Nota del Autor: Quiero comenzar admitiendo que estoy furioso. No tengo idea quién se metió en mi cuenta sin mi permiso; lo único que sé es que no es un hacker (no perdería el tiempo con historias basadas en otros libros, sin fines de lucro) Cuando entré en mi cuenta, una mirada bastó para darme cuenta que alguien había borrado varias de mis historias. Curiosamente, las que estaban completas se salvaron de la purga. Hallaré al responsable de esto y tomaré acciones en su contra, no me importa si lo pongo tras las rejas por esto :(
Por un momento, pensé en borrar todas mis publicaciones, pero me di cuenta que era una actitud infantil hacerlo. Por otra parte, revisando unos DVD de respaldo, hallé este FF perdido entre la montaña de documentos que había allí. Curioso, lo comencé a leer y me dio risa, por la calidad de la narración y me propuse un reto: mejorar lo que había escrito hace ya tres años y medio atrás. Y, aquí está el primer capítulo. Varió bastante del original, pero creo que está mejor :)
Una última cosa: respecto a mi prolongada ausencia, fueron dos cosas las que me alejaron de la página: una, fue el trabajo (debería adquirir un modem inalámbrico) y segundo, es que no tenía ganas de escribir nada, porque mi novia, lamento decirlo, falleció en un accidente de tránsito. Estábamos comprometidos cuando ocurrió :'(
Eso era todo lo que debía decir, aparte de pedirles disculpas por estar tanto tiempo sin publicar nada.
Los saluda desde el Kremlin… Gilrasir.
Capítulo I: Sin alternativa
Hace seis años que todo el mundo de la magia estuvo sumido en un caos absoluto, pero aún se trabajaba en la reconstrucción y en la dolorosa tarea que tenían por delante los afectados por la guerra. Asumir que muchos de sus seres queridos hubieran partido a fuerza de magia negra, o debido a sus muchas consecuencias, era una labor comparable a la que tuvieron los antiguos esclavos egipcios para levantar las pirámides. Los suicidios se podían considerar como normales en esos días y el Ministerio había ordenado el retiro momentáneo de pociones peligrosas del mercado con el fin de contrarrestar la ciega voluntad de muchos magos para quitarse la vida. Por otro lado, las críticas contra la actual administración en el Ministerio de la Magia se alzaban como un maremoto que amenazara con arrasar playas y casas. Cada día acontecía un nuevo incidente relacionado con el descontento del común de la población mágica y gente era arrestada o muerta en proporciones alarmantes. Los Aurors trabajaban horas extras, las cuales empleaban para disolver protestas o poner bajo arresto a extremistas que abusaran de la fuerza para hacer públicas sus demandas.
Uno de ellos se pasaba la manga de su túnica por la frente para limpiarse la transpiración. Guardaba su varita en el bolsillo, cansado como si hubiera trotado por semanas sin respiro alguno y se disponía a retirarse a su domicilio, esperanzado por una ducha fría, una cena abundante y la comodidad de su cama…
Aquellas esperanzas se hicieron añicos cuando escuchó su nombre ser pronunciado en la distancia. Bajando los brazos cansinamente, se volvió y divisó a un mago enano, con calva de fraile y un rostro redondo como un plato de sopa. Apenas vislumbró su anatomía, supo que estaba en problemas. Ese hombre parecía ser el heraldo del infortunio, pues cada vez que se encontraba con ese sujeto, una desgracia caía como un yunque sobre su cabeza.
-¡Harry! Menos mal que te encuentro.
Harry resopló de indignación. Nada en ese hombre le era de su agrado, desde sus zapatos hasta sus noticias.
-¿Qué se te ofrece, Marcus? –quiso saber Harry, en medio del cansancio y la expectación.
-Tienes que venir conmigo, ahora –dijo el hombre llamado Marcus-. No hay tiempo para que vayas a tu casa.
Era lo único que le faltaba. Una cita inamovible con algún alto personero del Ministerio. Por eso, Harry detestaba ver a Marcus, porque siempre lo buscaba a él y, para peor, siempre lo conducía a una entrevista con algún miembro de las altas esferas del poder en el universo de lo imposible. E, invariablemente, la discusión terminaba con una proposición, una pregunta que Harry se la sabía de memoria ya.
"¿Le gustaría ser Ministro de la Magia?
A lo que Harry siempre respondía que prefería luchar contra insurgencias y magos tenebrosos en terreno a hacerlo detrás de un escritorio. Nada le hacía pensar que en esta ocasión iba a ser diferente, porque aquella situación se había repetido en muchas ocasiones durante los últimos seis meses.
-No sé por qué tus amigos se afanan en subirme al trono –dijo Harry al fin, sonriendo forzadamente y mirando con decisión a Marcus-. Mi respuesta no va a ser diferente de las otras mil veces que me han dicho lo mismo. Aunque me llama la atención que me entrevisten a mí antes que a otro viejo canoso con más aptitudes para el puesto que yo.
El rostro de Marcus permaneció imperturbable.
-Bueno, si ya sabes la respuesta, no tienes nada que perder.
Harry se mordió el labio. Marcus tenía razón. Fastidiado, salió en solitario de la oficina de Aurors, y subió hasta el piso primero, donde estaba el despacho del Ministro. Para su consternación, no sólo estaban los tipos usuales, sino que, contando las caras presentes allí, había alguien más. Y Harry no tardó en darse cuenta de quién era. Además, para su horror, también supo lo que significaba todo el gentío.
Iban a meterle el cargo con calzador, sin preguntarle su opinión al respecto. Podían hacerlo porque, por lo que tenía entendido, nadie se había presentado para ocupar la silla que se sostenía detrás del escritorio victoriano que relucía a la luz que se proyectaba por la ventana. Era como si sentarse allí fuera una maldición, o peor, un portento de muerte y desdicha para el hombre o mujer que se convirtiera en Ministro, ya sea por voluntad o por fuerza. Lo curioso era que, antes de la Segunda Guerra, había una guerra tácita entre los funcionarios del Ministerio para ver quién se quedaba con el título. Después de ella, todos huían de ese despacho como las hormigas escapaban del agua. Y Harry no era la excepción.
-¿Van a hacerme Ministro, lo quiera o no?
-No es eso, señor Potter –dijo un tipo barbudo que se mecía en la elegante silla detrás del escritorio-. Lo que sucede, es que usted es el único candidato con las aptitudes necesarias para tomar el puesto, sobre todo, en estos tiempos. Seis años llevamos tratando de apaciguar los humos de la guerra, pero el actual Ministro sólo está dando soluciones de parche. Necesitamos decisión y coraje para tomar decisiones críticas, y esas son las cualidades que usted tiene de sobra.
Harry no se dejó impresionar por los elogios anacrónicos del sujeto con barba. Sabía que lo hacían para tentarlo. Si iban a ponerlo entre todos en esa silla, no les haría el trabajo demasiado fácil.
-Bueno, todavía sigo sin entender por qué me llamaron a mí. Tener decisión y coraje para tomar decisiones críticas en cuestión de segundos y bajo intensa presión es una habilidad estándar de cualquier Auror. –Harry se quedó de pie, sopesando al ejército de agentes Ministeriales, sabiendo que sus palabras había llegado a los cerebros de aquellos políticos envejecidos.
-Lo sabemos –respondió el hombre que se mecía en la silla del Ministro-. Pero también está el hecho que usted es un héroe para toda la población mágica. Su voz difícilmente será cuestionada. Tiene las dotes de un auténtico líder, señor Potter. La historia lo recordará tanto por sus hazañas como por su habilidad para ordenar una sociedad después de una guerra que casi la destruyó.
Harry conocía las artimañas de los políticos para engatusar y convencer a sus objetivos para hacer lo que ellos querían. Y una de ellas era apelar al ego de una persona para hacerlo ver como alguien imponente. La respuesta de Harry no iba a cambiar ante una jugarreta que ya se sabía de memoria.
-Lo siento muchachos. Tendrán que esforzarse más. Si quieren convencerme, deberán usar otros trucos… y las triquiñuelas políticas no servirán. –Harry giró sobre sus talones y justo cuando iba a abandonar la sala, dio una última mirada a los desconsolados políticos-. Si me disculpan, tengo que tomarme una ducha y comer. El trabajo de un Auror es muy sacrificado.
Y Harry abandonó la sala.
El concepto de la ducha y la cena había cambiado un poco en el trayecto a su casa.
Harry yacía recostado en su cama, pero no estaba solo. A su lado, en igualdad de condiciones que él, una chica resoplaba, mirando intensamente a nuestro protagonista. Era obvio que habían acabado de hacer el amor hace minutos atrás, pues las secuelas dejaban huellas visibles a millas.
La ducha aún estaba húmeda, había restos de comida en la mesa, pero dos platos y dos sets de cubiertos descansaban sobre ella y había un sendero salpicado de ropa que iba desde la sala de estar hasta la puerta del dormitorio. Ninguno de esos detalles hablaba de la ducha y cena en solitario que Harry mencionó en el despacho del Ministro. En realidad, estaba diciendo la verdad hasta que se encontró con esa chica mientras viajaba en su vehículo particular hacia su lugar de residencia. Tampoco era la primera vez que habían estado juntos más allá de lo aconsejable para dos personas como ellos.
-¿Sabes? –decía Harry a la chica cuando ella comenzó a tranquilizarse-. Creo que es la última vez que estoy contigo.
La chica lo miró, extrañada.
-Es como que estamos tratando de huir de nuestros pasados –manifestó Harry-, estando contigo así. Eras mi mejor amiga, hasta que nos separamos de nuestros novios. Como que, de ahí en adelante, tratáramos de buscar consuelo en el otro. No creo que pueda seguir funcionando así.
La chica no dijo nada por unos momentos, luego de los cuales, habló con un entendimiento claro.
-Tienes razón, Harry –dijo ella, suspirando y abandonando la cama. Agitó su cabello castaño reluciente con una mano y procedió a cubrir su atractivo cuerpo con sus ropas-. Nos estamos comportando como unos niños.
-Hermione. Esta es la enésima vez que tienes razón —sentenció Harry, sonriendo y levantándose también de la cama-. Pero primero deberíamos ducharnos.
-Mmm…de acuerdo –accedió Hermione y juntos fueron al baño a asearse un poco. Además, la ropa estaba diseminada por toda la casa y había que hacer poco menos que un tour para poder vestirse-. Y… ¿jugarías conmigo una última vez en la ducha?
-De acuerdo, de acuerdo –murmuró Harry entre dientes, pero visiblemente contento. Y juntos, fueron al baño a divertirse un rato más…
-Hay algo que no entiendo –decía Hermione mientras deslizaba el jabón muy cerca de las partes íntimas de Harry-. ¿Cómo Ginny pudo abandonarte si eres un amante tan genial?
La pregunta pareció pegarle en la cara a Harry. Para empezar, ella no lo había dejado. Había sido en términos menos triviales lo que había sucedido entre ambos. La Segunda Guerra tocaba a su fin, el Innombrable acababa de ser derrotado, aunque a un alto precio. Harry había tenido que hacer cosas reprobables para poder sobrevivir y destruir a su más temido adversario y, entre ellas, tuvo que traicionar la confianza de Ginny al involucrarse con otras mujeres en busca de información y, como ocurrió en una ocasión, obtener uno de los dichosos horrocruxes. Pero Harry le había dicho a Ginny que quizá tuviera que seducir mujeres para lograr ciertos objetivos, y eso obviamente a la pelirroja no le gustó, pero lo dejó hacer.
Para el final de la guerra, Ginny no pudo soportar el peso de saber que Harry le estaba siendo infiel a propósito y por motivos pragmáticos, y un día de Abril, ella se dejó llevar y le dijo todo lo que sentía, con amargura y tristeza añadidas. Y Harry, al contrario de lo que ella esperaba, dio razón a todos sus alegatos y entendió su rabia e incomprensión, lo que motivó a terminar la relación. Le había dicho que si no era capaz de tolerar una relación en esos términos y en las peligrosas circunstancias en las que tuvo lugar, ella tenía la decisión de terminar con lo que llevaban juntos.
-Fue un acuerdo mutuo –dijo Harry, sin darse cuenta que Hermione lo estaba enjabonando en la entrepierna-. Los dos decidimos terminar con la relación. Ambos comprendíamos los riesgos.
Hermione quedó en silencio unos momentos. Acto seguido, lo abrazó fuertemente, dejando caer el jabón y dejando que el agua fresca los mojara sin contemplaciones.
-Lamento haber sido tan insensible contigo –dijo, besándolo con dulzura y saboreando un poco de acondicionador para pelo-. Como amante tuya, sólo me preocupé de complacerte y nunca te pregunté nada. Supongo que ya nos conocíamos bastante bien desde antes.
-Yo tampoco te he preguntado qué demonios pasó entre tú y Ron –añadió Harry, en el mismo tono de disculpa que empleó Hermione segundos atrás. Bueno, creo que es la única desventaja de ser amantes es que apenas nos preguntamos cosas y nos dedicamos simplemente a amar.
-Y está claro que necesitamos más que eso –dijo Hermione, separándose de Harry y recogiendo el jabón para proseguir con su pequeño juego, pero Harry se lo arrebató.
-Creo que es mi turno —susurró juguetonamente.
Harry y Hermione eran amantes, pero a los ojos de la gente, parecían sólo amigos. Tal vez se tratara de la única pareja en el planeta que no acostumbraba tomarse de la mano. Ambos sostenían conversaciones completamente normales, conversaciones de amigos, ninguna pista indicaba la más ligera posibilidad que fueran algo más. Pero esta vez, ya no tenían que disimular nada, porque el amorío que tenían los dos se había terminado apenas estuvieron vestidos en la sala de estar de la pequeña pero acogedora casa de Harry.
-Fue muy tonto lo que ocurrió con Ron –decía Hermione, caminando a paso ligero, al tiempo que la brisa nocturna mecía perezosamente sus cabellos-. Atravesábamos un estado constante de celos. Él pensaba que me acostaba con el primer hombre al que le sonreía y yo creía prácticamente lo mismo, aún cuando no hubiera nada. Todo llegó a un punto en el que ya no podía más y corté por lo sano. Lo boté.
-Bueno, incluso antes que fueran novios se peleaban por celos –comentó Harry, lanzando una carcajada corta-. Supongo que lo recuerdas todavía.
-¡Por favor, Harry! No hagas que me sonroje –exclamó Hermione, poniéndose roja.
Pero Harry no respondía. Era más, no estaba a su lado. Hermione miró hacia atrás y lo divisó, a diez metros de distancia, mirando algo con una expresión entre perplejo e impresionado por algo. Ella siguió la línea de visión de su amigo y supo de inmediato cuál era el objeto que miraba.
Para empezar, no era un objeto. Era una mujer. Y una muy hermosa. Ostentaba un cabello rojo encendido, ondulado y brillaba seductoramente a la luz de las luminarias nocturnas e iba ataviada con una blusa de un rojo vaporoso pálido y una falda, de un rojo más intenso y que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas. La ropa parecía susurrarle al oído, como describiéndole el cuerpo que cubría de una manera tan obvia y rotunda que Harry parecía no respirar. Lucía como una víctima de parálisis o como un paciente en coma.
-¡Ay!
Sintió un dolor punzante en el brazo derecho. Hermione lo había pellizcado. Dicho de otra manera, lo había bajado de la nube.
-¿Por qué eres tan cruel? –inquirió Harry, dolido por la invasiva intervención de su amiga.
-Tengo que serlo –se excusó ella, mirándolo con una seriedad que hace tiempo que no veía. Para ser más precisos, desde cuando ella y él eran amantes-. ¿No te fijaste con quién está?
Harry se sintió estúpido cuando, de la mano de aquella mujer, iba un tipo alto, de un inconfundible cabello rubio platinado y maneras típicas de un miembro de la aristocracia. Y del estupor, pasó a la rabia. Él, especialmente él, no podía estar al lado de una chica como ella. Era como, de repente y sin quererlo, pasara a una dimensión donde todas aquellas cosas que no ocurrían en el mundo real, tuvieran perfecto sentido.
-¿Ginny… y él? –masculló Harry, crispando los puños sin darse cuenta de ello. Sentía una ira irracional, como si aquella mujer fuera suya y otra persona tratara de arrebatársela.
-Sé lo que me vas a preguntar ahora –dijo Hermione, adoptando un tono inusualmente serio, frunciendo el ceño para realzar la gravedad de la situación-. Y la respuesta es no. No puedo decirte qué ocurrió, porque Ginny me hizo prometer que no diría ni mu acerca de todo eso.
-¿Por qué? –inquirió Harry con más prepotencia de la necesaria.
-Ay, Harry, no es algo que sea fácil de contar. Es un cuento largo y doloroso. Por favor, no preguntes más.
Al chico le costó desviar sus ojos de Ginny y fijarlos en los de Hermione. Cuando lo hizo, se sintió como si hubiera contenido la respiración por varios minutos.
-Tardaré en olvidarla –murmuró, derrotado y triste.
-Pero lo harás.
-¿Cómo?
Hermione no contestó por unos pocos segundos. Lucía meditabunda. Harry esperó hasta que tuviera una respuesta. Y, para su desgracia, no le iba a gustar nada.
-Bueno, al menos para mí, la mejor forma de olvidar a alguien es ocupar tu mente con otra cosa, algo que sea tan absorbente que no tengas tiempo para nada más que eso.
Al principio, Harry estaba confuso.
-Pero, ¿qué podría requerir de toda mi concentración y mi tiempo?
A la mañana siguiente, Harry caminaba hacia su lugar de trabajo, sintiendo que había dos personas dentro de él: una le impelía a hacer lo que debía hacer y la otra, lo disuadía de hacerlo. Por un lado, no le gustaba la perspectiva que le ofrecía la solución de Hermione y, por otro, la imagen de Ginny junto a su némesis del colegio era como una fotografía pegada a su retina; la veía en todo lugar, en toda situación. Dicho de otro modo, tenía que recurrir a un mal para sacarse otro de encima.
"La solución del mal menor"
Suspirando pesadamente, como si estuviera saliendo de su trabajo en lugar de entrando, Harry saludó a varios colegas que pasaban por el mismo estado que él y se dirigió como un autómata hacia el ascensor que lo conduciría a su perdición.
Tocó tres veces a la puerta, y ésta se abrió sola. Harry pasó con algo de tiento y se quedó de pie, mirando a todas esas caras de las que se había burlado recién ayer. Lo cruzó un sentimiento de ignominia antes de dirigir la palabra a los presentes.
-Con profundo respeto, solemnidad y responsabilidad, acepto el cargo de Ministro de la Magia, de este momento en adelante.
