Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, etcétera.
Advertencias: Historia Larga (85 capítulos concretamente). No se recrea en el romance ni habrá gran cantidad de este mismo.
Capítulo 1
Severus Snape se frotó las manos, aguardando el momento – su momento. Un mapa del ciclo lunar estaba desplegado sobre su cama, en el dormitorio de Slytherin, así como varios pergaminos llenos de apretujada letra, sus notas. La sangre se revolvía en sus venas ante la expectación: en unas horas, la luna llena se alzaría alta en el cielo y Severus vería por primera vez la transformación de un licántropo.
Black, el odioso Gryffindor – no confundir con Regulus, su compañero de Slytherin – le había dicho cómo entrar por el Sauce Boxeador hasta la guarida de la criatura esa misma mañana. Le había dicho que descubriría entonces el gran secreto que guardaban, si es que tenía el valor de ir. A Severus no le asustaba el chucho idiota, aunque su mirada tenía ese brillo de locura que a veces teñía los ojos de su prima Bellatrix.
No importaba cuánto creyera Black en su miserable derrota, pues iba a salir vencedor. ¡Cómo si se le hubiera ocurrido a Severus ir sin saber lo que se iba a encontrar! Black le tenía en muy baja estima si creía eso de él. Remus Lupin era un licántropo. El pensamiento no le aterrorizaba, ni siquiera le ponía los pelos de punta; tener un licántropo en Hogwarts era tan peligroso como conveniente para Severus.
Porque Severus quería dedicarse a las pociones, y ya tenía en mente lo que quería investigar: una cura para la licantropía. Las criaturas, cuanto más oscuras y peligrosas eran, más le fascinaban, y los licántropos tenían ese aire de misterio que Severus buscaba desvelar. Además, todavía nadie había encontrado cura, si lo conseguía se haría famoso. Y no, contrario a lo que el resto del colegio creía, no quería tener nada que ver con el Señor Oscuro y sus mortífagos.
—¿Qué haces? —preguntó Regulus detrás de él. Severus se giró: el pequeño Black se parecía bastante a su estúpido y arrogante hermano, aunque no en personalidad.
—Tengo que irme un rato. —contestó con evasivas, recogiendo de golpe el desastre de su cama. Regulus asintió varias veces.
—Claro. Ten cuidado en los pasillos, no te dejes cazar. —le aconsejó antes de irse.
Severus ni siquiera escuchó la puerta del dormitorio cerrarse. Su mente estaba más ocupada recordándole todo lo que necesitaba para enfrentar – o escapar, más bien – de un licántropo. Se decía que los hombres lobo tenían buen olfato, o más bien que eran capaces de identificar humanos con ese sentido, así que Severus se había llevado unos cuantos ajos de las cocinas, antes del toque de queda. Un simple hechizo para camuflar su olor y nadie había preguntado.
Ya tenía todo lo que necesitaba: su varita, sus agallas, los ajos para esconderse de la criatura y su ropa de abrigo. La capa y los guantes, y la bufanda también, pues no sabía cuánto tiempo se quedaría mirando y era pleno invierno. Apenas había cenado pensando en lo horriblemente asombroso que sería ver a Lupin transformarse en licántropo. Ahora, ese chico tan soso era muchísimo más interesante que sus amigos idiotas, al menos a los ojos de Severus.
Salió de la Sala Común entre murmullos de desaprobación – podía perder puntos si le pillaban – y curiosidad, pues Severus Snape no se caracterizaba por romper las normas ni tomarlas a la ligera. Pero aquella ocasión lo ameritaba, pensó el Slytherin, quitándose los ligeros remordimientos con rapidez. Le habría gustado que Lily lo viera también, sabía que le habría gustado estar allí. Quizás en otra ocasión, pensó Severus escurriéndose por los pasillos.
Salió a los jardines por el patio de Transformaciones, que tenía aulas a pie de calle con grandes ventanales. La nieve no era muy espesa, pero sus pisadas se quedaron marcadas en el blanco pasto de todas formas. No muchos alumnos se quedaban en Hogwarts por navidad y, menos los Jefes de Casa, pocos profesores se quedaban, así que era fácil escabullirse de un lado a otro. Los estudiantes de séptimo solían pasar sus últimas navidades allí; aunque Severus no había escuchado mucho, rondaban historias que decían que era un gesto que daba buena suerte, entre otras tonterías.
Lily se había ido a casa, por supuesto. Solo se había quedado una vez por navidad, en su tercer curso, el año anterior, y Severus creía que no se volvería a quedar hasta séptimo, pues ella había parecido aburrida y solitaria, queriendo estar con su familia. Severus no tenía ese problema: estaba demasiado ansioso por ir a Hogwarts cada curso que ni se había planteado volver en vacaciones, y no era como si sus padres le echaran mucho de menos.
Su figura encorvada por el frío se recortaba contra el cielo oscuro cuando llegó al Sauce Boxeador. Black le había dicho qué nudo golpear para que apareciera un pasadizo entre las raíces que le llevaría hasta su gran sorpresa. Severus torció el gesto: si supiera exactamente adónde dirigía ese pasadizo del que Black le había hablado, podría prepararse algo más. Sin embargo, tan solo inspiró con fuerza y levitó una rama caída hasta el nudo.
El Sauce Boxeador se congeló, sus ramas rígidas con las puntas mirando al cielo estrellado, y Severus frunció el ceño, mirando desde lejos a ver si se había abierto un pasadizo. La nieve se movió entre las raíces del árbol y Severus sonrió, viendo el hueco, oscuro como la boca de un lobo – nunca mejor dicho. Encendiendo una luz en su varita, Severus se dejó caer con cuidado por el pasadizo. Era angosto y pobremente iluminado, excavado en la piedra desnuda bajo el árbol.
Por un momento, Severus sintió miedo. Sabía lo que había al final del pasadizo, sabía que encontraría a Lupin transformándose. Sirius Black sabía eso también, sino no le habría dicho nada. Aquella broma – pues Severus consideraba que eso debía de ser una broma – era, sin lugar a dudas, la más cruel que le habían hecho. ¿Potter y Pettigrew estarían también involucrados?, ¿Y Lupin, sabría de esto? Sirius Black le estaba llevando a una muerte, o algo peor que una muerte.
Se despejó la mente en un momento, gruñéndose a sí mismo. Lo que Black pensara que estaba haciendo no era asunto suyo. Si había ido, había sido con pleno conocimiento de lo que hacía, de lo que habría al final del pasillo. Sus pasos resonaban contra la piedra antigua, rebotando contra las paredes; al final del largo pasillo había una luz tenue, como si solo las estrellas iluminaran ese sitio.
El pasillo desembocaba a una casa vieja y polvorienta, dañada tanto por el paso del tiempo como por la criatura que allí habitaba. Severus tragó saliva copiosamente, sintiendo la luz en su varita titilar. Con cuidado, aguantando la respiración inconscientemente, se movió hasta una ventana, vigilando que el licántropo no estuviera ya transformado. Las vistas desde la casa le eran familiares: Hogsmeade se veía, no muy lejano, y detrás, el castillo en todo su esplendor.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta. Todas las leyendas sobre fantasmas, las historias acerca de lo embrujada que estaba esa casa… Severus estaba en la Casa de los Gritos. Por un momento, pensó en volver atrás, en huir, pero se calmó antes de que pudiera hacer algo de lo que se arrepentiría el resto de sus días. Con cuidado, abrió la ventana, y tal y como había hecho para salir del castillo, se deslizó fuera.
La luna todavía no había salido, se animó y alivió Severus. Con un simple hechizo para detectar presencias, descubrió a Lupin en la primera planta, después, intentó que sus juramentos no subieran mucho de volumen. Severus no era atlético, eso le daba igual, salvo en momentos como ese. Tenía que ser discreto para que Lupin no le descubriera. Quitó el hechizo para enmascarar el olor de los ajos y empezó a escalar, sin mucha seguridad.
La fachada de la casa estaba resbaladiza, aunque no tenía hielo. Había varios huecos entre las tablas de la fachada, donde Severus se enganchó para trepar. Le costó varios minutos llegar a su destino y colocarse en posición para no ser descubierto; solo entonces se atrevió a mirar dentro de la habitación por la ventana medio rota. La sala estaba desvencijada, los muebles rotos y las paredes arañadas, confirmando para Severus que ahí era donde Lupin empezaba sus noches de cacería.
El chico de cuarto curso empezó a quitarse la ropa delante de Severus, sin saber de su presencia. El viento ululaba contra el cristal roto de la ventana y un poco de nieve se colaba en la habitación. Cuando Lupin había terminado de desnudarse, miró hacia la ventana, esperando ver la luna, adivinó Severus. Escuchó otro suspiro dentro, mirando el paisaje desde su arriesgada posición. El Sauce Boxeador se movió, sus ramas en punta de nuevo. Severus achicó los ojos, suspicaz, pero lo desestimó cuando Lupin gruñó de dolor.
La transformación fue grotesca. Lupin se encorvó, tambaleante, mientras la luna redonda y blanca hacía acto de presencia en el cielo estrellado. Sus dedos se retorcieron, luego sus brazos y piernas se dislocaron en ángulos extraños mientras Lupin caía al suelo, aullando de dolor. Su voz salía distorsionada, una mezcla entre aullido de lobo y el grito de un chico completamente normal. El pelo empezó a crecerle por el cuerpo mientras su cabeza se estiraba y su cara se transformaba en esa de un lobo.
Se escucharon golpes abajo, en el piso inferior. Lupin se retorció, estirando una espalda cada vez más lobuna. Los ruidos continuaron acercándose y finalmente, la puerta se abrió de golpe. James Potter, sudoroso y pálido, miró a todos lados, primero preocupado y después confuso. Severus se atrevió a sacar la cabeza un poco cuando Potter se quedó mirando fijamente a la criatura. El lobo había llegado y del chico solo quedaban sus ropas, bien dobladas en un rincón polvoriento.
La varita de Potter se alzó a la vez que el lobo se ponía en pie. Severus sacó la suya propia, oliéndose problemas. El lobo miraba fijamente a Potter, que intentaba recuperar el aliento. Parecía asustado por la expresión descompuesta de su rostro y la palidez creciente. Severus sintió una punzada de satisfacción: parece que Potter había caído en su propia trampa mientras Severus disfrutaba de su espectáculo. El lobo gruñó. Potter gritó, suplicándole cordura a su amigo, que ya no se encontraba en esa habitación.
Quizás aquello era lo que Black y Potter habían planeado para él, un final miserable para una vida miserable, pero Severus no quería ver nada de eso. Ni siquiera si la víctima era Potter. Severus se inclinó un poco, dejándose ver por la ventana, y viendo mucho mejor a un lacrimógeno James Potter, que no parecía tan arrogante y creído en ese momento. Los ojos avellana de su odioso enemigo se giraron hacia él un momento antes de volver al lobo, que erizaba su pelaje, listo para atacar. Severus deslizó su varita por entre los cristales rotos, con cuidado de no hacer ruido. El lobo se inclinó y Severus inspiró con fuerza, sin creerse que fuera a hacer semejante locura.
—¡Incarcero! —una soga gruesa ató las patas del lobo, haciéndole tambalear. La cuerda se enroscó por su lomo mientras la criatura mordía aquí y allá, furiosa. Potter corrió hacia él, pálido e inseguro por una vez en su vida, y Severus aprovechó para incapacitar a la fiera un poco más. —¡Desmaius! ¿Qué – ?
James Potter saltó por la ventana, haciendo alarde de sus habilidades de cazador. Severus se tambaleó, empujado por la rodilla de su némesis, y la mano de Potter aferrándose a su túnica terminó de hacer el trabajo. Cayeron al suelo nevado y blanco entre quejas y resuellos que se evaporaban en el aire con rapidez, como volutas de humo. Severus se incorporó, escupiendo nieve a un lado.
—¿Por qué has hecho eso, Potter, idiota? —le recriminó. El chico a su lado, mucho más mojado y menos abrigado que Snape, le miró con los ojos enrojecidos y la nariz roja.
—Cállate y muévete, Snape. ¿No ves que nos persigue un hombre lobo? —le gruñó, estirando de su capa con rudeza.
Los aullidos furiosos del lobo resonaron por toda la casa, escapando por los diversos cristales rotos. Severus se espolsó la nieve de las manos, sintiéndose torpe y adolorido: aquella no había sido una buena caída. ¿Y qué iban a hacer ahora? Severus no tenía ningún plan de reserva para esa ocasión. Potter le ladró prácticamente, mirándole con una mezcla de furia y vergüenza que se le antojaba graciosa a Severus.
—Por aquí, podremos despistarle en el Bosque Prohibido. —Potter empezó a correr, sin esperar que Snape le siguiera. Severus gruñó: seguía sin ser muy atlético. —Además, es el camino más corto de vuelta a Hogwarts.
