Disclaimer: Todo lo que reconozcan le pertenece a JKR.
Aviso: Este fic participa en la "Dramione Week 2016" del foro El Mapa del Mortífago.
NA: Unos cuantos puntos a tener en cuenta:
—Se trata de un AU sin magia.
—Tendrá, al menos, dos capítulos.
—El prompt de este capítulo es "Cumpleaños".
—Es rated M porque contendrá lemon.
—Aunque el fic se llame "Y volar", al ser más de un capítulo, titularé a cada uno diferente (ya que todos deben ser independientes entre sí).
—Escribiré todos los capítulos con la canción "Still falling for you", de Ellie Goulding, de fondo. Si lees los capítulos con ella puesta creo que podrás sentir un poco más lo que yo siento al escribir :) Realmente lo recomiendo.
Una mención especial a Aretha por escucharme y ayudarme a salir del bloqueo en el que estaba (porque todos sabemos que la inspiración es una puta) y por contenerse y no mandarme a la mierda por pesada. Tienes todo el mérito, Dal.
Y nada más, espero que os guste :3
Butterflies fly.
—¿Ir a tomar el té a tu casa? —preguntó Ginny al otro lado del teléfono.
—Sí —respondió ella, paseándose nerviosa por su habitación—. Mis padres han ido a comprar la tarta.
—Ah, ¿estarían tus padres también? —quiso saber su amiga.
—Claro…
—¿Y va alguien más? —Hermione dejó de caminar, quedándose clavada en el suelo. Su amiga esperó unos segundos, pero al no obtener respuesta, interpretó su silencio correctamente—. Mira, Hermione, ya son veinticinco, ¿cierto? ¿Por qué no salimos por la noche a la nueva discoteca que han abierto en el centro? He escuchado que tiene tres plantas, cada una de una temática y con música diferente. ¿Qué me dices?
Hermione suspiró por lo bajo, pasándose la mano libre por el pelo.
—Es mi cumpleaños… Debería ser yo la que eligiera lo que quiero hacer…
—Sí —concedió su amiga—. El problema es que tú nunca quieres hacer nada divertido. Te pasas la vida metida en tu casa, leyendo libros y estudiando —Ginny hizo una pausa en la que Hermione no contestó—. Odio ser yo quien te diga esto, sobre todo porque eres mi amiga y te quiero, pero si nadie quiere nunca quedar contigo es porque, por lo general, la gente joven quiere hacer planes fuera de la biblioteca o el club de lectura.
—Podríamos hablar de cosas divertidas mientras tomamos el té —dijo Hermione con un hilo de voz, intentando deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.
—Te conozco desde que éramos pequeñas —le recordó—. Todos tus cumpleaños han sido iguales. Una merienda con la constante supervisión de tus padres, una tarta de helado de nata y una larga conversación sobre trabajos y exámenes.
Hermione se mordió el labio, notando cómo los ojos se le empezaban a llenar de lágrimas.
—¿Tú tampoco vas a venir, verdad?
Oyó a Ginny suspirar al otro lado.
—Lo siento, Hermione, pero ya había quedado con Blaise. Si quieres puedes considerar lo de la discoteca.
—Sabes que no me gustan las discotecas —espetó, negando con la cabeza—. Tengo que colgar.
Hermione se sentó en el borde de su cama, completamente apenada. Realmente pensaba que Ginny no le fallaría. No cuando Harry tenía un partido de fútbol, Padma y Parvati estaban de viaje, Lavender había salido a comprar ropa y Neville estaba con su novia…
Se quedó mirando el móvil, antiguo y sin cámara, vacilando un momento. Sólo le faltaba llamar a una persona.
Al fin se decidió a marcar el número, tratando de esbozar una media sonrisa mientras lo hacía.
—¿Hermione? —dijo la voz de su novio.
—Hola —saludó, recogiéndose el pelo detrás de la oreja—. ¿Vas a poder venir a mi cumpleaños?
—Lo siento, el hotel está bastante lleno y lo más seguro sea que tenga que quedarme a hacer horas extra.
Hermione no respondió, intentando mantener la humedad de sus ojos a raya.
—No te preocupes —siguió diciendo él—. He conseguido reservar una habitación a tiempo. Podemos pasar esta noche juntos.
—Ron… Ya sabes que yo no…
No consiguió terminar la frase. Ambos se quedaron callados un momento.
—Llevamos saliendo un año —dijo él, unos segundos más tarde.
Hermione tragó saliva, intentando encontrar las palabras adecuadas… Pero él habló antes de que ella pudiera descubrirlas.
—Mira, Hermione, tal vez esto no tenga futuro.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Me estás dejando por teléfono?
—Tengo mucho lío.
—No, no me cuelgues.
—Adiós Hermione —dijo, interrumpiéndola.
Y colgó.
Mirando el teléfono con los ojos muy abiertos, Hermione no pudo hacer nada por evitar que las lágrimas resbalaran por su rostro y murieran en su regazo.
Hermione sopló las velas de su tarta de helado de nata, haciendo su mayor esfuerzo por sonreírle a la cámara que sostenía su madre y que inmortalizaba uno de los momentos más humillantes de su vida.
Sin amigos, sin novio y con la única compañía de sus sobreprotectores padres, Hermione cumplió los veinticinco. Pero unas horas antes, cuando todavía las lágrimas caían a borbotones de sus ojos, se había hecho una promesa.
Aquel año sería diferente. Y empezaría por hacerse un tatuaje.
Hermione buscó en google el primer estudio de tatuajes cercano a su casa, abrió el bote de sus ahorros, cogió todo lo que había en su interior y salió a la calle, decidida a cambiar el rumbo de su vida aquel mismo día.
Al llegar a la dirección que le indicaba internet, se quedó un momento contemplando la fachada. Era inconfundible. Se distinguía de los edificios de su alrededor por un característico color negro y por unas vidrieras enormes donde se exponían fotografías de cuerpos tatuados con dibujos grandes, extravagantes y llenos de colorido.
Se cuestionó si aquello había sido una buena idea… Pero antes de darse tiempo a planteárselo dos veces, estiró un brazo y empujó la puerta, entrando en el establecimiento.
El interior era tal como había esperado. Paredes oscuras, con el nombre del establecimiento pintado a modo de grafiti en una de ellas, cuadros con tatuajes, decoración estrambótica…
Dos fornidos hombres detrás de un mostrador, tatuados hasta la garganta, uno de ellos con el pelo largo recogido en una coleta y el otro con una perilla infinita, levantaron la vista para mirarla. El primero la examinó de arriba abajo, el segundo sonrió.
Un tercer hombre, fuera del mostrador y algo más joven, con tatuajes menos agresivos pero con la piel igual de marcada, se giró al percatarse de que los otros no estaban prestando atención a algo que dibujaba.
Era rubio, no demasiado fuerte pero definido, con unos pómulos y una mandíbula bien marcada.
Hermione se fijó en que tenía los ojos grises.
—¿Quieres algo? —dijo de repente, al ver que se había quedado clavada en el suelo.
Ella sacudió un poco la cabeza y se aclaró la garganta.
—Un tatuaje.
Los dos hombres grandes rieron al unísono.
—Has venido al lugar indicado, cielo —respondió el de la coleta.
—Seguid vosotros —ordenó el del pelo rubio, dejando el lápiz sobre el folio y volviéndose hacia ella—. ¿Qué esperas? Acércate.
Hermione lo siguió hasta la otra punta del mostrador, y ambos se sentaron en unas butacas.
Él cogió un folio de un montoncito apartado y un lápiz del lapicero que había a su lado.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó.
Ella se quedó mirando el papel, completamente en blanco. Luego, giró la cabeza lentamente hacia el hombre.
—No lo sé —dijo en voz baja.
Éste arqueó una ceja.
—¿No tienes ni una ligera idea?
Ella negó con la cabeza, sintiendo cómo sus mejillas empezaban a ruborizarse por haberse dejado llevar por el impulso y no haberlo pensado mejor antes.
El hombre se levantó de la butaca y rodeó todo el mostrador, pasando por detrás de aquellos hombres y agachándose un momento. Cuando volvió a salir, llevaba un gran álbum de color rojo oscuro en las manos.
Regresó y volvió a sentarse a su lado, dejando el álbum frente a ambos.
—Aquí hay una gran variedad de tatuajes. Vamos, échale un vistazo.
Ella abrió la tapa del álbum, quedándose totalmente en shock por la mujer medio desnuda y en ligueros que la miraba atrevidamente desde el moreno y fuerte brazo de alguien. Pasó la página, y volvió a pasar otra al pensar que tampoco quería un diablo sacando la lengua dibujado permanentemente en su piel.
Sirenas, anclas gigantescas, huellas de animales, triviales, relojes derritiéndose, calaveras, ángeles muertos, dragones e incluso payasos con un horrible sombrero de cuatro picos con cascabeles en cada uno de ellos.
Hermione estaba a punto de rendirse y asumir que aquello no era lo que ella esperaba cuando, de repente, la foto del cuerpo de una mujer llamó su atención.
—Esto me gusta —dijo, observando los detalles del tatuaje. Eran mariposas enormes, de color naranja, rojo y amarillo, que le cubrían medio vientre y parecían darle la vuelta hasta la espalda.
—¿Tal cual? —preguntó el rubio.
—Oh, no —se apresuró a decir ella—. Sólo quisiera… dos. Como mucho tres ¿Pueden ser algo más pequeñas?
—¿Cuánto más?
—Mucho más —respondió—. Todo lo pequeño que se pueda.
—¿Las quieres en el bajo vientre?
Hermione vaciló un momento antes de asentir. Aquel sería un lugar discreto y fácil de ocultar.
—De acuerdo —dijo, empezando a dibujar líneas sobre el folio en blanco. Hermione observó, completamente maravillada, cómo un par de pequeñas mariposas empezaban a nacer en cada trazo. Unos pocos minutos después, desplazó el folio sobre el mostrador y lo puso frente a ella—. ¿Algo así?
Ella no pudo hacer otra cosa que asentir, sumida de lleno en el perfecto dibujo que tenía delante.
—Es sólo un boceto —comentó él, un tanto divertido por la expresión de la muchacha—. El diseño original lo tendré el día de la cita —dijo, levantándose y volviendo a caminar hasta detrás del mostrador. Cogió una agenda, la abrió y empezó a mirarla con detenimiento—. ¿Qué día te viene bien?
—Hoy —dijo ella con apremio.
Él levantó la vista para mirarla, sorprendido.
—Me temo que no puedo darte cita hoy, no tenemos ningún hueco libre.
Hermione se apresuró a responder.
—Hoy es mi cumpleaños.
—Felicidades —dijo, frunciendo el ceño levemente—. Pero no puedo darte cita hoy.
Ella cerró los ojos, inhalando profundamente y soltando todo el aire de una vez.
—Mi novio acaba de dejarme —susurró—. Por teléfono.
—Bueno, pero yo…
—Por favor…
—Es que no sé si…
—Necesito un cambio en mi vida —dijo, interrumpiéndolo y provocando que se quedara callado—. Por favor.
El hombre la miró durante un momento, antes de volver a comprobar su agenda. Pasados unos incómodos minutos en los que ninguno dijo nada, él se volvió.
—Eddie —dijo, y el de la perilla levantó la cabeza—. ¿Puedo retocarte el tatuaje cuando acabemos el servicio de hoy?
Eddie lo miró, extrañado. Luego, posó los ojos en Hermione, que se mordía un labio con nerviosismo.
—Vale tío, sin problemas —dijo al fin, guiñándole un ojo.
El hombre rubio volvió a girarse, estirando un brazo para pedirle sin palabras que le devolviera el boceto. Cuando lo tuvo delante, volvió a inclinarse sobre él, trazando líneas más claras y firmes, poniendo sombras, añadiendo detalles.
—¿De qué color las quieres? —preguntó, sin levantar la cabeza del dibujo.
Ella dudó un momento.
—Violetas.
Él rebuscó en el lapicero y lacó tres lápices de madera de diferentes tonos de violeta, extendiéndolos frente a ella para que decidiera. Hermione pensó que el primero era tan claro que bien podría pasar por rosa, y que el último era demasiado oscuro para su piel, por lo que señaló el de en medio.
El hombre coloreó las mariposas en un santiamén y giró el folio para que ella le diera el visto bueno.
—Son preciosas —admitió—. ¿Cuál sería su precio?
Él lo sopesó un momento.
—Cien libras.
Hermione abrió mucho la boca, hundiéndose en el asiento. ¿Cómo podía algo tan pequeño costar tanto? Pero no iba a regatear, no después de haberle hecho el tremendo favor de darle cita aquel mismo día.
Volvió a cerrar la boca y se puso derecha en la butaca, abriendo su bolso y cogiendo su cartera.
—Ahora sólo necesito la mitad a modo de fianza —comentó, empezando a rebuscar en unos cajones.
Hermione plantó encima del mostrador el billete de cincuenta libras que su abuelo le había dado por Navidades, y el hombre le tendió un folio y un bolígrafo.
—Léelo mientras lo voy preparando todo —dijo, dándose la vuelta y desapareciendo tras una cortina blanca que daba a otra habitación.
Hermione leyó con atención los posibles problemas de piel que podría ocasionarle el tatuaje, así como la forma de tratarlos si se diera el caso de infección, irritación o reacción alérgica. Tragó saliva. Esperaba que su piel resistiera aquella especie de violación cutánea.
Leyó también la manera de curar el tatuaje si no aparecían aquellos problemas. Anotó mentalmente comprar aquella crema que recomendaba, así como que debía aplicarla dos veces al día durante una semana.
Después de leer dos veces aquel tipo de contrato, plantó su firma en la esquina inferior derecha, aceptando que había leído y entendido lo que un tatuaje significaba y dando su consentimiento para ser tatuada.
Cuando levantó la mirada, el hombre rubio se encontraba apoyado en el marco de la puerta por donde había desaparecido anteriormente, mirándola con atención.
—¿Ya? —preguntó, acercándose a ella.
—Sí —respondió, tendiéndole el folio.
Él lo cogió y lo guardó en un archivador, haciéndole un gesto con la cabeza para que lo siguiera.
Cuando ella traspasó la cortina, apreció que se trataba de una habitación blanca, con un par de cuadros colgados de las paredes, pero bastante más limpia visualmente que la entrada. También había una encimera con un grifo y varios cajones.
Hermione se quedó helada cuando el hombre volvió a acercarse a ella, quedando a muy poca distancia.
—¿Lado derecho o izquierdo?
Hermione lo pensó unos segundos.
—Derecho.
—¿Puedes desabrocharte el botón del pantalón y subirte un poco la camiseta? —volvió a preguntar.
Ella obedeció y él plantó una rodilla en el suelo para poder ver mejor el sitio donde quería tatuarse. Apartó un poco el pantalón y, con sumo cuidado, puso un trozo de papel sobre su piel, rociándolo con un líquido en spray. Al apartar el papel, Hermione apreció que el dibujo se le había quedado marcado justo al lado del hueso de la cadera.
—Ahí tienes un espejo —comentó, señalando al final de la habitación mientras se ponía en pie—. Mira si te gusta cómo te queda. Si no, siempre podemos moverlo.
Ella se acercó, torciendo ligeramente la cabeza cuando estuvo delante. Estaba perfecto.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
Creyó percibir el atisbo de una sonrisa en el rostro de aquel hombre, pero al volver a girarse había desaparecido.
—Adelante, túmbate.
Hermione suspiró profundamente antes de subirse a la camilla. Observó cómo él se ponía unos guantes de látex y se sentaba sobre una silla con ruedas, acercándose a ella y poniendo sobre una mesita una bandeja con varios utensilios.
Primero cogió un bote negro y echó un poco de tinta dentro de un pequeño recipiente. Luego hizo lo mismo con un bote del color que ella había elegido antes. Cogió algo envasado y lo alzó para que lo viera.
—Son agujas nuevas, esterilizadas —dijo—. Cumplen con todos los requisitos de sanidad.
Ella asintió, intentando obviar que había dicho la palabra clave para que se pusiera incluso más nerviosa si cabía: "aguja".
Él abrió el envase, cogió un aparato conectado a un cable y se las añadió. Luego, presionó un botón y un horrible ruido inundó toda la habitación.
—Vamos a empezar.
Hermione cerró los ojos con fuerza a y contuvo la respiración a medida que acercaba aquella cosa a su piel. Pero el sonido cesó, haciendo que volviera a abrirlos.
—¿Es la primera vez que te tatúas? —le preguntó, buscando su mirada.
—Sí.
—Bueno… Vamos a intentar entonces que te relajes un poco… ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Draco.
—Hermione —respondió, nerviosa.
Él pareció buscar algo amable que decir.
—Bonito nombre.
—Igualmente.
—¿De verdad quieres que te haga este tatuaje?
Ella asintió rápidamente.
—Sin duda, sí.
—Pues no puedo hacerlo si estás tensa, ¿crees que puedas relajarte?
—Sí, disculpa.
Un poco después, cuando aquel agudo sonido volvió a meterse en sus oídos, Hermione no estaba para nada relajada, pero ponía todo su empeño en luchar con su cuerpo para que no se tensase demasiado.
Sintió el tacto del látex en su piel y, de repente, dolor. Un intenso y penetrante dolor hizo que su vello se erizara y se mordiera el labio con una mueca en el rostro nada agradable.
—Podemos parar en cualquier momento —comentó Draco, por encima del sonido de la máquina.
Pero Hermione pensaba que cuanto antes terminara mejor, mucho mejor. Así que hizo su mejor esfuerzo por aguantar el golpe de la manera más digna posible.
—¿Trabajas? —preguntó Draco de repente, haciendo que abriera un ojo para mirarlo.
—Estudio.
—¿Sí?
—Claro —respondió, reprimiendo una mueca de dolor—. Los estudios son algo esencial.
Él rodó un poco los ojos.
—¿Qué?
—Que yo no estoy de acuerdo con eso —terció él.
—¿Por qué? —preguntó ella, olvidándose momentáneamente del tatuaje. No lograba concebir el motivo por el que alguien pudiera poner en duda que tener un título universitario era absolutamente necesario para asegurarte un futuro.
—No voy a negar que quizás ayude, pero no es algo imprescindible.
—¿A qué te refieres? —preguntó, cerrando fuertemente los ojos cuando una punzada de dolor atravesó su cuerpo de lado a lado—. Sin estudios no puedes trabajar.
—Yo no tengo estudios —respondió él—. Es decir, tengo hasta bachiller, pero nunca he estudiado una carrera. Y trabajo aquí.
Ella frunció el ceño.
—Pero yo me refería a un buen trabajo.
Él pasó un pañuelo de papel por su vientre, quitando el exceso de tinta.
—¿Sabes? Lo bueno y lo malo son cosas bastante relativas —Hermione se quedó en silencio—. Es un buen trabajo para mí. ¿Qué estudias?
—Contabilidad —respondió ella en un susurro.
—¿Y te gusta?
—Claro.
—¿Pero de verdad? ¿O lo que te gusta es el dinero que te hará ganar?
Hermione no respondió, y ambos se quedaron en silencio unos minutos.
—¡Ay! —exclamó ella, tapándose los ojos con el brazo.
—¿Necesitas parar?
Ella negó con la cabeza. Lo único que necesitaba era que terminara cuando antes.
Draco acercó un poco más la silla y pasó un brazo por entre sus piernas, apoyándose en el hueso de su pubis para conseguir una mayor precisión.
Hermione, sorprendida, se quitó el brazo de la cara y movió un poco la cabeza para mirarlo con más claridad… Pero justo en ese momento, Draco levantó la cabeza para volver a pasarle el pañuelo por la zona, encontrándose sus miradas en el proceso.
Ella la apartó rápidamente, encontrando fascinante de repente la lámpara que colgaba del techo.
—¿Por qué esa urgencia por tatuarte hoy? —preguntó él, volviendo a inclinarse sobre ella.
Entre el dolor y el inexplicable calor que había empezado a apoderarse de sus mejillas, Hermione necesitó unos segundos para pensar una respuesta coherente.
—¿No es un tatuaje la mejor manera de cambiar? —dijo al fin, observando los de sus brazos con mayor atención.
—Lo es —concedió, demasiado concentrado en el tatuaje como para percatarse de su mirada—. Pero, ¿tan necesario era que no podía esperar un par de días?
Ella suspiró, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo. Aquella pregunta hizo que no sólo le doliera la piel.
—Hoy cumplo veinticinco años —confesó—. Mi novio me ha dejado por teléfono debido a mi inseguridad y mis amigos no han querido venir a mi cumpleaños porque consideran que soy una persona aburrida, demasiado seria y sin capacidad para divertirse y disfrutar de la vida lo más mínimo.
Draco dejó de tatuar por un momento.
—Parece que hoy no fue tu día.
—En absoluto —replicó, tragando saliva para intentar deshacer el nudo de su garganta.
—¿Y por qué mariposas?
—Solía tener un cazamariposas cuando era pequeña. Cuando íbamos al pueblo a visitar a mis abuelos, cogía un tarro y me pasaba las horas buscando entre los matorrales del bosque que colindaba con la casa. Atrapaba unas cuantas y volvía corriendo para enseñárselas a mi abuela enferma —Hermione hizo una pausa, sintiéndose nostálgica de repente—. Me gustaba tanto verla sonreír… Ella abría el bote y se incorporaba todo lo que podía sobre la cama para ver a las mariposas volar un momento por la habitación antes de salir por la ventana.
En cierto modo, Hermione se sentía como una de esas mariposas a veces. Estaba claro que, si fuera una mariposa, ya habría pasado la transformación de la metamorfosis, pero habría pasado de la esclavitud de la crisálida a la del bote. Seguía encerrada, sólo necesitaba que alguien abriera el tarro y la dejara volar.
—Vaya… —Hermione volvió a la realidad, enfocando los ojos para mirarlo—. Creí que ibas a decir lo típico.
—¿Qué es lo típico? —quiso saber ella.
—Libertad, liberación…
El sonido del aparato volvió a llenar de nuevo el silencio.
—Supongo que podemos considerar que es una mezcla de todo —contestó ella, haciendo una mueca al sentir de nuevo las agujas en su piel.
—¿Quieres libertad? Entonces tu ex te ha hecho un gran favor hoy —comentó, con una sonrisa escapando de la comisura de sus labios.
Hermione miró hacia otro lado, ligeramente incómoda. No le apetecía que la conversación tomara ese rumbo.
—¿Le queda mucho? —preguntó.
—Un par de minutos —respondió él.
Ninguno volvió a hablar en el transcurso de esos últimos minutos, donde Hermione frunció el ceño, hizo muecas, y siguió tratando de no soltar algún que otro grito de dolor.
Draco humedeció la zona con el spray y le pasó el pañuelo por última vez, separándose de ella.
—Ya está.
Hermione se levantó con cuidado, caminando hacia el espejo mientras sentía arder el lado derecho de su cuerpo… sensación que desapareció por completo cuando volvió a subirse la camiseta.
Dos pequeñas mariposas –las más preciosas que había visto nunca, a pesar de haber visto muchas a lo largo de su vida–, posaban inmóviles sobre su cuerpo, conscientes de su hermosura, mostrando con una delicadeza exquisita la belleza de sus alas desplegadas.
Hermione se llevó una mano a los labios, emocionada.
Nunca antes había seguido un impulso, siempre por el miedo a equivocarse o arrepentirse… Pero no se arrepentiría de eso. Estaba completamente segura de ello.
—¿Notas el sombreado? —preguntó Draco, que había aparecido de repente detrás de ella en el espejo. Éste estiró un brazo, rodeando su cintura, y señaló un punto de su piel.
Ella sorbió por la nariz, demasiado impresionada para responder… Pero él tocó sin querer aquello que señalaba, provocando que Hermione diera un brinco de dolor y se separara de él.
—Lo siento —se apresuró a decir, mirándola a los ojos.
Aquella vez ella le sostuvo la mirada, haciendo que fuera él quien decidiera romper el contacto visual un momento después.
Draco se dio la vuelta y se quitó los guantes de látex, lanzándolos a la papelera que había en una esquina. Luego, abrió uno de los cajones bajo el grifo y sacó lo que parecía ser una pomada.
—Bepanthol —dijo, poniendo el recipiente a la altura de sus ojos—. Tienes que aplicarlo dos veces…
—Al día —le interrumpió ella—. Durante una semana. Sí.
Él asintió con la cabeza y esbozó una media sonrisa, acercándose a ella de nuevo y quedando a poca distancia. Luego, destapó el tubo y se echó un poco sobre los dedos índice y corazón, levantándole levemente la camiseta, apartando un poco el pantalón, y extendiendo la pomada en la zona irritada con delicadeza.
Hermione no se apartó, y se permitió quedarse contemplando el rostro del hombre mientras hidrataba su piel. Parecía concentrado, con los labios cerrados y los ojos puestos en la tarea… Pero Hermione, aunque no supo explicar por qué, encontró aquello bastante excitante.
Tragó saliva mientras su ropa interior se impregnaba de su flujo y empezaba a sentir un extraño ardor en sus partes íntimas.
Cuando Draco terminó, no se alejó demasiado. Estiró un brazo y abrió otro cajón, sacando un rollo de papel transparente. Cortó un trozo y lo puso sobre el tatuaje, poniéndole también un poco de esparadrapo para que se sujetara.
Hermione sabía que aquello que empezaba a nacer en su interior era otro impulso, que siendo como era nunca se le habría cruzado por la cabeza, que tal vez hiciera el ridículo, que quizás se arrepintiera… Pero ese primer impulso había quedado tan bonito sobre su piel, que pensó que lo mismo se arrepentía de no intentarlo.
—¿Conoces algún sitio donde tomar algo por mi cumpleaños? —dijo ella con un hilo de voz, justo cuando él estaba a punto de darse la vuelta—. Lo celebraré sola, ¿te apetecería acompañarme?
Draco la miró, reteniendo a duras penas una sonrisa. No podía negarse a lo que había estado a punto de proponerle hacía solo unos instantes.
