ahora es el administrador del hotel, porque yo, como la dueña del mismo, decidí ponerlo en ese puesto para que se sintiera útil, porque también la falta de ocupación hace que se le "aflojen los tornillos". También se dedica al periodismo, publicando su propio periódico al que tituló "La Orquesta", el cual firma con el seudónimo de "El Hombre Orquesta", en el que publica artículos de opinión muy incendiarios que han causado cierta incomodidad y escozor en la población de Tokio.

- Y es aquí donde entra la última miembro del grupo –Sango señaló hacia la entrada del hotel, a una chica de estatura media, pelo azul corto, enorme busto, y usaba un distintivo parche blanco en el ojo izquierdo –Ryomou Shimei se unió a nuestro equipo por pura casualidad. Cuando Sou y yo regresábamos una noche de una presentación en la que terminó haciendo el ridículo por haber olvidado su discurso, ella apareció en una esquina y nos atacó sin razón; Sou la enfrentó y el combate parecía parejo, hasta que ella le dio una patada en el rostro que le tiró varios dientes, lo cual provocó que Soujiro se enfadara y su fuerza y velocidad se incrementaran, lo que asustó a Ryomou… y a mí. Él le dio una paliza tremenda, remató metiéndola en un bote de basura y la lanzó rodando por una calle inclinada; se detuvo justo enfrente del edificio, chocando contra otros contenedores de basura. ¿A que no adivinan quién rescató y cuidó de ella? –Sango señaló a una mujer de pelo negro largo, piel pálida y con cara de pocos amigos, que estaba montada en una motocicleta –Así es. Kikyo. Nuestra querida sacerdotisa también llegó con nosotros… y viva. Mientras Kikyo sacaba la basura esa misma noche, vio un bote de basura rodando sin parar, hasta que chocó con los otros contenedores; ella se asustó y vio que del contenedor que rodaba salió una mano humana, se acercó y era Ryomou severamente lastimada, por lo que no perdió el tiempo y la llevó a su habitación, la cuidó hasta que mejoró; Sou y yo fuimos a visitarla para ver cómo seguía; y un día que fuimos a visitarla, ella desapareció del cuarto. Ella siguió frecuentándonos, en especial a Sou, por quien ella fue sintiéndose atraída, principalmente por la personalidad irreverente de él, terminó rompiendo con su novio anterior y ahora los dos son pareja.

- En cuanto a mí en lo personal, como ya mencioné, soy la dueña del hotel y tengo que ver que todo funcione y de disponer de los recursos para su buen funcionamiento… aunque a veces los inquilinos suelen ser algo… desmadrosos. Pero eso luego veremos eso. También estoy estudiando para ser profesora, ya que me di cuenta de que me interesa la enseñanza.


Ella escuchó un sonido, vio su reloj de pulsera y al ver que eran las once de la mañana, ella huyó espantada de vuelta al edificio, le pidió al portero que la dejara entrar y se detuvo, exhausta por la velocidad a la que corrió.

- ¿S-s-s-saben por qué huí de la plaza? –Sango volteó la vista hacia la derecha, señalando hacia afuera. En la banqueta que daba hacia la plaza, que estaba frente al edificio, aparecieron cinco ancianos vestidos elegantemente, con sombreros, uno de ellos con un cartel; al colocarse en la banqueta colocaron el letrero, que decía "LOS VIEJOS LOCOS" se bajaron los pantalones, colocaron sus sombreros en el piso y comenzaron a bailar y a cantar: "Mi vieja mula ya no es lo que era, ya no es lo que era, ya no es lo que era". Hubo algunos gritos de mujeres por ver a un grupo de ancianos bailando en la vía pública y en calzoncillos.

- ¡¿Pueden creer que suceda eso?! –preguntó Sango desconcertada -¡No sé qué les suceda! Quizá estén seniles o solamente lo hacen para llamar la atención. Por cierto, debo ir al centro a verme con Ukyo, quedamos de vernos en el centro comercial, lo cual queda un poco retirado así que, pediré un taxi.

Sango se puso una mano a un lado de su cabeza para no ver a los viejos en calzoncillos, llegó el taxi y se subió a él. El chofer era un carnero antropomorfo, que vestía una playera hawaiana, lentes oscuros, y bermudas.

- Hola, Archie –Sango saludó al chofer.

- Hola, Sango –dijo el chofer -¿A dónde vamos?

- Al centro comercial –ordenó ella –tengo que verme con Ukyo.

- Tú ordenas –Archie arrancó y se dirigieron hacia allá. Puso su canción favorita "Gimme Little Sign" de Brenton Wood; en un alto él sacó una botella de Coca-Cola, la destapó y comenzó a beber.

- Archie… creí que ya habíamos hablado sobre esto –lo regañó Sango.

- Sí, lo sé –respondió él como si recibiera un regaño de su madre –Ya estoy bajándole al refresco, incluso Junior está vigilando lo que estoy tomando, ahora bebo una botella cada tres días, próximamente será sólo una botella por semana.

- Más te vale –le espetó ella –porque no queremos otro accidente por culpa de tu diabetes como la del mes pasado –Archie gruñó y en otro alto se tomó unas pastillas.

Llegaron sin dificultades al centro comercial, ella le pagó, el taxi se fue y ella se dirigió hacia la entrada donde la esperaba Ukyo muy emocionada.

- ¡Sango! –Ukyo levantó un brazo para indicar dónde andaba y se dirigió hacia allá.

- ¿Cómo estás? –Ella le dio un beso en los labios y entraron a la tienda de ropa, compraron algunas prendas que les gustaron, pero especialmente Sango necesitaba un traje formal ya que muy pronto se iba a graduar de maestra y necesitaba algo elegante. Terminaron de hacer las compras, pero cuando estaban en la caja para pagar, escucharon un grito:

- ¡Y que esto te sirva de lección! ¡No quiero que mezcles los jeans con los calzoncillos! –Sango y Ukyo corrieron hacia la fuente del barullo, y se encontraron con un conocido suyo. Era un sujeto mediano-alto, muy guapo, con peinado en pico de pato en ambos lados de la cabeza, vestido con camisa polo color violeta, jeans y sandalias. Portaba unos lentes oscuros en la cabeza. Usaba ademanes femeninos.

- La próxima vez que mezcles la ropa así como así, no verás la luz del día nunca más, entendiste cariño –le dijo amenazadoramente al que empaquetaba la ropa.

- ¡HONJOU KAMATARI! –gritó Sango furiosa, causando que él se sobresaltara asustado. Volteó lentamente la cabeza hacia atrás, y vio los rostros de Sango y Ukyo, enojadas y fijando sus miradas sobre él.

- ¡Ho-ho-ho-hola, Sango! ¡Ukyo! –respondió Kamatari nervioso -¡N-n-n-no esperaba verlas aquí!

- ¿Te diviertes atormentando a los paqueteros? –Sango volteó a ver al paquetero, todo golpeado de la cabeza y con moretones. Luego volteó de nuevo a ver a Kamatari y le ordenó con frialdad –Vacía tus bolsillos.

- ¿Mis… bolsillos? –preguntó Kamatari asustado.

- ¿Quieres que yo los vacíe por ti? –preguntó Ukyo fríamente.

- ¡Por favor, no hagamos una escena aquí! –suplicó él, pero inmediatamente las dos comenzaron a vaciar los bolsillos de Kamatari; algunas cosas no eran muy relevantes: celular, billetera, llaves… hasta que notaron un extraño bulto de color beige: un calcetín repleto de centavos.

- ¡¿Otra vez andas dando calcetinazos a cualquiera?! –exclamó Sango molesta.

- ¡Oye, no a cualquiera! ¡Solamente a aquellos que no me atienden como yo quiero! –se justificó Kamatari –Sin embargo el servicio aquí es pésimo, pues no te atienden como tú quieres, no acomodan tu ropa de la forma que tú quieres—

- ¡Si no fueras tan quisquilloso, entonces no tendrías problemas! –repuso Ukyo, luego se dirigió a Sango –Oye, vámonos ya, que esta noche vamos a ponernos… ardientes.

- Ji, ji, ji, ji –rió Sango tímidamente sin saber que Kamatari aún estaba allí.

- ¡Oh, ya entiendo! –se burló Kamatari -¡Van a hacer el ñaca, ñaca, ñaca!

- Y a ti qué te importa, locota –repuso Sango tajante.

- ¡Oigan! –dijo Kamatari viendo hacia afuera de la tienda -¿No son esos Soujiro y Margaro?

- ¿Qué demonios…? –dijo Ukyo y los tres fueron hacia dos sujetos: uno con apariencia de judío cargando sobre sus hombros a otro con aspecto de vago; un sujeto de mediana estatura, ojos azules, pelo negro azulado, una larga barba del mismo color; chaqueta, pantalones, zapatos y sombrero de fieltro negro; el otro sujeto era mediano-alto, de tez oscura, pelo desgarbado con canas y barba desaliñada; vestía una chaqueta azul vieja, pantalones de mezclilla rotos y unas sandalias y parecía estar ebrio.

- ¿Qué están haciendo aquí? –preguntó Sango al sujeto con aspecto judaico.

- ¡Ustedes qué creen! ¡Me llamaron los de seguridad del centro comercial y dijeron que vieron a un vago con la descripción de Margaro rondando por aquí en estado de ebriedad! –dijo Soujiro cansado dejando al otro sujeto sentado en una banca.

- Oyeeeee –dijo el sujeto con aspecto de vago, tratando de coordinar las palabras –Yo nooo eshtaba hashiendo nadaaaaaa maloooooo, ¿verdaaaaaad, compadreeeeeee?

- Margaro… -Sango se llevó la mano al rostro en señal de fastidio –De acuerdo, vámonos de inmediato antes de que lo vea la policía.

- Nada más que no me vaya a lanzar su fétido aliento –repuso Soujiro molesto, pero al ver a Margaro tirado en el suelo riendo como loco, Soujiro se puso rojo como un tomate. Lo agarró de los brazos y lo arrastró por el suelo -¡Ya cállate, no me lo facilitas nada!

La escena fue de lo más bochornosa para ellos: un sujeto haciendo barullo en medio de una multitud en estado de ebriedad, siendo arrastrado por el suelo. Llegaron a la salida, Sango llamó a Archie para que se llevara a Margaro de vuelta al edificio.

- ¡Por favor, Sou amigo, dame una oportunidad! –imploró Margaro pero Soujiro le gritó exasperado.

- ¡Será mejor que vayas empezando a dejar de beber porque si no lo haces te partiré la…!

- ¡Shhht! ¡Cállate! –le dijo Ukyo en voz baja.

- ¡Asegúrate de que llegue a la entrada! –exclamó Sango.

- ¡Tú eres la jefa! –respondió Archie y se fue de ahí con Margaro adentro. Todos suspiraron aliviados de que finalmente terminó.

- Eso estuvo cerca –dijo Soujiro aliviado y después comenzó a gruñir –En serio, si Margaro no puede controlar sus vicios, voy a tener que echarlo del edificio.

- Ay, por favor –dijo Sango sin darle importancia –Además, tú ya pasaste por cosas como esta, incluso peores ¿lo recuerdas?

- Ni quisiera que me lo recordaran –gruñó Soujiro –Bueno, tengo que volver al edificio, van a llegar nuevos inquilinos y como gerente tengo que ir a recibirlos.

- ¡¿Qué?! –preguntó Sango sin entender -¡¿Por qué no me dijiste que vendrían nuevos inquilinos?!

- ¿Acaso no checaste tus mensajes? –respondió Soujiro cínicamente. Sango revisó su celular y vio que tenían demasiados mensajes de Soujiro no leídos. Sango lanzó un gruñido.

- Ok, las dejo –Soujiro se alejó de ellas y montó una mini moto.

- Bueno, Sango –intervino Ukyo -¿no quisieras ir a comer a alguna parte? Hoy no quiero cocinar.

- La verdad tenía pensado ir a comer italiano con Francesco –dijo Sango sintiendo cómo el estómago le gruñía.

- ¡Pues vamos! –dijo Ukyo alegre.


Una vez en el restaurante, las dos se sentaron en un asiento mullido una frente a la otra. Fueron recibidas por el gerente, quien ya las conocía. Era joven, robusto, de estatura mediana y con un bigote pronunciado hacia arriba.

- ¡Hey, señorita Sango! ¡Señorita Ukyo! –dijo el gerente con un marcado acento italiano -¿Cómo están el día de hoy?

- Bien, gracias Lázaro –respondió Ukyo -¿Cómo están tus papás?

- Ehhhh… -de repente su alegría se convirtió en melancolía –Lamentablemente mis padres ya tramitaron los papeles de divorcio y no sé por el momento qué pasará con mio negocio. Mamma mía.

- Lamentamos escuchar esa noticia –se compadeció Sango del pobre hombre.

- Bueno, dejando a un lado el asunto –Lázaro recobró su alegría habitual -¿Qué les sirvo?

- Yo pediré unos ravioli y un refresco –dijo Sango.

- Esta vez pediré el calzone –dijo Ukyo. Mientras les traían el pedido comenzaron a platicar.

- Escucha, no me gusta inmiscuirme en tu vida privada –dijo Ukyo con tono pícaro –Pero un pajarito me dijo por ahí que Kohaku está otra vez en problemas en la escuela.

- Lo sé –dijo Sango con amargura –otra vez me avisaron de que lo molestaban los compañeros y él les cambió la leche fresca de la escuela por leche agria y terminaron enfermándose. ¿Pero cómo saben que fue él? Es decir, ¿qué pruebas tienen de que él lo hizo?

- ¿Ya cuantos reportes lleva acumulados? –preguntó Ukyo curiosa.

- Como unos cuatro –continuó la pelinegra con el mismo tono –y dicen que si no se comporta, la próxima ya es expulsión.

- Lamento escuchar eso –dijo Ukyo. En ese momento se oyó el sonido de una motocicleta que se apagaba afuera del restaurante.

El usuario de la motocicleta vestía con chaqueta de cuero negra, pantalones de mezclilla y llevaba un brazalete en el brazo con la forma de la Cruz Roja. Se quitó el casco y era una mujer: tenía el cabello largo de color negro, piel pálida y ojos serios. Entró al restaurante fue al mostrador y pidió un trozo de pizza y un refresco; al terminar de hacer su pedido se dio vuelta y vio a Sango y Ukyo sentadas cerca.

- ¡Hola chicas! –dijo la mujer alegre.

- ¡Hola Kikyo! –le saludaron las dos. Ella se sentó del lado de Sango mientras esperaba su orden.

- ¿Cómo vas con tus rondas? –preguntó Ukyo.

- ¡Pufff! –exclamó Kikyo exhausta –Hoy estuvo más movido que el día de ayer. Recogí a un par de ebrios que protagonizaron una pelea en el bar de Juanito en el Barrio Latino. Traté de curar sus heridas, pero los tipos seguían peleando con todo lo que tuvieran a la mano, hasta que finalmente llegó la policía para separarlos y arrestarlos. Por cierto, acérquense –Sango y Ukyo se acercaron a Kikyo quien adquirió una actitud misteriosa –Saben que no soy partidaria del chisme, pero hay algo que tienen qué saber de una vez.

- ¿Qué cosa? –preguntó Sango extrañada.

- Se trata de Ishizu –prosiguió Kikyo –parece que otra vez ella y Kaiba se pelearon de nuevo.

- No puede ser – dijo Ukyo con fastidio, llevándose una mano al rostro –le dijimos que ya terminara con él de una vez por todas.

- ¿Y cómo sabes eso? –preguntó Sango.

- Antier, cuando estaba haciendo las rondas en el hospital –explicó Kikyo en voz baja –la vi y la saludé, pero me evadió el saludo. Me acerqué y me pidió que no me acercara, le pregunté por qué pero ella se empezó a poner inquieta. Alcancé a fijarme que tenía moretones en el cuello, en los brazos y en el rostro. Sospecho que de nuevo tuvo una pelea con Kaiba, pero son sólo conjeturas. Tal vez mi hermana sepa un poco más si se lo preguntan.

- De acuerdo –dijo Sango con seriedad –Soujiro, Ryomou y yo nos encargaremos de hablar con ella –En ese momento, llegaron los pedidos de las tres. Mientras comían, Kikyo cambió el tema de conversación.

- ¿Y a ustedes cómo les fue? –preguntó Kikyo.

- Pues… -dijo Ukyo mientras devoraba su calzone –Todo iba bien en el centro comercial, hasta que nos topamos con Kamatari reclamándole a uno de los encargados por una cosa sin importancia. Luego apareció el pesado de Márgaro, el conserje, todo borracho y ahí estaba Sou con la cara toda colorada; tuvo que llevarlo arrastrando hasta el estacionamiento y le pedimos a Archie que lo llevara de vuelta al edificio.

- ¡Qué envidia les tengo! –exclamó Kikyo indignada –Me hubiera gustado estar ahí para grabarlo todo.

- Por cierto –dijo Sango mientras comía los ravioli -¿Viste al grupo de viejos cómo estaban bailando esta vez?

- Ah, sí –Kikyo soltó una risita –hasta les di unos 50 yenes –al oír esto, Ukyo casi se ahogaba.

- ¡¿50?! –exclamó Ukyo, mientras se recuperaba -¡Yo no les hubiera dado más de 20!

- Yo no les hubiera dado ni un centavo –repuso Sango molesta –Eso ya es una burla a la dignidad y al pudor. No sé por qué la policía no ha hecho algo al respecto –procedió a beber su refresco.

- Déjalos –dijo Kikyo tranquilamente –además ya están jubilados, no tienen ninguna ocupación y la gente no lo considera una ofensa, sino como algo divertido.

- No veo qué tiene de divertido bajarse los pantalones en la vía pública y ponerse a bailar con solamente sus calzoncillos y cantando algo tan idiota como "Mi vieja mula ya no es lo que era, ya no es lo que era, ya no es lo que era"–refunfuñó Sango con sarcasmo. Ukyo y Kikyo se rieron de la imitación de Sango de la canción de "Los viejos locos".

- Ya, relájate –le sugirió Ukyo todavía riéndose –Además, ya sabes que muy pocas veces repiten la misma rutina. Mañana a ver con qué salen.

- Es lo que me temo –dijo Sango nerviosa –Bueno, ya tenemos qué regresar al edificio. Debo conocer a los nuevos inquilinos.

- Yo tengo que ir con Kaede a la competencia de motocross –dijo Kikyo.

- Aún no entiendo cómo es que la anciana Kaede le guste un deporte extremo como lo es subirse a una cuatrimoto –dijo Ukyo.

- A mí también me sorprende, a su edad –dijo Sango.

- Son cosas de ella –dijo Kikyo –Bueno, me voy. Nos vemos a la noche –Kikyo pagó la cuenta, se subió a su moto y se alejó de allí.

- Vámonos también, ¿no? –sugirió Ukyo y ambas pagaron la cuenta y se fueron en dirección hacia el edificio.


Mientras Sango y Ukyo caminaban por la plaza principal, vieron que "Los viejos locos" se ponían de nuevo sus pantalones y se marchaban. Al llegar a la entrada principal saludaron al portero.

- ¡Hola, don Marcelino! –exclamó Sango al portero. Al salir apareció un hombre alto, de entre 50 y 60 años de edad, canoso, con algunas arrugas, pero de buen porte, vestido de guardia de seguridad. Les habló con acento argentino.

- ¡Cómo están señoritas! –las saludó don Marcelino -¡Ahorita mismo les voy a abrir! –procedió a abrir la puerta y ambas pasaron a la caseta para saludarlo.

- ¿Cómo sigue su salud? –preguntó Sango.

- Un poco mejor, gracias –respondió don Marcelino –Marcelo me llevó con el doctor y afortunadamente la gripa se está yendo poco a poco. ¡Achuuuuu!

- Salud –dijeron las dos a la vez.

- Gracias –respondió el portero.

- Bueno, que se mejore –dijo Sango mientras se alejaban.

Al llegar al piso donde se hallaba su apartamento, Ukyo se acordó de una cosa.

- Oye, ¿recuerdas que hay que darle de comer a Sammy?

- ¡Es cierto! –dijo Sango –Vamos para allá.

Ambas se dirigieron al sexto piso y llegaron al quinto cuarto. Era un cuarto frigorífico repleto de carne congelada. Tomaron toda la que podían cargar y se dirigieron hacia el cuarto de al lado con el número 6, abrieron la puerta y Sango saludó.

- Hola, Sammy –dijo Sango. Pero en vez de un saludo, lo que salió del cuarto fue un potente rugido.

- ¡GRRRRRRAAAAAAARRRRRGGGGHHHHH! –rugió Sammy. Ninguna de las chicas se inmutó ante el rugido de la cosa.

- Ya te trajimos la comida –dijo Ukyio -¿Estás listo?

- ¡GRRRRRRAAAAAAARRRRRGGGGHHHHH! –volvió a rugir Sammy.

- ¡Aquí vamos! –ambas lanzaron las piezas de carne congelada hacia dentro del cuarto y se escuchaban los mordiscos que hacía Sammy al devorar toda la carne. Pasaron unos minutos hasta que…

- ¡BUUUURRRRRPPPP! –Sammy lanzó un potente eructo indicando que ya estaba satisfecho.

- De acuerdo, Sammy, nos vemos mañana –dijo Sango con una sonrisa.

- ¡GRRRRRRAAAAAAARRRRRGGGGHHHHH! –rugió Sammy y Sango cerró la puerta.


Ambas se dirigieron al cuarto. Ukyo se dirigió hacia su recámara mientras que Sango procedió a cambiarse de ropa para saludar a los nuevos inquilinos.

- ¡Ukyo, voy a visitar a los nuevos inquilinos y a saludarlos! ¿Ok? –gritó Sango.

- ¡Muy bien! –respondió ella desde su cuarto -¡Pero no te tardes! ¡Estaré esperándote!

Sango se puso su ropa de cuando vivía en la época feudal, la cual le resultaba más cómoda y se sentía de nuevo ella misma. Soujiro le había dejado las instrucciones de dónde se alojaban los nuevos inquilinos y Sango fue a recibirlos.

Eran un grupo de chicas de secundaria muy particulares: dos rubias de ojos azules, una de ellas con un par de odangos en su cabello y la otra con un enorme moño rojo; otra era peliazul con gafas, otra pelinegra, otra alta y de pelo castaño con cola de caballo. Junto a ellas venían otras cuatro mujeres mayores que ellas: una rubia de pelo corto, una de pelo verdoso y ondulado, otra de pelo largo color verde oscuro y piel bronceada y la última era una jovencita de pelo negro mediano y piel pálida.

- Bienvenidas al Hotel California –se presentó Sango –mi nombre es Sango y soy la dueña.

- Te lo dije, Rei –dijo la rubia con el moño rojo en la cabeza a la pelinegra –ahora págame.

- De acuerdo –refunfuñó la pelinegra mientras sacaba unos yenes de su bolsillo.

- Queremos un cuarto para todas –pidió tímidamente la peliazul -¿Existe alguno?

- ¡Esperenme! –gritó una voz masculina detrás mientras corría a toda prisa, pero corrió tan rápido que no tuvo tiempo de frenar y chocó contra todo el grupo de chicas.

- Eso me dolió –se quejó la de pelo castaño, sobándose la cabeza.

- ¿Alguien tomó el número del que me golpeó? –dijo la de los odangos en la cabeza con los ojos en espirales.

- Disculpen –se levantó el sujeto apenado, ayudando a las nuevas inquilinas a levantarse –Yo soy Seta Soujiro, el gerente del edificio. Lamento el inconveniente.

- ¡¿Dónde rayos estabas?! –susurró Sango molesta.

- Luego te explico –le susurró Soujiro –Bueno, necesito que me den sus nombres para poder anotarlas en la base de datos del hotel y registrarlas en su habitación, por favor –sacó una lista y una pluma para anotar.

Cada una de ellas se fue presentando:

- Serena Tsukino –dijo la de los odangos en la cabeza.

- Ami Mizuno –dijo la peliazul.

- Rei Hino –dijo la pelinegra.

- Lita Kino –dijo la alta de pelo castaño.

- Mina Aino –dijo la de moño rojo.

- Haruka Tenoh –dijo la rubia de pelo corto.

- Michiru Kaioh –dijo la de pelo verde ondulado.

- Setsuna Meioh –dijo la de piel bronceada.

- Hotaru Tomoe –dijo la pequeña pelinegra.

- Muy bien, las llevaré a su habitación. Síganme –Soujiro guió a las chicas a su habitación. Al llegar se detuvieron en la entrada.

- Antes de entrar a su habitación –indicó Soujiro –tienen que colocar su palma en este lector, para que la puerta pueda reconocer solamente a las que van a vivir ahí, ¿de acuerdo?

Todas asintieron y una por una, colocaron la palma de sus manos en el lector y una voz femenina decía el nombre de cada una seguido de la palabra "Confirmado". Luego entraron Soujiro y las chicas y lo que vieron ellas las asombró.

La habitación parecía sacada del mundo de Harry Potter: una enorme sala de estar con una televisión enorme, sillones circulares, una cocina… subiendo las escaleras estaban las habitaciones de cada una con su nombre para identificarlas.

- ¡Esto es sorprendente! –exclamó Mina con enormes ojos.

- ¡Ya quiero ver mi cuarto! –exclamó Rei igual de asombrada.

- De acuerdo –intervino Soujiro –parece que les gustó todo lo que puede ofrecer el cuarto. Ojalá disfruten su estadía aquí. Si necesitan algo o tienen dudas, pueden contactarme o con Sango.

- ¿Cuánto va a costarnos esta habitación? –preguntó nerviosa Ami –Porque… tantas cosas de repente… no creo que vaya a ser económico.

- El pago es mensual –dijo él –son unos 1000 yenes al mes.

- ¿1000? –preguntó sorprendida Setsuna –Eso es más económico que la habitación en la que vivíamos antes.

- ¿Tienen internet? –preguntó Haruka.

- Internet, agua fría y caliente, gas –explicó él con tranquilidad –Bueno, si no tienen otra duda, yo me retiro. Disfruten su estadía.

- Muchas gracias, señor Soujiro –dijo Michiru con amabilidad.

- Por favor, sólo dignme Soujiro –dijo él cortésmente –no soy tan grande como para que me "señoreen". Con permiso.

Una vez que Soujiro cerró la puerta de la habitación, se dejó caer en el suelo y lanzó un suspiro de cansancio.

- Voy a matarlo –murmuró mientras regresaba a su cuarto –De veras voy a matarlo.


Fin de la primera parte