No era un día como cualquier otro en París. Era el 14 de febrero, el día más importante para la República Francesa. Para Francis, era su día favorito, el más feliz y el más ocupado de cada año. Desde una semana antes había visto como las tiendas comenzaban a colgar decoraciones rojas y rosas por aquí y por allá, las tiendas de regalos exhibían enormes y caros regalos en sus anaqueles promocionando tarjetas con palabras románticas y de amistad.

Todo París olía a rosas mientras los restaurantes estaban listos para el día más concurrido del año. La personificación del País del Amor se había despertado temprano, era un día maravilloso. El cielo era de un claro azul perfecto moteado con suaves nubes esponjosas.

Bajo ese manto azul celeste, los parisinos así como los turistas comenzaban a salir para disfrutar del día que gracias a alguna divinidad había coincidido con el fin de semana. Francis observaba emocionado a las personas pasar tomadas de la mano o con regalos para sus respectivas parejas, el amor se sentía en el aire.

Se preparó un café y mientras comía una galleta en forma de corazón, terminaba de escribir algunas cartas para sus amigos. Estaba tan absorto escribiendo que no escuchó cuando tocaron la puerta. El cartero finalmente decidió asomarse por la ventana para llamarlo.

-Bonjour~ traigo varios paquetes para Monsieur Bonnefoy-dijo el hombre con una amplia sonrisa. Todos sonreían pues era San Valentín. El rubio abrió la puerta y recibió cuatro paquetes de distintos tamaños.

-Merci, que tenga un excelente día- le agradeció con una sonrisa radiante. Dejó los paquetes envueltos en la mesa y, después de perfumar las cartas y terminar su café, salió de su casa rumbo a la oficina de correos cargando varios paquetes.

La oficina estaba a reventar. Una enorme fila de personas cargadas de regalos salía del edificio. Era una escena popular el 14 de febrero pues aquellos que no tenían la fortuna de vivir con sus seres queridos, hacían fila desde muy temprano para enviar regalos y tarjetas en un día tan especial

Después de una larga hora para poder enviar los paquetes, el francés regresó a su casa. Pasó por un pequeño parque donde vio parejas en el pasto, jugando, comiendo o simplemente transmitiendo su amor a todo el que pasara. Había personas que parecía que llevaban mucho tiempo juntas… si tan solo él tuviera esa suerte…

Francis entró a su casa y comenzó a desenvolver sus regalos. Antonio le había regalado una pequeña caja de chocolate, Gilbert le había enviado varias revistas de señoritas para su colección y Matt le había enviado una agradable loción junto con una botella de jarabe de maple.

Para su satisfacción, el cuarto paquete no tenía tarjeta pero era un poco obvio de quien era pues contenía una bufanda tejida a mano que envolvía una caja de té inglés.

-Oh Arthur-murmuró poniendo los ojos en blanco pues el británico siempre le enviaba paquetes anónimos pero el mismo contenido indicaba que eran de él.

Sonrió y se preparó una taza con el té inglés mientras miraba por la ventana, el día estaba pasando con una gran tranquilidad. Varios enamorados pasaban frente a su ventana, incluso una pareja de la tercera edad pasó frente a él tomados de la mano y aún con el brillo del amor en los ojos.

Cuando los vio pasar se sintió raro pero no lograba identificar por qué. Después de tomar la taza de té, decidió salir a comprar una botella de vino pues Arthur prometió visitarlo en la noche. Por más que él se había asegurado de ponerle muy en claro al francés que no se trataba de una cita, el galo sabía que el menor estaba interesado en él.

Caminaba por las calles mientras el sol brillaba con fuerza sobre su cabeza. Pasaría por la Torre Eiffel. Como el País del Amor, era su deber esparcir el amor y ayudar a todos los humanos que lo rodeaban a encontrar el amor. Era su deber preocuparse por los demás, no por él.

Tarareaba tranquilamente mirando el brillante cielo conforme caminaba hacia la famosa torre parisina. Entró en la florería más cercana y compró el ramo de rosas más grande antes de comenzar a darle rosas a los hombres que pasaban para que se las regalaran a sus parejas.

Sonreía radiantemente mientras caminaba feliz entre las parejas, incluso si llegaba a encontrarse a algún soltero, le regalaba una rosa y lo emparejaba con la primera soltera o soltero que pasaba. Los alentaba, aquellos que parecían enojados, se reconciliaban, todo gracias a la magia del amor.

-Merci beaucoup~-dijo una señora de 40 años al recibir la rosa por parte de su marido- Usted es muy amable.

-De rien, madame-respondió el francés con una amplia sonrisa- Solo hago mi trabajo, madame

-¿Tu trabajo?-preguntó ella confundida- ¿Trabaja el día de san Valentín? Eso no es posible-le quitó las últimas dos rosas que traía y se las dio a unos jóvenes que pasaban-Quiero que vayas a casa y te disfrutes el resto del día con tu pareja, llévala a ver el atardecer o lo que sea.

-Pero madame, no entiende… -comenzó cuando le quitó las flores- yo no tengo una pareja fija, es decir, llevo mucho tiempo coqueteando con un inglés pero nunca hemos llegado a mucho

-Eso es tan triste, eres una persona maravillosa-dijo la mujer sonriéndole- todos merecen la oportunidad de amar para el resto de sus vidas… -y dicho esto se despidió dejando a la nación pensando y dándose cuenta de porque sentía algo raro. Estaba celoso.

-Arthur, no quiero aceptarlo pero creo que estoy celoso-le dijo mientras tomaban té

-¿Por qué?-preguntó el inglés mirando al cielo estrellado. Se encontraban sentados en la mesa de jardín del mayor- ¿Y de quién estás celoso?

-Estoy celoso de los humanos-confesó el mayor tras una pausa- Ellos tienen muchas cosas que nosotros no, entre ellos, pueden enamorarse y estar con esa persona hasta el final de sus vidas. Nosotros no tenemos final.

-Y nuestras relaciones están regidas por nuestros gobernantes-dijo el ojiverde entendiendo un poco el sentir ajeno- Quien en una guerra es tu aliado, puede ser tu enemigo en la otra o puedes casarte con tal o cual sin poder evitarlo.

-Arthur… ya no quiero vivir así-el francés comenzó a llorar- siempre veo como las personas a se enamoran en París, se casan en París, se declaran amor eterno en París y yo… no tengo nada…

El británico miró al galo y le dio un par de palmadas. Le hubiera gustado decirle "me tienes a mi" pero su propio orgullo se lo impedía por lo que se quedó callado.

-Artie… ¿no hay nada que podamos hacer?-preguntó el rubio herido- ¿Acaso seguiremos siendo naciones por el resto de nuestras existencias?

El menor hubiera querido decirle que si pero no quería ser cruel, el sabia de una manera para dejar de ser nación pero era arriesgado y sobre todo, no sabía si funcionaría o no. Finalmente cedió con un respiro.

-Hay solo una manera para que alguien pueda renunciar a ser una nación-dijo Arthur con voz vacía pues no quería que el francés lo hiciera- Debes pensarlo muy muy bien porque una vez que se renuncia a ser nación, ya no hay vuelta atrás ¿entendido?


Hola a todos, Ghostpen94 reportándose con un nuevo fic

Espero que les haya gustado y ¿cómo piensan que uno renuncia a ser una nación?

Gracias por leer y no olviden comentar