Hola a todos, espero que estéis pasando un buen día. :) Bienvenidos a Guerrilla.
Este fic está inspirado en los acontecimientos sucedidos en España entre 1808 y 1814, durante la Ocupación Francesa y consiguiente Guerra de la Independencia Española.
Este primer capítulo es una puesta en situación, así que no habrá mucha acción de momento, pero luego agarraos que vienen curvas. ;)
Por si algún despistado aún no lo sabe, Axis Powers Hetalia es propiedad intelectual de Himaruya. n_n Enjoy!
Capítulo 1
El Caballero de la Triste Sonrisa*
Francia siempre conseguía ponerlo entre la espada y la pared. Muchas veces, literalmente. Pero en fin, ¿qué podía hacerle? Era prácticamente el único amigo que le quedaba en toda Europa.
Suspiró mientras removía con un cucharón de madera el guiso de calamares en salsa de tomate y luego avivó un poco el fuego que crepitaba en el horno de piedra, bajo el abollado pote de latón. Olía de maravilla, y eso le hizo sonreír. Disfrutaba trabajando en la cocina, a pesar de que para él no era una tarea necesaria. Podría haber encargado a cualquier otro de ella, y seguramente debería: era consciente de que existían bastantes asuntos urgentes que requerían su atención, pero la mayor parte de las veces le apetecía más posponerlos en favor de alguna que otra labor doméstica. En el fondo sabía perfectamente por qué lo hacía: cada vez que atendía asuntos políticos se veía forzado a recordar todo lo que había perdido en apenas un siglo y medio, y aquello le robaba la poca alegría que le quedaba y que ahora tenía que sacar de debajo de las piedras si quería seguir adelante. Por eso atesoraba con tanto cariño los pequeños placeres que aún podía disfrutar.
—S-Señor —musitó una voz desde la puerta de las cocinas. Era uno de los miembros de su guardia, y todos ellos sabían que a su jefe no le agradaba demasiado ser interrumpido mientras cocinaba. A pesar de ello, tuvo la suerte de que su señor hiciese gala una vez más de su afable temperamento y se volviera hacia él con una sonrisa en los labios.
—Dime.
El soldado golpeó levemente el suelo con la parte posterior de su lanza y adoptó una posición firme.
—Acabamos de avistar al ejército francés. Antes del atardecer habrán cruzado la frontera.
El señor de la casa asintió.
—Está bien. Disponedlo todo para su llegada.
—Como ordenéis —respondió el subordinado. Su señor observó con un gesto indescifrable cómo se alejaba y subía las escaleras que comunicaban las cocinas con la parte noble de la casa. El eco de sus pasos se extinguió poco a poco hasta que los únicos sonidos que podían escucharse en la cocina fueron el tímido crepitar de las brasas y el suave chop-chop de la salsa de tomate al hervir.
Sintió que la soledad volvía a rodearlo e intentó disfrutar de ella por última vez antes de la llegada de su eterno vecino y frecuente aliado. La idea de tener a Francia en su casa lo animaba y a la vez le causaba escalofríos. Sí, ese era exactamente el confuso efecto que solía provocar en él.
Habían compartido grandes momentos en el pasado y aún conservaban una amistad que él se tomaba cuidado en mantener. De hecho, su última gran derrota a manos de la pérfida marina inglesa la había sufrido dando la cara en nombre de Francia. De la Francia napoleónica. Esa Francia que, como un glorioso fénix, había revivido de entre las brasas de su sangrienta revolución más poderosa que nunca, extendiendo sus tentáculos por toda Europa, conquistando naciones enteras.
Sí, definitivamente y más allá de sus sentimientos de lealtad, no le convenía enemistarse con él precisamente ahora. Si todo salía como estaba planeado, Francia sometería en poco tiempo también a Portugal, aliado de Inglaterra y llave del Atlántico, y aquello le daría por fin la ventaja suficiente como para plantearse la conquista definitiva de la isla de Gran Bretaña.
Pero, claro, para alcanzar suelo portugués por tierra, Francia no tenía otro remedio que cruzar el territorio español de parte a parte, por lo que volvía a ser necesaria su colaboración. En esta ocasión, la tarea no sería tan sacrificada ni peligrosa como la de enfrentarse a la temible armada inglesa. Simplemente tenía que limitarse a abrir sus fronteras y facilitar en todo lo posible el paso de las tropas napoleónicas.
Era un cometido sencillo, pero... España no había podido evitar sentir una punzada de remordimiento días atrás, al contestarle afirmativamente a su aliado del norte. Lo cierto era que seguía sintiendo cierto aprecio hacia Portugal. Habían pasado buenos momentos juntos, cuando su vecino atlántico aún dependía de él y vivía bajo su mismo techo. Pero no debía olvidar que ya incluso por aquel entonces Portugal frecuentaba más la amistad de Inglaterra que la suya. Al final, aquella extraña alianza había acabado tal como España temió desde un principio: con Portugal rebelándose por su independencia, apoyada por Inglaterra, cómo no. Aquel maldito pirata amargado había envidiado desde el principio la fortuna que España había alcanzado gracias a la colonización del Nuevo Mundo, y era capaz de cualquier cosa con tal de hundirlo y quedarse con el botín. Literal y figuradamente. Arrebatarle a Portugal de esa manera había sido tan rastrero... pero tampoco podía ignorar el hecho de que su antiguo subordinado se había marchado por voluntad propia.
No, no podía olvidarlo. Si Portugal aspiraba a ser la mano derecha de Inglaterra... de acuerdo, entonces tendría que sufrir las consecuencias. Y Francia y su Napoleón eran la personificación de aquellas consecuencias. España podía ser amable, pero no estúpido. No iba a convertirse en el escudo humano de quien lo había abandonado para unirse a su peor enemigo.
La voz de su soldado solicitándole ceremoniosamente que subiera a la estancia principal interrumpió una vez más el hilo de sus pensamientos. España se limitó a asentir. Apagó el fuego que crepitaba bajo el caldero y siguió los pasos de su soldado. ¿De verdad había pasado tantas horas simplemente reflexionando en silencio? Estaba claro que algo de sangre helena aún corría por sus venas.
Cuando llegó al salón principal lo recibió el capitán de su guardia.
—Mi señor, Francia está a vuestras puertas —informó.
Una triste sonrisa afloró en el rostro de España.
—Abridlas, pues.
(*) A Don Quijote se le suele conocer también como "El Caballero de la Triste Figura" (por algún diálogo que aparece en el capítulo 19 del libro). Me pareció una imagen bonita para España en esta etapa de la historia, aunque lo adapté un poco porque, bueno, todos sabemos que nuestro querido Antonio puede sonreír hasta en la mayor de las adversidades. ;)
¡No os perdáis la magnífica entrada en escena de Francia en el capítulo 2! ;D Actualizaré una vez por semana o cada 10 días.
Si os ha gustado hacédmelo saber, y si encontráis cosas por mejorar también. :3 ¡Os lo agradeceré mucho! Cheers~
