Prólogo- El pasado oculto en la corriente del tiempo.
"En su día amé a un Toreador, apasionadamente. Le amé porque podía hablar conmigo, porque comprendía las compulsiones intrínsecas a la Visión.
De todas las cosas que se han marchitado y se han roto por estar cerca de mi malhadado ser, él es la que más añoro..." (Clanbook Malkavian, 3 edición)
-Así que este es tu apartamento...
-Me dijeron que te gustaba el arte, pero no pareces muy sorprendida- dijo él, mientras me servía una copa.- Tal vez no te interesen los pintores contemporáneos, pero en esta sala están expuestas algunas de las mejores obras del último siglo.
-No me desagrada el arte, sino tu predecible intento de impresionarme.- sonreí y ojeé el contenido del vaso. Sangre humana robada de algún hospital.- Veamos. –puse los ojos en blanco- Oh si. Un apartamento gótico postmoderno que refleja el alma torturada de un monstruo con senda de la humanidad y profunda sensibilidad estética. Si me lo cuentan no lo creo.
- Veo que sí eres tan antisocial y maleducada como me habían dicho.
- Han acertado en las tres cosas.- reí alegremente- Felicita a tu informador.
Sonrió mientras se dirigía a la cocina en busca de otra copa. Paseé la mirada por los Picassos que adornaban la pequeña pero elegante estancia.
-Vale, tus cuadros son muy bonitos. Al menos tratan de ver las cosas desde otra perspectiva, y eso ya es un comienzo.
Entró de nuevo por la puerta arqueando una ceja.
-Supongo que ese es el mayor halago que podría obtener de una Malkavian.
Me mordí el labio superior, sintiéndome molesta. Me caía bien, y hacía tiempo que no le daba esa desagradable ventaja a alguien que planeaba matar minutos después.
Mientras Dave preparaba la "cena", podía percibir como estudiaba sutilmente cada uno de mis movimientos, como el depredador acechante que era, enmascarado de tranquilidad. Yo también observaba la katana que había dejado en la mesa y evaluaba el físico que había logrado a base de años de entrenamiento en artes marciales.
El Arconte era alto y fuerte. Aparentaba unos veintitantos años – aunque posiblemente tendría doscientos más- y parecía un modelo disfrazado de motero: camisa ceñida, vaqueros negros, botas de cuero y un pequeño aro plateado en su oreja izquierda, casi cubierto por el cabello moreno. Su rostro tenía rasgos marcados y la cicatriz bajo el pómulo derecho solo le añadía más atractivo.
Que buen gusto, desde luego. Siempre es de agradecer que cada vez que la Camarillai quiere espiarme, pactar conmigo o matarme se moleste en enviarme a gente con nivel. Lástima que su compañía estuviera destinada a ser tan breve como la de sus predecesores.
Llenó su copa y se sentó junto a mí en el sofá. Bebió un trago y cerró los ojos, escuchando los sonidos de sirenas de policía que provenían de la calle.
-Aún así- continué, pensativa, pasando la uña por el borde de la copa de cristal- no dejas de ser un pájaro vistoso encerrado en la jaula dorada de su propio esteticismo. Si permitieras que te contara algunas cosas...
Se incorporó y apoyó el codo en la parte superior del sofá, sosteniendo su cabeza, demasiado cerca de mí. Su mirada era verde y felina.
-Por eso estás aquí, Yaira. No vengo de parte de la Camarilla, como piensas. Esto es algo personal.
Vaya, pensé, elevando las cejas. Eso sí que es una novedad.
- Llevo siguiéndote desde hace años porque necesito saber más acerca del motivo de tu abrazo, y sobre el Señor de sueños.
El nombre me impactó como un golpe.
-¿Cómo sabes…?- murmuré, tan bajo que apenas pude oírme.
-Es irrelevante ahora- se acercó y miró mis labios.- Pero no puedes negar que eres su chiquilla. Tenéis la misma herida en el alma -acercó su nariz a mi cuello- Y percibo su esencia muy cerca… -apartó suavemente mi largo cabello castaño- …tal vez dentro de ti.
Me eché ligeramente hacia atrás, alejándome de él.
-Arconte, acabas de fastidiar nuestra entrañable cita.- dije, sabiendo que el tono cantarín de mi voz no lograría ocultar mi sorpresa.
Se apoyó de nuevo en el sofá.
-No habría funcionado -rió- No me fío de las adolescentes. Y menos de las de más de cinco siglos.
Me puse de pie y observé las luces de neón que parpadeaban en el motel de enfrente, preguntándome a qué esperaba para acabar con aquello.
-Sin embargo- continuó él, a mis espaldas- creo que empezamos a entendernos. Abel te importa y ahora quieres saber qué es lo que sé de él. Sabes que no vamos a enfrentarnos, así que hagamos un trato.
Le miré directamente a los ojos, y él no apartó la mirada. Su aura no mostró emoción alguna, pero sentía su necesidad de conocimiento.
-Una información por otra.- dijo, conciliador- Es lo justo.
Arqueé una ceja.
Mira sus gestos suaves, sus palabras calculadas, su aparente control mental. Es como ver a Ninette por unos instantes. Siempre han sido tan metódicos, tan estéticos, éstos Toreador. Pero mi presencia le inquieta, soy un error en su perfecto fractal vital, un error impredecible, peligroso y fascinante a la vez.
Parece que elaboran cada uno de sus actos como si fuera una obra de arte, y temen las más leves imperfecciones que puedan surgir en el camino; tienen miedo a encontrarse con su propia incongruencia interior y se aferran a la mano de esos amargados fascistas de los Ventrue como críos asustados. Pero hacerles entender que la belleza de la perfección está en la propia imperfección sería demasiado complejo, porque no está en su sangre, al menos no en la de la Camarilla. Culpa de tía Arikel, supongo, así que mejor dejar esas discusiones estéticas para Nosferatus y Tzimisces.
Sin embargo, si había dejado que el Arconte David McLaughl me llevase a su refugio, era por algo. Había seguido mis pasos durante años, ignorando las leyendas que corrían sobre mí, la terrible Arzobispa (una larga historia), porque según averigué, sentía una especie de curiosidad patológica por la "vagabunda bonita y harapienta de visiones surrealistas y cinismo desmesurado". Un pasatiempo como cualquier otro en su vida inmortal que a mí me resultaba bastante molesto y con el que deseaba terminar.
Pero entonces se mostró como alguien diferente. Era atractivo, sí, pero no más que otros que habían acabado convertidos en un montón de ceniza. Tampoco se debía al hecho de que el Señor de sueños se hubiera cruzado en su camino, ya que como yo bien sabía, no elegía a almas comunes.
En realidad despertaba mi curiosidad como nadie lo había hecho en siglos. Quería conocerle mejor y saber quién era realmente, por qué me seguía y por qué ponía su vida en peligro saltándose las normas de la organización en la que ocupaba un puesto importante solo para mantener una conversación conmigo.
Tenía ante mí una mente independiente, en busca de un pequeño empujón para ver más allá... lo bastante interesante como para poder abrir mi alma por unas horas, después de tantos años.
-Estás más pirado que yo, pero te lo contaré. Y después dejarás de seguirme.
Y después tendré que matarte, porque sabrás demasiado, pensé.
El no pareció muy satisfecho con mi condición, pero asintió firmemente.
Me senté encima de la mesa, frente a él. Me sentía muy triste. Era la primera vez que hablaba de ello en mi vida, y lejos de liberarme, para mí era como desenterrar los cadáveres de los sucesos más dolorosos de mi existencia.
-Sucedió hace mucho tiempo, pero el dolor puede provocar que los recuerdos parezcan más reales que el presente.
Cerré los ojos mientras el sonido de las sirenas comenzaba a alejarse y mi mente volvía a recrear aquella historia, aquellos lugares, aquellas caras... en especial las que me había forzado a olvidar… sin conseguirlo.
Poco a poco comenzó a dibujarse la catedral de Notre Dame, en Paris, Francia. Y la noche, una noche oscura, sin luna, envolviéndolo todo con los tentáculos de sus húmedas brumas. Las gárgolas pétreas me vigilaban con sus rostros helados. Yo temblaba de frío, miedo y dolor en el helado pavimento marmóreo de la solitaria catedral, resguardándome en los jirones quemados de novicia condenada.
Entonces, una aureola de cabello rubio, una cara borrosa. Un ángel, un enviado del Señor que venía a rescatarme de mi desesperación y mi miedo. Elevé mis débiles y magullados brazos hacia él, dejando que me arrastrara consigo. Pero entonces ¿qué sucede? Unos colmillos perforando mi cuello, dolor…. ¡no! ¡Es un demonio! Grito, pero nadie me escucha. Nadie puede oírme. Nadie quiere oírme.
Luego adormecimiento… silencio. Oscuridad.
Una suave luz abriéndose paso entre las sombras, que me invitaba a seguirla. Entonces noté como el fuego abrasaba mi cuerpo, y el dolor inicial dió lugar al éxtasis supremo, aunque escuche un lamento ahogado mientras la luz que me llamaba se oscurecía para siempre.
Escuché gritos, pero parecían muy lejanos. Yo estaba en otro mundo, naciendo a una nueva vida.
Me incorporé, sintiendo un nuevo poder corriendo por todas mis venas. Ví lejos, cosas que nunca había percibido antes y que jamás podría explicar. Y él estaba allí, conmigo, sonriendo. Pude distinguir sus facciones y le amé como el recién nacido ama a una madre.
Dejé de temblar. Ya no sentía frío.
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