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Leyendas del Quidditch
— Te lo agradezco tanto, Molly — dijo la madre de Katie en un tono secreto mientras observaba a su hija correr hacia los gemelos Weasley con alegría. Según la misma niña, aquellos dos eran sus compañeros en el equipo de quidditch de su casa y, como el quidditch era lo que más le obsesionaba desde que quedó el en puesto de cazadora ese mismo año, supuso que estaría bien que pasara un par de días junto a aquellos niños.
Al menos serían una buena distracción de su vida real, pensaba.
— ¿Estás bien, Cassandra? — preguntó la matriarca de los Weasley con una mueca de simpatía en su rostro hogareño. La señora Bell asintió secamente, apretando la capa de viaje contra su cuerpo. Era difícil decir con precisión lo que sentía. Quizás angustia por su pobre y pequeña Katie, quizás decepción, porque jamás esperó que su matrimonio se cayera a pedazos por problemas monetarios.
— Lo superaremos. O tendremos que comenzar el proceso de barajar opciones para Katie… lo que se mejor para ella — y, de pronto, sollozó amargamente. Molly abrió sus brazos instantáneamente y cubrió con ellos a la mujer, abrazándola con cariño. Cassandra Bell cayó en el hueco entre su hombro y su cuello, enterrando su rostro en la ropa de su antigua amiga para ocultar la vergüenza —. Oh, Molly. No sé qué es lo que haría sin Katie, si todo esto nos separara.
— No digas tonterías. Puedes dejarla en la madriguera cuanto tiempo deseen, eso lo sabes. El tiempo que necesiten, nuestra casa siempre tendrá las puertas abiertas — le aseguró la señora Weasley, insistente —. Arthur y yo hemos pasado por mucho. Siete chicos no es lo que cualquier pareja está dispuesta a resistir, pero si hay algo que rescatar, siempre hay un modo de rescatarlo. Nosotros hemos logrado sobrepasar todas las dificultades, y tú sabes que no somos una familia acomodada.
La señora Bell se separó de Molly y la miró con un gesto de humilde y sana envidia. Por supuesto que sabía lo que Molly y Arthur eran capaces de soportar, es decir, mucho. En ese momento simplemente no sabía si tenía las fuerzas suficientes como para hacer lo mismo.
— Eso es porque ustedes dos son perfectos — comentó.
Molly alzó una mano al aire y la batió con una mueca que quería decir que eso era absurdo. Ninguna familia era perfecta, ni siquiera los sangre pura. En todas habían crisis y lo importante era solucionarlas, sobre todo si había hijos de por medio. Luego de eso, se volteó vagamente para ver que sus gemelos se habían llevado lejos a Katie, como era de suponer.
— Fred y George son muy amigos de Katie, al parecer — comentó.
— Oh, eso es porque son compañeros de equipo en Hogwarts — explicó Cassandra.
— ¡Eso es excelente! — exclamó la señora Weasley —. Uno de mis chicos, recién graduado, fue el capitán del equipo de Gryffindor por años — añadió, esperando que el cambio de conversación le quitara ese semblante abatido a la mujer que tenía en frente, pero no funcionó. Al darse cuenta de esto, volvió a cambiar el tema, esta vez enfocándose en Katie —. Seguro que los gemelos se la pasarán todo el día conversando sobre quidditch con Katie. Ya verás que estará bien aquí.
Cassandra Bell asintió cortamente, esperando que eso fuera verdad.
— ¿Qué pasó con tus padres, Katherina?
— Mi nombre es Katie, Fredward — refunfuñó la menor —. Y no lo sé. Quizás uno se tenga que ir de casa.
— Espero que no seas tú, porque aquí no te recibiremos otra vez — observó George juguetonamente, revolviéndole el cabello mientras hablaba. Katie era una de esas chicas que era fuerte hasta que no lo era y, a pesar de su tono relajado, los gemelos pensaban que eso de tener que ver problemas entre sus padres debía apestar para ella.
Así que una mirada bastó entre ambos para dar por entendido que debían hacer todo lo humanamente posible para hacer que su atención estuviera en otro lado el tiempo que permaneciera en la madriguera con ellos. Sería como una gran pijamada interminable, pensaban.
— ¿En serio voy a tener que soportar esto todos los días? — dijo Katie, sonriendo con reticencia. Los gemelos volvieron a compartir una mirada y sonrieron misteriosamente.
Katie había entrado a Hogwarts el año anterior, había sido seleccionada para la casa de Gryffindor por un muy resuelto sombrero seleccionador, y durante muy poco tiempo ignoró la existencia de los gemelos, luego comenzó la temporada de quidditch y todo cambió. Había comenzado a asistir a todos y cada uno de los partidos religiosamente. Le había bastado tan solo una clase con Madame Hooch, levantar esa escoba del suelo y flotar sobre ella, para saber con seguridad que amaría hacer eso por el resto de su vida, sobretodo en el juego más popular del mundo mágico.
Los dos pelirrojos habían entrado un año antes que ella, en 1989, y comenzó a encontrárselos en las gradas cada vez que se sentaba a solas a ver los partidos. No les costó mucho congeniar, ellos parecían conocer literalmente a todo el mundo en Gryffindor, incluso a los de cursos mayores. Katie se sintió un poco intimidada de primeras por lo extrovertidos que eran, pero no les costó nada seguir hablando a diario cuando descubrieron que los tres adoraban el deporte por igual y, más que eso, se morían por entrar al equipo de su casa.
Según ellos, serían los golpeadores más recordados de todos los tiempos. Ella solo quería ser cazadora, si es que se daba la oportunidad. No era tan optimista.
Finalmente ellos entraron, por supuesto, pero ella no se quedó atrás y les siguió el paso cuando Oliver Wood tomó el mando del equipo este año, seleccionándola de inmediato tras una prueba que él clasificó como "única".
Fue uno de esos momentos en los que pudo sentir como su corazón saltaba en su interior de la emoción y adrenalina que era vivir para escuchar que podría ser cazadora. Sublime era poco para describirlo, y los gemelos comprendían esa sensación, por eso se sentía tan acogida cuando estaba con ellos.
— Mira, si quieres te mandamos con Ron, entró este año a la escuela...
— ...y no se baña todos los días como dice.
Katie entornó los ojos, riendo silenciosamente. Iba a pedirles que no fueran tan malos con su hermano menor ya que, conociéndolos, iban a gastarle bromas todo el año ahora que lo tendrían tan cerca en la escuela, pero no tuvo la oportunidad ya que fue interrumpida por una cuarta persona entrando a su conversación:
— ¿Qué es esto? ¿Por qué hablan tanto siendo tan tarde, eh? — y el dueño de la voz era un joven alto, fornido y mucho mayor que los gemelos. Lo único que los asemejaba era ese cabello color fuego que caracterizaba a los Weasley. Katie no pudo mantener la mirada en él por mucho rato, la intimidó de inmediato su imponente presencia en el lugar.
— Sabía que esto pasaría, Fred — murmuró George cotemplativamente, mirando de reojo a Katie.
— George, me has robado las palabras de la boca — observó Fred.
— Bueno ¿Quién es ella? — siguió su hermano mayor, sospechando quién era, pero dándole espacio a los gemelos para que contestaran de todos modos.
— Katie — dijeron ambos con simpleza.
El muchacho, mirando a los tres niños, sonrió. Recordaba haber hablado con los gemelos sobre una Katie, Katie Bell, una maravillosa niña que sorprendió a Wood, el nuevo capitán del equipo de Gryffindor, con sus habilidades sobre la escoba. Le hubiera gustado conocer aquellas habilidades en su mando, pero lamentablemente su paso por la escuela había terminado cuando ella recién estuvo apta para aplicarse a las pruebas para el equipo.
— ¿Katie Bell? — preguntó, solo para corroborar si esa pequeña morena de cabello oscuro era la misma de la que hablaron anteriormente sus hermanos.
— La misma.
— En persona.
— Son dos leyendas, hermano.
— Ya basta — rio el mayor, rascándose la barba de tres días que llevaba bastante descuidada desde que llegó de Rumanía. Katie seguía en un silencio sepulcral y ni siquiera lo miraba hacia arriba como los dos pelirrojos idénticos que tenía a cada lado. Pensaba que era más oportuno mirar hacia el suelo porque no quería que los nervios la comieran viva.
— ¿No es gracioso? — siguió Fred con ánimo y dirigiéndose solo hacia George, cosa que hacían muy a menudo, cerrarse en conversaciones entre ambos sin darse cuenta —. Ni siquiera tenemos que darnos la lata de presentarlos porque conocen sus nombres. Es una situación muy extraña.
— Oh, de hecho, yo le llamo "El poder del quidditch", hermano — explicó George, satisfecho.
— Bueno, Katie… — el mayor avanzó hacia los niños, pero terminó agachándose frente a Katie —. Es un placer conocer a la cazadora de quien tanto hablan estos dos.
Su madre esa misma mañana le había comentado que había recibido una lechuza de una antigua amiga, Cassandra Bell, quien al ver que su relación matrimonial se caía a pedazos por una crisis económica revuelta con otros problemas, requería de su ayuda inmediata.
¿Y en qué podría servirle?, pensó el muchacho cuando su madre le contaba, entonces Molly le dijo que la mujer, desesperada, quería sacar del medio a su hija de tan solo doce años. Las peleas, los gritos y las malas caras no podían ser nada bueno para ella. A pesar de todo lo que estaban pasando, los Bell eran conscientes de que su amor por la niña era algo que trascendía lo demás y creían que, si la pequeña pasaba unos días con los Weasley, en quienes, al menos, la madre confiaba por su antigua amistad con Molly, la carga de las cosas podría alivianarse.
Su madre, por supuesto, no le contó más detalles. Charlie, su segundo hijo, solo estaba de visita allí y no quería darle ningún tipo de preocupación ahora que lo tenía nuevamente en casa. Él se había mudado a Rumanía a penas terminó su colegiatura en Hogwarts, pues el internado en la reserva de dragones más grande del planeta así se lo exigió, así que ella, preocupada por las cicatrices y esa barba horrorosa que, según su parecer, le hacía lucir como un mendigo, no quiso hacer parte al muchacho de algo que ella podía manejar perfectamente a solas.
Pero Charlie recordó perfectamente la historia de la amiga de su madre cuando vio a la pequeña y sintió, de pronto, una gran ternura por ella. Como hermano mayor de cinco muchachitos: Percy, el gruñón, los gemelos, la luz de su vida, Ronald, el despistado y Ginny, su pequeña Ginny; era obvio que tenía bastante desarrollado un nervio de acero con los niños y un especial apego hacia ellos. Bill, su hermano mayor, sufría del mismo mal. Ambos eran los que, después de los señores Weasley, siempre vigilaron por la seguridad y el bienestar de la tropa.
Así es como la vida era para él.
Tras sus palabras, extendió su mano para que la chica la tomara y se saludaran cordialmente. De ex-capitán a cazadora promesa, así como las leyendas que los gemelos creían que ambos eran. La pequeña Katie observó la mano llena de cayos y unas pocas cicatrices del hermano mayor de los gemelos y la curiosidad le ganó. Alzó la mirada hacia la de Charlie y preguntó:
— ¿Qué te hicieron?
Él se miró la mano y sonrió tranquilamente.
— Oh, nadie me hizo nada. Estas me las hice yo — respondió, contento de haberse ganado su confianza con algo tan pequeño como las cicatrices, que él no consideraba muy interesantes, pero sus padres y hermanos, así como ahora Katie, sí.
Se le pasó por la cabeza la imagen de su madre llorando a mares cuando lo vio todo rasguñado por primera vez cuando llegó a la madriguera. Molly creyó sinceramente en ese momento que su hijo estaría muerto antes de los treinta. Él se apresuró a decirle que para trabajar con dragones hay que aceptar una cosa: lo inesperado. Dentro de ello se encontraba el fuego, las garras, las caídas, las visitas al hospital y, en general, la dureza del entrenamiento para ser cuidador. Además, le explicó a ella y a toda la familia que él aceptó esas condiciones. Abrazó con pasión la profesión de cuidador desde que había descubierto que era lo que más amaba y, lamentablemente para quien no estuviera de acuerdo, no la dejaría.
Así es como había terminado por pedirle expresamente a sus padres algo de respeto. Y ambos, a pesar de que a Molly le costó un mundo hacerlo, se lo dieron. Lo amaban demasiado como para retenerlo por sus miedos personales acerca del trabajo que había escogido.
— … Y no es un suicida, si es que eso es lo que piensas — anunció George, entrometiéndose en la conversación entre ambos.
— Yo creo que sí. Escúchame, es de locos... — Fred se apresuró a seguir a su hermano y ambos terminaron enfrascados en una discusión que, nuevamente, era solo de los dos. Charlie escuchó algo de lo que decían sobre si era conveniente o no ir a meterse a la boca de los dragones para que ellos escupieran fuego sobre sus cabezas. Rio. Algún día ambos lo entenderían mejor, ahora solo tenían trece años y la cabeza bien alborotada con muchas ideas sobre el mundo.
Y los dejó seguir en lo suyo, volviendo a mirar a Katie en segundos.
— Esto me lo hice cuidando dragones — siguió con su respuesta inicial. Aún tenía la mano estirada, esperando estrechar la de Katie, y ella, captando demasiado tarde el gesto, estiró la suya y se la dio, sintiendo que su toque era áspero, descuidado. Las manos de su madre eran un algodón al lado de las del pelirrojo.
— ¿Dragones? ¿En serio?
Había algo en ese entusiasmo que Charlie no había reconocido más que en su hermano Ron. Ron se había pasado todo el primer día que llegó a casa de vuelta preguntándole todo lo que podía salir de su cerebro relacionado con dragones. Y le gustó. Le gustó ese tipo de inesperada atención a su profesión pese a que el niño declarara, después de toda la información que recibió, que ni aunque estuviera demente se iría a meter a esos lugares con esas criaturas.
— Así es. Mira esta cicatriz — subió la manga de su camiseta de dormir y Katie se encontró mirando con los ojos bien abiertos una larga y gruesa línea que iba desde el codo hasta un poco más arriba de la muñeca de Charlie. Notó también que estaba peligrosamente cerca de las venas, pero más al costado, y ya había cicatrizado lo suficientemente bien como para que no se viera tan grotesco, pero sin duda había sido algo grande —. Esa me la hizo un Hébrido negro.
— ¿Esos son los que tienen los ojos color púrpura? — preguntó Katie, animada.
— ¡Los mismos! — Charlie contestó con el mismo ánimo —. ¿Cómo adivinaste?
— No lo adiviné. Hagrid me ha contado sobre animales, incluyendo dragones — explicó ella con orgullo.
Charlie sintió una súbita nostalgia de volver a ver la choza de Hagrid, tomar un tazón gigante de alguna bebida caliente y tener una conversación genial con el semigigante.
— ¿Te dolió? — preguntó la niña cuidadosamente.
— Claro, pero es parte de lo que hago — respondió él —. Cuando te gusta lo que haces, tienes que aceptar los huesos rotos ¿No?
Katie asintió, pensando en el quidditch, solo en el quidditch. Por el quidditch se rompería todos los huesos del cuerpo, razonó.
— Bien, es tarde, cazadora — dijo él, echándole un vistazo al reloj de pared que tenían en la sala —. Me temo que tengo que mandarlos a dormir, ¿Vale?
Ambos dejaron ir el apretón de manos y Charlie se puso de pie.
— Eh, par de cabezotas, a la cama.
— No podemos dejar a Katie sola hasta que mamá llegue — refunfuñó Fred.
— Si mamá está ocupada y es tan tarde, es mi deber enviarlos a la cama, Freddie — Charlie le sonrió burlonamente, soltando intencionalmente el apodo que menos le gustaba a Fred para picarlo —. Ahora, a sus habitaciones.
Fred y George comenzaron a hacerle caretas y se retiraron, despidiéndose cortamente de Katie con sonrisas que prometían que su estadía estaría llena de bromas, chistes y buenos momentos. La chica se sentía muy positiva respecto al resultado de todo eso.
— Ahora, veamos dónde te quedarás ¿Vale? — le dijo Charlie en su mejor tono de prefecto una vez que se quedaron solos.
Como cualquier chica de doce, su corazón se derritió lentamente cuando se vio dirigida por el ex capitán del equipo de quidditch de Gryffindor hacia su habitación. Él no lo sabía, pero ella dedicó más de la mitad de su atención en los partidos a mirar sus movimientos sobre la escoba, su agilidad, la forma en la que sonreía cada vez que ganaban juegos cruciales. También le gustaba observarlo cuando patrullaba como prefecto, y la primera vez que lo vio, si mal no recuerda, fue cuando a él le tocó guiar a los de primero, es decir, a su grupo, a la sala común de Gryffindor.
Nadie podría ignorarlo, o ella tuvo una fijación muy particular con él, aunque fuera imposible, claro.
Si sus amigas supieran, dejarían de babear por los bobos de su edad y morirían al instante con esa mirada azul, esa sonrisa e incluso las cicatrices. Él era el príncipe por el cual babeó casi todo su primer año escolar, ¿Cómo no sentirse así ahora que estaba con él y él, por primera vez, sabía que ella existía en el planeta?
Esa noche durmió tranquila y feliz, así también las que le siguieron. Poco a poco olvidó incluso el por qué estaba allí, pero jamás se lo cuestionó mucho para no arruinar ese humor dichoso con el que se encontraba encantada desde que vivía en la misma casa que Charlie.
Diablos, estaba viviendo el gran momento de su corta vida.
Después de "Cazando a Charlie Weasley" quedé con algo vacío y tuve que llenarlo con más Charlie/Katie [Chartie-Karlie, como sea]. Espero que esta nueva idea les guste, cualquier aporte constructivo o apreciativo es bien recibido. Si usted, lector, viene desde cualquier otra historia mía, siéntase libre de pedirme un one-shoot de regalo (límites: solo del mundo de Harry Potter). Para acreditar que vienen de cualquier otra historia que me pertenezca, cuéntenme cuál leyeron y un poquito de su apreciación en menos de 3 líneas.
¡Abrazos!
