Harem by Kaiba Kisara

Chapter I: Muñeca de Trapo

No sabía dónde me encontraba, el desierto no cambia de día ni de noche. Ahora la luna y el sol parecían iguales; ya no sentía mis pies ni mis manos atadas hacia el hombre montado en camello, el hombre que me arrebató de mi aldea tranquila y pacífica, el hombre que hablaba una lengua que no entendía.

De día contaba granos de arena, de noche contaba estrellas.

Nos detuvimos, ya al atardecer, en un pequeño oasis, a varios kilómetros de unas lucecitas palpitantes a la distancia de otro pueblo. Era el segundo que cruzábamos.

Otro hombre salió de una pequeña casa que se encontraba frente al charco de agua, discutió con el hombre que me había traído por unos minutos hasta que éste se fue en su camelllo, entregándome al nuevo hombre de piel un poco más clara.

"Descansa... y no trates de escapar o te mataré..." me dijo en mi lengua, yo sólo asentí.

Con cuidado desató la hiriente cuerda de mis muñecas, un deje de arrepentimiento cruzó sus oscuros ojos. Le regalé una sonrisa que pareció tranquilizarlo y asombrarlo; con cuidado, seguido muy de cerca por él, caminé hacia el charco de agua para beber hasta que mi estómago sintió la necesidad de detenerse. Mi boca ya se estaba secando, y las lágrimas jamás brotaron.

El hombre de cabellos tan negros como sus ojos, tan profundo y brillante como la noche, me encaminó hacia la pequeña casa hecha de piedras grandes y paja, en la cual albergaba una mesa amplia, llena de pergaminos y velas, frente a él había un altar con una estatuilla del dios Thot y dos velas que se habían consumido. Una cama, pequeña y llena de más pergaminos estaba pegada a la pared, al lado de la mesita.

"No es mucho, pero así descansarás del frío" me decía mientras encendía unas velas, retirando cuidadosamente sus pergaminos, "soy Sinuhé" me sonrió, "¿cuál es tu nombre?"

"No lo recuerdo, buen señor..."

"Ah, bueno... está bien" siguió acomodando sus pergaminos.

Lo miré, no parecía tener más de 25 o 30 años, aunque vivía la vida de un anciano, metido en pergaminos, escrituras. A mi abuelo le habría gustado conversar con él.

"Descansa..." señaló a la cama, "que partirás temprano por la mañana" esa mirada de culpable no se borraba de su rostro.

Asentí, recostándome cuidadosamente en la pequeña cama, no tardé en quedarme dormida.

Y volví a soñar.

No sabía si era una maldición o la bendición del mismísimo dios Ra al haberme dado esta piel blanca, unos ojos parecidos al Nilo, y un cabello claro como el cielo.

Casi toda la aldea me temía, y sólo mis abuelos se hicieron cargo de mí. Una viejecita que le sonreía a todo el mundo y un gran señor que tenía los pies firmes al suelo. Hasta que la aldea fue atacada por estos demonios del desierto.

Y aquí estoy, cautiva próxima a ser una esclava en algún palacio, en algún templo.

Por la mañana, como Sinuhé había dicho, pasaron temprano, todavía no amanecía cuando fui atada y colocada en una jaula, la cual cubrieron, tal vez por obvias razones. Me sentía como un animal entrando a tierras exóticas, trataba de recordar y ubicar el oasis que ahora había dejado atrás en los mapas que solía ver de mi abuelo.

Escuchaba las conversaciones de los tres hombres que venían a caballo y seguia sin entender, una que otra palabra era familiar. Un lenguaje que pertenecía al este, de tierras salvajes y muy distinta a mi adorado y amado hogar: Egipto.

Me quedé dormida hasta que el ruido de gritos me despertaron, imaginé lo que sucedía en el pueblo. La risa de niños corriendo por allí, un lenguaje entendible y muy familiar para mí, el aroma del mercado... todo era muy parecido a la vida que había dejado.

Suspiré, traté de llorar pero no tuve respuesta y volví a dormir.