"Después de tantos años, por fin pude superarte en algo, Red. Todo era, siempre, "Oh, Red aprendió a caminar antes que Green", "Oh, Red habló antes que Green", "Oh, Red es tan buen chico", "Oh, Red es tan inteligente", "Oh, Red no es impulsivo". Red. Red. Red. Todo siempre se trataba de ti, incluso en mi casa, incluso con mi familia."
Miró a su alrededor, al salón que se le había asignado como el nuevo Campeón de Kanto, al lugar que era sólo suyo.
"Red… al fin encontré algo en lo que destaco más que tú. Al fin puedo gritar con orgullo que ¡soy el Entrenador Pokémon más poderoso del mundo!"
Se paseó por el lugar, sintiéndose increíblemente libre por primera vez en años. Ese sentimiento de ligereza en su alma era algo que nadie podía arrebatarle.
"Todos estos años de vivir bajo tu sombra. Todos estos años de ser opacado. Todos estos años de ser olvidado incluso por mi propio abuelo… ¿Quién te dio permiso de entrar a mi casa, a la vida de mi familia, y de ser más importante que yo? Todos te prefieren, pero ya no más. ¡Soy el orgullo de Kanto! ¡Yo, Green Oak, no permitiré que me alejes de mi logro!"
Siguió caminando, escuchando sus pasos hacer eco. Estaba completamente solo, y a pesar de ello, sonreía, lleno de felicidad.
"Puedo sentir mi corazón en paz… Sé que mi abuelo estará contento con lo que he logrado. No sólo le ayudé con su Pokédex, también logré coronarme como el mejor entrenador. Y tú, Red, tan lento entrenando a tus pokémon, no podrás siquiera dañara mi perfecto equipo… Éste lugar es mío… y pelearé hasta el final por defenderlo…"
Al terminar su discurso dentro de su mente y darse la vuelta, vio cómo Red entró al salón.
