Deborah Hale - La bella y el barón

Resumen

¿Podría ella traspasar la oscuridad que lo rodeaba y devolverlo a la vida?
Gaara, también conocido como Lord Lucifer, se había recluido lejos de la sociedad para ocultar una herida de guerra que le había desfigurado la cara. No quería la compasión de nadie y se resistía a los intentos de su abuelo por emparejarlo con Hinata... hasta que se enteró de que el anciano estaba a punto de morir y decidió sugerirle a Hinata que se comprometieran de manera temporal sólo con el fin de satisfacer a su abuelo.
Pero no contaba con tener tiempo de llegar a conocer a aquella apasionante mujer. Pronto ambos deseaban con todas sus fuerzas que aquel compromiso no acabara nunca, pero ninguno de los dos imaginaba que el otro sintiera lo mismo...

Capitulo Uno

Northamptonshire, Inglaterra, 1818*

- ¿A quién se le ha ocurrido echar las cortinas haciendo un día tan precioso? - exclamó Hinata Hyuga al entrar como un torbellino en el salón de Netherstowe con el sombrero colgando a la espalda y un par de gruesos guantes en una mano- ¡Esto parece una tumba!

Estaba trabajando en el jardín, disfrutando del maravilloso sol de últimos de mayo, cuando el mayordomo había salido a avisarla de que tenía una visita inesperada. Era difícil imaginarse por qué alguien vendría a visitarla estando el resto de la familia de viaje por el extranjero, aunque a decir verdad, tampoco le importaba demasiado. Acabaría cuanto antes para volver a su intimidad. Al atravesar la habitación para descorrer las cortinas, con los ojos aún incapaces de ver en aquella oscuridad, una voz profunda y masculina surgió de las sombras como si fuese un pie queriendo ponerle la zancadilla.

- ¡Deje esas cortinas como están! Las he corrido yo y quiero que se queden así hasta que me vaya.

La brusquedad de la orden le hizo soltar los guantes y acercarse demasiado al escabel favorito de su tía, de modo que el pie le quedó enganchado en una pata y cayó al suelo. O así habría ocurrido si unos brazos fuertes que se desplegaron en la oscuridad no la hubieran sujetado.

- Le ruego me perdone. No pretendía asustarla.

Era evidente que la voz pertenecía al dueño de aquellos brazos, ya que le llegó al oído izquierdo desde una distancia tan íntima que bien podría haber sido un beso. ¿Pero cómo podía ser aquella voz, suave y rica en matices, la misma que con su aspereza la había asustado tanto que había terminado haciendo el ridículo? Aunque, bien pensado, quizás tuviesen algo en común. Las dos hacían palpitar más rápido el corazón y le aceleraban la respiración, aunque por motivos totalmente distintos.

- ¿Quién... quién es usted, y por qué ha venido a Netherstowe?

Apenas había formulado las preguntas cuando creyó tener respuesta para la primera. El pulso se le aceleró aún más, aunque no podría decir si era por miedo o por otro motivo distinto. El desconocido la soltó, pero Hinata tuvo tiempo de sentir su cálida respiración en el cuello y cierta desgana a la hora de soltarla. ¿O sería ella la que no quería desprenderse del primer abrazo que recibía de un hombre? Aunque ese hombre pudiera ser el diablo en persona.

- Lord Gaara Sabaku, señorita Hyuga -se presentó con una leve inclinación-. A sus pies.

Puede que no fuese el mismo diablo, pero lo más parecido a él que una se podía encontrar en el aburrido Northamptonshire. Aun estando tan aislada de la buena sociedad de Londres, Hinata sabía que a su visitante se le conocía por el sobrenombre de Lord Lucifer. Y últimamente, incluso la gente del condado se refería a él por su sobrenombre, aunque nunca en su presencia, por supuesto.

- Le ruego me disculpe por haberla asustado y por tomarme la libertad de disponer de su salón -señaló a la ventana-. Mis ojos son muy sensibles a la luz.

¿Sería esa la razón por la que apenas salía durante el día? Desde luego, los rumores daban cuenta de razones mucho más siniestras. Los ojos de Hinata ya se habían acostumbrado lo suficiente a la oscuridad como para poder distinguir a su invitado y la máscara que le confería a Gaara Sabaku el aspecto diabólico que encajaba con su apodo: un gran parche de cuero negro ocultaba la parte superior de su rostro, desde el pómulo hasta la sien, y en su centro una abertura para permitir la visión del ojo izquierdo.

¿Serían solo sus ojos los que no le permitieran salir a la luz del día, o tendría su orgullo algo que ver? Antes de la batalla de Waterloo, aquel hombre era considerado uno de los solteros más guapos de toda Bretaña, y aunque ella tenía muy poca experiencia para poder comparar, estaba convencida de que esa reputación no le hacía justicia.

- ¿A qué debo el honor de su visita, señor? Lord y Lady Shimura y mis primos se marcharon ayer de viaje al continente y pasarán varios meses fuera.

Aunque había intentado que su voz demostrase satisfacción, no lo había conseguido del todo. Semanas y semanas de primavera y verano la esperaban con la casa para ella sola y sin que nadie la criticara o la mangoneara. Lo más parecido al paraíso de que iba a disfrutar en años.

- Y mi hermano está fuera en sus estudios -añadió.

Normalmente llevaba siempre a Neji en el pensamiento, pero aquella mañana había llevado sus reflexiones deliberadamente a otros asuntos. No tenía sentido preocuparse constantemente por el futuro de su hermano careciendo de medios para ayudarlo. Lord Sabaku negó con la cabeza.

- Es a usted a quien he venido a ver, señorita Hyuga.

-¿A mí? ¿Para qué?

Era ya demasiado tarde cuando Hinata se dio cuenta de lo poco correcta que había sido su respuesta.

- ¿Podemos sentamos? -preguntó, en lugar de contestar.

- Por supuesto -Hinata se sentó en la silla favorita de su tía y por fin consiguió recuperar sus modales-. ¿Le apetece un refresco, milord? Le ruego que me disculpe por no ser una anfitriona demasiado correcta. Nunca antes había tenido que recibir una visita dirigida a mi persona.

- No, nada, gracias -él escogió un asiento a cierta distancia, más sumido en la sombra-. Mi visita no es exactamente de cumplido.

Aquel hombre estaba empezando a irritarla. Primero había interrumpido su maravillosa tarde en el jardín, luego le había dado un buen susto y por último despertaba en ella sensaciones que no deseaba experimentar.

- Si no se trata de una visita de cumplido, ¿entonces, de qué se trata exactamente, señor?

A su tía le habría dado un desmayo si la hubiese oído dirigirse a un caballero de fortuna y título de aquella manera, pero Lord Sabaku no perdió un ápice de su aplomo, lo cual la hizo preguntarse si alguna vez lo perdería.

- Cada cosa a su tiempo, señorita Hyuga; le ruego que tenga paciencia conmigo, por el bien de mi abuelo -añadió, en un tono que contenía una emoción que no había mostrado por el momento, a excepción de cuando le había pedido que mantuviera cerradas las cortinas.

- ¿Su abuelo? -Hinata se levantó-. ¿Le ocurre algo al conde?

Su invitado le pidió que volviera a tomar asiento con un gesto del brazo.

- Se han hecho ustedes dos muy buenos amigos, ¿no es cierto?

¿Alguna vez contestaría aquel hombre a una pregunta?

- No puedo hablar por su abuelo, pero yo le tengo más cariño que a nadie... a excepción de mi hermano.

El conde de Welland tenía el don de hacerla sentir inteligente, capaz, llena de encanto... cosas que ella había dejado de pretender ser hacía ya mucho.

- Le aseguro, señorita Hyuga, que mi abuelo la tiene a usted en gran estima. Ha sido usted muy amable al visitarlo tan a menudo mientras yo estaba... ausente.

En el continente, al servicio del duque de Wellington. ¿Sería consciente de lo mucho que sabía ella de su servicio en el cuerpo de caballería? Le había leído todas sus cartas al conde, gracias a lo cual se había enterado de todas las aventuras que había corrido con gran riesgo y desprecio de su vida.

- No me gustaba pensar que estaba solo en ese caserón, con la única compañía de la servidumbre.

- Mi abuelo es uno de sus protegidos, ¿verdad? Seguro que tiene unas cuantas personas más bajo sus alas en los contornos.

Aunque su voz no se elevó ni su tono se hizo más áspero, Hinata notó cierta acritud. ¿Creería que lo criticaba por haber antepuesto el servicio a su país y a su rey a sus obligaciones familiares para con el abuelo que lo había criado?

- Hay unas cuantas personas más, aparte de su abuelo, necesitadas de un poco de alegría, señor, la cual yo intento proporcionarles, ya que carezco de posibilidades de dispensarles otros consuelos más prácticos -una carencia que había lamentado en tantas ocasiones...-. La soledad no entiende rangos o de riquezas -añadió en un tono más cortante, a pesar de intentar evitarlo-. Pero si por proyecto pretende insinuar que soy condescendiente con mis amigos, o que pienso bien de mí misma por el servicio que pueda prestarles, se equivoca. ¿Por qué se molestaba en justificarse ante un hombre tan arrogante? Su familia llevaba años haciendo chistes sobre esa inclinación suya tan particular.

Ni siquiera ella comprendía del todo qué la impulsaba a preocuparse por personas por las que nadie más lo hacía. ¿Sería quizás porque nadie se había preocupado por ella?

La sombra de una sonrisa se dibujó en los labios de aquel hombre.

- Vamos, señorita Hyuga. No tiene por que ser tan suspicaz, ya que yo no pretendo criticar su amabilidad. Además, tiene usted más derecho de pensar bien sobre sí misma que muchos otros que se enorgullecen del accidente que es en verdad la cuna o la belleza, algo que no les ha costado ningún esfuerzo poseen.

Aquello era una especie de cumplido por el que Hinata se sintió complacida. De haber sido algo más extravagante, habría tenido la impresión de que se burlaba de ella.

- Si me muestro suspicaz, señor, es porque me siento un poco desconcertada - dijo, e intentó deshacerse la lazada que le sujetaba el sombrero-. Se presenta usted aquí de buenas a primeras para verme a mí, que nunca recibo visitas. Luego me dice que no se trata de una visita de cumplido, pero en lugar de revelar su propósito, cuestiona usted mi amistad con su abuelo. Tengo la impresión de estar jugando a la gallinita ciega.

Lord Sabaku entrelazó las manos y las colocó bajo la barbilla.

- Hay quien considera el juego de la gallinita ciega como un divertido pasatiempo, señorita Hyuga.

- Mientras que no les toque hacer siempre de gallina ciega.

Para sorpresa suya, lord Sabaku se echó a reír. En una ocasión, Hinata había acariciado el abrigo de piel que su prima Sakura había recibido como regalo de Navidad y nunca había podido olvidar aquella textura. La risa de lord Sabaku le recordó el contacto con aquella piel... rica, honda y oscura.

- ¡Touché, señorita Hyuga! Empiezo a comprender por qué mi abuelo estima tanto su compañía.

Estimar. Había oído pronunciar aquella palabra en otras ocasiones, pero en labios de Gaara Sabaku, acariciada por sus labios y su lengua, cobraba una nueva dimensión, la que la naturaleza siempre había deseado que tuviera. Un escalofrío, parte de temor, parte de excitación, le recorrió la espalda. De pronto se había dado cuenta de cuál era el motivo de la visita de Lord Lucifer. Tal y como el verdadero ángel caído llevaba siglos haciendo, había ido a proponerle un trato.

Y a robarle el alma.


Estaba haciéndolo fatal.

Gaara Sabaku había empezado a ponerse de mal humor, aunque lo ocultó a la perfección ante la señorita Hyuga, del mismo modo que ocultaba todos los demás sentimientos. Pocas cosas le irritaban más que no realizar debidamente cualquier tarea que se impusiera, y aquella mucho más, ya que tantas cosas dependían de que consiguiera lo que se había propuesto.

La joven quería saber qué hacia en su casa, y cuanto más tardase en decírselo, más improbable contar con su cooperación.

¡Ojalá tuviera clara al menos la suya!

Gaara Sabaku no estaba acostumbrado a la indecisión. Llevaba a gala el perseguir con todas sus energías la consecución de los objetivos que se impusiera, algo que había hecho siempre... hasta aquel día.

La señorita Hyuga era el problema. Había vuelto a Netherstowe esperando encontrar a la muchachuela que recordaba convertida en una matrona anticuada y metida en carnes. Tal criatura habría aceptado su proposición sin poner su corazón en peligro.

Sin embargo, la crisálida que conoció había dejado en su lugar a una exquisita mariposa. Al tropezar en el salón y caer en sus brazos, le había recordado cuánto tiempo hacía que no tenía algo tan suave y fragante entre los brazos.

Su belleza y su naturaleza caritativa ponían en peligro la tranquilidad que tanto le había costado conseguir. Aunque lo avergonzase admitirlo, aquella dama lo asustaba más que la carga de toda una unidad de caballería francesa.

Por su abuelo estaba dispuesto a enfrentarse a aquel temor, aunque quizás no tuviera que hacerlo...

- Sin duda habrá caballeros más jóvenes que mí abuelo que también estimen su amistad, señorita Hyuga. Espero que disculpe mi curiosidad al preguntarle si hay alguien en particular que merezca sus atenciones.

Hinata tardó un momento en contestar, y Gaara se preguntó si no habría ido demasiado lejos.

Cuando respondió, no se indignó como él había esperado, sino que le habló en un tono de reproche que se coló tras sus defensas.

- ¿Por qué se burla usted de mí, señor?

- ¡Yo no hago tal cosa! -Gaara se levantó de su silla y se replegó a la oscuridad más profunda del salón, como si fuera una bestia acorralada-. ¿Por qué iba a querer burlarme?

-¿Y por qué supone usted que debo tener un admirador?

Se quitó por fin el sombrero y lo dejó sobre el escabel con el que había tropezado. Luego se levantó y caminó al otro extremo de la habitación, en el que se colaban unos cuantos rayo de sol. Uno de ellos iluminó su cabeza como si fuese el aura de un hada madrina.

La respuesta a su pregunta era tan obvia que Gaara solo pudo mirarla boquiabierto. Si tuviese que elegir una sola palabra para resumir su físico, elegiría generoso. Ojos grandes y luminosos. Unos labios tan carnosos que parecían suplicar un beso. Facciones con tal dulzura que le hacia pensar en melocotones maduros esperando la recolección.

Su belleza lo hechizaba de tal modo que sus pensamientos íntimos se le escaparon en un susurro.

- Lo que me pregunto es por qué no tiene cientos.

Ella lo miró fijamente a los ojos y algo palpitó en sus profundidades, algo que le hizo temer por su propio control.

- Me halaga usted, señor, pero tengo la sensación de que no es muy dado a los cumplidos. ¿Hay algo que quiera obtener de mí?

- Si, hay algo que deseo obtener de usted.

Tenía que volver a erigir sus defensas. Ni una sola palabra más, ni un solo gesto o inflexión de la voz debía revelar más de lo que quisiera. Los pensamientos que cantaban como el acero al empuñar la espada, o las emociones que le palpitaban en el corazón no debían salir de su pecho.

- Quiero algo, y estoy dispuesto a compensarla generosamente por ello.

- ¿Ah, sí? -preguntó con frialdad-. ¿Y qué es lo que desea?

Su alarma era evidente, a pesar de que intentase ocultarla tras una fachada de valentía. Le inspiraba temor.

¿Y qué mujer no lo temería?

Mejor que te teman que te compadezcan. Desde Waterloo, aquella era su frase favorita.

- Hablemos antes de lo que le daré a cambio.

- Como desee - dio un paso hacia la ventana. A lo mejor había pensado cegarlo abriendo de par en par las cortinas si la amenazaba-. Pero debo advertirle que, del mismo modo que es modesta mi situación, lo son mis necesidades. Dudo que tenga usted algo que pueda tentarme.

«Ojalá yo pudiera decir lo mismo de ti». Las palabras le escocieron en la lengua como el zumo de un limón, pero con un gran esfuerzo de voluntad, consiguió tragárselas. Y luego resultaron tener un sabor dulce.

- Usted lo juzgará, querida - aquella última palabra también le supo dulzona. Si no se controlaba, acabaría diciéndole cosas por el estilo a la menor oportunidad

-Tengo entendido que su hermano querría conseguir un destino en caballería.

Hinata sintió un escalofrío, casi igual al que él había visto experimentar a los soldados cuando el acero les atravesaba el vientre. Pero aun así, le contestó con voz firme, algo que Gaara admiró.

- Su información es correcta, señor. Desde que era un crío, Neji ha deseado volver a la India como oficial del regimiento de nuestro padre.

- Esos destinos cuestan mucho conseguirlos -Gaara se recostó en el respaldo de su silla-. Lo mismo que el equipo necesario para un oficial con un destino en India.

- Eso tengo entendido.

- ¿Lord Shimura no está dispuesto a apoyar las ambiciones de su hermano? -le preguntó, a pesar de conocer perfectamente la respuesta.

- Mi lord es pariente nuestro solo por matrimonio -era evidente que repetía la respuesta que en alguna ocasión debía de haberle dado su tía - y piensa que ya ha cumplido más que de sobra con sus obligaciones al admitirnos en su casa a mi hermano y a mi tras la muerte de sus padres. Quiere que Neji solicite un destino en la ciudad.

Gaara asintió. No esperaba más del odioso lord Shimura.

- Yo estaría dispuesto a comprar ese destino para su hermano y de proporcionarle el equipo necesario.

- ¿Y qué esperaría de mí a cambio? -le preguntó, respirando hondo.

- Solo le pediría un favor -contestó, y emergiendo desde detrás de la fortaleza de muebles, el barón se acercó a ella con paso lento y decidido-. Una fruslería, en realidad.

Un cambio en su postura y una rápida mirada hacia otro rincón de la habitación le confirmó que la joven no se sentía cómoda con su avance, pero aun así, no se movió.

- La fruslería de un hombre puede ser el tesoro de otro.

- Así es.

Gaara detuvo su avance. No había mucha distancia entre ellos. Es más: si extendía un brazo y ella el suyo, se podrían tocar.

- Sus palabras son muy adecuadas para el caso -contestó-. Lo que voy a pedirle requerirá de usted algo de tiempo y muy poco esfuerzo, pero será todo un tesoro para otra persona.

- ¿Para usted?

- No.

Hubo un tiempo en que podría haber sido así, pero eso formaba ya parte del pasado.

- ¿Para quién entonces?

- Puede que se lo imagine cuando le diga lo que deseo.

- Estaré encantada de saberlo al fin.

Muy despacio, Gaara clavó una rodilla en el suelo. Era un ritual ridículo e innecesario, pero que se sintió obligado a ejecutar. - Señorita Hyuga, quiero pedirle que sea mi prometida.

Ella no se movió, ni dijo nada, ni siquiera parpadeó, sino que se quedó allí, como una estatua dorada, mirándolo. Pero sus ojos sí tenían vida. Mostraban desconfianza, aversión y otras cosas que el barón no pudo identificar con tanta facilidad. Le costó un enorme esfuerzo de voluntad no apartar la mirada, dejarla clavada en sus ojos como un desafío. Al final ella respiró hondo y se humedeció los labios con la lengua, un gesto que en Gaara despertó sensaciones que no deseaba experimentar.

- Me doy perfecta cuenta del honor que me hace con esta proposición - le dijo-, pero no puedo casarme con usted.

Gaara se rió por segunda vez en media hora. Todo un récord. Incluso las cargas que llevaba sobre los hombros perdieron parte de su peso.

- Lo comprendo, señorita Hyuga -tan despacio como se había arrodillado, se levantó y la miró a los ojos-, pero verá... eso no es lo que yo le pido.