Holaaaa!1 Aqi Anna de Usui, con su primer proyecto RexAnna
Pues... espero que reciba buenas críticas (es que me ha costado mucho trabajo, en realidad... aunque quizá no se note)
Sólo quiero aclarar que la participación de Jeanne será breve, muy breve... pero no quiero arruinar la sorpresa! Así que, espero que les guste ^^
Atte.
Anna de Usui
+Ángel Guardián+
+Capítulo 1: Maldita+
Había sido la peor ceremonia, que ella hubiera presenciado jamás.
Todavía recordaba la cara de felicidad del chino en esa ocasión, la manera en que había tomado a su nueva esposa entre sus brazos y cómo la había paseado entre sus labios como todo un adolescente, en tanto la platinada sólo se dejaba mimar repetidamente y disfrutaba de esa muestra de afecto por parte del hombre.
Se habían conocido por medio de la influencia del Asakura, ella había trabajado muchisimo tiempo con el mayor de los hermanos y él simplemente era uno de esos amigos compinches del menor de la familia, por lo que la primera impresión fue quizá como la de una cita a ciegas y de a poco los dos empezaron a sentirse atraídos más allá del ámbito sexual.
Pero para Anna no era fácil asimilar semejante cosa de golpe, estaba tan acostumbrada a que él fuera un soltero como casi inalcanzable y que ella fuera la única chica con la que se tratara además de su hermana mayor, por lo que de alguna manera le dio rabia el primer amor del Tao y odió a la supuesta enamorada muchísimo más de lo que hubiera imaginado en un ataque de celos.
Además había algo que no le cerraba de la platinada, tenía esa cara de ángel que de alguna manera no le convencía del todo y una amabilidad tan fingida que le hacía pensar en que era falsa en todo su esplendor, sólo que era tremendamente buena para cautivar a un inexperto como Ren y así de paso quedarse con toda su fortuna a corto o largo plazo.
¿Qué? No había habido ocasión, en que la intuición femenina le fallara.
Después de todo la familia Tao era reconocida por sus grandes riquezas, era más que obvio que esa mujer tan angelical pretendía estafarlo y sacarle hasta el último centavo de su gigantesca herencia, amarrandolo a ella de la manera más eficaz que existía y también más básica que el mismisimo acto sexual.
Por eso a la rubia no le sorprendió en lo absoluto el notición aquel, cómo él le había comentado entusiasmadisimo al Asakura lo ocurrido en la luna de miel y no tardó en contarle a Kyoyama que su esposa había concebido a su primer hijo, por lo que ella sólo se limitó a fingir un poco de felicidad y le deseó mucha suerte a la hora de soportarla en medio de los nueve meses de embarazo.
Y sin embargo esa mujer sinceramente le parecía una zorra, lo había engatusado como si él fuera sólo un idiota con urgencia de sexo y así había conseguido llevar en el vientre al primer heredero, consiguiendo de esa manera que el amor del chino creciera a pasos agigantados y que entonces aumentara considerablemente la devoción que tenía para con su esposa.
De esa forma tan precoz pasaron los meses como también los años, él llevaba una vida perfectamente feliz con su linda mujercita y ella simplemente había contraído matrimonio con el Asakura sólo por costumbre, dandole lugar a la llegada del primer heredero de la notable familia y a uno de los mayores amores como disgustos de su vida.
Parecía increíble que hubiera parido casi a la par de la platinada, quizá por eso el vínculo de los hombres se había hecho aún más estrecho y quizá por eso hasta los bebés habían entrado en confianza de la noche a la mañana, sólo que aquí el único problema eran las mujeres de la casa y esa disputa que parecían empezar rabiosamente cada vez que se veían.
A Anna se le había hecho habitual la situación que vivían los cuatro, era común que se reunieran en su casa a cenar algo rico y a charlar un rato de los viejos tiempos, en tanto los pequeños hacían sus maldades por todo el lugar y las mujeres se dedicaban a fingir que se llevaban de maravilla en medio de la escena familiar.
-¿Y qué tal?-gritó, el moreno-¿Te acuerdas o no?-
-¡Por supuesto que me acuerdo!-soltó una carcajada, el chino-¡Que vergüenza me hizo pasar ese día!-recordó, las anécdotas de la juventud-¡Ese Horo Horo es un idiota!-
-¡Ah, pero deberías venir, Ren!-comentó el castaño, tomando otro trago-¡Él está visitandonos muy seguido a Anna y a mí!-le comentó, como de lo más feliz-¿Verdad?-y desvió la mirada, hacia su mujer
-Sólo porque cae de sorpresa-respondió la rubia, en su pose de orgullo-No es como si nosotros lo invitaramos, ¿entiendes?-e hizo, un puchero
-Tú no le hagas caso-le chusmeó, el Asakura, a su amigo-Ella actúa así de orgullosa, pero se pone muy feliz cuando él viene-sonrió, como con pícardía-A que no sabías eso, ¿eh, Ren?-y le dio, un pequeño codazo
-¿En serio?-encarnó las cejas, el chino-¿Desde cuándo tu mujer es tan amiga del bobo ese?-
-¿Y desde cuándo a ti te importa, Tao?-interrumpió la rubia, como en ofendida-Mejor, ocupate de tu esposa, ¿quieres?-
-Y me ocupo, quedate tranquila-le sonrió, el gatito-¿Verdad, Jeanne?-y así, vio a su chica de manera lasciva
-Sí-asistió, la doncella-Se ocupa cómo no tienes idea-
-Ay, qué asco me dan-resongó la rubia, como histérica-Con el tiempo que llevan de casados y todavía siguen con eso...-se golpeó, ligeramente, la cabeza-Bueno, en fin, no es que sea mi problema-
-Exactamente-habló la platinada, ganandose la atención de la otra-No es tu problema-y así, recibió una mirada asesina por parte de la señora de Asakura
-Yoh, llama a los niños, ¿quieres?-se dirigió al hombre, la rubia-Y asegurate que Hannah se lave las manos antes de comer-le ordenó, bien mandona-Hazte cargo, que eres el padre-
-Claro, querida-asistió el moreno, poniendose de pie-Yo me encargo-y enseguida, encaró el salón de juegos
-Y apurense todos a sentarse a la mesa-declaró la rubia, sin dar el brazo a torcer-Voy a servir la cena, ¿de acuerdo?-y así, desapareció hacia la cocina
Que rabia le había dado, la estupidez de esa mujer.
Se había dejado enfurecer aún más rápido de lo normal, se había tomado a mal el comentario innecesario por parte de la dichosa platinada y le había caído pesada la autoridad que había tratado de marcar en el territorio de Kyoyama, por lo que salió derechita para la cocina con tal de no estallar y de no tirarse de los pelos con la malcriada señora Tao.
Así preparó cada cosita indicada para el platillo de esa noche, se calzó el delantal ese en tono rosa por primera vez en seis años y se hizo cargo de preparar una presentación de lo más elegante, sólo para poder humillar a la maldita mujer platinada y así ganarse solamente ella todos los elogios por parte del chino.
¿Qué? Obvio que no estaba interesada, por supuesto.
Pero lo conocía desde hacía muchísimo tiempo antes, lo conocía desde hacía más años que esa demoníaca intrusa y era ella la única dueña de la confianza absoluta del varón, por lo que no podía permitir que esa arpía le robara también aquella relación y terminara poniendolo a él en su contra sin valerse de razones lógicas.
Después de todo estaba al tanto de la situación actual del chinito, sabía de lo cautivado que estaba por su nueva pero joven mujer y sabía que lo de él era cualquier cosa pero menos un amor pasajero, por lo que entró en ese terreno en que etaba en desventaja y en que la bastarda Jeanne tenía todas las de ganar.
Igualmente estaba segura de que tenía que cuidarlo fuera como fuera, dependía solamente de ella salvarlo del cariño delirante que sentía por la doncella y estaba en sus manos el poder para evitar que el asunto sentimental llegara a mayores, si era que el corazoncito de él se triplicaba en tamaño y así él aprendiera a amarla tres veces más de lo posible.
Por eso se vio obligada a tomar cartas en el asunto, tenía que librarlo de ese parásito antes de que se lo succionara vivo y tenía que salvarlo de la perdición a la que esa dichosa mujercita estaba llevandolo, plan que aprovechó para llevar a cabo cuando la platinada se le apereció en la cocinita y le puso esa carita de santa que a Kyoyama le producía arcadas en vez que ternura.
-¿Te ayudo en algo?-le habló, la doncella
-¿Huh?-encarnó las cejas, la rubia-¿A qué viene esa repentina amabilidad?-
-No me hagas quedar como la mala, ¿quieres?-contestó la platinada, dandose paso-Nos conocemos hace mucho, como para estar así-
-Sí, te conocí muy a pesar-respondió la rubia, de mala gana-Por eso, no me caes bien-le devolvió, una mirada fulminante-Así que, mejor no te metas conmigo, ¿entendiste?-
-Siempre eres así de violenta, ¿verdad?-se burló la doncella, como con ironía-No puedo creer cómo le caes bien a mi esposo-
-¿Qué puedo decir?-sonrió, la rubia, como victoriosa-Ren me conoce muchisímo más que tú-alardeó, para hacerla rabiar-Y quizá, hasta me conoce más que a ti-
-Poco me importa si me odias, en realidad-dijo la platinada, sin mover un músculo-Sólo le estoy haciendo un favor, juntandome con la mujer de su mejor amigo-
-Que amable de tu parte, entonces-sonrió, la rubia, falsa-Pero mejor, hazle un favor que no tenga que ver conmigo-le comentó, como educandola-¿Te parece?-
-¿Ah, sí?-entró a jugar, la doncella-¿Cuál?-
-Dejalo en paz-la miró, como para asesinarla, la rubia-Jeanne-
¿Atención? No, no se merecía más atención, de la que ya le había prestado.
Por lo que Anna sólo se limitó a terminar con los últimos detalles, acomodó todo especificamente en la enorme bandeja de plata y salió de la cocina ignorando por completo a la otra esposa medio turbada, que se había quedado como estática a raíz de las palabras de la dueña de casa y así fácilmente su pequeña cabezita empezó a trabajar por su cuenta.
Estaba segura que aquella mujer violenta se traía algo entre manos, seguro iba más allá de que fuera una de las pocas amigas de su esposo y por supuesto iba más allá de que a él le cayera tan pero tan simpática, por lo que de alguna manera sintió un leve peligro alrededor de su vida matrimonial y quizá un grado mínimo de debilidad por parte de su caballeroso hombre.
Por esa misma razón se apresuró a seguirla hasta el comedor, presenció exactamente cómo ella se arrodilló a los pies de la mesa con gracia y ordenó cada cosita estrategicamente entre los vasos de cerveza, que tanto el chino como el moreno se llevaban a la boca y vaciaban de un solo trago sólo para aumentar la embriaguez.
Sin embargo le parecía a la espectadora que la Kyouyama estaba más divertida que disgustada, quizá le resultaba cómico la corta distancia que mantenía con el de ojos ambarinos y cómo él la molestaba echandole viento para volarle ligeramente los pelitos, cosa por la que ella dibujaba una sonrisita de lo más divertida y únicamente seguía con su trabajo soportando de buena manera lo molesto que estaba Tao.
Jeanne pareció estallar frente a aquella escena de tanta confianza, cómo ella se puso de pie en un intento de volver a cargar la bandeja y cómo él la jaló ligeramente del brazo con tal de hacerla caer, por lo que la recibió como amortiguandola entre las piernas abiertas y le dedicó una sonrisa victoriosa entre lo incrédula que había quedado Kyoyama.
-Bueno, si te quieres quedar...-comentó el chino, como entre divertido-No te culpo, Annita-
-Eres un idiota-sonrió la rubia, entre complacida-Tan idiota como siempre, Tao-
Un disgusto enorme creció en el interior de la mujer de ojos rojizos, la rabia había salido a flote frente a la borrachera de su marido y el coraje había florecido dentro suyo ante la actitud descarada de la rubia, de tal manera que los celos infantiles nacieron en ella de repente y así la peor de sus facetas amenazó con salir a luz.
Jamás había visto semejante situación desesperante, lo interesado que se veía su chico en bromear con la otra y lo entusiasmada que estaba la rubia en seguirle el juego sin reparar en sus modales, a la par del moreno idiota que encontraba graciosa la escena y así se reía sin poder controlar la carcajada en medio del alcohol berreta.
Quizá ella era la exagerada o algo por estilo, pero... algo definitivamente andaba mal en esa relación amistosa, no era posible que Ren tratara con tanta libertad a la esposa de su amigo y que el mismo no pareciera molesto o extrañado en lo absoluto, como si también la compartieran a la rubia pero hermosa mujer y como si ella a su vez estuviera en medio de un dilema amoroso tremendamente grave.
De igual manera se lo dejó pasar a la primeriza mujer de familia, qu total poco le importaba si ella realmente una zorra o si era alguien que prefería una vida fugosa que una vida de rutina, porque estaba claro que el problema principal era su marido y la borrachera que se agarraba cada vez que se juntaba con ese amigote.
En el momento en que Kyoyama desapareció en busca de los pequeños, la platinada escuchó abiertamente los comentarios idiotas que hizo el chino con respecto a la rubia y presenció la cantidad de bebida que se sirvió al paso que recordaba a la chica del pañuelo rojo, en tanto el Asakura solamente encontraba divertidisimo el monologo por parte del visitante y únicamente le daba razón en cada cosa que saliera de la boca ahora apestosa de Tao.
¿Celosa? No, no estaba celosa, de una mujer como esa.
-¡Ey, amor!-la descubrió, el chino-¡Ahí estabas!-le dijo, viendola en la puerta de la cocina-¡Ven y sientate a mi lado!-
-No puedo creer que estés borracho-comentó la platinada, acercandose de mala gana-Que asco-y así, se sentó junto a su hombre
-¿Y qué tiene de malo?-comentó él, levantando la copa-¡Es lo que me gusta hacer, cuando vengo aquí!-se acercó, a darle un besito, en la mejilla-No me vas a prohibir eso, ¿o sí?-y así, volvió a beber
-Debería hacerlo-contestó ella, como disgustada-Tu estado es lamentable, sinceramente-
-¡Vamos, Jeanne, no seas aguafiestas!-saltó el moreno, de la nada-¡Dejalo que se divierta un poco!-defendió, al chico poco fiestero-¡Anda, bebe más!-
-En realidad, poco me importa cómo trates a tu esposa, Yoh-lo atacó, la platinada-Pero Ren es mi marido, ¿sabes?-dijo, tirando de un brazo del susodicho-Y no voy a permitir que lo embriagues, en frente de mí-
-Cálmate un poco, ¿sí?-le habló el chino, con tranquilidad-Sólo estamos bebiendo, nada más-
-¡Eso, eso!-asistió el moreno, con una sonrisa de oreja a oreja-Tú vete a cuidar a Men, ¿de acuerdo?-la mandó, señalandole el otro lugar-Pidele a Anna que te ayude o vaya contigo, ¿eh?-
-Estoy hablando con mi marido, no contigo-lo miró la platinada, como para matarlo fríamente-No te metas-
-Ey, basta-la sujetó de los hombros, el chinito-No seas grosera, ¿quieres?-le habló, como susurrandole-No es para tanto-
-Sí, claro-frunció el ceño, ella-A ti nunca te importa nada, cuando vienes a este lugar-apretó, los dientes-Y todo por culpa de esa maldita mujer-y así, salió del pequeño espacio en la mesa
-¡Ey, Jeanne!-la llamó el chino, al verla caminar-¿¡Adónde vas?-repitió, como perdiendola de vista-¡Jeanne!-
-Ve a buscarla, Romeo-habló el moreno, como chistoso-Aunque no sabía que, Julieta fuera tan histérica-
-Dejala, que ya se le pasará-declaró el chino, ignorando el acto de histeria-Tú sólo sirveme más, ¿quieres?-
-¡Sí, señor!-coincidió el moreno, levantando la botella
Obvio que escuchó que, él ni se gastó en perseguirla.
A pesar de lo lamentablemente borracho que estaba, no le había caído nada bien la escena que ella le había armado y quizá sólo había logrado que él se enojara con ella por semejante cosa, sólo porque no se había aguantado el atrevimiento que había tenido con la rubia y porque no iba con ella soportar semejante acto de humillación en frente de sus propias narices.
Pero ponerse a insistirle a su marido que se largaran de una buena vez, no era una de las mejores ideas para curar el enfado del hombre y mucho menos era decirle que sinceramente no quería volver nunca más, porque no aguantaba que se emborrachara como un adolescente y que encima esa mujer rubia tremendamente atractiva tuviera una relación tan cercana con él.
Por eso se recorrió toda la casa en una milesima de segundo, con todas las paredes plagadas de fotografías de la joven dueña y de cada una de las estapas de su notable hermosura, por lo que la rabia ardió dentro de la platinada quizá como la erupción de un volcán.
¿Quién podía culparla? Había tenido mala suerte, desde que había nacido.
Había sido tremendamente envidiosa desde que podía recordar, por eso le caía mal la increíble belleza con la que había sido premiada la Kyoyama y muchisimo más mal le caía que usara eso para acercarse a su lindo maridito, por lo que apretó los dientes con más furia que nunca y expresó su odio por última vez de la manera más errada.
-Todo esto es tu culpa-se habló, para si misma, la platinada-Maldita Anna-y así, terminó en el baño, con un último portazo
