«Haces que mi cielo vuelva a tener ese azul. Solamente tú haces que mi alma se despierte con tu luz»

Solamente tú - Pablo Alborán


Draco miraba a través de la empañada ventana sin ver. En su mano derecha, un vaso medio vacío de whisky de fuego. Astoria se había ido, para siempre. La luz de sus días se había apagado y él se había quedado ahí, solo.

La soledad era una vieja conocida para él, pero después de tantos años sin saber de ella, no entraba en sus planes reencontrarse tan abruptamente. Había sido como si le hubieran lanzado un gran cubo de agua fría sobre sus hombros y él no pudiera hacer nada.

Se la habían arrebatado, de una manera tan mezquina, que sus ojos a pesar de estar cubiertos por las lágrimas centelleaban de rabia. Nunca más estaría a su lado, nunca más se levantaría en las mañanas para encontrar su caliente cuerpo abrazado al suyo propio.

Ella, que había luchado a su lado contra esos monstruos que aún le perseguían en las noches. Ella, su dama valiente con la que a su lado se sentía invencible. Ella, su mano derecha en esta vida. Se había ido.

Siente como las lágrimas caen por sus mejillas muriendo en esa barba de tres días que no se ha molestado en afeitar. Total, ¿para qué? Ella ya no está para quejarse de que su barba le pinche cuando la besa, ni para apurar el afeitado en las mañanas aunque no sea necesario que ella lo haga. Aunque Draco piense que a ella siempre le quedaba mejor.

Ella, que con tan solo una mirada era capaz que el más gris de sus días se transformase completamente. Ella con sus ojos verdes como la esperanza, como la hierba que renace. Ella, que había conseguido hacer de él un hombre nuevo.

Ella, que había conseguido llenar de luz su alma ennegrecida. Ella, que con cada una de sus sonrisas había conseguido romper esa coraza con la que él había decidido abrigar su cuerpo aquel invierno después de la guerra.

Ella, que conseguía ahogarle en esos abrazos silenciosos en las tardes de invierno frente la chimenea buscando el calor que las llamas no provocan. Buscando uno el calor del otro para calmar sus agitadas almas. Uno haciendo más fuerte al otro con cada caricia. Un mudo «estoy aquí» que sellaban con los más tiernos besos.

Ella, con su cabello castaño que tanto disfrutaba acariciar mientras él leía en alto para ambos cualquier novela o cuento muggle que ella había escogido.

Ella, con quien tanto había llorado para conseguir concebir a ese muchacho con nombre de estrella. Su estrella caída del cielo, como ella solía decirle cariñosamente cuando era un bebé. Sabía que aunque su madre ya no estuviera, él sería fuerte, tan fuerte como él mismo lo había sido pero con el noble corazón de su madre.

Ella, que conseguió hacerle soñar con una larga vida juntos, se había ido para siempre de su lado.