Disclaimer: estos personajes no son míos, si lo fueran John sería exclusivamente de Sherlock, y quizá de Hamish en algún futuro. El universo de Sherlock Holmes le pertenece Sir Arthur Conan Doyle, y la serie "Sherlock" a la BBC. Yo solo me divierto creando fics.

Advertencias: Cursi (creo). Posible OoC (es muy probable).


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¡Feliz cumpleaños Steph Keehl!

¡Hola!

Esto está creado como regalo para Steph.

Hecho a base del prompt:

Mycroft se asoma a la cuna de su hermanito por primera vez y ve a un Sherlock recién nacido, y todos los sentimientos que ello despierta en el mayor.


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Lo que sus ojos veían era un espectáculo hermoso. Era una cosa tan mundana que, de otra forma, no le pondría la más mínima atención, no lo merecería. Y era en este momento en el cual se estaba dando cuenta de muchas cosas, constatando otras cuantas y, sorprendiéndose también de lo ciego que podía llegar a ser. Él, tan amo de los detalles, orgulloso de su minuciosidad, de su capacidad deductiva, venía a darse cuenta de una verdad que siempre pareciera haber estado ante sus ojos, pero nublados a ella. Era tan sencilla y compleja a la vez. Era en esa simplicidad que ocultaba su esplendor y pocos los seres capaces de apreciarla. Quizá también el motivo de su anonimato.

Un detalle, uno simple y único en su especie. La vida. Sí. Más no el modo de vivirla, la superficialidad de su existencia. No, eso no. Era el milagro de verla nacer, el fenómeno de la vida, una nueva personita que llegaba al mundo terrenal, como uno más, aunque también diferente. Él sabía que, la persona en la cuna, lo sería. Parpadeó, abstrayendo todos los detalles posibles de ese nuevo ser. De aquel hermoso niño, rebosante de vitalidad, de inocencia.

Los ojitos contrarios se abrieron lentamente, para volverlos a cerrar repetidamente, adaptándose a la luz, a su nueva visión. El color azul tiñó el cuarto entero, una esencia cobáltica pareció entenderse, con detalles de verde, matiz correcto. Perfecta combinación. Ellos le miraron curiosos, mirada angelical, de niño, un tierno bebe. Si dormido incitaba ternura infinita, ahora que lo veía despierto, su mundo cayó. Se derrumbó a los pies de ese pequeño infante, de un principito. La mayor calidez experimentada hasta ese día le recorrió por completo, viajando por todo su cuerpo, por sus terminaciones nerviosas, depositando una agradable sensación a la altura el pecho, cuando sabía que todo lo había almacenado en su cerebro y con ayuda de él, respondiendo al estímulo, sus propios ojos se llenaron de calidez, de diminutas gotas de agua salada. Su sentir era por completo irracional, se sentía tan conmovido por el pequeño humano, sin una causa aparente más allá de la verse reflejado en los ojos contrarios, era tan extraordinario ese sentimiento, tan poco usual en él, extraño pero no ajeno, nunca de esa manera. El pequeño llevó su manita derecha a la boca, comenzando a succionar su puño cerrado. Sonrió. Una pequeña sonrisa se extendió por los labios de Mycroft, de esas reacciones escasas en él, aun con su infantil edad. Mycroft no se podía considerar un niño común estaba muy fuera de serlo. Sus tendencias desde años anteriores en su crecimiento fueron las de un niño con un desarrollo mental elevado, por lo tanto esas pequeñas cosas muy humanas, en la mayoría de las personas, para él carecían de sentido, significado y que, el bebé frente suyo con solo nimios movimientos, básicos en su desarrollo, lo desarmaran, era una estampa digna de admirar.

Con cuidado y premura se acercó más a la cuna. Metiendo su manita con la intención de tocarlo. Sus dedos recorrieron la matita de pelo, suave como la seda que, en sus prendas a veces, utilizaba. Con cariño y delicadeza, propia de un niño como él, continuo su camino en la caricia de la carita del niñito recostado. Al pequeño pareció gustarle, puesto que, se inclinó como pudo entornó a la mano de Mycroft, provocando en el portador una suave sensación de calor en su mano. Siguiendo con sus exploración por el cuerpecito frágil. Adsorbiendo todo, guardando cada sensación de alegría, gusto y curiosidad por la personita. Con un impulsó acercó de nuevo sus dedos a la manita desocupada del infante, obteniendo un apretón en su dedo índice, uno fuerte que, pareciera decirle "te reconozco, sé que estás aquí, conmigo".

La sensación de felicidad parecía no irse, sintiéndose poco conocido per se a no haber cambiado nada físicamente. Solo sabía a ciencia cierta que el momento mágico en que conoció a este nuevo integrante de la familia, nunca lo olvidaría. Jamás. Porque el mundo pareció iluminarse, como si un interruptor fuera encendido, al abrir sus ojos el pequeño Sherlock, con su mirada curiosa que, le aprecio muy divertida, pretendía devorar el mundo nuevo, abierto ante él.

Los parpados del niño en la cuna empezaron a caer, un aviso de su cansancio y sueño. Con el mayor cuidado se inclinó para depositar un beso de mariposa en la frente del bebé. Un último vistazo le dio el infante, con sus ojitos ya empañados de sueño, como despedida antes de cerrarlos definitivamente le dio otro fuerte apretón. En ese instante, infinitito, su cuerpo se llenó de una energía cálida, nueva y esplendorosa, depositándose en todo su ser; acompañada al parecer con un instinto de protección, apoderándose de su mente, con la advertencia de no nunca irse. Contempló otro rato más a su nuevo hermanito, como quien conoce un nuevo y fantástico mundo. Posiblemente así sería. Cuando la presión de su dedo terminó, soltó un suspiro. Una última vista a su hermanito en la cuna, un beso en su pómulo sobresaliente, susurró.

—Duerme, pequeño niño mío. Que tu hermano mayor, Mycroft, estará cuidando tus sueños. Velándote a ti, por siempre.

El dulce bebé entre sueños sonrió.


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Notas finales:

Gracias por leer.

Espero que te gustara Steph, habrá otra versión en primera persona.

Perdonen los errores, no está beteado, lo hice lo más limpio posible.

Nos vemos.

Lizie.