Disclaimer: el capitán América no me pertenece, esta es sólo una forma de sufrir más y compartir mi dolor con el resto de los lectores que se atreven a entrar.
Bueno, esto iba a ser un one-shot, pero aseguro que al final está muy lejos de serlo… la historia se me ha ido de las manos. Esta historia se me ocurrió a través de una canción y su vídeo, la inspiración viene de donde menos te lo esperas.
Espero que disfruten de la historia.
Prólogo
Hay cosas de las que jamás se hablan cuando se intenta atraer a los jóvenes para que se alisten al ejército. Nadie habla del estrés post-traumático, de la ansiedad, del dolor, de todo lo que se puede perder. Todo el mundo sabe que cuando se va a la guerra hay consecuencias, pero nadie sabe realmente lo que eso significa hasta que es demasiado tarde. Si Bucky lo hubiese sabido jamás habría intentado salir vivo de aquella cama metálica. Una noche se habría mordido la lengua con la esperanza de morir ahogado en su propia sangre y habría terminado con todo.
Ahora es demasiado tarde para eso.
Después de todo lo que pone en su hoja de servicios, de todas las noticias que han publicado sobre él y su valentía, no puede suicidarse en la soledad de su casa. Los periodistas se convertirían en carroñeros que se dedicarían a hacer preguntas insidiosas y crueles que emponzoñarían su memoria y la de su fallecida madre. Hablarían del héroe roto y abandonado que no pudo sobrevivir a su propia vida, esa por la que tanto había luchado. La prensa sería cruel, incluso cuando no quisiese serlo, porque esa realidad sería bastante brutal e irónica.
Por eso sigue vivo, con la fuerza suficiente como para levantar una botella para emborracharse hasta perder el sentido. La confusión y el olvido que trae consigo el alcohol es gloria para él. Si se mueve y va al gimnasio es para poder seguir bebiendo, para poder levantar aquella abominable pieza de metal y beber hasta caer y no poder levantarse del suelo, hasta arrastrarse por el suelo sin saber adónde quiere ir.
Es lamentable, es patético y lo más vergonzoso que ha hecho jamás, pero no puede ni quiere evitarlo. Vivir sobrio más de lo estrictamente necesario es terrorífico, además cuando se queda inconsciente por el alcohol no sueña, no tiene pesadillas por tanto y eso es una bendición de la que no quiere huir.
Le gusta vivir en esa nebulosa realidad, esa que a veces no le permite saber qué hace realmente. Algunas mañanas se levanta junto a su propio vómito, otras encuentra la cámara colocada en el centro del salón y en ella hay vídeos de él despidiéndose de su vida, o cantando cualquier canción que adorase, otras se ha encontrado con extraños en su cama que no sabe exactamente cómo les convenció para ir a su casa, mujeres y hombres que salen en silencio tras beber un vaso de agua que él les ofrece.
Mientras sus vecinos no se quejen todo está bien, no quiere molestar a nadie. A veces ha recibido miradas de pena, pero es fácil ignorarlas cuando todavía está mareado. De todos modos no se cruza demasiado con ellos, sólo con su vecino de enfrente que siempre intenta iniciar una conversación amigable que no sabe qué significa exactamente. Su vecino, Steve, siempre sonríe y le obliga a pararse unos minutos para hablar de lo que sea, quizás esté intentando que no se sienta tan solo, no está seguro, pero no se detiene a pensar demasiado en él.
Pensar es malo, pensar es ser consciente de la vida de mierda que lleva y odia con todo su ser. Pensar es buscar una salida que no puede permitirse, al menos no durante unos años hasta que el mundo se olvide de él, cuando no celebren el aniversario de su llegada. Pensar es ver las botellas amontonadas en el suelo junto a restos de comida que se obliga a ingerir para no perder masa muscular y que ese horrible brazo de metal le provoque más dolor del necesario.
Ya ha aceptado parte de su miseria, puede llegar a aceptarla toda con el tiempo, es optimista. Ha tenido una semana lo suficientemente mala que le va a ayudar a ver todavía mejor lo triste que es seguir viviendo como lo hace él. Y una botella siempre le ayuda.
Cuando esa noche tira la botella vacía y se arrastra por su apartamento para coger otra, presiente que esa noche va a tocar fondo. Tocar fondo es bueno, lleva esperándolo desde que salió del hospital con la terrible noticia de que tendría que vivir con el recordatorio de todo lo que vivió en aquella cueva. Cuando abre la botella y le da el primer sorbo decide salir. A veces le gusta subir hasta la terraza, el ascensor no llega hasta allí, pero vive en el último piso por lo que es fácil para él llegar, aunque sea a cuatro patas.
Con la botella en la mano sale. Lleva unos pantalones de tela oscuros, una camiseta ancha granate y una mugrienta bata de rayas azules y negras. Es un aspecto lamentable, y más cuando se ve los pies desnudos, pero no le importa.
Sale dando traspiés y con las llaves repiqueteando en su bolsillo. Consigue subir parte de las escaleras de pie, apoyando la espalda en la pared, y un par de tramos tiene que hacerlos apoyando las manos para evitar una caída. Es patético y, si pudiese, se grabaría para poder reírse de sí mismo y llorar por la vida que siempre soñó y ahora se le escapa entre botellas y lágrimas.
Cuando llega y siente el aire golpearle la cara, cierra los ojos y se deja embargar por un sentimiento de libertad no bien recibida. Cuando estaba preso todo era mejor, mucho más fácil. Tenía una meta, buscaba una salida y sabía exactamente cuál debía ser. Pero ahora, ahora no tenía nada. Le habían dejado claro que jamás volvería a estar apto para el ejército, que merecía una vida civil, lo bastante tranquila y apacible como para que no sufriese ataques de pánico o ansiedad más de lo estrictamente necesario. Le habían dejado libre, sin ninguna meta a la que aspirar, con un cerebro que no funcionaba bien y un cuerpo mutilado que odiaba con todo su ser. Oh… y una paga lo suficientemente alta como para poder alquilar un pequeño apartamento y beber diariamente hasta perder el sentido, incluso podía comprar un poco de comida. Eso le habían dejado, y un estúpido psiquiatra que sólo visitaba cuando necesitaba alguna pastilla para calmar los nervios.
Vuelve a abrir los ojos, da traspiés hasta llegar al borde. Le gusta asomarse. Si algún día tiene la suerte de caerse hay suficientes vídeos en su casa que pueden documentar los últimos meses de su vida y que señalen que, muy posiblemente, se deba a un accidente a causa de su borrachera. Bucky ha visto algunos de sus vídeos. Siempre empieza sentado en el sofá, pero conforme habla de su asquerosa vida, se pone de pie o se arrastra por el suelo para poder levantar distintas botellas o papeles del ejército que guarda y son confidenciales, pero que él muestra a la cámara con una sonrisa deprimente mientras explica qué significa cada uno de ellos y a lo que está obligado a callar. También hay canciones grabadas cantadas por él, la mayoría de ellas deprimentes que hablan de miseria y soledad, sin embargo, algunas van dedicadas a su madre, son canciones que ella solía escuchar y cantaba mientras hacía diferentes cosas por la casa, también le ha dedicado canciones recientes que cree que podrían gustarle. Suenan mejor de lo que deberían teniendo en cuenta las circunstancias, en un par de ellas se retira de la cámara para poder vomitar y, después de eso, continúa con voz ronca hasta que ya no puede más.
Si algún día hacen una película sobre él, espera que le dediquen especial atención a su caída. La forma en la que pasó de ser un héroe, un superviviente, a un ser lastimoso ser humano que sólo sabe malgastar su paga en alcohol. Suplica que puedan captar la tragedia que le supone el seguir vivo y no suicidarse por culpa del recuerdo de su madre a la que no puede hacerle eso.
Se asoma con la botella en la mano y sonríe cansado. Es estúpido seguir vivo. Y más cuando se hace por la razón tan absurda de no cargar con la culpa a su madre ya fallecida, pero hay algo en Bucky que se aferra a la vida, aunque sea a través de una botella. Siempre que hace eso llora sin poder evitarlo, porque esa no debería ser la única razón que evitase que un día saltase al vacío.
Se pone de puntilla y observa el asfalto, los coches que pasan más veloces de lo debido, los transeúntes que pasean despreocupados y esos que llevan prisas para no llegar tarde a algún sitio. A Bucky le gusta observar porque le recuerda a un pasado feliz que perdió el día que echó los papeles para entrar en el cuerpo militar por tener un sueldo pronto y saldar su cuenta con la universidad lo antes posible. Desvía su mirada al cielo y empieza a llorar.
Ojalá jamás hubiese sobrevivido.
De repente siente unas manos aferrarse a su bata y tirar de ella. Pierde el equilibrio y termina de rodillas en el suelo. Es una caída estúpida que podría haber evitado de no ser por la media botella de whisky escocés que se ha bebido hasta el momento y que rueda por el suelo derramando un poco de su contenido.
Está mareado a causa del sobresalto, pero se obliga a alzar la mirada y enfrentarse a la persona que ha tirado de él con semejante violencia. Ante él está su vecino, pequeño y escuálido como siempre, con la respiración levemente alterada y el pelo casi perfectamente peinado con la raya al lado. Las luces de un estúpido edificio de la zona le ciegan levemente y la silueta de su vecino la ve difuminada por el brillo. Lleva unos pantalones de chándal azules y una camiseta blanca que le está grande y unas zapatillas de casa. Bucky sabe que algunas veces sube a la terraza para despejarse, trabaja como dibujante desde su casa y a veces necesita un respiro. Los dos son los únicos que suben allí, sin embargo, es la primera vez que coinciden.
- ¿Qué estabas haciendo? –le pregunta con voz temerosa.
Bucky sabe qué cree que estaba pensando. Sonríe, le dedica una de esas muecas tristes que son lo más parecido a una sonrisa que en esos días puede ofrecer.
- Sólo miraba, me gusta observar el mundo.
Ese mundo en el que no sabe muy bien cómo encajar más allá de ayudar a la viuda Fischer cuando llega con las bolsas de la compra, o recogiéndole el bastón al señor Clegg, o al llevar a cabo cualquier gesto de cortesía con sus vecinos.
- Es peligroso… y más en tu estado –añade dudoso.
Bucky ríe despreocupado.
- No te preocupes, lo hago continuamente –dice intentando quitarle importancia al asunto-. Además, no es mi intención que mi cuerpo acabe desparramado por la acera –bromea.
No ha perdido su sentido del humor, pero se ha vuelto mucho más negro y más cruel. Bucky nota que quiere decir algo, pero al final decide callarse, es lo mejor. Quiere levantarse, pero su cuerpo se tambalea y acaba teniendo que apoyar la mano en el suelo para evitar caerse del todo. Steve se acerca a él y le ofrece una mano que Bucky mira sin comprender bien qué está pasando.
- Déjame ayudarte –le murmura con un deje que suena a súplica.
Bucky le mira directamente a los ojos. Siempre le han gustado los ojos de Steve, son azules y brillan como lo hacían los suyos antes de ver caer el primer soldado enemigo a causa de sus balas. Pero el azul de Steve es como el del cielo en un día soleado, son preciosos. Bucky podría llevarse horas mirándolos fascinado. En ese preciso instante sus ojos brillan dolidos, suplican que le deje ayudarle. Tras unos segundos de silencio decide coger su mano y utilizarla como apoyo para poder levantarse.
Sus dedos rozan la palma de su mano y se deslizan hasta que Steve los atrapa en un sólido agarre. Con la otra mano, la de metal coge su muñeca con cuidado de no apretar más de la cuenta. Todo el cuerpo de Steve se tensa cuando se impulsa y consigue alzarse. Quiere vomitar, dejarse caer al suelo de nuevo y no moverse durante horas, pero no hace nada de eso. Como puede retiene las nauseas y permanece quieto.
- ¿Estás bien?
- Sólo… sólo necesito tumbarme… volver a mi casa.
Su voz suena gangosa y nota la dificultad a la hora de pronunciar correctamente las palabras. Quizás pueda darse una ducha y despejarse un poco. No quiere dormir si puede evitarlo, el otro día tuvo una pesadilla y pensar en volver a la cama es aterrador. Por supuesto no piensa decirle nada de eso a Steve. Sus miserias deben quedarse en casa.
Steve le ayuda a no caer durante la bajada y Bucky sabe que debería sentirse avergonzado, pero está demasiado borracho para eso. Ya tendrá tiempo mañana.
- No me siento cómodo dejándote así en casa.
Bucky le mira. Está seguro de que todo el mundo en ese edificio sabe que la mayoría de las noches pierde el conocimiento junto a una botella, así que no entiende la repentina preocupación de Steve. Quizás se deba a que es la primera vez que le ha visto tan borracho que no es capaz de dar dos pasos seguidos sin trastabillar.
- Estoy bien.
Es una mentira tan obvia que no entiende como no se está riendo en ese preciso instante, o por qué no lo está haciendo Steve.
- Ya sabes… no me voy a morir… no hoy al menos –añade con un hilo de voz.
- Lo sé… es sólo que no me siento tranquilo… nunca me he sentido tranquilo… cada vez que te escucho cantar es un alivio porque sé que estás vivo…
Bucky mira la llave que se acaba de sacar del bolsillo de la bata. El llavero es una moto de plata, regalo de su madre por su cumpleaños, el último que le dio. No quiere separarse de él, pero se siente tranquilo sabiendo que lo tiene Steve. Su vecino es la primera persona que se ha molestado en entablar una conversación con él más allá del saludo. En caso de que algún día muera ahogado en su propio vómito se lo quedará la única persona que aprecia en esos días.
- Toma –dice ofreciéndole las llaves-. Cada vez que temas que haya muerto porque llevas días sin verme puedes entrar.
Los ojos de Steve observan las llaves fijamente que cuelgan de sus manos. Bucky observa cómo se muerde el labio antes de cogerlas.
- Gracias.
- No te va a gustar lo que vas a encontrar.
Steve no dice nada durante varios segundos.
- ¿Tienes…?
- Tengo otro juego en casa, no te preocupes.
- ¿Estás seguro?
No lo está, posiblemente al día siguiente cuando esté sobrio y con una desagradable resaca se arrepienta. Pero quizás este sea un primer paso para mejorar su vida. Quizás así limpie más a menudo las botellas vacías e intente vivir con más dignidad para que Steve no vea la pocilga en la que habita.
- Sí…
- Gracias.
Bucky asiente con la cabeza y abre la puerta. Le dedica una última mirada a Steve antes de desaparecer y encerrarse en su casa. La cámara está delante del sofá, siempre preparada para grabar sus momentos más escabrosos, a su lado están los papeles del ejército, alguna botella, ropa tirada… Ese es su hogar, el único sitio en el que puede refugiarse. Es un asco.
Camina hasta el baño y le da a la llave del agua caliente. Le gusta quemarse y salir de las duchas con la piel roja. El dolor le transmite cierta sensación de paz, quizás porque entre toda esa nebulosa en la que vive por culpa del alcohol, puede sentir algo, recuerda que sigue vivo y le ayuda a despejarse.
Todo su cuerpo se contrae cuando el agua ardiendo entra en contacto con su piel. Bucky se limita a cerrar los ojos y quedarse allí durante varios minutos. Es una mala costumbre que ha adquirido, pero que le reconforta. Como el alcohol. Le ayuda a soportar su propia vida.
Cuando sale es envuelve en una toalla y se dirige al salón. Aún está mareado y se siente con ánimos de hacer otro estúpido. No se viste para ello. Con la toalla sobre sí mismo va hasta el salón, enciende la cámara y empieza a hablar. Cada vez que las palabras le faltan, recurre al alcohol. No culpa a nadie de su captura, pero responsabiliza a los Estados unidos de su situación actual. Es un problema para ellos y es mejor intentar que el problema sea de otro. Enseña de nuevo los papeles que tuvo que firmar y las clausulas que le imponen. No puede hablar con nadie sobre lo ocurrido en aquel año de torturas y pruebas, ni con los psicólogos que quieren que visite por miedo a que se filtre alguna información, no puede pedir ayuda a nadie porque sería ponerles en peligro, tampoco tiene protección por si algún día alguien decide que el único sujeto capaz de sobrevivir no debería estar suelto, sino amarrado de nuevo a una mesa de experimentos… Es gracioso que le vendan al mundo como un héroe, y a la vez se lo quiten de encima como si fuese un montón de basura inútil. Está seguro de que el propio estado habría experimentado con él de no ser por la opinión pública en caso de que se descubriese. Si algún día hacen una película de él quiere que se sepa la opinión que tiene de los mandamases y todos esos ineptos que están en la cima del poder y ya no recuerdan que trabajan con seres humanos.
Cuando termina se queda tirado en el suelo y empieza a hundir sus dedos de metal en su piel, se da pellizcos que dejan marcas negras en su piel. Es una forma efectiva de no quedarse dormido. Mira a cámara mientras lo hace. Si alguien llega a ver los vídeos se horrorizará de la forma en la que lo hace, sin dejar de mirar a cámara, sin emitir ningún sonido.
- Después de un año de torturas esto no es nada –explica.
Su brazo está lleno de moretones de distintos colores: amarillentos, morados, negros, rojos… duele con solo tocarlo, o incluso mirarlo. Es bueno que sólo salga de casa con camisetas de manga larga y jamás se las quite.
Cuando está lo suficientemente despierto se levanta y apaga la cámara. Necesita comer algo. Coge leche y mira que no esté en mal estado, después va a por una caja de cereales y de paso prepara una cafetera. Quiere ir al gimnasio más tarde y necesita mucho café para soportarlo. Necesita estar presentable para Thor que muy posiblemente le mirará desde donde esté para asegurarse de que no tiene peor cara de la habitual.
Mientras come evita pensar en su vecino que ahora tiene las llaves de su casa, las llaves con el llavero con forma de moto que su madre le regaló. No quiere pensar en él y, en cuanto puede, aleja ese recuerdo borroso de su mente.
Fin del prólogo
Bueno, pues hasta aquí la primera parte. Comentarios y kudos siempre serán bienvenidos y me animarán a publicar más rápido.
