Título: in a daze
Tema: #6 — Recorte


En un principio, todo es oscuridad.

Sus manos buscan torpemente algo de donde sostenerse, y sólo encuentran vacío. El espacio negro que se extiende hasta donde sus ojos pueden alcanzar a ver y hasta donde sus manos alcanzan a sentir. Todo es negro, absolutamente negro y Matsukawa sigue buscando algo sólido, y al fin, encuentra algo.

—Me estás pellizcando —le dice Hanamaki, ni siquiera suena alarmado, sólo parece como si estuviese haciendo una observación del clima.
—No —contesta Matsukawa, porque de verdad no lo está pellizcando, a duras penas tocó su brazo. Bajo su toque, el cuerpo de Hanamaki se mueve, encogiéndose de hombros y Matsukawa lo suelta inmediatamente.

Es una bonita forma de empezar el día, piensa. Si a uno le gusta empezar el día encerrado en un armario de escobas con su mejor amigo, y tratar de evitar el pánico que empieza cuando se da cuenta que ha dejado las llaves afuera, porque, como no, él encargado de las llaves es Oikawa y Hanamaki sólo quería ser amable sacando algo del armario.

Ahora que piensa en Oikawa, ¿quizá él ya debería haberse dado cuenta de su ausencia? La pregunta está encerrada en unos enormes signos de interrogación, porque lo más probable es que Oikawa se haya dado cuenta, pero quiera dejarlos sufrir un rato. Y la razón es tan difusa como Hanamaki al frente suyo, y si vuelve a preguntarse porqué él estaba con Hanamaki, la respuesta es aún peor. Ni siquiera se atreve a decirla, prefiere, más bien, dejarla ir, ignorarla, borrarla por completo de su mente.

Lo acompañé porque me lo pidió y no pude decir que no.

A su lado, Hanamaki se mueve y el ruido sordo que produce su movimiento es puntuado por un largo suspiro. Matsukawa decide imitarlo y se sienta a su lado.

—Supongo que no trajiste tu teléfono —le comenta.
—No.
—Una lástima, podrías estar enviándole mensajes pervertidos a Oikawa.
—Él tampoco tiene su teléfono.
—Da igual. Podrías estar haciéndolo.

Hanamaki no se ríe y eso es una mala señal. La cabeza de Matsukawa empieza a trabajar a toda velocidad, buscando alguna manera de distraerlo, cualquier tema de conversación, por tonto que pareciese, sería útil en este momento. Sin embargo, sus intentos resultan infructuosos y muy pronto, empieza a sentir un leve temblor a su lado: Hanamaki moviendo su pierna rítmicamente y susurrando algo débilmente.

Matsukawa opta por estirar las piernas, empujando levemente a Hanamaki con el movimiento, éste se detiene por unos segundos y le devuelve el empujón con más fuerza, Matsukawa a su vez, responde y después de unos minutos de empujones, la espalda de Matsukawa choca con una escoba, que cae con un ruido casi ensordecedor en el silencio del cuarto.

El tiempo se detiene. Trata de decir algo, pero no logra formar las palabras y cuando Hanamaki vuelve a su posición anterior, siente que ha hecho algo mal.

Bueno, quizá sí hizo algo mal. Para empezar, acompañó a Hanamaki, porque tenía cierta aprehensión, un extraño presentimiento que algo iba a pasar si lo dejaba ir solo; ése había sido el primero error. Y quizá, el más grande, porque si no lo hubiese acompañado, no habría dejado cerrar la puerta atrás suyo, tampoco habría adivinado la cara de terror de Hanamaki cuando se vio encerrado y mucho menos estaría buscando frenéticamente alguna distracción para que se le olvidara el predicamento en el que estaban.

Afuera, en el gimnasio, escucha un ruido. Matsukawa identifica la voz de Yahaba. Hay otra voz, probablemente Watari y luego, le sigue el resto del equipo. Iwaizumi entra de último, gritándole algo a Oikawa, Matsukawa distingue su nombre entre sus exclamaciones. Oikawa hace un ruido que Matsukawa nunca le había escuchado hacer y el resto del equipo detiene sus charlas. Matsukawa adivina que lo miran, expectantes.

—¡Iwa-chan! —exclama Oikawa y antes de que este conteste, escuchan el chirrido de sus tenis contra el suelo.
—Lo había olvidado —comenta Hanamaki, hay amargura en su voz.
—Ya sabes cómo es… —empieza a decir Matsukawa, para después negar con la cabeza, a pesar de que Hanamaki no lo ve—. Las va a pagar.

Hanamaki suelta una risita y murmura algo que Matsukawa no alcanza a entender. Lo siente estirar las piernas y darle otro empujón, no recibe respuesta al gesto.

—Dejé cerrar la puerta —le dice—. Lo siento.
—Ya, ya —contesta Hanamaki y le da una palmada en la espalda, aunque el golpe es algo débil, Matsukawa reconoce que está haciendo un esfuerzo—. Es mejor estar encerrado con compañía.
—Supongo.

No alcanza a decir algo más, pues escucha los pasos de Oikawa acercarse rápidamente y cuando llega a la puerta, escuchan su voz.

—Makki, Mattsun, ¿están ahí?
—No podemos estar en otra parte —contesta Matsukawa, tal vez suena un poco enojado. Oikawa parece reconocer su malgenio a juzgar por su falta de respuesta y, después, escuchan las llaves en la puerta.

Tan pronto la puerta se abre, Hanamaki sale disparado de su sitio, y sin hacer caso de Oikawa, ni sus disculpas y mucho menos de Matsukawa, camina lo más lejos posible del cuarto.

—No vuelvo a hacerte ningún favor —le dice a Oikawa, éste trata de decir algo, pero es Matsukawa quien lo interrumpe.
—Ningún favor.

Esa noche, cuando Matsukawa al fin logra encontrar una silla vacía entre el tumulto del metro, sólo puede cerrar los ojos y recordar el leve temblor del brazo de Matsukawa bajo el suyo.

. . . .

La cabeza de Matsukawa es una colección de pequeños momentos: buenos, malos, tristes y felices. Cada momento se ha impreso en su mente, como si ésta fuese un enorme lienzo, todos los colores de sus momentos sobreponiéndose unos a otros. Matsukawa es capaz de reconocerlos, y asociar cada todo a alguna persona: los rosados a su madre y su paciencia infinita, el café de su padre y sus carcajadas retumbando por toda la casa, el naranja de su hermana con su gusto por la música pop de moda y su tendencia a estudiar hasta altas horas de la noche; y el azul de su hermano menor, un pequeño demasiado callado para su edad, pero con una inteligencia enorme y tantas ideas en su cabeza, que Matsukawa se siente abrumado.

Sus compañeros de equipo son todos colores brillantes, incluso Iwaizumi, quien podría ser, quizá, un color oscuro, pero Matsukawa lo asocia a cierto tono amarillo similar al color de la paja; después está Oikawa, con su característico turquesa salpicando aquí y allá. Y luego, está el color que resalta más entre todos, fácil de distinguir entre líneas, manchas y curvas, sube y baja, en un tono casi salvaje y al verlo, Matsukawa siente que su cuerpo vibra con un sentimiento similar a la impaciencia, las ganas de moverse, saltar, gritar, hablar hasta que su garganta no pueda producir un sonido más, para luego tirarse en el piso, cerrar los ojos y dejar que la brisa soplase a su alrededor, refrescante y tranquila.

No puede decir con exactitud en qué momento el color empezó a dominar el lienzo de su vida, sólo puede estar seguro de su presencia, allí cuando todo se vuelve más oscuro, cuando todo se ha roto y la esperanza parece perdida.

Es muy temprano, cree, para estar pensando en colores y mucho menos para asociarlos con personas. Está seguro de que si Oikawa se enterara, no podría superarlo durante el resto de su vida.

Y, hablando de Oikawa, ahí está esperándolo. Está recostado contra una columna y lo mira con aire despreocupado, está silbando una canción de moda mientras se mira las uñas. Es cuando lo ve así, tranquilo y sonriente, que Matsukawa se preocupa.

—Buenas —le dice. Oikawa lo mira de la cabeza a los pies y sonríe… Sonríe. Quizá debería estar un poco asustado.
—Llegas temprano —contesta Oikawa, y antes de que Matsukawa pudiese hablar, agrega—: Sí, ya sé, Iwa-chan nos dijo mil veces ayer que más nos valía llegar temprano. Pero me sorprende.
—A mí me sorprende que no estés con Iwaizumi.
—Está dentro, en el gimnasio. Con Makki.

Matsukawa no contesta y, sin embargo, sus pasos se vuelven un poco más lentos. No hay razón para ello, al menos no una de la cual él esté consciente, hay algo que su propio cerebro le está ocultando y le hace caminar más despacio, sentirse nervioso y con cierta ansiedad. Tal vez sea el inminente inicio de su último campamento de entrenamiento.

Cuando entra al gimnasio, Iwaizumi tiene los brazos cruzados y parece estar sumido en una seria conversación con Hanamaki. Ambos saltan cuando escuchan la puerta del gimnasio abrirse, comparten una mirada cómplice y dejan de hablar. Oikawa no hace observación alguna al respecto y Matsukawa pretende que no los vio, a pesar de la curiosidad que le pica con insistencia.

—Vaya —comenta Hanamaki—. Nuestra seriedad es admirable. ¿Teníamos que tomarnos a pecho la recomendación de llegar temprano?
—Por mi parte, no me agrada tener a Iwaizumi enojado conmigo. Ésa es la misión de Oikawa —contesta Matsukawa. Oikawa hace un ruido de protesta.

Sin decir más, los cuatro toman las pesadas maletas que cargan y caminan con paso lento hacia el bus, que los espera un poco más allá, en la parte trasera de la escuela. Oikawa les indica que guarden sus cosas en el maletero y tan pronto lo hace, Matsukawa lo ve salir corriendo, (tal vez casi saltando), a reunirse con un grupo de chicas de segundo que llamaban su nombre.

Matsukawa se deja caer sentado junto a Iwaizumi.

—Es un fastidio, ¿no? —comenta, mirando a Oikawa. Iwaizumi se encoge de hombros—. Me parece un milagro que no lo estés regañando.
—Espera a que san las siete —sentencia Iwaizumi, después de mirar su celular.
—Ya veo. Hanamaki, tienes que tener preparado tu… ¿Hanamaki? —Matsukawa juraría que lo había visto sentando junto a Iwaizumi cuando había llegado. Y aunque mira alrededor, no ve a su compañero.
—No tengo idea —contesta Iwaizumi a la pregunta que no ha formulado. A Matsukawa le parece que tiene una muy buena idea de qué pasa, pero se abstiene de comentarlo.

También se abstiene de decir algo cuando Hanamaki aparece justo cuando todos están empezando a subir al bus y sin medir palabra, se sienta junto a Iwaizumi. Oikawa ocupa su lugar junto a Matsukawa.

—Increíble —comenta éste.
—Para nada, Mattsun. Es normal que quiera pasar un rato con mis otros compañeros de equipo.
—No hablaba de eso.
—Supongo que no.

Matsukawa decide no contestar. A veces le da la impresión que Oikawa sabe más cosas de las que deja entrever y no le sorprendería que en verdad fuese así. Si hay algo que tiene que admitir de su capitán, es que es una de las personas más observadoras que ha conocido, quizá hasta uno de los más inteligentes.

Tal vez, no debería pensar cosas tan positivas de Oikawa. Quién sabe si él podría leerle la mente.

Con su mente en blanco, se concentra en los edificios que ve pasar. Altas estructuras de cemento, pintadas con sobrios colores; no puede evitar fijarse en las cortinas y en los carros que alcanza a ver parqueados al frente.

Estos son sus últimos meses de secundaria, luego vendrá la universidad, una nueva vida, la transformación en un adulto funcional y útil para la sociedad. No lo ha pensado bien, quizá ha evitado el tema un poco.

El autobús se detiene en un semáforo y Matsukawa ve un edificio verde que llama su atención, es el mismo tono que el color de su uniforme. No es particularmente bonito, es incluso idéntico a todos los otros. Sin embargo, alcanza a distinguir el amplio pasillo que atraviesa la edificación justo por la mitad y es lo que ve lo que no le permite quitarle la mirada de encima: el pasillo se extiende hasta un patio que da la impresión de ser amplio, y de largas cuerdas transparentes cuelgan diminutos parasoles de colores brillantes.

—¿Hay algún festival? —le pregunta a Oikawa, señalando el edificio.
—No que yo sepa —contesta éste, observando la decoración con aparente fascinación—. Supongo que quieren que el pasillo se vea bien. Quiero decir, si quitas los parasoles…
—Se ve un poco triste —completa Matsukawa. Oikawa asiente al mismo tiempo que el bus arranca de nuevo.

Quizá le gustaría vivir ahí. Si va a tener vecinos que decoren los pasillos con parasoles sin razón alguna, está seguro de que es un lugar que valdría la pena.

Sin embargo, Matsukawa también sabe que quiere salir. Vivir lejos de aquella pequeña ciudad; no es que no la quisiera, sólo piensa que le gustan los lugares más grandes, atestados de gente, el ruido y bullicio de las avenidas. Gente de todas las nacionalidades y culturas en un solo lugar.

—Oikawa, ¿qué vas a hacer después?
—Mattsun… —Oikawa parece sorprendido, su expresión se compone al entender la pregunta—. En el futuro… Vóley profesional. O medicina. O ambas cosas. Ambas cosas estarían bien.
—¿Medicina?
—Sí.
—Pensé que eras del tipo Área 51, Expedientes X y esas cosas —dice Matsukawa, entre bromista y serio.
—Bueno, yo pienso que tú eres del tipo coleccionista de gatos y pianista ermitaño.
—Lo siento… ¿Coleccionista de gatos?
—Makki me lo contó… Que la otra vez un ejército de gatos te siguió hasta tu casa. Se veía tierno —comenta, mostrándole una foto en su celular. Matsukawa mira hacia dónde cree que Hanamaki está.
—Hablando en serio, Mattsun, ¿qué vas a hacer cuando acabes la secundaria?

Matsukawa se encoge de hombros y vuelve a mirar por la ventana, de nuevo, los grises edificios de apartamentos se suceden tan cerca uno de los otros, que muy pronto los límites entre ellos se vuelven difusos. Como hipnotizado, Matsukawa cierra los ojos y se deja llevar por el sueño.

. . . .

Curiosamente, la oscuridad ha sido la que más le ha traído sorpresas a Matsukawa.

Durante su tercera noche de campamento, un ruido seco lo despierta. Está en un punto entre el sueño y el estado de alerta, así que a duras penas escucha el viento, los ronquidos de alguien y otro que habla dormido. Cuando empieza a deshacerse de la pesadez de sus párpados, lo escucha con más claridad.

Un crujido, y alguien murmurando.

No sería extraño, piensa, que hubiese un fantasma allí. El lugar donde se están quedando es un pequeño que aunque parece limpio y bien cuidado, tiene varios siglos de existencia. La presencia de un espectro no sería extraña a Matsukawa.

De manera que, hace lo que cualquier otra persona haría: se levanta, y con toda la cautela posible, se coloca unos zapatos. Con su celular en la mano, preparado para grabar un vídeo, abre la puerta de la habitación y da un paso fuera.

El crujido se escucha más claro, las maldiciones también y Matsukawa siente un temblor de emoción en su cuerpo. El pasillo se extiende hacia ambos lados, Matsukawa recuerda que a la izquierda está el baño y hacia la derecha, al fondo, hay una ventana; y es allí donde distingue una sombra.

Avanza varios pasos, con el corazón latiéndole a toda prisa en el pecho y está a punto de decir algo similar a esos programas de fantasmas que tantas veces ha visto en la televisión, cuando la sombra en la ventana se voltea abruptamente.

Otra de las sorpresas que la oscuridad le ha traído a Matsukawa, es descubrir que puede reconocer a Hanamaki, incluso si lo que ve es una silueta deforme, con el cabello despeinado y envuelta en una cortina.

No es una sorpresa desagradable.

—¿Qué carajos haces? —le pregunta.
—Quería cerrar la ventana —contesta Hanamaki, tratando de deshacerse del enredo de la cortina.
—Es verano.
—Cualquier bicho puede entrar —. Hanamaki al fin resurge del enredo, y se acomoda el cabello con la mano.

Matsukawa suspira pesadamente y vuelve la mirada al pasillo, con intención de volver al cuarto. Hanamaki, sin embargo, parece tener otra opinión.

—No tengo sueño —le dice.
—Yo tampoco —contesta Matsukawa, sin dudarlo.

Es Hanamaki quien lidera el camino, moviéndose con lentitud quizá deliberada, atraviesa los pasillos del hotel y desciende las escaleras, evitando con agilidad algunos puntos. Matsukawa se da cuenta que son las partes de la escalera que crujen cuando él mismo pisa una de ellas y el chasqueo que produce es tan fuerte que casi le parece escuchar un eco.

El hotel donde están pasando su campamento de entrenamiento, queda cerca a la playa. Esto les ha brindado un par de oportunidades para jugar vóley cerca al mar; y aunque ha sido una parte importante en su entrenamiento, la atracción principal es la enorme cancha a unas pocas cuadras de allí.

Era en la cancha en donde pasaban la mayor parte del tiempo, para después ir a la playa y volver directamente al hotel. No habían tenido demasiado tiempo de nadar un rato, ni siquiera de caminar por ahí. Matsukawa incluso sospechaba que no podrían tener un rato para ellos mismos en lo que restaba del campamento.

—Estoy cansado —comenta Hanamaki—, pero no siento sueño. No siento ganas de descansar —agrega, sentándose en el suelo.
—No me digas que quieres entrenar más —. Matsukawa se ríe y se sienta a su lado.
—No es eso… Supongo que tengo más motivación. O una motivación más fuerte. No lo sé. Es raro.
—Motivación más fuerte… ¿Karasuno?
—Cuando los veo pienso que de verdad me gustaría jugar contra ellos, de verdad me gustaría darlo todo. No es como si no hiciera nada en otros partidos es…
—Creo que entiendo.

Quizá Matsukawa entiende, pero tampoco encuentra las palabras para definirlo. Sabe que desde el primer partido ha sentido algo como un nuevo fuego encendido en él, una llama preparada para iniciar un incendio y si todos en el equipo se sentían así, sería una reacción interesante.

El sonido del mar es casi relajante, la luz artificial de los postes de luz y la de la luna le dan un toque raro, como si no estuvieran ahí sino en algún otro plano del universo.

Sin pensar mucho en lo que hace, se quita los zapatos y las medias, doblando la bota de su pantalón de pijama más arriba de su tobillo. Nota que Hanamaki sigue cada movimiento, pero decide no hacerle caso y correr hacia la playa.

—¿Qué estás esperando? No voy a arrastrarte —exclama. Enseguida lo ve quitarse los zapatos y, un rato después se une a él.
—Deberías doblar el pantalón, se va a mojar…
—No importa, ya se secará —le dice Hanamaki—. No es el fin del mundo si se pone un poco pesado.

Y de nuevo, está a la cabeza, caminando por delante de Matsukawa, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo. Matsukawa decide hacer lo mismo, sólo por el chiste de pensar qué haría Hanamaki cuando se voltee y se dé cuenta.

Nada sucede después de un rato de caminar y Matsukawa quiere mencionarlo, pero no encuentra las palabras, mucho menos el ánimo para decirlas. Está cómodo así, caminando por la playa con Hanamaki delante suyo, las olas del mar humedeciendo sus pies, la arena suave bajo él. Es relajante, del tipo de relajación que no ha tenido en esos días.

Ha evitado mencionarlo, pero no puede evitar darse cuenta de ello. Hanamaki lo había estado evitando esos días, sacando excusas para no estar con él en un mismo lugar, ni sentarse a su lado. Ha sido un estudiante ejemplar acompañando a los de primero en sus labores y aconsejando a los de segundo, ha estado conversando más de lo usual con Iwaizumi y escogió el lugar más alejado de Matsukawa en la habitación donde dormían.

Quizá hasta ahora se le haya ocurrido enojarse por aquello del armario, piensa Matsukawa, pero no encuentra una buena razón. Tal vez necesite espacio, sin embargo, sabe que si lo necesitara se lo diría. Es, probablemente, su imaginación. Y es lo que decide hasta que Hanamaki se voltea abruptamente y lo encara, Matsukawa se detiene justo a tiempo para no chocar con él.

—Matsukawa —le dice y da la impresión que va a hacer algún anuncio importante.
—Hanamaki —contesta Matsukawa, intentando disimular su sorpresa.

Hanamaki da una patada, salpicando agua en todas direcciones. El gesto parece más de frustración que de juego, así que Matsukawa decide ir en contra de todos sus impulsos y no responder.

—He estado pensando —empieza y mira al agua, luego a Matsukawa—. Iwaizumi dice que es mejor decirlo que guardármelo toda la vida, dice que me puedo podrir si nunca lo digo… ¿Puedes creer la forma en que lo dijo?
—Suena… interesante —le dice Matsukawa. Suena a algo que Iwaizumi diría, más o menos. Tal vez no lo haya dicho con esas palabras, pero no quiere reclamárselo a Hanamaki, no cuando tiene la intención de decir algo serio.
—En fin, decidí decirlo, si reaccionas mal y todo se daña, es mi culpa.
—Espera, espera, ¿qué?
—Escucha —. Hanamaki le coloca las manos en los hombros, las deja caer a los lados un segundo después—. Yo… La cosa es que me gustas.
—¿Qué?
—Me gustas. Ya sabes, como cuando estás enamorado de alguien. Es eso. Así me siento.
—No es una broma.
—Es en serio. No me estoy riendo, ni estoy haciendo caras —responde Hanamaki, sin dejar de mirarlo—. Es en serio —repite.

Matsukawa abre la boca, esperando a que algún sonido salga de ella. Pero no hay nada. Trata de forzar algo, incluso las palabras que siempre salen con tanta facilidad cuando está con Hanamaki, quien lo mira fijamente, su labio inferior está temblando y de pronto, Matsukawa ya no siente las olas del mar en sus tobillos. Alguien le acaba de dar un puño y está atravesando la playa a toda velocidad, doblado sobre si mismo con la fuerza del impacto, esperando que algo detenga su caída.

Al parpadear, está en el mismo sitio, Hanamaki al frente suyo, un pedazo de luna en el cielo, unos carros que pasan por la carretera cercana.

—¿Matsukawa? —dice Hanamaki tentativamente. Matsukawa parpadea de nuevo, como despertándose de un largo sueño sus ojos se centran en los de Hanamaki, que retrocede.
—Voy a vivir en Tokio —le dice. La peor respuesta que alguien pueda dar a una confesión, pero no se le ocurre nada más.

Hanamaki suelta una risita y vuelve por sus zapatos, Matsukawa lo sigue unos minutos después.

. . . .

Definitivamente, la peor forma de responder una confesión es contándole a la otra persona los planes futuros. Y la peor forma de desahogar la frustración frente a semejante metedura de pata es soltándole toda la historia a Oikawa.

Matsukawa no lo había planeado, pero después de la confesión estaba tan distraído que no había podido volver a su ritmo de juego habitual. Después de una amenaza del entrenador, Oikawa fue quien pidió una pausa para todos y, después de cinco minutos de descanso, se había llevado a Matsukawa a un rincón.

—Algo está pasando —le dice, cruzando los brazos. Matsukawa odia cuando su capitán se pone serio, pues es una fuerza digna de ser temida y él encuentra imposible no decirle lo que está pasando.

Trata de evitarlo diciendo que es el calor, el cansancio, que nadie se puede resistir a la cercanía del mar. Oikawa niega con la cabeza.

—Hanamaki… —empieza Matsukawa. La mención del nombre atrae la atención de Oikawa.
—Makki. Suele ser Makki contigo.
—Hanamakidijoquelegustaba —dice Matsukawa, lo más rápido posible y sin molestarse en vocalizar, ni en aumentar el volumen de su voz a pesar del ruido en la calle.

—Supongo que era inevitable.

Supongo que era inevitable. Eso había dicho Oikawa y era precisamente esa la frase que había acompañado a Matsukawa durante los últimos días. Y aunque había superado su distracción durante las prácticas y los partidos, no había logrado evitar fijarse más en Hanamaki.

Ni siquiera se había dado cuenta de ello, simplemente había desviado su mirada hacia él cuando sus carcajadas resonaban por el gimnasio y luego, no había podido desviarla.

Dijo que le gustaba. Le gusto. ¿Porqué?

Hanamaki tenía muchas posibilidades, la clase de humor que le caía bien a todo el mundo y la personalidad más relajada que Matsukawa jamás había visto en alguien. La única cosa que encendía sus ánimos era la posibilidad de ganarle a Iwaizumi y desde que había establecido aquella rivalidad unilateral entre los dos, Matsukawa no lo había visto tan animado.

Quizá, hasta esa noche en la playa cuando le dijo que había encontrado en Karasuno una fuerte motivación.

—Matsukawa-san —llama alguien, el aludido alza la cabeza para ver a Yahaba caminando hacia él—. Lo estábamos llamando hace un rato.
—¿Para qué?
—Practicar —responde Yahaba. Algo en su tono suena muy Oikawa, es casi gracioso. Matsukawa no lo menciona, sin embargo, temiendo colocar más presión en el pobre y provocar alguna reacción molesta de parte del actual capitán.
—Voy —le responde, Yahaba suspira pesadamente, con los brazos en jarra.

. . . .

—Siempre puedes intentar salir con él —le dice Oikawa una tarde después de un entrenamiento, mientras están en los casilleros cambiándose de ropa.
—¿Con quién?
—Ya sabes. No es como si alguien se fuera a morir si pasa o no pasa algo. El único que se va a morir es tu querido Oikawa-san, si sigues así de distraído.
—"Mi querido Oikawa-san" —repite Matsukawa—. Está bien, por el bien de "mi querido Oikawa-san" trataré de no distraerme.

No distraerse difícil, pero eventualmente lo logra. La mejor manera, piensa, es evitando a Hanamaki tantas veces como sea posible. De manera que sus descansos los pasa en su salón, jugando cartas con sus compañeros, leyendo algún libro o terminando algún deber que le había olvidado. Después de cada entrenamiento, con la excusa de encontrarse con su hermano a una hora exacta en un lugar exacto, casi sale corriendo de la escuela, sus participaciones en el chat grupal se vuelven más esporádicas y casi siente que lo logra, hasta que se encuentra a Hanamaki en la esquina donde su hermano menor suele esperarlo.

—Hola —le dice éste. Matsukawa se ve incapaz de decir algo, así que mueve la cabeza en señal de saludo y busca a su hermano con la mirada.
—Está allí —le dice Hanamaki, señalando el borde del camino, donde un pequeño niño está concentrado en algo que se mueve en la tierra, Matsukawa respira aliviado—. No esperaba que me reconociera, pero cuando pasé por acá, me llamó. Me dijiste que no le gustaba que lo ignoraran, así que no lo hice. Preguntó por ti. Dice que siempre sé dónde estás… ¿Siempre sé dónde estás?
—La mayoría de las veces —logra decir Matsukawa al fin. Hanamaki asiente y no se mueve de su sitio. Matsukawa se acerca al pequeño a paso lento y se agacha a su lado.

—Akihiro, ya llegué —le dice, el niño lo mira y asiente.
—Mira —responde, señalando al suelo, Matsukawa ve una colección de insectos esparcidos en un montoncito de tierra.
—¿Tú los trajiste?
—Estaban ahí.
—Ya veo —. Matsukawa se pone de pie—. Gracias por esperarme, vamos a casa. No vayas a llevar los insectos, déjalos ahí. Ya sabes que a mamá no le gustan.
—Pero a mí sí…
—Bueno, no es por eso… —Matsukawa hace una pausa, buscando las palabras y llega junto a Hanamaki, quizá hay algo en su expresión que le causa gracia a su compañero, a juzgar por la forma en que sonríe.
—Es simple —dice Hanamaki—. Porque ellos viven ahí. ¿Te gustaría que alguien te sacara de tu casa a la fuerza?
—¿Porqué alguien haría eso? —contesta el niño. Hanamaki entorna los ojos.
—A veces sucede. A tus padres no les gustaría eso, a ti tampoco, a Issei-kun tampoco y a mí menos.

Akihiro asiente y le lanza una última mirada al montón de tierra. Aunque Matsukawa no está muy seguro si entendió, lo deja ser. Caminan a paso lento, recorriendo el espacio entre el camino y la casa de Matsukawa en más tiempo del necesario. Antes de llegar, Akihiro toma la mano de Matsukawa, y a pesar de sentir la suciedad y la tierra, Matsukawa aprieta la mano de su hermano menor, sonriéndole animadamente.

Pretende que la expresión de cariño que nota en Hanamaki no provoca que su estómago de un millón de vueltas. Y vuelve a ignorar la sensación cuando recuerda que Hanamaki lo ha llamado "Issei-kun".

Sin embargo, cuando Akihiro se detiene en la puerta y voltea hacia Hanamaki, siente que su corazón se detiene.

—Nos vemos, Takahiro —le dice. Es un tono casual, poco común en un niño de su edad hacia una persona mayor, pero Hanamaki no es la clase de personas que presta atención a esas cosas.
—Nos vemos, Akihiro —repite. Matsukawa se acaba de dar cuenta que sus nombres riman. Y es sólo eso, lo que hace que se deje caer sentado en la entrada de su casa. Tanto Akihiro como Hanamaki lo miran, con expresión preocupada.
—¿Estás bien? —le pregunta Hanamaki. Akihiro se sienta a su lado.
—Issei, ¿llamo a mamá? —le dice. Matsukawa niega con la cabeza.
—Todo bien, no hay de qué preocuparse.

Supone que, de verdad, no hay nada de qué preocuparse. Hasta ahora.

. . . .

Han estado hablando de los temas más triviales que se les pueden ocurrir, cualquier cosa, lo primero que se les venga a la cabeza. Si Matsukawa no los conociera, pensaría que están nerviosos, pero los conoce, y le da la impresión que hay cierta ansiedad en el ambiente.

Oikawa está sentado junto a él con los ojos cerrados, interviene en la conversación cada tanto y Matsukawa lo escucha reírse a veces.

Hanamaki ha escogido a Iwaizumi como su persona favorita, aparentemente, pues ha vuelto a sentarse junto a él, como lo ha hecho en todos sus viajes en autobús desde el del campamento en verano.

Sin embargo, en la posición en la que está, Matsukawa puede verlo claramente. Hanamaki está sentando cómodamente junto a la ventana, mira a la ventana y a Iwaizumi alternativamente. Pero Matsukawa siente su mirada sobre él cuando no lo está mirando.

La última vez que habían caminado juntos, en el camino en dirección a la casa de Matsukawa, hubo silencio. No fue un silencio incómodo, pero tampoco llegaba a ser completamente agradable. Hanamaki y él siempre tenían de que hablar: alguna observación sobre el paisaje, un comentario sobre su situación escolar, algún chiste o una corta conversación con el pequeño Akihiro. Cuando llegaron frente a la puerta de la casa de Matsukawa, éste tenía la intención de decir algo, una respuesta, lo que fuera.

No había hablado, pues Hanamaki se acercó a Akihiro y alzó la mano con la intención de revolverle el cabello.

—¿Puedo? —le preguntó, Akihiro asintió y Hanamaki colocó su mano con toda suavidad en su cabeza, desordenándole el cabello tan similar al de Matsukawa—. Fue bueno verte hoy.

"Fue bueno verlos", era lo que Matsukawa quería que dijera. Tampoco lo mencionó y se limitó a seguir a Hanamaki con la mirada, hasta que desapareció por una esquina, caminando hacia su vivienda.

—Issei, invita a Takahiro después, ¿sí? —le había preguntado Akihiro, Matsukawa sabía que a su hermano no le gustaban las respuestas evasivas, pero usó una de todas maneras.
—Un día.

Y todavía está buscando el momento cuando siente la mano de Iwaizumi dando un leve golpe en la silla para llamar su atención. Matsukawa se encuentra no solo con la mirada preocupada del vice capitán, sino también con la de Hanamaki.

—¿Qué?
—Dormiste bien anoche —le dice Iwaizumi, su inflexión no denota una pregunta y Matsukawa se siente un poco nervioso—, ¿cierto? —agrega Iwaizumi, como para suavizar su intención.
—Claro que sí. Estaba pensando en otras cosas —contesta Matsukawa. Sin querer, mira a Hanamaki y éste, por primera vez en el recorrido, no evita su mirada.
—¿Hay alguna razón por la que tu hermano no te llame… bueno, por la que no te llame "hermano"? —pregunta Iwaizumi. Oikawa empieza a prestar atención a la conversación de nuevo.
—A Akihiro no le gustan los honoríficos, es todo. Nunca los ha usado —responde Matsukawa—. Supongo que a alguien no le gustará que no los use, pero a mí no me interesa.
—Ya veo —comenta Iwaizumi— ¿Todavía está apegado a Hanamaki?
—Un poco —. Matsukawa sonríe intentando que Hanamaki vea el gesto.
—Tendré que ir —responde Hanamaki y se agacha para recoger algo que ha caído en el piso. Matsukawa cree que se ha imaginado sus orejas rojas y vuelve a sentarse.

—No va a pasar nada si lo intentas —le dice Oikawa—. Ya sabes lo que dicen, que las peores experiencias son las que no se viven, o algo así.
—No es "una experiencia", lo sabes.
—Lo sé. Lo que quiero decir es que si sigues guardándote lo que quieres decir te vas a hacer daño. Físico, mental, lo que sea.
—Me voy a podrir.
—No es lo que dije —protesta Oikawa—, ¿qué clase de bruto sería capaz de decir esas cosas?
—Según Hanamaki, Iwaizumi.
—Suena a algo que Iwa-chan diría, pero con otras palabras.
—Los odio a ambos.
—A mí no, Mattsun, a mí no.

Matsukawa le da un empujón, pero no alcanza a determinar si usó más fuerza que la necesaria, pues Oikawa se lo devuelve enseguida, con mucha más fuerza de la que creía capaz.

. . . .

El resultado del partido es inesperado. Parte de Matsukawa cree que todo esto es alguna clase de broma cruel, mas al sentir el ritmo acelerado de su corazón, las gotas de sudor resbalando por su frente y el calor del gimnasio, sabe que es real. Absolutamente real.

La vida sigue, piensa. Es lo que se repite una y otra vez, cuando siente la mirada de Hanamaki sobre él y el escozor en sus ojos aumenta, cuando le da una palmada en la espalda a Iwaizumi, y cuando se alejan de la cancha a paso rápido, con ganas de echar a correr, pero con el suficiente orgullo como para no hacerlo.

Lo único que lo acompaña el resto del día, son los lloriqueos de Kindaichi, las discusiones de Iwaizumi y Oikawa y luego, más lágrimas.

Si le pidieran ser honesto, diría que nunca había imaginado querer tanto un deporte, mucho menos encariñarse con sus compañeros de equipo. Pero allí estaba, después de un último juego con sus compañeros de equipo, los que habían estado con él durante los últimos tres años. Pretendía que las palabras de agradecimiento de Oikawa no le afectaran mucho, sin embargo, vuelve a sentir el escozor en los ojos, los hombros que tiemblan y esta vez, deja salir las lágrimas libremente.

—Ah, le dije que no lo hiciera… —murmura Hanamaki, desde algún lugar cercano.
—Ya sabes cómo es Oikawa —contesta Matsukawa, después de un largo suspiro—. Entre más le insistas que no haga algo, es más seguro que lo va a hacer.
—Vamos a casa.

Hanamaki tiene los ojos enrojecidos, y aunque ya ha dejado de sorber por la nariz, aún sigue cabizbajo y a duras penas ha intercambiado palabra alguna con Matsukawa durante el recorrido.

Más de una vez, la mano de Matsukawa parece moverse por si misma, acercándose al hombro de su compañero, para después vacilar y volver a su sitio. Si Hanamaki se da cuenta, no lo menciona. Después de varios intentos, Matsukawa decide alejarse imperceptiblemente y caminar hasta que lleguen a la puerta de su casa.

Los días desde la confesión de Hanamaki han sido raros. Matsukawa se sigue preguntando porqué él; y como si sus palabras hubiesen puesto alguna clase de hechizo sobre él, a partir de ese momento, Matsukawa no ha podido quitarle los ojos de encima. Ha aprendido varios detalles nuevos, reaprendido otros que ya conocía y visto otro ángulo de Hanamaki que pensó desconocer.

Y es que su compañero en cuestión es aparentemente conocido por su despreocupación, su tranquilidad, la facilidad que tiene para tomar las cosas y dejarlas pasar sin que estas le afecten. Esta es una observación superficial, piensa Matsukawa, pues aunque Hanamaki es estable como la tierra, en ocasiones hay algo más, una vibración casi imperceptible en un comienzo y que se expande con potencia a medida que pasa el tiempo, sacudiéndolo hasta sus cimientos. La expresión de Hanamaki cambia pocas veces, pero la sensación está ahí, y Matsukawa siente el temblor en su cuerpo también y son ésas las veces que no puede dejar de mirarlo. A Hanamaki, su expresión impasible y el terremoto que no deja de sacudir su alma.

Es sólo una percepción, y Matsukawa siente que es bastante acertada. Después de todo, lo ha sentido durante todo este tiempo, más evidentemente estos últimos días.

—Estuvo cerca —comenta. Han llegado al camino que conduce a la casa de Matsukawa y éste acorta el paso, sin querer llegar todavía.
—Bastante —responde Hanamaki.

Un suave viento sopla, y Hanamaki se acomoda la chaqueta. A lo lejos, el sol que se oculta revela las siluetas de los edificios más altos de la ciudad y deja un rastro amarillo a su alrededor. Matsukawa nunca le ha encontrado mucha gracia a las puestas de sol, pero al ver los edificios a lo lejos, sus siluetas recortándose contra el cielo anaranjado, se le ocurre que quizá haya alguna razón por la que la partida diaria del sol sea un motivo de inspiración.

Hanamaki cierra la distancia entre ellos de nuevo, y sin ponerse de acuerdo, ambos sacan las manos de sus bolsillos. Por un momento, no hay palabras, sólo un paso tras otro, un roce de los dorsos de sus manos que Matsukawa califica como intencional y Hanamaki mirando al suelo.

—Arquitectura —dice Matsukawa—. Voy a estudiar arquitectura —. Por primera vez en su caminata, lo mira, sin preguntar en voz alta.
—No sé —contesta Hanamaki—. Probablemente veterinaria.
—Ah, entonces Iwaizumi ya tiene quien atienda gratis a Oikawa cuando se enferme.
—Anota eso —le dice Hanamaki y suelta una risotada—. Y no, no será gratis. Tengo que sobrevivir.
—Es cierto. Lo siento.

Hay unos segundos de silencio, pero a Matsukawa le parecen horas. Le debe una respuesta, le quiere dar una respuesta, mas no sabe cómo llegar allí.

—Supongo que no te quedarás por esos lados —continua Hanamaki. Otro roce de sus manos. Matsukawa suspira.
—No. Voy a ir a Tokio.
—Todo el mundo quiere ir a Tokio.
—Es la gran ciudad —comenta Matsukawa, y se detiene—. Ven conmigo, vamos a Tokio.
—¿Qué? —Hanamaki se devuelve.
—Tú y yo. Vamos a vivir a Tokio.
—Matsukawa, es que…
—Te debo una respuesta—le dice Matsukawa, tomándolo por los hombros, a medida que sigue hablando, da un paso hacia adelante, sin soltar a Hanamaki—: Lo he estado aplazando porque… no sé porqué, la verdad. Sólo sé que no era capaz de decir nada, pero tengo muchas cosas que decir.

Se detiene cuando chocan con algo duro, Matsukawa sólo aparta su mirada de la de Hanamaki en ese momento, y contempla el poste de luz contra el que se han estrellado como si fuese un intruso.

—¿Respuesta? —Hanamaki cierra sus manos alrededor de los brazos de Matsukawa, pero no hace esfuerzo alguno por quitarlos. Es como si estuviese buscando algo de qué sostenerse.
—Sí.
—No estás obligado a responder, ¿sabes? Es decir, fue algo… del momento. Estaba siguiendo un consejo, es todo.

Matsukawa niega con la cabeza, y lo que fuera que Hanamaki iba a decir, se pierde tras el gesto.

Una respuesta.
Muchas cosas qué decir, pero no soy capaz.

Decide entonces que es mejor con las acciones que con las palabras, pues intentar ordenar sus ideas sería una labor titánica e infructuosa en ese momento. Hanamaki no habla, tampoco se mueve y hay otra pregunta sin formular entre los dos. Matsukawa lo ve entrecerrar los ojos y luego, sus manos resbalan y van a parar a la cintura de su pantalón, apretando la tela con fuerza.

Es la respuesta que Matsukawa necesita, la señal indicada para acercase un paso a él, y sin ceremonia alguna, besarlo. Sus manos se mueven torpes, hasta que al fin se detienen alrededor de su cuello, enredando los dedos en su cabello. Y es como si lo hubiesen hecho toda la vida, pues Matsukawa reconoce los movimientos de Hanamaki contra él, la forma en que sus manos se acomodan detrás de su espalda, obligándolo a acercarse a él. Matsukawa obedece, hasta que sus propios brazos tocan el material frío del poste de luz.

—Vamos a Tokio —le dice Hanamaki, las curvas y líneas de cada palabra acariciando sus labios. Matsukawa sólo puede asentir. Nunca habría pensado que un beso le podría provocar una sensación de mareo tan agradable.
—Vamos —contesta y Hanamaki ríe. Cuando Matsukawa siente su aliento cálido contra su piel, vuelve a besarlo.

Hay un terremoto en su interior, unas sacudidas casi violentas que lo hacen tambalearse y cerrar sus brazos con firmeza alrededor de Hanamaki. Lo vuelve a besar, una y otra vez, esperando que el temblor nunca pase.


Notas: Buenas noches. Espero que mi primer intento de MatsuHana hasta sido agradable. Tiene un tablero en Pinterest y todo; fue entretenido hacerlo.

-Cabe aclarar que esto es sólo una parte, porque el one-shot que pretendía hacer acabó alcanzando un poco más de diez mil palabras, y no voy a publicarlo todo inmediatamente para no incomodar a los lectores. Así que... bueno, nos veremos en la segunda parte.