Disclaimer: Todo es de Meyer.

(y eso que ya me había distanciado del fandom…)

El dueño de casa.

Capítulo I.

–Vas a estar bien, ¿verdad? –preguntó Renée, insegura como ella sola.

Bella le sonrió como por toda respuesta, y como evidentemente, aquello no fue suficiente, se dignó a responderle:

–Solo ve y disfrútalo.

Renée sonrió al pensarlo y la estrujó con fuerza entre sus brazos.

–Te adoro, cielo.

–Ajá. Vas a perder el vuelo…

Su madre consultó la hora y una exclamación se ahogó en su garganta. Alarmada buscó su valija y le tendió dos juegos de llaves.

–Este es el tuyo y éste es de Edward.

Bella reprimió una mueca y asintió.

–Cuídala, muchacho. –gruñó Charlie, claramente impaciente por marcharse.

Edward hizo un gesto (Bella había comprobado hacía algún tiempo que no era de esos que hablan mucho…) y Charlie se despidió escuetamente de ambos.

Bella los miró marcharse desde la ventana, con un nudo en la garganta.

No quería que se fueran. Pero su madre se había mostrado tan entusiasmada con el viaje que… ¿cómo decirle mamá, quédate, cuando sabes que lo que más quiere es irse? Ella al menos no podía.

Ni siquiera miró a Edward cuando regresó a su habitación.

–Baja a comer. –gritó él desde abajo.

–No tengo hambre. –respondió con desgano, en el descanso de la escalera.

–No te pregunté si querías, te dije que bajaras. –replicó él seriamente antes de desaparecer en la cocina.

Ella frunció el ceño.

Por cosas como esas, detestaba a Edward.

Su madre lo amaba. La oyó alguna que otra vez diciendo que si hubiera tenido un hijo varón (aunque los niños no son lo suyo), le hubiera encantado que fuera como Edward.

A simple vista era el muchacho correcto, serio, ocupado en sus asuntos. Ese que obtenía buenas notas, era educado y buen deportista.

Ese chico perfecto de la película yanqui, que va a la secundaria y todos mueren por él. Como Chad Michael Murray en La Nueva Cenicienta. Era algo loco que ese muchacho (no Chad, Edward), hubiera entrado en su vida.

A su padre le daba un poco lo mismo, quería mucho a sus hijos pero lo demostraba poco. Y es que sí, Edward era casi hijo de Charlie. Hijo de su antigua esposa.

Por el contrario, Bella conocía a Edward. A base de miradas de soslayo, de viejos juegos infantiles, de susurros a media voz y de sonrisas torcidas, que son las preferidas de Edward.

Ególatra, controlador e insoportable. Así bien lo podría describir Bella si le preguntaran (cosa que no ocurriría, porque todos parecían tener una increíble opinión del muchacho).

Habitualmente, él no vivía allí. Bella no tenía muy en claro si ya vivía solo o si continuaba viviendo con su madre. Tampoco es que le importara demasiado.

Antes, Edward solía visitar Forks todos los veranos. En ese entonces, a Bella le agradaba que viniera, porque era lindo tener un hermano mayor para jugar, ya que era hija única. Y Edward le gustaba. Le gustaba de gustar, le gustaba como le gustan los nenes a las nenas (y ojo, que nunca tuvo inconvenientes con la homosexualidad, pero…el caso es que a ella le gustaba él.)

A los ocho años descubrió que no era normal que a una persona le gustara su hermano. A los once, se convenció de que entre ella y él no existía lazo sanguíneo, y que como él ni siquiera vivía en su casa, entonces, no había nada de malo. (Claro que en ese entonces se auto convenció de todo aquello por pura conveniencia).

A los quince descubrió que ese muchacho de la sonrisa torcida llegaba y acaparaba la atención de sus padres, se inmiscuía en su vida y con sus cosas, le insinuaba a Charlie que atentara contra su libertad de quinceañera y la trataba como si fuera una niña (aunque solo tuvieran un año –casi dos– de diferencia).

Y él dejó de agradarle.

Miró su desayuno sin muchos ánimos antes de comenzar a comer. (No se podía contra él, eso era algo que había aprendido con el correr de los años).

Cocinar era lo único que a Edward se le daba bien, a ojos de Bella, porque si le hubieran preguntado a Renée…

–En diez te llevo a la escuela.

Ella puso los ojos en blanco. De nada le valía discutir, él la miraría con condescendencia y le diría que se dirigían al mismo sitio. Ah, y que él iba a conducir.

La felicidad de su madre le costaría caro. Lo supo desde el momento en que se alegró por Renée y ella le dijo con una amplia sonrisa que no debía preocuparse por la casa, que no estaría sola, que Charlie había hablado con Edward para que se encargara de todo.

(Eso técnicamente había sido un él estará a cargo hasta que regresemos, y Edward se lo había tomado de la misma forma).

Bella era independiente y segura de sí misma, le gustaba pasar ratos sola y creía que tener la casa para ella, era un privilegio.

Un privilegio que le habían quitado sin consultar.

Fue en busca de su mochila y esperó en la sala, mirando por la ventana, como si deseara que Renée apareciera de pronto, desarmara sus valijas y anunciara que el viaje se había cancelado, que Edward bien podría regresar a su casa, que ya no lo necesitaban.

Edward bajó las escaleras de dos en dos y le hizo una seña. Cerró la puerta con llave mientras ella esperaba junto al Volvo gris (esa era cosa de la madre de Edward). Le abrió la puerta del acompañante y luego ocupó su lugar al volante.

–El cinturón… -dijo.

Bella puso los ojos en blanco y se abrochó el jodido cinturón sin decir nada. Él encendió el motor.

Los pro de viajar con Edward hasta la escuela eran que la escuela no quedaba tan lejos, así que, por suerte, era un viaje corto; también estaba a favor que Bella conociera Claro de Luna (porque técnicamente habían crecido un poco con eso). Los contra, que eran más que los pro, básicamente se resumían en los silencios incómodos, en que la música de Edward era demasiado densa para esas horas dela mañana y en que era un amante de la velocidad.

Conducía bien, eso sí, pero a Bella le aterraba que él fuera al volante. Siempre acababa un poco mareada.

Bajó del auto enojada, con el estómago revuelto y con prisa.

En la escuela ella no era la chica popular. Tenía algunas amigas, un par de amigos para ver películas los sábados y un novio increíble; pero lejos de eso, no había mucho más para decir. Quizás, añadir que era una buena estudiante.

Y por el contrario, Edward había llegado a principios de semestre y ya pertenecía al equipo de básquet, era el favorito de Jessica, la líder del equipo de porristas, y parecía acaparar mucho la atención de todos.

Generalmente se evitaban. Bella porque no tenía interés de pasar más tiempo con él, y él, por su parte, vaya a saber uno por qué. Quizás no tenía interés de que los vieran juntos (podría ser).

–Hola, nena.

Bella se dio vuelta, asustada y Jake se rió entre dientes.

Ella resopló, todavía quedaban en su rostro vestigios de su malhumor. Le golpeó el hombro sin fuerza.

–Oh, vamos. –la animó él, atrayéndola para besarla. – ¿Cómo ha ido la cosa?

Bella se lo pensó, mirando por dónde caminaba porque generalmente era una descoordinada tremenda, y no sería la primera vez que tropezaba con sus pies y caía hecha un desastre de libros y mochila.

–Podría haber sido mejor. –murmuró. Luego se encogió de hombros.

–Dos semanas. –le recordó Jake, con su buen humor habitual. Ella sonrió. –Se me hace tarde. Nos vemos.

Le sujetó la cabeza y la acercó hasta su boca. Ella lo abrazó suavemente.

Cuando se separaron y Jake se hubo marchado, Bella se percató de los ojos expectantes y enfadados de Edward al otro lado del corredor y sintió un ligero escalofrío.

Se mordió el labio inferior. Perfecto.

–Oh, ahí estás.

Un torbellino de color la abrazó.

Alice vestía ese día para llamar la atención. De hecho, todos los días llamaba la atención (incluso cuando no se lo proponía).
Quizás fuera porque tenía una sonrisa hermosa, o por su alegría desmedida. Tal vez por su elegancia al caminar (como si bailara por las escaleras o sus pasos flotaran sobre la cerámica), o por su buen gusto para la ropa (había reinventado el término compradora compulsiva).

Como fuera, ella deslumbraba allí donde iba; pero nunca como Rosalie, la novia de su hermano. Es que Rosalie ya estaba más allá del bien y del mal.

Era posiblemente la muchacha más hermosa que Bella hubiera visto. Una rubia despampanante.

– ¿Por qué nunca me habías dicho que Edward el del equipo de básquet es tu hermano?

–De hecho, es hijo de la antigua mujer de mi padre… -le corrigió.

Alice puso los ojos en blanco.

–Es lo mismo. –dijo, restándole importancia al asunto. – ¡Pero Bella! ¿por qué nunca me dijiste?

–Es que no creí que fuera importante…

Alice puso los ojos en blanco otra vez.

– ¡Claro que es importante! ¡Estamos hablando de Edward!

–Ajá, ¿y qué?

–Pues…no lo sé. Es popular, agradable y lindo…Ah, y se viste bien, y usa un perfume increíble.

– ¿Usa perfume?

Alice resopló indignada.

–Bella…eres un desastre.

La aludida se encogió de hombros. Alice era otro imparable en el mundo. No valía la pena discutir con ella porque siempre acababa convenciéndote de que tenía la razón (incluso cuando no la tenía).

–Edward y tú no podrían llevarse bien… –comentó, pensando en que si surgiera la ocasión y Edward le llevara la contra a Alice, ninguno de los dos estaría dispuesto a ceder.

–Pero si nos llevamos de maravilla –replicó ella con tono casual y una gran sonrisa. –Él me ha dicho hoy que son hermanos.

– ¿Utilizó literalmente la palabra hermanos? –indagó la muchacha.

–Bueno, no realmente… Él lo definió como el hijo de la antigua mujer de tu padre. –una sonrisa le iluminó el rostro. –Se nota que son hermanos. –dijo, guiñándole un ojo. Bella chasqueó la lengua y Alice le plantó un sonoro beso en la mejilla y antes de marcharse en busca de Jasper, al que había visto caminando por el otro corredor.

Jasper era hermano de Rosalie. Esa era una cuestión curiosa. Los Hale eran deslumbrantes. Vivían bien y tenían dos hijos hermosos: Rosalie y Jasper.
Bella los conocía simplemente porque eran vecinos.

Rosalie podría llegar a parecer un poco engreída, pero era una buena amiga si uno le daba una oportunidad.

Los otros vecinos de Bella eran los Cullen. De ellos, Bella sabía más, porque Charlie hablaba maravillas de Carlisle, que era doctor en el hospital de Forks; y Renée era amiga íntima de Esme, la señora Cullen. (Una amiga íntima, según la propia Renée, es aquella con la cual te citas seguido a tomar el té).

Y, como los Hale (aquí viene la parte curiosa), tenían dos hijos: Emmett y Alice.

Emmett era grandote, ruidoso y gracioso. Sin muchos más misterios que eso. Era simple y travieso, y aunque podía ser intimidante a primera vista, era un muchacho agradable.

El caso es que Emmett y Rosalie llevaban saliendo algún tiempo, y en base a eso, Alice y Jasper comenzaron a salir también.

A Bella no le sorprendió demasiado. Excepto porque Jasper es silencioso, del tipo Edward, y donde va Alice siempre hay escándalo…

Habían comenzado a frecuentarse entre calles y pasillos, cruzaban unas cuantas sonrisas y palabras y así, de la noche a la mañana, se convirtieron en buenos amigos. Hasta que acabaron juntos.

– ¡Hey, Bella! –gritó Alice, como si hubiera recordado algo de pronto.

La aludida levantó la cabeza.

– ¡Se suponía que iba a avisarte de la fiesta que haremos en casa el viernes cuando acabe el partido!

– ¿Cuál partido…? –preguntó, pero entonces Alice ya se había marchado.

–El de básquet, claro. –respondió Angela.

– ¿Es que todo es mundo va a aparecerse por atrás hoy? –preguntó Bella, refunfuñada.

Angela se encogió de hombros con una pequeña sonrisa y la apremió para que fueran a almorzar.

Jake ya estaba allí para cuando Bella llegó y ocupó su lugar habitual frente a él, pero entonces llegó Edward y se la llevó casi arrastrando por el brazo.

– ¿Qué te sucede? –preguntó Bella incrédula y avergonzada.

Nunca antes la había observado tanta gente. Incluso Jessica Stanley la observaba (y no de buenas maneras).

–Te vi esta mañana con ese muchacho.

– ¿Jake? –preguntó incrédula –Llevamos meses saliendo, viene a cenar a casa los jueves y su padre es amigo de Charlie, así que…

–Todo muy bonito, pero yo estoy a cargo, ¿recuerdas?

Bella arqueó una ceja. Eso no estaba pasando.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

Edward la miró significativamente.

– ¿Puedo ir a almorzar? –preguntó con sorna.

Él miró dubitativo la mesa donde Jake aguardaba con el ceño fruncido y donde Ángela ya se había instalado y parecía compadecerse de la suerte de su amiga.

A lo lejos, Bella creyó ver a Alice entrando en la cafetería y sonreír.

–Ni sueñes que me sentaré en tu mesa. –le advirtió señalando con la cabeza la mesa donde convivían las porristas y los del dichoso equipo de básquet.

Él frunció los labios.

–Está bien. Pero hablaremos de esto luego.

–Sí, papá… –gruñó ella, indignada.

Cuando regresó a su mesa, solamente Jake le preguntó por lo que había ocurrido.
Angela no habría querido incomodarla con nimiedades.

Y de pronto se descubría a sí misma preocupada por lo que pudiera decir Edward; por el cuento que le inventaría a Charlie, por lo que fuera a creer de ella y por el sermón que le daría en casa.

Y se sintió estúpida y molesta consigo misma. Edward debía entender –y cuanto antes, mejor– que ella ya tenía una vida establecida allí.

– ¡Hey, tú!

No se volteó únicamente porque no entendió que entre todos los posibles que circulaban por el pasillo en ese momento, fuera ella a quien se estaban dirigiendo.

La mano en su hombro la hizo detenerse.

A escasos metros se hallaba la puerta que la conducía a su confinamiento en casa junto a Edward. La salida.

–Bella, ¿cierto? –preguntó Jessica Stanley con una sonrisa.

–Sí. –afirmó Bella, contrariada.

La muchacha quitó su mano perfecta de uñas a la francesita del hombro de Bella, mientras caminaba contoneándose y gesticulando con las manos a la par que hablaba.

– ¡No sabía que eras la hermana de Edward! –exclamó con una risita que Bella no pudo comprender. –Y pensar que creí que eras una posible rival para mí…

Bella hizo una mueca.

–No somos hermanos. Él es hijo de la antigua mujer de mi padre… –la corrigió. Y ella, como Alice, le restó importancia al asunto:

–Como sea. Debe ser fantástico tener un hermano como Edward. –continuó, encantada con la idea.

–No te das una idea… -respondió Bella, poniendo los ojos en blanco y empujando las puertas para salir al estacionamiento.

El Volvo sobresalía con soberbia entre todos los otros autos, que como el de Bella eran modelos viejos.

Ella no pudo dejar de notar que Edward era como su auto. Deslumbrante pero prepotente.

–Cuéntamelo todo, Bells.

–Eh… – ¿qué se suponía que debía contarle? –Pues…no hablamos mucho.

Junto a su Volvo, allí estaba él, apoyado contra la puerta, con las manos en los bolsillos. Arrogante, arrogante, arrogante.

Arrogante como él solo.

Jessica también lo vio, y lo saludó con una mano y una sonrisa. Edward, a lo lejos, sólo hizo un asentimiento de cabeza.

– ¿Ya estás molestando a Bella?

Bella intentaba recordar cómo era que todos sabían ahora su nombre, y dónde era que había visto a ese muchacho. Tenía unos ojos demasiado celestes y era rubio.

Oh, sí. Otra vez, el equipo de básquet…

–No la estoy molestando. –respondió Jessica, indignadísima. – ¿Verdad, Bells?

–No, claro. –respondió rápidamente, no quería tener dramas con la líder del equipo de porristas; prefería ahorrarse los problemas y los malos ratos.

–Soy Mike –se presentó el muchacho. –Y dime Bella, –murmuró con una sonrisa, quitando del medio a Jessica –vendrás a ver el partido del viernes ¿cierto?

–No lo sé. –respondió tras pensárselo. Nunca iba a los partidos, primero porque no le interesaba y segundo porque no entendía nada sobre el básquet, o el béisbol o cualquier otra actividad denominada deporte que se jugara de alguna forma con muchas reglas y una pelota.

Él la abrazó con mucha naturalidad.

–Oh, vamos. Si no vas a venir a ver a Edward, al menos ven a verme a mí. –dijo, y sonriendo le guiñó un ojo.

–Eh, sí. No lo sé. Debo irme. –se apresuró a decir, sintiendo cómo sus mejillas entraban en color. Eso era lo malo de tener la piel blanca (y ese era el resultado de vivir en un lugar como Forks, donde siempre llueve).

Se apresuró a llegar junto al Volvo y a dejar atrás a Jessica y a Mike.

Edward se despidió de sus amigos mientras Bella esperaba dentro del auto. Y le sorprendió encontrarse con la mirada fría de Jessica Stanley clavada en ella.

Edward entró en el auto, se puso el cinturón y no dijo nada.

–No sabía que estuvieras saliendo con Jessica… –se aventuró Bella en tono casual, si no conseguían mantener una conversación normal al menos una vez al día, no sabía cómo era que iban a sobrevivir dos semanas juntos.

–Es que no salgo con ella.

–Oh, creí que…

– ¿Y tu amigo Jacob? –preguntó haciendo énfasis. Bella resopló.

–Es mi novio, dile Jake y es un gran muchacho. –respondió secamente.

– ¿Tienes permiso para tener novio?

– ¡No necesito un permiso para tener novio! –replicó enfadada.

–Eso significa que no lo tienes. –apuntó Edward con una de sus sonrisas torcidas.

–Si te refieres a la aprobación de Charlie, ya te dije que sí. Billy, el padre de Jake, es muy amigo de Charlie. Jake viene a casa y yo voy a la suya, en La Push. –dijo, molesta. –No hay nada de malo en Jake, en serio. Es un buen chico. –agregó suavemente.

–Hasta donde yo sé, lo han sancionado la semana pasada por pelearse con otro chico.-apuntó Edward acelerando.

Cómo le gustaba la velocidad.

Oh, sí. Paul. Habitualmente eran amigos, pero con Paul nunca se sabía…Tenía un temperamento muy especial.

Bella no dijo nada y la victoria se vistió de sonrisa en el rostro de Edward.

– ¿Vendrás al partido?

–No lo sé –respondió ella. No iría si Jake no iba. Quizás podría aprovechar ese tiempo para hacer algo divertido con Jake; ir a La Push, visitar a Quil, ayudarle en el taller (mejor dicho, observarlo trabajar en el taller).

– ¿Mike es del equipo?

–Le gustas. –dijo Edward como por toda respuesta, estacionando frente a la casa.

Bella vio su monovolumen allí estacionado con un poco de añoranza.

–No me extrañes… –le dijo, acariciándole la puerta al pasar.

Desde la puerta, Edward se rió entre dientes.

Bella resopló, avergonzada.

–Quizás te regale un auto como la gente para tu cumpleaños. –dijo Edward, así como al pasar.

–Me gusta mi auto. –gruñó Bella ofendida. –y no me gustan los cumpleaños. Al menos no el mío.

– ¿Doce de septiembre?

–Trece…

Edward asintió.

–Yo te obsequiaré un auto.

–No quiero que me obsequies nada. Y menos un auto; ya tengo uno.

– ¿Por qué te desagrado tanto? –preguntó volteando a verla.

Ella trastabilló en el tercer escalón de la escalera y cayo de espaldas, sentada sobre los primeros escalones. Él estaba de pie frente a ella, mirándola con la misma seriedad con la que le había hablado durante el almuerzo, con esos mismos ojos que la habían observado durante la mañana, al besar a Jake.

–No…no es…No me desagradas. –mintió finalmente, sin mucha convicción.

Edward arqueó una ceja, expectante. Como si esa respuesta no le valiera.

– ¿Y la verdad?

Se le pensó un poquito, luego tomó aire y se disfrazó de muchacha temeraria:

– ¿Alguna vez pensaste que no quiero que te metas en mi vida? Mis amigos, Jake, mi casa, mi madre, mis cosas, mi ciudad… -susurró ella mirando las imperfecciones del piso.

No quería ver su mirada fija en ella. Su ceño fruncido, sus labios en una línea inexpresiva.

–Nunca me había hablado tanta gente en la escuela. De hecho, hasta hoy, ninguno de tus amigos populares sabía mi nombre. –dijo, molesta. Edward le estaba quitando su anonimato. –Y vas a conseguir que tenga problemas con Jake… y mamá te adora. Y cada vez que vienes le dices estupideces a Charlie y luego yo tengo que vérmelas con él. –enumeró.

Se preguntó cuánto tiempo había querido decirle todo aquello.

–Y no me gusta tu forma de conducir, ni tu auto soberbio. Y me gusta mi monovolumen. Siempre crees que puedes hacer lo que te venga en gana. –concluyó, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

Edward continuaba mirándola con seriedad, casi con enfado.

Le tendió una mano para que se parara y luego se marchó sin decirle nada.

¡Y ahora encima la hacía sentirse mal!

Decidió que bien podría ir a bañarse para olvidar el asunto entre agua caliente y vapor, cuando llamaron a la puerta.

– ¡Voy yo! –gritó, para que Edward se quedara donde estuviera. (Así no tendría que verlo).

Abrió la puerta sin mirar y al instante se arrepintió. Edward estaba mirándola con atención y seguramente se aprovecharía de ese mínimo detalle para hacerle saber que era una niña y que por cosas como esas, sus padres lo habían llamado a él para que la cuidara.

– ¡Bella! –exclamó Emmett.

Bella sospechaba que Emmett siempre estaba de buen humor. Nunca lo había visto molesto o enfadado.

Se dieron la mano y chocaron los puños.

Ese era su saludo habitual, e incluso era gracioso si alguien lo veía desde afuera, porque Emmett era lo que se dice enorme, y musculoso, y Bella era menudita y pequeña.

(De acuerdo, medía uno sesenta y dos, pero de todas formas, cualquier persona normal podría sentirse pequeño junto a Emmett).

– ¿Qué hay? –preguntó ella. – ¿Quieres pasar?

–No, está bien. ¿Te dijo Alice de la fiesta?

– ¿Cuál fiesta? –preguntó Edward, acercándose también y mirando por sobre el hombro de Bella.

–La que daremos en casa el viernes cuando termine el partido. –respondió. –Mis padres se irán el fin de semana, ya sabes. –le guiñó un ojo. –Pero no les importa lo de la fiesta.

–No hay forma de hacer que tu padre se moleste, Em –repuso Bella, pensando en el templado Dr. Carlisle Cullen.

–Algo así. –le concedió, y luego estalló en carcajadas.

Bella rió también.

–Alice dice que tienes prohibido no ir.

Edward no parecía muy feliz con la idea.

–Lo siento, pero eso no podrá ser. –los interrumpió.

Bella, que hasta entonces no quería saber nada con la ruidosa fiesta de Alice, lo miró incrédula. No iba a ir por decisión propia, no porque al Señor Edward se le antojara que no podía ir.

Emmett no dijo nada, pero hizo una mueca, y como aquello parecía ser una guerra de miradas entre hermanos, se despidió rápidamente y se marchó.

–Voy a ir. –afirmó.

–No, no irás, porque yo estoy a cargo.

–No te estaba preguntando. –dijo, recordando la primera discusión de la mañana y sonriendo.

...

Esto es todo por ahora.

Se suponía que tenía dos aclaraciones que hacer, pero se me olvidaron, así que… :S

Soy un desastre.

Bueno, si no quieren que Bella y Edward se maten antes del próximo capítulo, dejen un review. Y si quieren matarme a mí por esta idea absurda…bueno, también dejen un review, se acepta casi de todo, excepto reviews bomba y amenazas que atenten contra mi integridad física.

Suerte :)

flowery