La sangre brota a montones desde el comienzo de la muñeca hasta la punta de los falanges, dejando que el espeso liquido rojo baje hasta el medio de la palma del niño. Urrigon reprimió un grito de dolor y apretó los labios para no soltar un sollozo inútil. Aeron, de manera infructuosa, intentó parar el sangrado rompiendo el remangado de sus calzones de lana para amarrarlo a la mano de su hermano, viendo con inutilidad como este estaba en la cúspide del desmayo. Siete horas después, Aeron fue testigo de como la fiebre se llevó a su hermano por la falta de amputación, y con ello también presencio el delirio de Balon al ver como obligaba a Lady Piper a coser sin acopio de sensibilidad los dedos del maestre que había dejado que el Dios Ahogado se llevara a Urrigon.

Esa noche también sintió como la vieja puerta de tamarindo se abría, dejando resonar en toda la habitación las bisagras viejas. En el marco de la puerta vio a Euron quién le sonreía con encanto.

— Buenas noches, Aeron —Su hermano mayor se subió sobre la cama a horcajadas de él y pasó la áspera lengua por su mejilla. El niño tembló por el contacto repentino y le dedicó una mirada de horror—, oí del Maestre que vio que Urrigon tenía marcas extrañas en el costado de su cadera mientras lo desvestía para el funeral. Y sabes, es muy raro, considerando que tú también tienes algunas en tu cuello —pasó el pulgar por el yugular, ahí cerca de la garganta, haciendo círculos en un pequeño moretón purpuro. — A mí también me gustaría dejar algunas marcas, ya sabes, para que no olvides a nuestro hermanito.

Esa noche el único recuerdo de Aeron fue el ruido de la cama tamborileante y la puerta moviéndose con el compás del viento, haciendo un estruendoso sonido proveniente de las bisagras chirreantes.