Snape estaba frente al espejo que tenía en su habitación, abrochándose su endiablada túnica.
—Seré tu amante prohibido, bandido… —cantaba por lo bajo.
Cuando terminó de abrocharse la túnica, cogió un cepillo para el pelo y se lo acercó a los labios, aparentando tener un micrófono. Se deslizó hasta el centro de su habitación.
—Pasión privada, dorado enemigo. Huracán, huracán abatido—exclamó, y se dio la vuelta emocionado mientras levantaba el dedo índice—. Me perderé en un momento contigo.
Y allí estaba Albus, mirándole sin parpadear y con una ceja alzada. Severus, lejos de avergonzarse, cogió con firmeza el cepillo y se lo pasó por su pelo encrespado para alisárselo un poco.
—Hola, Profesor Dumbledore —saludó—. ¿Qué hace aquí tan temprano?
—Me levanté con demasiada anticipación y vine a dar un paseo —le respondió—. No se me ocurrió pensar que tú…
Snape le lanzó una mirada asesina y el Director se calló.
—Subamos al Gran Comedor —le dijo Severus, y pasó por su lado moviéndose como si en vez de piernas, tuviera ruedas
"Valiente viejo cotilla", pensó. "No puede llamar antes de entrar, no. ¿Por qué tomarse la molestia de hacerlo? ¿Y si en vez de cantar, hubiera estado masturbándome como si no hubiera mañana?"
"Sevy…", resonó una voz en la cabeza de Snape
—Mierda— comentó Severus, y se movió más deprisa
O sea, que Dumbledore, además de entrar en sus habitaciones como le venía en gana,* paseaba por su mente como Pedro por su casa sólo porque no la había bloqueado. Claro que luego pensó que el anciano profesor era mucho más poderoso que él y que podía hacerlo cuando le viniera en gana, a pesar de que Severus intentara defenderse.
Llegó el primero al Gran Comedor y fue a sentarse corriendo lo más lejos de la silla del director. El té y unos bollos de crema aparecieron en el plato por arte de magia. Severus, como de costumbre, le echó azúcar a su té y lo removió. Luego se lo llevó a los labios.
"A ver, Severus… Tienes que comprar ojos de tritón, colas de rata, cucarachas africanas… ¡Ah! ¡Y café! No se me puede olvidar el café, que llevo toda la semana merendado Nesquik…"
"Yo tengo café. Si quieres un poco, sólo tienes que venir a mi despacho y pedírmelo… Sabes que te lo ofreceré encantado", resonó la voz melosa de Albus dentro de su cabeza
"Señor Director, ¿le importaría marcharse de aquí? Intento hablar con mi yo interior. Quisiera privacidad."
"Oh, Severus, no pensé que esto te iba molestar."
Severus volteó la cabeza y miró al anciano barbudo.
"Creo que es obvio mi descontento."
"Oye… ¿Te vienes esta noche a mi piso en Londres a…?"
"¡NO!"
"Pero si aún no he dicho nada…"
"Señor, también sé Legeremancia. Además, no hay que ser un lince para saber lo que quiere…"
"Oh, vamos, ¡a Minerva le hará ilusión que te unas a nosotros!"
"No pienso ir."
"Es fin de semana, Severus, deberías de disfrutarlo."
"Disfruto castigando a Potter."
"No me refería de esa manera. Esta noche podríamos jugar…"
"En serio, ¿no acepta un no por respuesta?"
Dumbledore le sonrió abiertamente, más feliz que una perdiz. Severus soltó un bufido y se golpeó la frente con el dorso de la mano.
Y esa noche, allí estaba él, un maestro en pociones, un profesor con buena reputación, en el piso que Dumbledore tenía en el centro de Londres. En mitad del salón, y cantando en el Sing Star como si no hubiera mañana mientras Minerva y Albus le vitoreaban.
Y es que era imposible librarse de la ideas suicidas del Director.
