Todo empezó con un sueño.
En ese sueño, el mundo vivía su final.
La Gran Iglesia que había en Navia había sido tomada por monstruos y demonios; el Rey de las Sombras dominaba todas las tierras del reino, el caos se respiraba en el aire, junto con el olor a destrucción y muerte. Miles de vidas se habían perdido, compañeros, familiares, conocidos; muchos habían muerto en una guerra que no tenía nada que ver con ellos, algunos ni siquiera sabían que había guerra. Se habían perdido vidas de inocentes, eso era lo peor de todo.
No. Miento.
Lo peor de todo no era eso.
Lo peor de todo, es que la esperanza del reino, de los guerreros, de los caídos, reposaba en mí.
En alguien que, si se equivocaba, acabaría con el mundo.
Se supone que yo debía salvar el reino, yo debía parar al Rey de las Sombras para que no sumiese al mundo en un apocalipsis eterno. ¡Yo! ¿Y quién era yo? No era nadie. Solo una joven que se creció en un pueblo pesquero y a la que un día Gaia maldijo. O bendijo. Todo depende de cómo se mire. Todos aquellos que me miraban veían en mi luz, esperanza, salvación… Cuando yo me miraba sólo veía un monstruo, una condena, y muerte.
Caminé con la seguridad que no tenía hacia Alania, que me esperaba a las afueras de lo que antaño había sido el distrito comercial de Navea. Con los pocos recursos que le quedaban, había fabricado un arco para mí. Aunque ella me dio el arma orgullosa de su creación y sonriéndome, me dolió cogerlo y mirarle a los ojos. Esos ojos en los que me veía reflejada, esos ojos que admiraban a un monstruo. ¿Por qué? ¿Por qué no usó lo que quedaba para mejorar el arma de André, el jefe de los Templarios? ¿Por qué lo usó para hacerme un arco increíblemente bello y, por lo que podía sentir, poderoso?
Tras darle las gracias me fui de allí, mirando fijamente el suelo pues las vistas a mí alrededor eran desoladoras. Las llamas consumían gran parte de la ciudad y más allá de lo que alcanzaba la vista. Los heridos se amontonaban y los sacerdotes usaban su magia para sanarles, aunque acabasen exhaustos pues el número de heridos superaba con creces el número de personas que un sacerdote podía sanar con su magia; y a pesar de que no había un sacerdote solo, sino que había varios, el número seguía siendo mayor. Y eso solo los heridos. Los cadáveres se amontonaban fuera de la ciudad, pero aún quedaban algunos cuerpos sin vida esparcidos por la ciudad. Las vistas eran realmente desoladoras. Y aun así, la gente de allí aún tenía sus esperanzas puestas en mí. ¿Cómo era posible?
Me reuní con André y los pocos templarios que aún seguían con vida y me informó de su plan. Íbamos a entrar en la iglesia, los templarios se encargarían de terminar con cualquier monstruo mientras yo derroto a los demonios superiores para que así estos no me molesten. Qué amable por su parte.
Asentí cuando me preguntó si estaba lista, a pesar de no estarlo, y bajo en grito de "Por la luz de Gaia" los templarios entraron en el templo sagrado y empezaron a luchar con los monstruos.
Tras coger una gran bocanada de aire me uní a ellos, y, esquivando los ataques de cada bando encontré a uno de los demonios. Su aspecto era grotesco y terrorífico, pero ahora debía mantenerme firme y controlar mis emociones, así como mi pulso. Lo bueno de ser arquera es que no tienes que acercarte a tu víctima, sólo debes tener buena puntería. Saco tres flechas y las disparo impregnándolas antes con mi magia, para que el ataque sea más fuerte. Las tres se clavan en la carne del monstruo pero no es suficiente para derrotarle. Esquivo sus enormes manos que intentan aplastarme y me alejo de el mientras vuelvo a colocar otra flecha y tenso la cuerda del arco. Vuelvo a apuntar al monstruo y disparo, y esta vez si cae muerto tras el impacto.
Con gritos de júbilo los guerreros templarios suben al siguiente piso y yo tras ellos. Allí nos encontramos más de lo mismo, hay una decena de criaturas repulsivas merodeando por los pasillos pero los templarios se encargan de eliminarlas mientras yo derribo y doy fin a la vida del monstruo más fuerte. Poco a poco, noto que en mi interior nace la esperanza. Tal vez sí lo logre. Tal vez sí consiga derrotar al Rey de las Sombras. Tal vez, sólo tal vez, podamos ganar.
Intentando permanecer positiva, entro junto con los templarios a la sala de oraciones, pero, para nuestra sorpresa allí no hay nada. Ni monstruos ni demonios… Nada. Me quedo a la altura de André e investigamos la habitación, hay un gran agujero en la pared desde el cual se ve todo el fuego que devora la ciudad poco a poco, y, junto al rojo atardecer, parece que el fuego consume todo aquello que hay fuera. Entonces, una brisa hace que nos quedemos de piedra en nuestros sitios, sin movernos, sin parpadear. La brisa viene de nuestras espaldas pero no podemos movernos, tal vez por culpa de un hechizo o tal vez por culpa del terror. Casi al momento de quedarnos petrificados el Rey de las Sombras aparece en frente nuestra. No sé de dónde ha salido, apareció en un abrir y cerrar de ojos. Él nos mira, y con una sonrisa de superioridad mueve la mano como quien espanta una mosca y esta provoca una onda de oscuridad que hace que André y yo caigamos de rodillas y los demás templarios mueran al momento.
No… Lo sabía… No debí tener esa esperanza. Ahora sí que estaba todo perdido. Por muy fuertes que fuéramos yo o André, era imposible que ganáramos a ese ser.
-¡Llama a tu Eidolon!- me grita entonces André.
Asombrada, me levanto como puedo y me acero a él.
-¿Estás loco? Tenemos que irnos, así no puedes luchar.
-¡Tú puedes vencerle! ¡Sé que puedes! Tú y tu Eidolon le venceréis, y acabaréis con la oscuridad que devora el reino de Azura!-
-André…..- digo, con voz temblorosa. Esa fe ciega en mi me duele. Más ahora que estaba todo perdido. Debíamos salir de aquí, recuperar fuerzas, reclutar soldados… Yo sola… no podría… Ni siquiera con mi Eidolon.
A pesar de todo, le llamo. Llamo a la bestia legendaria que Gaia me ha otorgado. La llamo con mi mente y esta aparece a mi lado. Es una mujer, vestida con armadura y con una larga melena plateada. Aún con su aparición, el Rey de las sombras no cambia su expresión. Sigue mirándonos como si fuéramos seres insignificantes y como si esto no fuera más que un juego. Para él probablemente lo fuera. Pero para mí, era mi destino, mi condena.
Cargo mi arco y miro de reojo a mi Eidolon. Ella también me mira a mí y, con un gesto, ambas le atacamos al mismo tiempo. Un ataque combinado, uniendo su habilidad con la espada con la mía con el arco. ¡Y parece que funciona! Con cada golpe, el enemigo parece debilitarse, hasta que cae de rodillas. Con el último movimiento, el Rey de las Sombras cae al suelo, y no se mueve más.
Mi Eidolon desaparece y yo no termino de creerme lo que ha pasado. ¡Lo habíamos derrotado! ¡De verdad lo habíamos derrotado! ¡El mundo tenía razón! ¡La profecía tenía razón! Me dirijo hacia André para ayudarle a salir de aquí y decirle que todo ha acabado, pero otra voz suena en la sala. Me doy la vuelta y ahí está. El Rey de las Sombras. Mirándome divertido, sonriendo ampliamente.
-¿De verdad pensaste que sería tan fácil vencerme?
En un movimiento que mis ojos no logran captar, el Rey de las Sombras se coloca a mi lado, me agarra del cuello y me levanta en el aire. Yo siento como la gravedad hace que su mano se clave más en mi garganta y me corte la respiración.
-¿Creíste que alguien tan débil como tú me derrotaría?- dice, en una carcajada.
Y entonces yo empiezo a arder. Quiero gritar, pero su agarre sobre mi cuello es tal que no puede entrar aire ni puede salir mi voz. El dolor hace que me maree, lloro de terror, de dolor, mientras que todo lo que puedo hacer es patalear en el aire y suplicar con la mirada que no me mate. Pero sus ojos rojos no parecen por la labor de cumplir mis plegarias y poco a poco, todo se vuelve negro.
Cuando me desperté esa mañana, el corazón me latía a mil por hora, estaba completamente sudada y aun sentía el agarre del demonio en mi cuello. Cierro los ojos para intentar relajarme y me llevo las manos a la frente.
Esa clase de sueño…
¿Es un aviso de lo que puede pasar?
¿O una premonición?
