Plenilunio
Las noches de lluvia no debían ser algo que se asociara con los malos augurios, después de todo, la lluvia era quien traía el agua y alimentaba las plantas, los árboles y las flores y hacía que el color al amanecer resultara un festín de brillo y vida para los ojos de Yavanna, quien amaba a todas sus criaturas de la naturaleza. Por lo que era ridículo que Bilbo se preocupara por una noche de tormenta como muchas otras y, sin embargo, su corazón latía inquieto ese día. Decidió que lo mejor era irse a la cama temprano, después de todo, no era como que esperara a nadie, nunca tenía invitados, bueno, de vez en cuando llegaban Drogo y Primula con su hijo Frodo, pero eran los únicos en toda la Comarca que deseaban verlo, nadie más buscaba su compañía. Desde que murieron sus padres y el tiempo pasó y Bilbo decidió permanecer soltero, los otros hobbits comenzaron a contar historias sobre él y a considerarlo extraño, casi lo trataban como a un extranjero dentro de sus propias tierras.
Por supuesto, no era como que a él le molestara, ya se había acostumbrado a estar solo.
Así que apagó todas las velas que se encontraban en el comedor, sólo se llevó una hasta su habitación y la apagó hasta que estuvo segura sobre su mesita de noche y el completamente cubierto con las sábanas y cobijas que había dejado sobre su cama, porque, no, no tenía miedo... pero su corazón no paraba de latir inquieto y... los relámpagos y ruidos que traía el viento consigo no parecían augurar nada bueno.
Aunque, como había dicho antes, no era algo en lo que él creyera.
Bilbo jamás supo si la tormenta que escuchó en la madrugada cuando volvió a despertarse era la misma que la que aquejó durante la noche, o si se había extinguido la nocturna y en su lugar, en algún momento de la medianoche, había surgido otra nueva. Sin embargo, éso no era lo más importante en esos momentos: lo que requería su mayor atención era el nuevo sonido que se había añadido a la tormenta: unos terribles y desesperados golpes que alguien o algo daba a la puerta de su casa. Rápidamente el hobbit se levantó y se puso la bata de dormir que siempre dejaba colgada cerca de la puerta. Su corazón volvió a sonar con ese ritmo alarmado que había sufrido en la noche y su respiración se convirtió en un quejido acelerado e irregular.
En realidad, a pesar de la sensación de miedo que recorría todo su cuerpo, Bilbo no tardó mucho en llegar hasta la puerta principal, pero, una vez que estuvo frente a ella, y el golpeteo llegaba claro y fuerte hasta sus oídos, el hobbit se quedó como piedra.
Casi nunca sucedía que su lado Took y su lado Baggins entraran en discusión, no ahora que su vida consistía en un repetitivo sinfín de rutinas que no paraban de seguir día con día, pero ahora, ahora que se existía la posibilidad del riesgo, era justo ahora que las dos partes de sí comenzaban a discutir en su interior. Su lado Took, el intrépido, el que buscaba algo emocionante por experimentar, le instaba a abrir la puerta en ese momento, después de todo, podría tratarse de alguien que necesitaba de su ayuda, mas su lado Baggins le aconsejaba que huyera, que se escondiera y esperara a que el sonido desapareciera, puesto que podría tratarse de alguien queriendo dañarlo.
Lamentablemente, Bilbo había pasado demasiado tiempo solo y con sus libros de aventuras y sin nadie más con quien hablar o conversar, a excepción de los retratos de sus padres, que era casi necesario para él experimentar algo nuevo.
Así que abrió la puerta.
Lo curioso de aquella situación era cómo con una decisión, las cosas cambiaban tan drásticamente. Una vez que sus dedos giraron la perilla y aquella puerta de madera verde, redonda, comenzó a abrirse, el, en un parpadeo, perdió el control de la situación. Porque, no era ya él quien abría la puerta y permitía entrar a lo que fuera que estuviera del otro lado, sino que, aquel ser, objeto o cosa, se abrió camino en su casa y cerró la puerta tras de sí, terminando en el suelo.
Y, ahora, que Bilbo podía verlo mejor, se dio cuenta de que aquella cosa no era exactamente una cosa, sino un... enano, un enano que resultaba demasiado grande, si es que se le comparaba con las proporciones de un hobbit cualquiera, como él. Instintivamente se hizo hacia atrás, mientras trataba de recordar si algo de lo que se encontraba a su alrededor podría servirle como arma para defenderse. El enano se quejó y el hobbit no pudo evitar mirarlo fijamente; llevaba un abrigo enorme y oscuro que estaba completamente empapado en esos momentos y el cual se quitó rápidamente, como pudo, mientras permanecía sentado en el suelo. Lo primero que notó Bilbo cuando se quitó el abrigo fue su cabello rubio y después pudo fijarse más detenidamente en sus facciones, que no se parecían mucho a las de ningún enano que él había visto en su vida. De alguna manera ese enano tenía algo... diferente a los demás. Y, en ese momento, después de que otro quejido escapara de los labios de aquel enano, Bilbo se dio cuenta de que estaba herido. Era en el costado, puesto que una de sus manos trataba de cubrir la herida y, por lo que el hobbit alcanzaba a ver, brotaba sangre. Tenía que ser a causa de la punta de una lanza o una flecha, Bilbo no estaba del todo seguro, lo único que podía asegurar era que él debía haberse arrancado el pedazo que se había quedado incrustado en su piel en el camino, lo cual, era algo bueno.
Sin pensarlo mucho, el hobbit se arrodilló junto a él e hizo ademán de acercarse para ver la herida; pero el enano gruñó y lo observó con el ceño fruncido, como un animal salvaje que se rehúsa a ser atendido. Bilbo puso los ojos en blanco y lo miró fijamente sin titubear.
-No tengo ni la más mínima idea de quién eres o de lo que quieres; entraste a mi casa a la fuerza, ni siquiera sé de qué o de quién estás huyendo, porque es obvio por esa herida que alguien te atacó, y ni siquiera sé si los que te persiguen puedan venir aquí y hacerme daño a mí también. Tengo todo el derecho de correrte de mi casa, pero no lo he hecho, y ahora, que trato de ayudarte ¿me tratas así?
En verdad, él había jurado que había comenzado todo aquel balbuceo lo más tranquilamente posible, pero algo debió cambiar mientras decía todo aquello porque ahora se sentía molesto, incluso irritado, con el rostro completamente caliente y el ceño completamente fruncido. El enano no parecía esperar una reacción así de alguien tan pequeño (los enanos siempre pensaban que los hobbits eran frágiles criaturas que se la pasaban recolectando flores), porque parpadeó varias veces como si no pudiera creer lo que veía, además, algo de diversión y sorpresa brillaba en sus ojos. Finalmente, tras un largo suspiro, asintió. Bilbo aprovechó la oportunidad y se inclinó nuevamente para revisar la herida, se veía profunda, pero creía que podría curarse si se atendía rápidamente. El problema era que, por el aspecto del enano, parecía que estaba infectada.
-Tienes que levantarte -le indicó, el enano le lanzó una mirada de pocos amigos, pero hizo lo que se le pidió. El hobbit trató de ayudarlo, aunque la mayor parte del trabajo lo hizo el enano ya que era muy pesado para él-. Vamos, te llevaré a la cama para que descanses.
Lo llevó a la habitación que se encontraba junto a la suya y lo ayudó a recostarse, el enano emitió un quejido de dolor cuando su cuerpo cayó en la cama.
-Quítate la ropa. ¡Oh, por Yavanna, no me mires así! Sabes que necesito lavarte la herida primero...
Le pareció que el enano, con las fuerzas que le quedaban, sonreía. Bilbo puso los ojos en blanco, no podía creer que todavía tuviera fuerzas y ánimo para reírse de él. Los enanos eran criaturas extrañas, sin duda.
Así que el hobbit lo dejó un momento para preparar todo lo que necesitaba, tenía que ir por unas compresas calientes, un poco de jabón y preparar una bebida caliente con las hierbas que servían para bajar la fiebre. En la herida necesitaba otras más para quitar la infección. Era una verdadera suerte que Belladonna había sido una experta curandera y que conocía casi todas las plantas que había en la Comarca, y que, además, hubiese decidido pasarle todo ese conocimiento a su único hijo.
Por fortuna, cuando Bilbo regresó a la habitación descubrió que el enano le había entendido correctamente y sólo se había quitado las capas de ropa que traía en la parte de arriba y por lo menos se había dejado los pantalones. Lo observó un momento y al notar que estaba más pálido que antes, se apresuró a comenzar con la curación. Debía ser increíblemente doloroso, a juzgar por las expresiones que hacía, pero, extrañamente, no se volvió a quejar en voz alta.
-¿Cómo te llamas?
El hobbit estaba tan concentrado en comenzar a poner las hierbas sobre la herida y se había acostumbrado ya al mutismo de su huésped, que casi salta al escuchar su voz, una voz cansada y rasposa por el dolor y la pérdida de sangre.
-Bilbo.
-Mi nombre es... Frerin -dijo él, después de un rato. Cuando el hobbit comenzaba a vendarlo, aunque para ello tenía que hacer que el enano se levantara un poco, si no la venda jamás podría rodear toda su cintura. Una vez que terminó y que el enano pudo descansar otra vez... Bilbo se pudo fijar un poco más atentamente en él; es cierto que jamás había visto a ningún enano sin ropa y que sabía que eran muy fuertes, pero nunca se había imaginado que estarían compuestos de tanto músculo. De pronto se sintió débil y pequeño, a pesar de que, en esos momento, probablemente el que tenía más fuerzas de los dos era él.
-Bien, ahora necesito que te tomes esto -le indicó. Frerin vio la consistencia y el color de la bebida e hizo una mueca, como si tuviera cinco años. Bilbo resopló-. Tienes que tomártelo.
Después de unas palabras ininteligibles, el hobbit estaba seguro que eran insultos en Khuzdul dirigidos hacia él, el enano aceptó y abrió los labios sin quejarse más, permitiendo que Bilbo se acercara y le diera la bebida. En realidad, estaba bastante sorprendido por la confianza que el enano iba adquiriendo. Siempre había pensado que los enanos eran mucho más testarudos, sobre todo cuando se trataba de alguien que no perteneciera a su raza.
Finalmente, Bilbo se dedicó a colocarle las compresas calientes sobre la frente, con cuidado. Y, Frerin, quien de verdad debía de estar muy cansado, no tardó en quedarse dormido. Pero no pudo descansar completamente, en sueños, se removía en la cama, diciendo muchos nombres que para Bilbo eran completamente ajenos. Parecía tan asustado en ocasiones, que el hobbit tenía que hablarle para tratar de calmarlo, afortunadamente, su voz parecía surtir los efectos deseados porque el enano lograba calmarse nuevamente.
El problema fue que aquello duró tres días más. Frerin apenas despertaba unas horas para comer y después volvía a sus sueños interminables que, a mitad de la noche, se transformaban en pesadillas. Los nombres seguían surgiendo de sus labios, junto con frases y oraciones en Khuzdul que Bilbo jamás podría adivinar su contenido. Lo único extraño, fue durante la tercera noche, que, después de recitar aquellos nombres, dijo el suyo. Por un momento, el hobbit creyó haber escuchado mal, así que no hizo mucho caso, hasta que escuchó por segunda vez.
-Aquí estoy, no me iré a ningún lado -dijo, creyendo que tal vez estaba despertando. Pero, una vez que Frerin sintió la mano del hobbit en la suya, volvió a dormir profundamente.
Después de dos días, la fiebre desapareció por completo, lo cual se llevó las pesadillas también y, al parecer, después de cambiarle la venda por tercera vez, la herida iba sanando.
Así que él, una vez que vio que Frerin podía levantarse, salió de la habitación, dispuesto a hacerse algo de comer, pero sus planes quedaron en nada, ya que, se encontró el sillón en su camino y, pensando que sería buena idea descansar un rato, se dejó caer y quedó completamente dormido; estaba exhausto.
Pero, a pesar de su cansancio, recordó aquello perfectamente, por lo que Bilbo se sorprendió bastante cuando volvió a abrir los ojos y descubrió que se encontraba en su habitación. Sin embargo, lo más sorprendente, era que olía a comida recién hecha... ¡comida que no había preparado él mismo!
Rápidamente se dirigió a la cocina y descubrió que Frerin eran quien estaba preparando el desayuno. El enano, al saberse observado, se giró y se encogió de hombros y trató de sonreír.
-Creí que era lo justo, después de todo lo que has hecho por mí -dijo, simplemente. Bilbo asintió y, sin decir otra palabra, se sentó a la mesa. Y observó a su huésped nuevamente, aunque todavía se veía agotado, lucía mucho mejor que la noche que había llegado a su casa e incluso estaba completamente limpio. Lo que le recordaba al hobbit que probablemente él seguramente necesitaba un baño con urgencia. Pero, primero tenía que comer.
Después de comer unos huevos con mantequilla, que no estaban nada mal, tenía que admitir, se fue a bañar rápidamente.
Transcurrió otra semana, en la que se estableció una especie de acuerdo silencioso entre ellos, Frerin, por supuesto, no podía salir de la casa. Bilbo no se iba a arriesgar a que sus vecinos comenzaran a hablar y el enano seguramente deseaba que su presencia continuara oculta, por lo que el hobbit siguió haciendo lo de antes: salir a comprar algunas frutas y después adentrarse un poco en el bosque para recolectar hierbas y hongos para la comida de la semana. Frerin, conforme fue recuperando sus fuerzas, comenzó a reparar los muebles de Bilbo, los cuales tenían mucho tiempo con las averías, ya que él jamás se había tomado el tiempo de hacerlo y ayudarle en todo lo que podía al hobbit. Sin embargo, cuando los dos terminaban sus actividades, y después de que Bilbo volvía a revisar la herida del enano, y decidía ponerse a leer en su sillón, Frerin tenía la costumbre de sentarse frente a él y observarlo, el hobbit se sentía incómodo, incluso llegó a pensar en decir que, tal vez en sus costumbres aquello era aceptado, pero que era muy grosero observar a un hobbit fijamente. Pero no lo hizo, en su lugar, trató de sugerirle otras cosas qué hacer, le ofreció libros, los cuales rechazó, le sugirió que aprovechara el tiempo en descansar, también le dijo que aquello podría resultar bastante aburrido ya que él era el único que leía, pero aquello tampoco pareció importarle. Hasta que finalmente, se rendía y se iba a su habitación mucho más temprano de lo normal.
Enanos, quién podría entenderlos, a veces refunfuñaba antes de dormir.
Cuando la herida de Frerin estuvo completamente curada, el hobbit supo que el enano se tendría que ir. Sin embargo, aquel día él se comportó aún más extraño de lo normal. Bilbo trató de ignorarlo, y se dispuso a prepararle un poco de comida para el viaje. Mientras aquel enano rubio permanecía sentado en el sillón observando cada uno de sus movimientos.
Finalmente se levantó a preparar sus cosas y guardó lo que el hobbit le había dado. Después se colocó frente a él y lo miró fijamente. Bilbo trató de decir algo, para no hacer aquello más incómodo de lo que era, pero Frerin lo interrumpió. Se llevó las manos a una de sus trenzas y se quitó lo que parecía una pieza de plata con incrustaciones de alguna piedra color verde, probablemente esmeralda y se lo dio a Bilbo.
El hobbit estaba a punto de decirle que aquello no era necesario, que ni siquiera tenía cabello suficiente para ponerse algo así, que no tenía que... pero después vio la expresión seria y decidida de Frerin y le pareció que lo mejor era quedarse callado.
-Nunca voy a olvidar todo lo que hiciste por mí -dijo el enano. Mientras ponía cuidadosamente aquel objeto brillante y hermoso sobre la pequeña palma del hobbit.
-No tienes que agradecerme nada -insistió Bilbo, pero Frerin negó con la cabeza. Le pareció que tenía algo más qué decir.
-Tengo algo que hacer, es por eso por lo que estoy fuera de mi hogar... -trató de explicar, porque nunca hubo tiempo para ello, además, Bilbo siempre pensó que era algo de lo que era mejor no saber.
Por alguna razón, Frerin no parecía encontrar las palabras adecuadas. Sin embargo, inclinó su cabeza y tomó a Bilbo del cuello, lo cual asustó al hobbit un poco, hasta que se dio cuenta que todo lo que quería el enano era colocar su frente en la de él. Eso debía ser una forma de despedirse entre los de su raza, seguramente.
-No sé cuando tiempo me tomará, tampoco -continuó y parecía lamentarlo de verdad-, pero cuando termine, regresaré.
Bilbo se confundió un poco al escuchar aquello como una promesa, pero no pensó mucho en ello, simplemente respondió:
-Siempre serás bienvenido en esta casa.
Y lo dijo sinceramente, porque... ahora eran... amigos, ¿no es cierto?
Frerin sonrió una vez más y se alejó de él, para después salir por el umbral y Bilbo se sintió un poco más solo cuando lo vio partir.
Bilbo decidió que, aunque no tenía el cabello suficiente para traer algo así, usaría el regalo de Frerin con un cordón para atárselo al cuello, sentía que le daba suerte. Aunque, tal vez no le daba la suficiente, porque, después de tres meses de la partida del enano, sucedió lo que el hobbit había temido que pasara.
Lo único en lo que podría considerarse afortunado, era en que los escuchó antes de que se dirigieran a su casa. Era un grupo de cinco orcos, o por lo menos eso es lo que alcanzó a ver, antes de correr a uno de los cuartos y esconderse en un armario viejo, detrás de la puerta de la habitación. Se agazapó lo más que pudo, comprimiendo su cuerpo y silenciando su respiración a pesar de que estaba aterrado y su agonía aumentaba conforme escuchaba la intrusión acercarse a donde se encontraba. Escuchó perfectamente cuando derribaron su puerta de la entrada y cuando comenzaron a tirar muebles y platos y todas las cosas que le quedaban como recuerdo de su madre y las tiraban al suelo, también escuchó sus gruñidos y palabras casi guturales que hablaban en un idioma que le comenzaba a sonar despreciable. Y escuchó, finalmente, todo el recorrido que dieron y cada paso que se adentraron en su casa. Sin embargo, su temor no logró cumplirse completamente y ninguno de ellos descubrió su escondite, porque los oyó salir, al darse cuenta de que lo que buscaban no se encontraba ahí. Y, aún así, el hobbit no se atrevió a salir hasta el amanecer.
Pero, cuando decidió que ellos ya estaban muy lejos para lastimarlo y salió por el umbral de su casa, descubrió su puerta destrozada, se dio cuenta de que ellos habían bajado por la colina y habían decidido adentrarse en la Comarca para seguir buscando en el resto de los hogares y, aunque ya se habían marchado cuando Bilbo descubrió todo aquello, se dio cuenta de que no todos los hogares habían tenido tanta suerte como él. Y, a pesar de que no todo estaba destruido, las casas se mantenían en pie y aun se podían reconstruir, aún cuando la mayoría de los hobbits, aterrados, se encontraban completamente bien, si había sucedido lo peor: la intrusión se había llevado algunas vidas.
Y el hobbit corrió al corazón de esas casas y se desesperó preguntando y buscando; cuando llegó a su destino, nada pudo evitar que se encontrara con el hogar de Drogo completamente destruido y los dos cadáveres de los hobbits que le importaban más, en el suelo, con el cuello abierto por el filo de un arma blanca... y docenas de hobbits alrededor, horrorizados por la escena. Pero, Frodo, el pequeño hobbit que apenas era un niño; ese no sólo era un problema, era un misterio, porque... yacía en su cuarto, en su cama... vivo, y eso Bilbo lo supo porque se acercó a él y sintió su pulso, pero, aunque parecía simplemente dormido, no despertaba. Sin importar los esfuerzos que Bilbo hizo por hacer que los ojos del pequeño se abrieran, él nunca despertó. Y Bilbo supo lo que era el verdadero dolor y sufrimiento, porque Frodo era la única familia que le quedaba que le importaba.
Sabía que todo aquello era a causa de la llegada de Frerin tiempo atrás y sabía, más que nada, que, de alguna manera, él también era culpable por lo que había sucedido.
Nota: Este fic está basado en un libro llamado La hija del bosque. Siempre quise hacer una versión Bagginshield de esta historia, así que espero que la disfruten leyendo tanto como yo lo estoy haciendo al escribirla :)
