Latin Hetalia no me pertenece.
Inmóvil
Miguel se pasó el dorso de la mano por los ojos, pero al final terminó tapándose toda la cara con el brazo. Dolía demasiado. Sentía ese extraño ardor en las entrañas y en los ojos, y un calor sofocante cerrarle la garganta. Era como si hasta la última fibra de su ser supiese que había sido él, que era su culpa y que nada de esto debería haber sucedido.
Sus padres jamás se lo perdonarían, era obvio. Fue él después de todo, no podías echarle la culpa a una motocicleta. Ni al alcohol, ni a nada más de lo que hubiese ingerido en aquella fiesta. Lo hecho, hecho está. ¿Así era no? No había forma de revertirlo. Sus heridas, esos ridículos raspones que recubrían su brazo derecho, sanarían y muy pronto, pero el verdadero daño sería eterno. Pesará toda una vida, gritaba su mente, y pesará sobre ti y tu miserable existencia.
Sus manos temblaban, podía sentir la mirada de todos sobre su espalda. Podía sentir que Martín se removía incómodo a su lado, sin querer estar ahí. Daniel no estaba ahí, nadie lo invitó. Ni siquiera le han dicho todavía, porque está de intercambio en Estados Unidos.
Podía escuchar a su madre y aquello realmente era lo peor de todo. Sus sollozos e hipidos descontrolados eran como una lluvia de cuchillos, clavándose cada uno en él, insistiendo en herirlo, mas nunca matándolo. El silencio de su padre también lo hería, aunque incluso él se movía, acariciando lentamente la espalda de su mujer, tratando de reconfortarla.
Pero Julio no se movía.
Miguel tragó, sabía que los murmullos de su madre iban todos contra él. Él ya no era su hijo. Le dolía todo… Su brazo, la cabeza, el ojo azul que le dejó su padre en un arrebato de ira… El alma más que nada. Era como si sangrase sin derramar ni una sola gota de sangre. ¿Era eso posible? Miguel sabía que sí.
Putos funerales.
