LAS FASES DEL DUELO
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el reto "Hogwarts a través de los años" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
1
Percival Dumbledore
Negación
La puerta de la celda se cierra a su espalda y Percival Dumbledore permanece inmóvil unos instantes. Puede percibir a los dementores justo al otro lado, aunque siente un gran alivio al comprender que se están alejando de él. Al fin, después de varios días, puede respirar sin su estremecedor frío congelándole los pulmones y, ante todo, puede pensar con claridad. No es fácil hacerlo mientras esos seres repugnantes se adueñan de toda su alegría y le roban los buenos recuerdos, ésos que se han quedado allí fuera y que nunca recuperará por más que lo quiera.
Percival observa su nuevo hogar. Es un cuartucho con paredes de piedra y suelos cubiertos de paja en el que, más tarde o más temprano, terminará por morir. Suspira y, casi sin querer, su mente se ve invadidas por imágenes de un tiempo mejor, cuando estaba con su familia. Cuando podía admirar las habilidades mágicas de Albus, ayudar a Abe con la lectura y hacer flotar en el aire a su princesita. Su pequeña Ariana. Su pobre niña.
Percival emite un ruido horrible al pensar en ella. Apenas ha tenido tiempo para asimilar lo ocurrido desde que esos monstruos atacaron a Ariana y la realidad le golpea de lleno. Se dobla por la mitad como si estuviera siendo víctima de una maldición imperdonable y gimotea, horrorizado y estremecido por lo que los muggles le hicieron a su hija. Por lo que él les hizo a esos muggles. Por las consecuencias que el error de una niña pequeña ha traído para toda su familia.
Percival recuerda haber buscado a Ariana por los bosques que rodeaban su casa. Recuerda haberla encontrado tirada junto a un árbol, llorando y con la vista ida. Recuerda al sanador diciéndoles a Kendra y a él que seguramente nunca volvería a la normalidad y recuerda la furia ciega que le invadió cuando decidió ir a buscar a ese atajo de pequeños bastardos. Lo que pasó después está un poco confuso, pero sabe que torturó a los niños con la cruciatus. Sabe que uno de ellos murió de dolor y que los otros dos se volvieron tan locos como su pobre princesita. Y se alegra porque se lo merecían, demonios, pero también se arrepiente porque después de aquello los aurores fueron a por él y amablemente le presentaron a los dementores.
Después de eso no hay mucho más. La influencia de esos seres hace que todo sea como un borrón negro en su memoria y se siente angustiado porque sí hay una cosa que recuerda: le han condenado a cadena perpetua. Recuerda el rostro horrorizado de Kendra cuando escuchó la sentencia y tiene la sensación de haber sonreído entonces. No sabe por qué lo hizo, pero en el fondo se siente aliviado porque al menos ha podido proteger a Ariana. No quiere que se la lleven a ningún lugar repleto de locos. Quiere que se quede con su mujer y sus hermanos porque ellos la cuidarán mejor. Por eso no ha dicho qué le impulsó a atacar a los niños muggles. Por eso ha dejado que todos crean que simplemente los odia porque son muggles y no se arrepiente.
O tal vez un poco, porque es consciente de que acaba de condenar a su familia. No sabe a qué, pero la culpa le recorre entero, le arroja al suelo y le arranca sollozos y una única palabra. No. No quiere que ellos sufran. No quiere que Albus desperdicie su talento ni que Abe descuide sus horas de lectura ni que Kendra tenga que caminar con la cabeza gacha por tener a su marido en Azkaban. Y, demonios, no quiere que Ariana esté loca. Quiere que todo vuelva a ser como era antes del fatídico día y niega una y otra vez con la cabeza porque no es justo. Porque no se lo merecen. Porque sólo fue un maldito error y van a pagar un precio demasiado alto por su causa.
Niega durante horas. Una y otra vez, ajeno a la realidad. Enloquecido y roto, incapaz de hacer otra cosa más que lamentarse y repetirse que no puede ser verdad. Su vida no se ha acabado, su familia no ha sido destruida y Ariana es la niña alegre y poderosa que siempre ha sido. Niega y grita hasta que cae la noche y los dementores recorren las celdas de Azkaban en busca de recuerdos felices de los que alimentarse.
Percival ve interrumpidos sus gritos y se encoge mientras poco a poco le absorben el alma. Porque esos recuerdos que le arrebatan son toda su esencia, porque sin ellos no cree que pueda continuar adelante. Desea que todo acabe pronto y cuando esas criaturas se van y se da cuenta de que nada ha cambiado, sigue resistiéndose a aceptar la realidad.
Le costará muchos años comprender que no hay forma de cambiar esa desgracia que destruyó a su familia, aunque nunca podrá aceptarla del todo, ni siquiera durante los últimos instantes de su larga vida.
