Luz de luna

Por: Stefanía

Prólogo.

Era luna nueva, la ciudad estaba oscura, las calles desiertas, era quizá la noche más oscura del año. No había un solo rayo de luz de luna que se asomara entre las nubes, estas estaban oscuras y cargadas de lluvia amenazando con vaciarse, posiblemente arruinando los planes de los cinco chicos que hacían sonar sus pasos sobre el asfalto.

Usaban ropa negra, con capuchas escondiendo sus cabellos y cara tapada con pasamontañas, cubriendo por completo su identidad de las fechorías que harían esa noche. Tenían un plan, uno que no era nada inocente, todo lo contrario, con una función muy específica y no era simple diversión. Era cumplir la tarea que posiblemente los llevaría a la cima.

Uno de ellos elevó su cara clavando los ojos en el cielo nublado a mitad del estacionamiento, achicándolos para visualizar mejor la superficie imperfecta.

—¿La lluvia no lo arruinará?— preguntó preocupado deteniendo sus pasos.

—¿En qué afectaría? –sonrió el segundo que iba al frente del grupo con expresión desenfadada, elevando las manos que cargaban unos galones de un líquido amarillo en su interior.

Los otros soltaron carcajadas haciéndolo incomodar, su pulso se agitó, suficiente nervioso ya estaba por hacer eso en medio de la noche en el campus de la universidad. Ni siquiera debería estar ahí, debía estar en otro lado, disfrutando del calor de un cuerpo femenino en aquella fiesta adolescente, pero no, estaba del otro lado de la ciudad cumpliendo una misión que sería su bendición o su martirio.

—Es física básica, ¿el agua no apaga el fuego?

—No cuando tienes combustible –dijo un tercero entre risas atravesando el estacionamiento hasta una reja abierta –lo aviva más.

Sacudió la cabeza tratando de distraer su mente, ajustó los galones que él mismo cargaba y, aceleró el paso para reunirse con el grupo que ya estaban contra la pared cuidando no ser descubiertos por una cámara de vigilancia.

El líder que iba al frente sacó una pequeña pistola y de un tiro certero hizo estallar en mil pedazos la cámara de vigilancia. Tomando nuevamente los galones señaló con la mano la entrada principal haciendo que los otros cuatro lo siguieran, el último con paso más precavido y lento. Estaba tan nervioso que los dedos le temblaban, pero no podía hacérselo ver a sus compañeros, los cuales parecían determinados. Él era el único novato, debía demostrar que tenía agallas para eso y más, aunque le agitara el corazón el simple hecho de pensarlo.

Sacudió su cabeza para alejar los pensamientos, solo debía concentrarse en lo que estaba pasando en ese momento, no era que su vida corriera peligro, de hecho ni siquiera entendía toda la faramalla del pasamontañas, pero suponía que le agregaba más misterio al asunto, además, evitaba que los descubrieran. Lo peor era que tuvieran que pasar la noche en la comisaría, ni siquiera estaba prohibido que estuvieran en ese lugar ya que eran estudiantes de la institución, pero cuando descubrieran sus intenciones sí se meterían en un gran lío.

—Alto –murmuró el que iba al frente, haciendo seña a los demás para que pararan, y casi golpeando la espalda del que iba detrás.

—¿Qué mierda pasa? –graznó molesto, desde ese ángulo apenas si podía ver nada.

—Los idiotas del club de mecánica–susurró el chico que iba delante de él, agachado como si alguien pudiera verlos con esa oscuridad.

Imitó los movimientos de los demás, poniéndose en cuclillas para pasar por debajo de la ventana que daba hacia un aula, la cual estaba siendo utilizada por los nerdazos que se quedaban hasta entrada la noche para investigar avances tecnológicos.

Se arrastró junto al resto hasta que llegaron al inicio de las escaleras que los llevaría al segundo piso, el líder dio un grito de júbilo, haciendo que el resto le siguieran el juego mientras corrían escaleras arriba. Sabía que no daba buena imagen que se portara así de apático, pero tenía una molestia clavada en su pecho, tal vez era porque sentía que en cualquier momento saldría el decano a reñirlos. Pero no, estaban ahí, casi a medianoche, en la oscuridad siendo acompañados solo por la poca luz que se colaba por las ventanas.

El taller de informática tenía diferentes equipos en reparación, partes de computadoras abiertas, tornillos y cables por todos lados, algunos estaban en red conectado a extensiones que salían de las paredes y lucesitas brillaban por todos lados. Era una inversión importante, de eso estaba seguro, el consejo debió haber gastado miles en adecuar esa aula para todas las necesidades de los alumnos, buscando por supuesto mejorar el desempeño académico. Y por eso ese mismo motivo es que nadie sospecharía nada, por lo menos no que habían sido estudiantes.

—A trabajar –escuchó al líder, al mismo tiempo que señalaba el puesto que cada uno debía ocupar.

Se acercó a la esquina que le tocaba, dejando un galón en el suelo, abrió el otro y comenzó a vaciar el contenido sobre los equipos que brillaban por ser calificados por un maestro. Seguramente le daría un infarto a los nerdazos cuando se dieran cuenta que sus proyectos estaban completamente destruidos. Algunos merecían un asombroso sobresaliente, pero era algo que jamás descubrirían.

Una vez vacío lo tiro al suelo y continuó con el siguiente galón, asegurándose de cubrir la mayor cantidad posible. Era una sala grande, con mesas largas en forma de una gran U haciendo el trabajo más eficiente. Estantes de aluminio y cristal que gritaban por ser destruidos, el aula era nueva, tal vez tenía un mes de ser inaugurada pero eso no le causaba el más mínimo remordimiento.

Golpeó una mesa de cristal con el galón vacío solo por diversión, disfrutando como el material se hacía mil pedazos en el suelo. El resto de los chicos rio, y por primera vez empezó a sentir la adrenalina recorriendo su cuerpo, su corazón palpitando con fuerza y lanzando euforia por su torrente sanguíneo expandiéndose por cada una de las extremidades, a veces olvidaba porque hacía lo que hacía. No había mayor profundidad y era solo por esa sensación, ese cosquilleo en la punta de sus dedos.

—¿Esperaremos a que los nerdazos se vayan? –preguntó uno de los chicos.

—Saldrán corriendo cuando se den cuenta del fuego, están cerca de la entrada, no les pasará nada –murmuró el líder quitándole importancia, al mismo tiempo que señalaba el árbol junto a la ventana.

Uno a uno de los chicos brincó al tronco para después deslizarse hasta el suelo, y salir corriendo por el estacionamiento. A él le tocaba dar el tiro de gracia, era el último en apoyar sus piernas en una de las ramas fuertes que sostendrían su peso, de su bolsillo sacó un zipo cromado, a solo unos segundos de cumplir su misión, dudaba. La flama en su mano se movía al compas del viento, un trueno sonó cerca anunciando el fin de la temporada de verano, recordándole que tenía poco tiempo para hacerlo.

—¿Qué esperas? –gritó el líder a los pies del gran árbol.

No sabía que esperaba, tal vez solo quería quedarse a ver el desastre que ocasionaría, porque era lo que mejor se le daba.

Mordió su lengua y sin detenerse un segundo más, lanzó el zipo al suelo del taller ocasionando una gran flama al instante. Era maravilloso de ver, como el fuego iba consumiendo todo a su paso a una velocidad asombrosa, comiendo poco a poco mesa a mesa de la habitación. Los suelos parecían un inmenso mar rojo en movimiento, las paredes se ennegrecían junto a los techos en las flamas más grandes.

—¡Vámonos! –gritó una vez más el chico.

El trance fue poco, porque se tomó de la rama sosteniendo su peso con los brazos y los pies al aire, ya estaba cerca del suelo así que se soltó cayendo de rodillas en el proceso.

—¡Estás loco!

El chico lo tomó de la capucha poniéndolo de pie en un movimiento antes de jalarlo, y lanzarse a correr como alma que lleva el diablo atravesando el estacionamiento. Los otros tres chicos ya estaban arriba del auto con el motor encendido, ambos se subieron a los asientos traseros, arrancando al instante.

Se quitó el pasamontañas antes que sus compañeros, que siguieron su ejemplo lanzándolo al suelo del automóvil. Recargó su brazo en el respaldo del asiento mirando hacia atrás como por primera vez la noche se veía más iluminada, debido a las llamas que decoraban el edificio de ingeniería.

I loved you dangerously

More than the air that I breathe