Luz

Ron está sentado frente a la chimenea.

El fuego hace bailar su sombra al compás del crepitar de las llamas. Son las diez y ella aún no llega a casa. Y debería estar ahí desde las ocho de la noche.

Hace frio y Ron se talla la barbilla, sin afeitar desde hace días, suspira. La sortija desprende un destello desde la mesita frente a él. Tiene dudas y estas lo asolan desde hace tres semanas, dos días y veintidós horas. Traga saliva y decide irse a la cama, posponer aquella ocasión.

La nieve sigue cayendo cuando Hermione aparece en el recibidor. Se frota los ojos y cuelga el pesado abrigo en el perchero, dispuesta a buscar una taza de café caliente como el infierno, así como a ella le gusta. Camina seis metros y llega a la cocina, con un movimiento de varita, la luz se enciende y la cafetera empieza a hacer su labor. No hace falta voltear alrededor, ella sabe que Ron ya está dormido.

Los folios verdes y morados del ministerio se desparraman sobre el desayunador mientras el suave traqueteo de la cafetera inunda la estancia, hay trabajo pendiente y Hermione sabe que al día siguiente no tendrá tiempo suficiente.

Empieza a extrañar su giratiempo.

De pronto un airé extremadamente fuerte y frío le golpea la espalda y hace volar sus pergaminos por toda la cocina. Se da la vuelta, abrazándose a sí misma y descubre una ventana abierta, con las cortinas danzando al ritmo del temporal.

Ron y sus descuidos, carajo.

Cierra la ventana con un golpe violento, no le importa si despierta al pelirrojo o no. Vuelve sus pasos para limpiar el desastre que hay en la cocina y, súbitamente, un pequeño destello llama su atención.

Enfoca la mirada y se da cuenta que es una sortija plateada, está en la mesita de vidrio.

El corazón no sabe si dejar de latir o bombear con más fuerza y por eso Hermione siente que su cuerpo pierde realismo, se desconecta de su alma, y está yendo a pasos torpes y agigantados a la tercera habitación de la izquierda.

Su cuerpo la sigue, con la sortija en la mano.

La puerta se abre con un chirrido y la lejana luz de la cocina ilumina vagamente la habitación. Ron está dormido bajo un edredón azul marino y su cabello pelirrojo contrasta contra la almohada blanca. Hermione no sabe qué hacer. ¿Habrá sido un descuido del pelirrojo?

Baja la vista y observa la sortija sobre la palma extendida, le resulta familiar.

Ron no sabe a qué hora llegó su novia, ni en qué momento se metió a la cama. Despertó con sed y frio y descubrió una melena castaña desparramada sobre la almohada, a su lado. Se pone de pie y sale de la habitación. Enciende la luz de la cocina y descubre café sin beber en una taza y algunas carpetas del ministerio en la barra. Se sirve agua y bebe negando con la cabeza: Hermione no sabe cuándo parar de trabajar.

Apaga la luz y regresa a la habitación. Es cuando el pomo de la puerta brilla y algo en su mente le hace despertar de golpe, casi correr a la sala y tropezar con la mesa de vidrio. La sortija está ahí, pero no recuerda haberla dejado en esa posición. El pánico sube por su garganta y le impide tragar saliva, a pesar de que apenas bebió agua.

―Debes ser más cuidadoso, te lo he dicho.

Ron se da vuelta y en la penumbra descubre la silueta de Hermione, de pie frente a la puerta de la habitación, con su camisón negro y la bata de seda blanca encima. Prefiere guardar silencio. Está arruinado, todo jodido. Y Ronald Weasley vuelve a sentirse idiota.

―Rompiste el desiluminador ― dice Hermione y avanza hacia él ―. Por un segundo creí que era un anillo de compromiso o algo así ― añade con ironía.

Ambos observan el arito de plata en silencio. Ron levanta la vista y Hermione toma la argolla en sus manos, examinándola.

― Estoy segura de que no afectará en nada al uso de…

― Lo es.

Hermione trata de encontrar sus ojos y lo logra. Parpadea dos, tres veces y frunce el ceño. Guardan silencio mirándose.

― ¿Cómo? ― pregunta la castaña en voz baja, ahogada.

― Es mi anillo de compromiso, para ti ― Hermione ladea la cabeza, parece no comprender ―, la argolla del desiluminador. No está roto, funciona…Pero no lo necesito de todas maneras, claro. Encontré lo único que necesitaba en mi vida. Te encontré a ti. La luz, mi bolita de luz…

Hermione no reacciona y Ron le quita con suavidad la argolla de plata, toma su pequeña mano derecha entre la suya, selecciona el dedo anular e introduce lentamente el improvisado anillo en él.

Sin dejarla decir o hacer nada más, atrapa sus labios, le rodea el cuello con las manos y Hermione se sujeta de sus hombros fuertemente. No hay 'te amos' ni ninguna otra palabra más, solo Ron y Hermione, abriéndose paso hasta su habitación sin separarse.

Hermione cae con suavidad en la cama y Ron sobre ella unos segundos después. Atrapada entre su cuerpo tibio y el edredón, siente sus caricias y besos en los hombros. Suelta un suspiro y le acaricia la espalda, pecosa y esplendida.

Ron vuelve a sus labios y el beso es profundo, lento.

Labios que jamás terminarán de decirse lo que quieren realmente, manos que nunca se cansan de recorrer cuerpos que reaccionan siempre a sus caricias.

Pelirrojos y castañas que vuelven a ser uno, a pesar de ser tan diferentes.

No queda rastro de ropa bajo el edredón y tampoco de frío.

Ron duerme abrazado, casi aferrado a ella, y Hermione le besa la frente, le acaricia la espalda por debajo de las mantas y no para de observar el brillo azulado de la argolla de plata, que reluce levemente y va y viene con cada caricia suya.