Nota de autor: Ni este fanfic ni el universo de Harry Potter me pertenecen. Todos los créditos van para J.K Rowling y Moonsing, yo solo soy un alma bondadosa que lo tradujo.
"A mí me persiguen las sombras de luna,
Sombras de luna, sombras de luna.
Saltando y deseando en sombras de luna,
Sombras de luna, sombras de luna.
Y si alguna vez pierdo mis ojos,
Si todos mis colores pierden su tonalidad,
Sí, si alguna vez pierdo mis ojos,
Hey...ya no tendré que volver a llorar"
" Moonshadows" por Cat Stevens.
REMUS:
Remus siempre había pensado que las memorias eran como fotografías en un estante. La mayoría estaban expuestas al sol y solían desvanecerse. Algunas veces el color desaparecía dejando tan solo el vago sentimiento del tiempo; la visión de una memoria cambiaba a medida que la contabas. Algunas veces era la visión lo que se desvanecía y los colores se quedaban brillantes, vívidos- un sentimiento real del paso del tiempo pero sin detalles.
Otras memorias estaban puestas en la oscuridad, dominadas por las sombras. Eran estas memorias- las que tú siempre tratabas de olvidar- aquellas que nunca perdían su potencia y color a lo largo del tiempo.
Para Remus, la memoria oscura más brillante era la de Aquella Noche. Aquella Noche tuvo repercusiones que enviaban vibraciones, ecos y cambiaron eventos del resto de su vida. Esta memoria- la que él más deseaba cambiar y desvanecer- era la única que se quedaba con él en el mayor y lúcido detalle.
Algo que Remus siempre recordaba de su madre, incluso mucho después de que las memorias se evaporaran y se volvieran confusas, era su amor por la luz de la luna. Como la pocionista experta de su boticaria local, su trabajo normalmente le pedía aventurarse en la noche para conseguir algunos ingredientes. En esas noches, cuando el cielo estaba despejado y la luna colgaba en su mayor esplendor saturando todo con su luz, su madre se deslizaría en la habitación de Remus sin molestarse en prender la luz. Poniendo su capa de noche sobre sus pijamas y metiendo sus pequeños pies en sus zapatos, ella tomaría su mano y lo guiaría fuera de la casa, a través de las puertas del jardín y dentro del espeso bosque que conformaba su pequeña casa.
Mientras trabajaba, Serena Lupin entonaba canciones Muggle de su infancia a su hijo Remus a la vez que este brincaba salvajemente a su alrededor, uniendo su alta e infantil voz de soprano, y observando la sombra de la luna mientras esta parpadeaba sobre las copas oscuras de los árboles.
Remus sabía que la magia existía- había crecido en un ambiente mágico, después de todo- pero la visión de aquella sombra plateada- azulada y el hechizante sonido de la voz de su madre parecía traerle un significado diferente a la magia alrededor del bosque. Era menos certera, pero más tangible. Eléctrica y salvaje al mismo tiempo que segura y privada.
El padre de Remus nunca se unió a sus escapadas nocturnas. Esas señas de luna era una cosa que les pertenecía solo a los dos y nadie más podía meterse en ello. Remus, siendo tan joven en esos momentos, nunca se había fijado en lo mucho que resentía a su padre el hecho de que su salvaje e impredecible mujer amará a su hijo más que nada en el mundo. John Lupin idolatraba el suelo que pisaba y Serena, en regreso, solo le daba un sentimiento de tolerancia.
Y así él observaba amargamente desde la ventana de la habitación como dos figuras danzaban de la mano en el bosque, partes de una canción Muggle desvaneciendo a su paso:
"Memoria, toda sola en la luz de la luna, ¿acaso ha perdido la luna su memoria? Ella está sonriendo sola…
Llévame volando a la luna y déjame jugar con las estrellas. Déjame ver como es una primavera en Júpiter o Marte…
Que noche tan maravillosa como para bailar bajo la luna, con las estrellas sobre tus ojos…"
Y muchas veces, cuando emergían del bosque de nuevo, manos enlazadas, ojos brillantes, ahogándose en diversión y salvaje magia la madre de Remus lo levantaría y haría girar sobre su cabeza mientras cantaba:
"A mí me persiguen las sombras de luna,
Sombras de luna, sombras de luna.
Saltando y deseando en las sombras de luna,
Sombras de luna, sombras de luna.
Y si alguna vez pierdo mis manos,
Pierdo mis surcos, mis tierras.
Sí, y si alguna vez pierdo mis manos
Hey…Ya no tendré que volver a trabajar"
Probablemente no fue una sorpresa, cuando aquella noche en que John Lupin volvió del Ministerio de Magia con las noticias de que el hombre lobo Fenrir Greyback había escapado de una sala de seguridad para enfermos mentales de San Mungo, que Remus fuera a buscar confort en la luz de la luna.
En Aquella Noche, la noche que cambió todo con una serie de actos violentos, sangre y sombras de luna, Remus salió de su cama con pies temblorosos tras una pesadilla y bajó por el pasillo hasta la habitación de sus padres en búsqueda de su madre para consolarlo. Se detuvo ante el sonido de una fuerte discusión. Nunca había oído a sus padres pelear antes. Su padre odiaba hacer enojar a su madre y ella estaba tan metida dentro de su propio mundo como para prestarle la suficiente atención para convertir una pelea en una discusión seria.
Remus se deslizó hasta la puerta y puso una de sus orejas contra la puerta de madera.
—No puedes ir ahora. Incluso si es por ingredientes. ¡¿Quién sabe dónde está?! — John le decía— Podría ordenarlos para que trabajaras.
—Pero a mí me gustair por mis propios ingredientes— Protestó Serena con un tono suplicante— ¡Es la única razón por la cual me convertí en pocionista en el primer lugar! ¿Qué tanto puede demorar el atraparle?
—¡No lo sé! — Replicó John—Si supiéramos dónde diablos está ¿No crees que ya le hubiéramos atrapado? Me culpa a mí por ponerlo donde estaba, porque fui yo quien lo capturó. Busca venganza contra mí y está loco. ¿Crees que podría vivir sabiendo que te atacó a ti solo para hacerme sufrir?
—¡No es justo!
—¡No me interesa! ¡No saldrás de esta casa, Serena, eso es definitivo!
Remus se alejó de la puerta, un extraño sentimiento de nauseas afloraba en su vientre y le hacía sentir enfermo. Él no entendía de lo que estaban hablando y tampoco se sentía capaz de interrumpirles. Mientras se iba de camino a su alcoba, pasó frente a la ventana del pasillo. La luna llena colgaba pesada del cielo, convocando un cuadrado brillante de luz que atravesaba el vidrio y golpeaba el suelo de madera.
Remus de repente sentía un extraño deseo por canciones Muggle y sombras de luna. Necesitaba sentir aquella fría luz de luna sobre su cabeza para ayudarle a olvidar los gritos en la discusión de sus padres y el sentimiento de enfermedad que se acentuaba en su vientre.
Se deslizó por las escaleras y se paró en puntillas para alcanzar el pomo de la puerta trasera. La abrió lo más despacio que pudo y salió al jardín. Él no era tonto, sabía que no podía adentrarse en el bosque solo, así que se acomodó en el evasivo y cosquilleante pasto verde, murmurando para sí mismo: — A mí me persiguen las sombras de luna, sombras de luna, sombras de luna. Y si alguna vez pierdo mis piernas, no lloraré no rogaré. Sí, y si alguna vez pierdo mis piernas. Hey… ya no tendré que caminar a casa de nuevo.
Se recostó en el pasto y observó la luna llena. Después de su mamá la luna era lo más hermoso que alguna vez había visto. Se veía tan sólida, como si no fuera posible que se mantuviera en el cielo sin estar sujetada por unos hilos transparentes, y su luz pálida parecía venir de otro mundo. Debajo de su forma circular, Remus sintió que los últimos vestigios de su miedo se disolvían y desaparecían.
El silencio se rompió tras unos ruidos provenientes de un arbusto cercano al final del jardín. Remus se sentó y giró para observarle, su corazón latiendo con fuerza. De repente ya no estaba seguro de que fuera una buena idea estar solo y afuera. ¿Quién sabía qué clase de horribles criaturas vendrían cuando su madre no estaba ahí para espantarlas?
Congelado por el miedo, observó el arbusto que se había movido, y saltó cuando lo hizo de nuevo. De pronto, dos órbitas de un resplandeciente color amarillo aparecieron de entre las sombras al lado del arbusto. Pasó tan solo un momento para que Remus se diera cuenta de que eran ojos.
Entrando en acción por su miedo, Remus se levantó con prisa y volteó para volver a su pequeña casa tan rápido como sus pequeñas piernas se lo permitieran. Deseaba más que nada el no haber ido tan lejos en el jardín. Un suave gruñido le llego de atrás mientras la criatura salía del arbusto y le perseguía. Podía oír los profundos pasos mientras se acercaba más a él y miró sobre su hombro.
La visión lo hizo golpearse, tropezar y caer al suelo. La criatura era enorme, ¡Un lobo! Gritaba su mente mientras se agolpaban las imágenes de los monstruos de aquellos cuentos de hadas que su madre solía contarle por las noches. Gritó mientras aterrizaba sobre él, aterrizando en su pecho y sacándole el aire de los pulmones. Lágrimas de dolor bloqueaban la vista del lobo a medida que se abalanzaba sobre él con fauces abiertas. Remus volvió a gritar cuando sus filosos colmillos se clavaron entre su hombro y pecho. El dolor enviando sensaciones de calor que recorrieron todo su cuerpo.
—¡REMUS!
Sintió que la opresión en su pecho se liberaba cuando el lobo fue arrojado. Voló en el aire y aterrizó unos cuantos metros más allá. Jadeante y sollozante, Remus giró su cabeza y vio una figura con violento cabello interponerse entre él y el lobo. Su madre alzó la varita de nuevo, pero no fue lo suficientemente rápida. El lobo rodó y atacó de nuevo, está vez aterrizando sobre Serena y tirándola al suelo.
—Mamá…— Remus pretendía gritar la palabra, pero a duras penas podía respirar entre el inmenso dolor, dejemos de lado hablar. Vio paralizado y con el miedo consumiéndole como aquellos sangrientos dientes se abrían y clavaban en el cuello repetidas veces.
—¡Santo Dios! ¡SERENA!
Por segunda vez en esa noche, el lobo voló en el aire. Está vez Remus vio a su padre parándose ahí con su pijama. Incluso con la visión borrosa por el dolor y la pérdida de sangre, notó como John Lupin se interponía entre el lobo y su esposa, dejando a su hijo desprotegido para otro ataque.
Una luz verde salió de la varita de John en dirección al lobo que la esquivó ágilmente. Dudo un momento, cuando John levantó su varita de nuevo, dio media vuelta y huyó al bosque. John le persiguió, su cuerpo expulsando una incontable cantidad de magia e ira.
—¿Re…mus?
Su voz era tan débil. Él nunca la había oído sonar tan débil antes.
—Re…mus, ¿Mí…bebe?
Sus palabras eran interrumpidas por breves temblores. Remus usó toda la fuerza que le quedaba para arrastrarse hasta ella. El dolor era tan terrible que le parecía que todo un mundo se interponía entre ellos. Después de lo que pareció un siglo, la alcanzó y se puso a su lado. Para todo su horror podía ver sus huesos, músculos y tendones, desgarrados y sangrientos en su garganta.
—Vive R…Remus— Serena pudo decirle— ¿Me lo prometes? No…dejes que t-te conviertan en un m-monstruo como él. El l-lobo no te ha cambiado. ¡Dilo Remus!
—El l-lobo no me ha cam-cambiado— Remus repitió entre lágrimas, incapaz de ver sus ojos y concentrándose solamente en su cuello destrozado.
—B-buen chico. R-recu-cuerda eso.
Ella se estaba volviendo borrosa en algunas partes. Remus pensó que le diría algo más, pero ya no escuchaba nada. Su cabeza se llenaba de un sonido agonizante que la hacía demasiado pesada para su cuello. La dejó caer en el césped lleno de sangre al lado del hombro de su madre y sintió como él también era llamado a sumirse en la inconciencia.
