Título: Las cuatro estaciones
Claim: Ushiromiya Krauss/Ushiromiya Natsuhi
Notas: Spoilers hasta el EP7.
Rating: T
Género: Romance
Tabla de retos: Histeria Fandom Ciclo 10
Tema: 06. Volar


Krauss bufa con cierto desdén mientras se amarra la corbata con inusitada fuerza, como si con ese movimiento pudiera ahorcar a la visión borrosa que aparece en el espejo frente a él, un eco lejano de la sonrisa irónica de Eva en lugar de su reflejo, el de un hombre demasiado orgulloso enfundado en un traje negro. Las palabras en su mente, palabras llenas de burla y desprecio, sin embargo, no le habrían ofrecido un mejor panorama frente a la superficie plateada, pues le causan muecas de indignación igual de horribles que la sonrisa de su hermana, que no tiene nada qué envidiarle a su rostro de odio.

—Claro, Krauss nunca habría podido conseguir una mujer por su cuenta, tuvieron que encontrarle una —tal es el comentario que sale de sus labios cuando Kinzo anuncia que ha concretado una reunión formal para conseguirle una esposa, justo frente a toda la familia—. Pobre mujer, me compadezco de ella.

Krauss, en su lugar, no la compadece, sino que la odia. La odia como si ella hubiese sido la que susurró esas palabras envenenadas, la que hizo que muecas de diversión se dibujaran en los rostros de Krauss y Rosa. La odia, aunque no la conozca. Le molesta el sólo hecho de que vaya a imponérsele esa mujer, ¿fea? ¿Inteligente? ¿Loca como Eva? No lo sabe y tampoco quiere descubrirlo. ¿Y qué si no ha encontrado a una mujer aún? Él no es un conformista, como su hermana, que se amarró al primer hombre que encontró para ganarle; él quiere a una mujer hermosa, alta, inteligente, que le guste, no a alguien impuesto por su padre.

Y aún así, aún cuando la perspectiva no le parece de lo más maravillosa, Krauss no puede evitar seguir órdenes y ponerse elegante para la visita, que se llevará a cabo en Niijima en algunas horas, con los miembros de las dos familias presentes. Después de todo, él es inútil frente a su padre... Y esa nueva mujer lo será frente a él, tanto como le sea impuesta y tanto como viva detestándola por arruinar su futuro, aún si terminan casados.

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Natsuhi se sienta en el jardín del templo, cuidando que sus ropas de sacerdotiza no sean manchadas por el polvo que de vez en cuando es arrastrado por el viento, huyendo muy lejos de ese lugar, como ella quisiera hacerlo en esos momentos. Sabe que su padre no tiene la culpa y aún si fuera así, no puede guardarle rencor, pero el hecho de que va a casarse le oprime el pecho, le causa ganas de llorar y de huir, porque no quiere ser mancillada, porque no quiere irse de ese templo, en el cual recibió instrucciones para vivir toda su vida.

¿Matrimonio? ¿Hijos? Esas posibilidades remotas sólo atravesaron su mente en sueños, en ecos lejanos de fantasías, en los cuales, al menos se casaba con alguien que le gustaba. Precisamente eso es lo que más miedo le da a la mujer, que, pese a estar en pose de oración y con el rostro sereno, siente la angustia corriendo por sus venas como si fuera sangre, paralizando todos sus músculos por el miedo. Un extraño. Va a casarse con un extraño. Alguien que no conoce, que podría ser malo o bueno, que podría golpearla o quererla, al que ella siempre va a odiar...

—¡Natsuhi-sama, es hora! —un grito lejano la saca de sus pensamientos, que se han abstraído de ese lugar, que ahora le parece una prisión para un pajarillo en sus últimos días de primavera.

Ella se levanta. Él ya ha llegado. Y con él, el comienzo de una nueva vida que no quiere emprender. Natsuhi suspira, suspira como si quisiera que el alma se escapara de su cuerpo, con un tono melódico y resignado, que consigue ponerla serena de nuevo.

Tiene que hacerlo por su padre.

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Krauss no puede ocultar del todo su cara de aburrimiento e indignación mientras escucha los acuerdos entre las dos familias, precedidas por Kinzo y el sumo sacerdote de aquél templo olvidado. Se están saldando deudas y haciendo contratos, se están convirtiendo en mercancías, en un mero experimento de sus padres, que él no puede evitar.

Kinzo ya le ha conseguido una esposa, el trato ha quedado saldado con un apretón de manos entre todos, con algunas reverencias y palabras huecas sobre agradecimiento y perdón. Él, actor principal de esa obra monstruosa, debería de estar feliz, pero ninguna sonrisa se dibuja en su rostro cuando le anuncian que le presentarán a su esposa, Natsuhi. Es más, hasta cierta mueca de desprecio amenaza con aflorar en sus labios, que sin embargo, mantiene impasibles ante la presencia de su padre y la solemnidad con la que todos esperan a que unos pasos calmados y melódicos lleguen al lugar desde los jardínes.

Si Krauss permanecía tensamente expectante, preparando su mejor mueca de desdén, toda esa intención se desvanece en cuanto su futura esposa hace acto de presencia en el lugar, ataviada con las ropas propias de la sacerdotiza del templo, tan pequeña y fina que parece un espíritu.

—Esta es Natsuhi —anuncia su padre, con el tono solemne apropiado para la ocasión—. Tu futura esposa.

Krauss, anonadado, sonríe torpemente. Natsuhi es muy bonita, tiene un porte majetuoso y digno, calmado. Y es precisamente ese rostro —el que parece hacerlo volar—, el que borra toda intención maligna de desdeñarla.

Quiero hacer que esto funcione, piensa él y luego añade, quiero hacer que esta boda se logre.