Los recuerdos del vampiro

Los árboles dibujaban monstruos mientras un delgado hilo helado corría por mis venas. Con las luces apagadas la deslucida fábrica era un almacén grotesco donde durante el día desfilaban oscuras manchas todas con los mismos rostros agrietados, sabía que de vez en cuando al mediodía algún canto gutural rompía el silencio colándose entre los tenedores de plástico y las bandejas ocres... aunque nunca tendré oportunidad de contemplar semejante retazo siempre me lo acabo imaginando, ellos siendo apuntados por la luz diurna, pulsátil en invierno, silabeando bobadas ajenos al exterior, donde habita el infierno más bello jamás visto sobretodo cuando cae la noche...justo cuando sueñan entre sus mantas.

Aún recuerdo vivamente mi primer encuentro con Rakuda, bajo las paredes malditas en su casa ocultaba su estrafalario rostro tras una bola de cristal. Hace mucho mucho tiempo cuando la ciudad despedía sangre una sucia humana fue colgada bajo la sombra del cerezo, su agonía fue sosegada, el hambre carcomió su cuerpo, la sed deshizo su piel y cuando vislumbró el gran túnel azabache aproximándose hacía ella volvió a despertar. A su alrededor sus verdugos habían sucumbido a la muerte transfigurándose sus carnes en pedazos gaseosos, ella rió maldiciéndolos, había vencido su sombra persistía sobre la tierra ahora era un espectro infernal una empusa astuta cuya misión sería encontrar al elegido, un anodino adolescente perdido en la corriente violentada, una mancha gris entre tantas negras...yo.

Se cortó la lengua, las fibras carmesí salpicaron su abrigo, la mesa...mi uniforme escolar. Intente huir pero su raquítico brazo sostuvo el mío, la mujer presa de un frenesí absurdo agarró mi cuello, pegando su desfigurada cara a mis ingenuos labios, a continuación mi boca quedo inundada. Sufrí un vahído y caí al suelo ennublecido, en mi cabeza comenzó a crecer un campo...rosas, claveles, margaritas embriagaban mis sienes. Al despertar desgarré mi brazo para saborear mi sangre, olía a jazmín. La vieja sentada en el sofá me sonreía. El vampiro habitaba en mis entrañas, la metamorfosis comenzaba.

Miyawaki me descubrió cobijado en la oscuridad de los taquilleros, temblando de excitación ante la posibilidad de provocar un baño sonrosado en el instituto. Rastree la embriagadora olor de su garganta, ácida, blanca...entonces Satomi gritó llamando a Runa, consumiendo mis ansias en una ilusión evaporada. Afortunadamente el destino supo concederme mis deseos, durante la orgía en el hotel abandonado irrumpí victorioso provocando una lluvia cristalina. - ¡Es Môri! - escuche vociferar a alguien aterrado. Me abalancé sobre el primer objeto femenino que encontré, un delicado pecho sudoroso, magullado, impregnado de líquido seminal. Una vez fue succionado ávidamente mastique su blanca carne desencadenando una pesadilla en mis presas. Apenas diez minutos más tarde solo yo me sostenía en pie, retorcí mis labios observando mí alrededor, por fin las carcomidas paredes del edificio estaban pintadas.

Gracias a la psicopatía de Henmi me convertí en mentor e inicie a Runa en los entresijos ligados a su nueva condición, nuestra recién estrenada vida eterna se adentraba en una espiral irracional bajo el mandato escarlata. La besé de la misma forma en que Rakuda rozó mi lengua y esa misma noche con tal de complacer a la jorobada le arrebató a su hermana el bebé que había engendrado hacía apenas unas semanas. A la vieja le gustaba ver flotar aquellas pequeñas cabezas vírgenes bajo el exquisito manto encarnado - ¡Bienvenidos a la vida eterna! - gritaba riéndose desde su habitación negra emborrachada de alegría.

Asistí a libertinos carnavales protagonizados por magos seductores, cabareteras voluptuosas y ancianos insaciables. Allí ambos utilizando nuestra juventud como reclamo rezumábamos orgullo atreviéndonos a engatusar a cualquier adulto que se interpusiera en nuestro camino, provocando irreparables estragos entre los asistentes. Sin embargo, nuestro paraíso acabo resquebrajándose, la imperecedera juventud era una ordinaria mentira. Si, viviríamos hasta el fin de los tiempos pero siendo octogenarios decrépitos no tiernos adolescentes. Tras una serie de acontecimientos enmarañados la enérgica realidad nos arrojó hacía una abrupta galería hedionda. Rakuda tuvo razón profetizando el destino de Runa, ella era demasiado débil para aceptar su destino y seguir viva.

Se suicidó delante mío clavándose una estaca en su corazón, transformándose en un torrente huidizo en mis brazos, juro que intente contenerme, mantenerme impasible ante la escarcha purpura, desafortunadamente era tan tentadora...mis sombrías pupilas se ensancharon engullendo el iris, después perdí la cordura...cuando mis ojos volvieron a abrirse había aspirado toda su sangre. La deje reposar entre las ruinas seguidamente huí, decidí marcharme a Tokio donde la jorobada sino hubiera fallecido también, pretendía encontrar a otro caballero oscuro.

Ya han pasado cinco años...soportando cada semana mi irrefrenable lujuria, ahogando mis gritos entre las sábanas, si caigo en la tentación acabaré enterrado vivo, encerrado en un ataúd de ochenta metros cuadrados. En sueños me percibo dinamitando yugulares y cuando despierto sollozo envuelto en rabia. Deseo seguir siendo joven aunque para ello deba renunciar a mi preciado deseo...mis rubíes líquidos... el sabroso plasma.