Hey! Este fic, es un ExT… algo de SxS pero muy poco…

Bueno, espero que les guste, espero comentarios (buenos, malos, no importa…)

Guarda que empieza…

Dos Mundos Diferentes

Cáp. 1

Tomoeda, 9.30 PM.

Las calles antes agitadas comenzaban a dormirse poco a poco, apaciguados por la paz de la noche. Muchos comenzaban a apurarse en llegar a sus casas. Otros ni tenían una.

La gente rica se preocupaba en que los pobres no les rayaran sus lujosos convertibles. Los pobres se preocupaban por encontrar algo para comer. Los ricos no escatimaban el dinero, gastándolo como si fuera el aire que respiraban. Mientras, los pobres desahuciados rogaban con encontrar alguna moneda en la calle. Aunque fuera sólo una.

En Tomoeda, las noches no eran fáciles. Mucho menos en pleno invierno. Y menos aun si una tormenta de nieve amenazaba con congelar a los mendigos que dormían entre los tachos de basura, en las oscuras calles sin salida, debajo de algún vehículo…

En pleno centro japonés, cada tienda rebasaba de gente, despilfarrando plata, saliendo de cada local, de cada shopping, con 3 o 4 bolsas cargadas de regalos, para alguien más o para ellos. A sólo unas cuadras de esa urbanidad plena, la civilización se mostraba en todo su esplendor de la mano de la monumental arquitectura, demostrada en mansiones inmensas, en residenciales esplendorosas; las marcas de auto aparecían en cada lujoso automóvil cero kilómetro, dando por sentado que Tomoeda era una de las ciudades más envidiadas en cuanto a la riqueza de los propietarios de dichas moradas, dignas de envidia y admiración.

Pero, a solo unos pasos de aquel paraíso humano, se encontraba un escenario que contrastaba con todo lo anterior. Calles de tierra dividían las manzanas donde se ubicaban unos ranchos dignos de lástima. Allí no habían casas, sino trozos de madera y chapa que simulaban servir de abrigo. Dentro de ellas vivían algunos afortunados, mientras que en el medio de cada calles dormían otros no tan dichosos. Al ser los barrios más peligrosos de la ciudad, nadie se acercaba a ellos. O peor aun, los ignoraban. A los barrios y a su gente, suplicando ayuda. Los más bandidos solían aprovecharse de la soledad y lejanía de esos rancheríos para robar el poco pan que conseguía esa gente.

A esas altas horas de la noche, no era recomendable recorrer los barrios más pobres. No por lo menos para un joven de sólo 16 años, haciéndose paso entre la espesa capa de nieve que comenzaba a acumularse.

Este joven sólo vestía una remera manga larga, rota y sucia, y un pantalón en el mismo estado. Su pelo enmarañado caía sobre sus ojos azules, ahora cerrados para evitar que le entre nieve.

Solo y sin nadie buscaba, todas las noches, un lugar donde dormir. Siempre que encontraba uno le era arrebatado por algún maniático muerto del frío.

Desconocía su nombre y su identidad, su edad, las razones por las cuales se encontraba solo en ese mundo cruel, abandonado a la suerte del destino. Varias veces había intentado insertarse en aquel sector de la sociedad tan poderoso, de conseguir un trabajo, pero siendo analfabeto todo es imposible. Especialmente en Japón.

El alambrado que dividía a los ricachones de los mendigos era difícilmente cruzado por este chico, debiendo esconderse y escapar cada noche de los policías que trataban de evitar la entrada de aquellos indeseados. Pero, al no conseguir nada, volvía a sus orígenes. O por lo menos los que creía sus orígenes. Si es que tenía alguno.

Gracias a su agilidad física, cruzar aquel muro de alambres a dichas horas se le hizo un poco más fácil. Recorría, como un gato en la oscuridad, las asfaltadas calles que se encontraban entre las diversas mansiones que brillaban en su esplendor, buscando algo. No sabía qué había ido a buscar, pero 16 años de vivir en la incertidumbre del destino seguramente agobiaba a cualquiera.

Encontró un tacho de considerable tamaño al costado de una calle. Olió algo, y pensó que esa noche quizá comiera algo. Al acercarse a su probable cena, alguien lo sorprendió.

Un hombre de por lo menos 2 metros de alto y 150 kilos lo tomó por el hombro y lo tiró al suelo.

-Alejate, mugriento. Andá a buscar tu comida a otro lado. –le dijo severamente. El joven vio a vestía ropas azul marino, y tenía una de esas chapitas de metal que usaban los policías. Entonces, se levantó del suelo y, sin decir palabra, se fue.

El joven siguió caminando, hasta que se topó con algo que le llamó la atención. Era seguramente la casa más bella de la zona. Con una gran fuente en forma de cisne iluminada en el centro, un amplio jardín era alumbrado por reflectores, que demostraban su belleza. Pero no solo vio eso.

En la verja de esa casa, el chico distinguió otra placa de metal, seguramente con el nombre de la familia que habitaba allí.

Mientras admiraba dicha mansión, algo lo sorprendió. Una limusina, tan larga como un tren, paró detrás suyo, y un hombre similar al anterior bajó del automóvil, de la puerta trasera.

-¿A quien buscás? –le preguntó hostilmente.

-A nadie… sólo… miraba… -dijo el chico, quien comenzaba a alejarse de a poco, caminando de espaldas.

-¿Qué mirabas? –el hombre seguía allí parado, al lado de la puerta del auto. –No hay nada para robar. Y ni te atrevas a hacerlo. ¿OK?

-Sí… -El chico miró al hombre, y pensó que si se apuraba, y se atrevía, podía ver su noche salvada del hambre -¿No tiene algo de comida para tirar?

El hombre lo miró, y le dio pena. A quién no.

-Esperá, nene. No te muevas de acá.

El hombre subió a la limusina, la reja de entrada se abrió y el auto entró. Pero el chico iba a esperar. Dio media vuelta, sin irse muy lejos, y miró unos afiches pegados en una de las paredes que cubría una casa.

No sabía leer, pero un par de letras que había allí escritas eran similares a las que se encontraban en la entrada de la mansión. Comprobó y sí, eran ciertas. En la fotografía, aparecía una mujer de cabello corto y castaño, sonriente pero a la vez seria. Se acordó de lo que le había dicho un hombre en su barrio: "Cuidate, porque los ricos van a elegir presidente y pasan cosas malas. Tené cuidado con todo, y no te fíes de nadie, porque pueden pensar que sos del bando enemigo, y te hacen boleta".

El chico se sobresaltó cuando alguien tocó su hombro; era el hombre de la limusina. Traía consigo una gran bolsa.

-Te traigo esto, nene. Espero que no seas uno de esos que pide comida para después venderla y comprar drogas o cigarrillos. –el hombre estiró el brazo, alcanzándole la bolsa. El jovencito la miró, y esbozó una sonrisa dedicada al hombre. Pero la emoción que lo invadió, la alegría, fue demasiado súbita. Y no pudo evitarlo.

El chico abrazó al hombre, diciéndole gracias. El hombre también lo abrazó, y lo miró, y le dijo:

-Hago esto porque no me gusta ver a chicos tan jóvenes mendigar, y porque la hija de mi esposa tiene tu edad, y no me gustaría verla a ella sufrir. La nieve seguía cayendo, y el hombre ya se iba, cuando el chico lo llamó:

-Disculpe, pero… ¿me podría decir qué dice ahí? –señalando el afiche.

-"Vote por Sonomi Daidouji, ella es confianza, ella es país" –el hombre sonrió y entró a la mansión.

El chico comenzó a sentir frío, y se dirigió a un callejón entre dos casas, y allí se acurrucó. Abrió la bolsa, y lo primero que sacó fue un sánguche, y comenzó a comerlo. Luego se fijó que más había allí, y se alegró aun mas. Había un abrigo, un poco viejo y grande, pero que lo protegería del frío. Se lo probó, y con su bolsa se había dispuesto a volver a su barrio, cuando dijo en voz baja:

-Si me vuelvo, me van a robar –y mirando arriba suyo –y acá no llueve. Mejor me quedo acá –y recogió unos cartones y se armó una cuchita.

Esa era una realidad distinta a la vivida por los ricos. En especial para los Daidouji, los más poderosos de la ciudad. Rodeados de lujos, era difícil imaginarse un día sin su baño de sauna o su chef especial.

Completamente una vida distinta a la del joven mendigo era la de la hija de la postulada a presidenta: Tomoyo Daidouji.

Caracterizada por su arrogancia y altanería típicos de hija única, no se privaba de nada.

Todos los chicos la perseguían por su belleza única, por sus ojos azules (NdA: sorry…) y su largo cabello negro, que caía en ondas a su cintura.

Ayudaba a su madre a pensar en las estrategias que podrían hacerla llegar a ganar las elecciones, y una de ellas era la de conseguir el apoyo de aquellos pobres de las afueras de la ciudad, que conformaban la mayor parte de la población. La joven había pensado en pagarles a aquellos algunos centavos para que votaran por su madre, pero la mujer temía que eso se supiera, y prefería una competencia honesta. Por lo menos para los ojos de todos. En especial de los vengativos pobres.

En una ostentosa oficina de la mansión, Tomoyo de hallaba sentada en un cómodo y amplio sofá, mientras que su madre se hallaba sentada en el escritorio, esperando una respuesta de su hija.

-¡Ni loca! –gritaba ella, tratando de no perder la cordura.

-Por favor hija –Sonomi suplicaba a su hija, acercándose a ella, quien se levantó del sillón disgustada –Es sólo un tiempo, ¡aunque sea hasta tener la presidencia asegurada!

-¿Y mi dignidad? ¿No te importa eso acaso?

-Menos dignidad va a tener nuestra familia si llegamos a perder con aquellos chinos. –la hija la miró comprensivamente.

-No por mucho tiempo –dijo Tomoyo, recostándose en el sofá otra vez. –Y que sea lindo.

-Lo vas a elegir vos, tesoro –Sonomi se sentó al lado de su hija y la abrazó –Vamos a traer a los pobres más lindos, y vas a elegir al que te guste, y la gente va a pensar que apoyamos a aquellos, y nos van a votar por ser buenas, y mami va a ser presidenta, nena.

-Bueno –dijo levantándose, harta de escuchar a su madre y sus delirios de ganadora. Se dirigió a su cuarto, y miró a través de la ventana. Comenzaba a imaginarse… ¿al lado de un pobre? En fin, sería sólo hasta que su madre ganara. Sólo esperaba alguno que cumpliera con algunas de sus expectativas, ya que era una jovencita que, además de ser caprichosa, tenía gustos difíciles. Tomoyo miraba a través de la ventana de su habitación a la calle. Se veía a una persona caminar entre la oscuridad, con una bolsa, en medio de la nieve. Seguramente era un indigente, esperando por robarle a alguien que volviera del centro comercial. No le importó, y se fue a acostar a su cama. Pensando en su futuro novio indigente; sólo para que su madre fuera presidenta.

Afuera de la gran mansión Daidouji, más precisamente en aquel callejón frente al ventanal de la habitación de la hija de Sonomi, se encontraba aquel joven, que había jugado su destino, el cual había dado un repentino cambio en sólo un par de horas, permitiendo a aquel infortunado ver el frío y no sentirlo. Esa noche iba a ser recordada por siempre. Porque sabía que su vida podría cambiar, sólo por haberse atrevido a cruzar el alambrado. La barrera que lo había aprisionado durante sus 16 años. 16 años…

N d A:

Bueno, espero que les haya gustado aunque sea un poquito!!…

Seguro ya te imaginás lo que va a pasar… pero en el medio de la historia van a aparecer otros personajes, se van a develar secretos celosamente guardados que van a dar otro rumbo a la historia… pero igual, eso va a ser mas adelante ;)

Dejame una RR!! (es como… mis musas inspiradoras... Oo!! )

Y si tenes un fic, decime cual es ;-)

Arigató!

Savannah H.