¡Hola a todos! Aquí con una nueva historia. Para los lectores de mis otras historias, quiero pedirles una gran disculpa por no actualizarlas aún. Se me ha secado el cerebro con la mayoría de ellas. Lo siento mucho, pero eso no significa que se quedarán ahí. Las seguiré, en algún momento, lo prometo.

Y bueno, pues siempre quise escribir un típico drama adolescente, y este prólogo es parte de una pequeña idea que me ha salido de repente. Espero que les guste:)


Simplemente le encantaba el invierno.

Le encantaba que su madre preparara arroz con leche y chocolate caliente justo a las siete de la tarde, cuando el crepúsculo comenzaba a aparecer dando a entender que el viento comenzaba a ponerse más helado desde ahora.

Le encantaba que su padre se sentara en aquél inmenso sofá y le contara fantásticos cuentos e historias. Y también le encantaba tirarse sobre la alfombra con su mantita verde encima, y con Pickles acostado a un lado, que maullaba a cada expresión de admiración que la pequeña hacía luego de que el hombre contara la gran batalla final de sus cuentos, como si el pequeño gato también se sorprendiera.

Esta noche, su padre encendió la chimenea antes de iniciar la travesía del pirata que engañaba a los reyes de diferentes pueblos. La niña, además de tomar su mantita, se acostó en una gran almohada, mientras que el gato se acurrucaba frente al fuego, soñoliento.

Y justo cuando la historia termino, la pelinegra se dio cuenta de la nieve que caía del cielo. Sus grandes ojos verde esmeralda se iluminaron, haciendo juego con la gran sonrisa de felicidad que le dirigía a la ventana.

Se levantó rápidamente y corrió a sentarse en el sillón, recargada sobre el marco, con su carita sonriendo a la par que la nieve caía e invadía el pórtico. Sus ojos se dirigieron lentamente a la calle, y ahí, con dificultad y la vista forzada, lo vio.

Un niño, aproximadamente de su edad, trataba de mantenerse en pie frente a la nevada. Sus pies estaban enterrados bajo la nieve al menos veinte centímetros, y con cada paso que daba levantaba las piernas exageradamente. Con uno de sus brazos trataba de abrazarse a si mismo por encima de la desgastada y gigante chamarra, mientras que con el otro trataba de bloquear la nieve de su vista.

La pequeña Buttercup lo reconoció. Era el chico que vivía en la casa más pobre del barrio. No es que fuera de cartón y lámina, pero se sabía que las personas de ahí no tenían los recursos suficientes para tener al menos dos comidas al día.

Sin darse cuenta se le quedo mirando con una cara rara, que no supo reconocer si era de sorpresa o algo diferente. Pero cuando el niño se volteó a mirarla, no interpreto su cara pegada a la ventana, mirándolo raro, como algo bueno (¿quién lo haría?).

Frunció bastante el entrecejo, y Buttercup sabía que nunca se olvidaría de aquella mueca. Ni siquiera se olvidaría de sus facciones, que lo hicieron parecer hasta más grande de edad. Mucho menos se olvidaría del color verde centelleante de sus ojos, que a decir verdad, parecía que se habían ensombrecido con aquella mirada.

La ojiverde le siguió el recorrido hasta que su madre le llamo a cenar. En toda la comida no dejó de pensar en el porqué estaba el chico fuera en medio de aquella nevada, que seguramente se convertiría en tormenta. Tampoco se pudo olvidar del cambio radical que sus ojos dieron al encontrarse con los de ella.

De alguna forma, las noches de invierno, los postres de su madre, los cuentos de su padre, comenzaron a tornarse en algo insignificante para la pequeña. Luego de un tiempo, se olvidó también de aquellos ojos oscurecidos. Desde esa noche no los volvió a ver, y pocas semanas después la familia del niño se marchó, dando por olvidada su estancia ahí.

Pero daba igual, porque la pelinegra se olvidó de aquella noche casi por completo. Lo único que recordaba, era que había visto algo que le inspiró muchas cosas. Le inspiro toda la fuerza, todo el odio, y toda la indiferencia que no sabía se podía sentir en el mundo. Y aunque ella no lo sintiera, ni tampoco se lo imaginara, necesitaría de aquello que le dio vueltas a su mente cuando sólo era una pequeña niña.

Necesitaría de la mirada de Butch, aún cuando no lo sabía.

Y sí, su padre había terminado esa noche aquella fantástica historia de piratas. Fue ahí cuando otra nueva comenzaba, y esta vez era Buttercup quien la escribía.


Ya que no tengo nada que aclarar, creo, agradezco de una vez que hayan llegado hasta acá. Espero y lo disfrutaran:)

Review?

Se despide,

Nadia c: