Pintada del color de la noche, mirada perdida frente a ella, gente pasaba, el cura hablaba sumbidos a sus oídos. Todos lloraban, y si no lo hacían ponían una cara seria, o triste. Pero lo más... irritante era la lástima. Brillaba en sus ojos, y no solo por las lágrimas. Todos la miraban con esa típica mirada de apoyo, las cejas ligeramente levantadas, y una pequeña sonrisa de tristeza que a sus ojos no era más que una cruel mueca.
Definitivamente esto tenía sabor a muerte.
Los ojos chocolate se perdían en el ataúd. Más bien en lo que estaba sobre él: rosas, atadas a flechas. No sabía si le parecía un toque hermoso o lo más horrible que vio en su vida. Decidió que ninguno de los anteriores. La verdad era que le daba igual si las rosas estaban atadas a las flechas. Le daba igual si había alguna flor en absoluto. Era un funeral, no importaba qué hagan, cómo intenten honrar su pérdida, no cambiaba nada, todo iba estar igual de perdido. Ella iba a estar igual de perdida.
Su expresión era inmutable. Era notoria su depresión, su falta de vida, de felicidad. Era un funeral, después de todo. Pero todo se reducía a sus ojos. Sin lágrimas, ya se deshidrató de tanto llorar, ya no le quedaba ninguna más. Esos ojos profundos, una vez llenos de amor y plenitud, estaban vacíos. Se suponía que presenciaba una despedida a su amor, pero, en realidad, se había ido hace tiempo hacia sus pensamientos, sus pesadillas... Pero, aún más importante, la misma escena: el rayo dirigido a ella, el hombre a su lado al frente. Un segundo ahí estaba y al otro, ya no. Sólo podía recordar la sonrisa del alma de Robin antes de ser destruída.
Su alma fue destruída.
Las palabras de Hades se repetían en su cabeza junto a la escena. Era su culpa. Robin murió porque la amaba. Todos los que alguna vez amó murieron por devolver su amor. Daniel, su padre, y ahora Robin... Tal vez estaba maldita, tal vez esa era su maldición, su castigo por lo que hizo, su karma. Si era malvada, perdía a las personas que tenía en su vida e importaban. Si intentaba ser buena, vivía con su pasado y sus desastrosas, pero bien merecidas, consecuencias. Estaba atrapaba.
Repentinamente, ya no se encontraba en el funeral, frente a una representación de la muerte. Sin notarlo, estaba sentada en Granny's, con la mirada perdida en alguna pared. Escuchó a Snow y David a dar su ración de lástima y esperanza. A penas consiguieron su atención. Los miró desganada, mientras mencionaban algo de que "no debía pasar por eso sola". ¡Pura basura! Todo lo que quería en ese momento era estar sola, tener un descanso. Quería poder desaparecer por al menos un momento y así estar en paz.
Su hermana llegó. Genial, pensó sarcástica. No estaba de ánimos para lidiar con ella ahora. No estaba de ánimos para nada. "No es la única que perdió a alguien" la escuchó decir.
¡Por favor! Estuvo con él por cinco minutos y ya aclama que lo amaba. No hay comparación. Acabo de perder a mi pareja, a la persona con la que planeaba una vida, ¡a mi alma gemela, por el amor de Dios! No tiene idea de como me siento.
No tuvo ni un segundo de paz. Ya que Emma cruzó la puerta de Granny's. No me tengas pena, no me tengas pena. No más pena. Pero la rubia no parecía estar en lo absoluto interesada de hablar de su perdida, lo cual que trajo un poco de alivio, a penas notorio. Aunque también dolor. La mujer parecía olvidar su pérdida del todo, no parecía querer acompañarla en ese momento difícil cuando se supone que era su amiga. Tal vez era normal, ella nunca tuvo amigas así que no podía estar segura de si Emma debía meterse en este tipo de asuntos. Su instinto le decía que sí. Pero prefería no arriesgarse a perder a alguien en ese momento.
La Sheriff quería discutir algo "delicado", como dijo ella. Honestamente, ¿qué sería capaz de destrozarla aún más? En ese momento, la respuesta estaba clara como el agua: más pérdida o nada. Nada más sería lo suficientemente delicado para afectarle ahora. O eso creyó hasta que vió a cierto pirata muerto pasar por la puerta.
«Swan, ¿todo listo?» dijo Hook.
El rostro de Emma se transformó en horror. Eso no era lo que tenía planeado. ¿Acaso nunca era capaz de hacer las cosas bien? pensó ella, pero estaba demasiado alegre como para enojarse con él. Su novio muerto volvió, después de casi querer matar a todos, que fue que lo causó su muerte. Eso ya no importaba. Él estaba allí. El amor estaba allí, al alcance de su mano. No podía dejarlo ir otra vez.
«Delicado como siempre» comentó la morena.
Su primer instinto: desgarrarle la garganta. El segundo: calmarse. El tercero: una maldición. El cuarto y definitivo: mantener la calma.
Aunque aún la primera opción pasaba por su mente de tanto en tanto al ver a todos con mejor humor por su regreso. Lo cual no era justo. ¡Eso! ¡Eso era lo que faltaba! No era justo que ese idiota que hace cinco minutos intentó eliminarlos a todos y vengarse de su muy aclamada "amor verdadero" tuviera otra oportunidad. No era justo que él estuviera allí y Robin no. Hook ni siquiera podía considerarse un héroe. Hasta ahora no hizo nada por redimirse, excepto por su ayuda para derrotar a Hades. Pero un acto de bondad no lo hacía bueno. Ella tuvo que hacer sacrificios, esfuerzos para conseguir el respeto y la confianza de la ciudad, hasta tal vez su perdón. El pirata no hizo nada, y ahí estaba él, compartiendo bebidas y charlas con los héroes.
Eso era el colmo. Era lo que necesitaba para desencadenar una locura. Notó que no importaba lo que hiciera nunca iba a obtener su final feliz, que iba a pasar el resto de su vida atrapada, entre el bien y el mal. Y estaba bien, se dijo. Pero no dejaría que eso la deje estancada o encerrada dentro de si misma. Era tiempo para dejarse llevarse, ser ella misma. No importaba más de lo que pudieran pensar. Estaba harta de detenerse, de ser su propio obstáculo, de ser la reina que nunca quiso ser. Ya no más. La vieja Regina quería salir a pasear y, por primera vez, a la alcaldesa no le importaba que tan inadecuada sea.
Se levantó de su asiento repentinamente y abandonó el establecimiento llevándose miradas curiosas. Zelena y Emma quisieron seguirla, pero no estaba dispuesta a más conversaciones inútiles e indeseadas. Movió ambas manos a sus lados sobre su cabeza con su usual gracia y desapareció en un humo morado.
En medio segundo, la misma nube apareció en su cuarto, y Regina con ella. Necesitaba cambiar tantas cosas. Casi no sabía por dónde empezar. Casi. Movió su muñeca y su mano un vaso de whiskey. Lo tragó y aplastó, dejando caer el cristal en medio del suelo de la habitación.
Iba a empezar con su armario cuando recordó a Robin. El recuerdo le dejó lágrimas en los ojos. Sacudió la cabeza, y parpadeó. No más llanto. Ya no quería llorar, ni sufrir. Lo que le recordó algo más. Ese dolor en su pecho le recordaba que seguía viva. Pero era horrible. Le hacía desear que en realidad no esté viva, aunque sea por solo un segundo. No podía dejar que sus sentimientos se interpongan. No podía permitir herirse así de nuevo. No era masoquista. No sentir nada es una opción bastante atractiva cuando lo que se siente apesta.
Un movimiento suave, pero rápido, en su pecho. Un pequeño jadeo de dolor y allí estaba, latiendo en la palma de su mano. Su corazón. Tan oscuro como siempre. Largó un suspiro de alivio, haciendo aparecer uno de sus famosos cofres y colocó el órgano dentro.
-OUAT-
¿Qué fue eso? Tal vez sólo está afectada por Robin, ya se le pasará.
Hook acariciaba su muslo por debajo de la mesa, donde sus padres no lo podían ver. Quería echarlo, decirle que no era el momento, pero no podía. Acababa de volver a la vida, no podía negarle tal cosa como su felicidad. Escuchaba a la pareja frente a ella hablar, pero las palabras se perdían antes de ser capaz de procesarlas. Su mente estaba en otro lado, no con ellos, no con Hook, sino con Regina. ¿Estaba bien? Cuando el pirata entró al local arruinando su plan, ella sólo hizo un comentario casi mordaz y se sentó en silencio otra vez, frente a su hermana.
La rubia deseaba concentrarse en su novio, en su nueva oportunidad. Pero su mirada no dejaba de desviarse hacia Regina. Notó que la morena, en un momento, cerró con fuerza sus nudillos, y con ellos su circulación, antes de levantarse abruptamente y abandonar el lugar. Vaciló, pero intentó seguirla, antes de que la mujer desaparezca de su vista.
Eso no puede ser bueno.
La verdad es que Emma tenía miedo. Miedo de perder a su amiga. Miedo de perderla en la oscuridad otra vez. Una vez perdió a alguien, y con él se fue su inocencia, convirtiéndose en la Reina Malvada. Si eso pasó una vez, podía suceder de nuevo. Perdió a alguien más, y quién sabe de lo que ella era capaz ahora.
«Amor, ¿a dónde vas?» preguntó Hook, al ver a su pareja salir. «Pensé que estabamos a punto de celebrar mi regreso como se debe» insinuó. Eso hizo que su estómago se retuerce en su sitio.
«Es un funeral, Killian. No es para celebrar. Tengo que buscar a Regina, algo está pasando».
«Dejala lidiar con su pérdida. Tienes cosas más importantes aquí».
«¡Cómo puedes decir eso!» se le escapó. No quería gritarle, no quería arruinar esto de nuevo.
«Swan. Volví. Pero pareces más interesada en la reina que en tu amor verdadero» reprochó.
«Perdón. Tú estás aquí, y me alegro, pero Regina me necesita ahora. Yo conseguí a mi amor cuando ella lo perdió, eso no puede ser fácil».
«Bien. Ve, pero me debes».
¿Deber? ¿Qué, sexo? ¿Está loco? «Ajam» respondió dejando un piquito en sus labios.
-OUAT-
Se balanceaba en sus tobillos frente a la gran puerta blanca. Vamos, Swan. ¿Qué puede salir mal? se repitió en su cabeza.
Vaciló al tocar la puerta cuatro veces y esperó. Y esperó. Tocó de nuevo, pero el familiar sonido de los tacones nunca llegaba. ¿Estará bien? ¿Por qué tarda tanto? Quizá sólo está ocupada. Cierto, quizá estaba ocupada. ¿Con qué? Ninguna idea pasaba por su cabeza. No veía ninguna razón por la que estuviera ocupada.
Entonces, el pensamiento al que más deseaba evitar llegó. ¿Y si hizo una locura? Todo menos eso. Se intentó convencer de que no estaba en casa, y por un momento, lo creyó. Pero no era suficiente. Sacó dos horquillas de su bolsillo y desbloqueó la puerta. Irrumpió en casa solo para descubrir que no había nadie en ella. Hasta se atrevió a entrar en el cuarto de la morena solo para encontrar la cama hecha y trozos de vidrio en el suelo. Por lo menos no hizo nada loco, aún.
¿Dónde diablos se había metido?
-OUAT-
¿Dónde diablos se había metido?
Esa era la única pregunta que pasó por su mente al verse perdida en el medio del bosque, o eso dedució por tantos árboles y verde por todos lados. Estaba en pleno día. ¿Cuánto tomó anoche? se preguntó. Nada fue su inmediata respuesta. Ella no se emborrachaba, no era digno de una reina. Miró hacia abajo, hacia su cuerpo y...
¿Qué demonios estoy vistiendo?
Llevaba un ajustado vestido de cuero negro, que casi pasaba el límite de la decencia. El escote era favorecedor, aunque no demasiado extenso, y el largo de la prenda llegaba a un poco más arriba de la mitad del muslo. Esos tacones rojos exageradamente altos eran inapropiados para caminar en el bosque y, ¿eso que sentía rozando sus mejillas eran...? Sí, en efecto, tenía el cabello rizado. Indignante. Detestaba sus rizos naturales, eran salvajes, descontrolados. No combinaban con su actitud regia y refinada, en control. Incluso sin espejo, podía imaginar su desastroso maquillaje, pensando en su atuendo.
Ahora le quedaba una tarea difícil: volver a su mansión antes de que alguien note su ausencia en un día normal de Storybrooke, o su atípica ropa. Entonces recordó otro pequeño detalle: Henry. ¿Estará bien? ¿Habrá notado su ausencia? ¿Le habrá importado su ausencia? Tal vez simplemente lo ignoró como lo hacía siempre y buscó a la Srta. Swan para seguir con su día como lo hacía normalmente. Rabia hervía su sangre. Aún no logró echar a esa mujer de su pueblo, y, para colmo, también le estaba robando a su hijo. Tenía que pensar en un plan para solucionar eso. Pero tendría tiempo. Ahora debía encargarse de este pequeño problema.
